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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 835
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
14 de diciembre de 2023
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Era imposible que el experimento saliera mal, pero superó todas las expectativas. Una de las grandes novelas de todos los tiempos, “Al Este del Edén” de John Steinbeck, fue encomendada al genial Elia Kazan para su traslación al cine. Para encarnar a su protagonista, se eligió a James Dean, que también dejó al mundo boquiabierto en “Rebelde sin causa” de Nicholas Ray y que a las órdenes de Elia Kazan nos ofreció la mejor interpretación de su corta trayectoria interpretativa. Lo demás, es pura historia del cine.

Hay dos elementos que resultan especialmente llamativos: por un lado, la impresionante modernidad en la caligrafía visual de Kazan, incluso basando parte de sus escenas en interiores en un arriesgado y portentoso ejercicio desprejuiciado de plano holandés, forzando el ángulo de visión del espectador para incomodarlo y generarle aún más tensión (la escena del columpio es mucho más que brillante, es histórica). Por otro lado, y desde un aspecto menos positivo, la adaptación de la obra maestra de John Steinbeck por parte del guionista Paul Osborn fue demasiado osada, utilizando tan sólo las últimas 200 páginas de un texto literario de más de 800 y prescindiendo de algunos de los personajes más fundamentales de la novela. A pesar de ello, el guión de esta obra maestra resulta colosal considerado en sí mismo desvinculado de la novela.

De la obra literaria original, guarda la concepción de metáfora bíblica, de la lucha del bien contra el mal a través de la confrontación de dos hermanos, de unos modernos Caín y Abel, que en la California de 1917 se llaman Carl y Aron. Pero quizás el malo sea el bueno y viceversa, quizás la historia nos la hayan contado al revés, quizás el padre terrateniente protagonista haya sido injusto con el hijo díscolo y quizás éste necesite más cariño que el vástago ejemplar. Y lo que ambos hermanos no merecen y se convertirá en germen de la tragedia que presidirá el film es descubrir que su madre no está muerta, sino que huyó y regenta un prostíbulo en una ciudad cercana a Salinas, donde habitan los protagonistas.

A pesar de la deslumbrantemente saturada y maravillosamente colorista la dirección de fotografía de Ted D. McCord e inolvidable la partitura musical de Leonard Rosenman, todo palidece ante la interpretación de James Dean, la mejor del actor más mítico de la historia del cine, un derroche de expresividad, gestualidad, dicción y sentimiento como se han visto muy pocos delante de una pantalla. Sencillamente un dios hecho actor.

Intentan estar a su altura sin conseguirlo (ello resulta imposible) una angelical Julie Harris (Abra, la novia de Aron) , un sólido Raymond Massey como el implacable padre, una espléndida Jo Van Fleet como la madre, por la que ganó el Oscar a la Mejor Actriz Secundaria) y un siempre interesante Richard Davalos (Aron, el hermano “bueno”). Pero nada ni nadie está a la altura de James Dean, dueño y señor de una de las mejores interpretaciones jamás vistas en una pantalla de cine. La escena del cumpleaños del padre, sobre la que la leyenda cuenta que hubo muchísima improvisación no presente en el guión por parte de James Dean, rodada en plano holandés por Elia Kazan, es sin duda una de los mejores momentos de la historia del cine.
Sergio Berbel
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10
13 de diciembre de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Manuel Huerga firma con “Salvador (Puig Antich)” una de las películas capitales que conforman nuestra memoria histórica fílmica de imprescindible visionado para toda persona que quiera acercarse al desbarre final de un régimen fascista genocida en sus últimos estertores que decidió llevarse por delante la vida de un joven activista anarquista catalán como último ejecutado por el cruel método del garrote vil el 2 de Marzo de 1974. Quizás el mejor alegato contra la pena de muerte que haya visto nunca.

Y resulta curioso que sea el film que va descaradamente de menos a más que haya visto en mucho tiempo, que durante su primera hora se permite sestear en torno a clichés demasiado vistos sobre jóvenes embarcados en la lucha armada con cierto tono desenfadado y ligero pero que, cuando en su segunda mitad comienza a mostrar sin piedad las consecuencias de haber llevado una vida intentando echar un pulso al régimen fascista genocida de Franco se torna oscura, durísima de contemplar, desgarrada, con heridas en carne viva que rezuman dolor y que hacen aflorar las lágrimas del espectador más gélido, que lo golpean en el estómago y lo noquean. Esa tragedia irrespirable de su segunda mitad compensa la ligereza de la primera con creces y no afecta a la valoración global del conjunto, lo rescata todo, lo salva todo, lo eleva todo.

En cuanto al aspecto formal, resulta enormemente curiosa la mutación que la cinta va desarrollando a lo largo de sus etéreos 134 minutos de metraje. Comienza entremezclando imágenes decoloradas de las escenas de acción y reivindicación para otorgarles un tono cuasi documental para ir virando, en su segunda mitad, cuando la cinta coge velocidad de crucero y mete de cabeza al espectador en un infierno trágico hacia un paradójico y perfecto empaque formal preciosista. Un acierto épico de su director de fotografía, David Omedes.

Salvador está interpretado por un colosal Daniel Brühl, siempre espléndido pero aquí en la mejor interpretación de su carrera, perfectamente secundado por un Tristán Ulloa extraordinario como su abogado, el gran Leonardo Sbaraglia en un interesantísimo personaje de funcionario de prisiones, etéreamente maravillosas Leonor Watling e Ingrid Rubio como los dos episodios sentimentales de Puig Antich, intimista Celso Bugallo como el padre del protagonista y una muy especial y mágica Andrea Ros como la hermana pequeña de Salvador, que conquista corazones en cada escena en la que aparece y a la que acaba resultando imposible no querer.

El guión, escrito por Lluís Arcarazo, tiende a cierta superficialidad tragicómica en su primera mitad pero, como toda la película en sí, cuando pasada una hora comienza a desgarrarse e intensificarse hasta límites pocas veces conocidos en nuestro cine, termina resultando una pieza literaria de primera magnitud, el paradigma perfecto de guión que va de menos a más, un templo literario.

Un detalle no menor y que no puede pasar desapercibido: es un tal Lluís Llach el que pone la música en este film. Y no tenemos nada más que añadir.
Sergio Berbel
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10
11 de diciembre de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo estar delante de una obra magna del Séptimo Arte, pero es imposible recomendar a nadie que la vea porque este film no es soportable por la mayor parte del espectador medio al que le va a ser imposible verla de forma íntegra. Por lo que se cuenta y por cómo se cuenta. El siempre excesivo y barroco Gaspar Noé decide llevarnos al extremo con “Irreversible”, su mejor película, muy por encima de “Climax”, “Vortex” o “Love” (de la que procede su existencia, como luego relataré), que ya de por sí resultaban inclasificables.

En cuanto al cómo, decir que el film está contado en sentido contrario, desde el final hasta el comienzo, incluyendo el hecho no menor de que arranca con los créditos finales. A partir de ese momento, ya es evidente que nada se va a desarrollar por parámetros normales. Luego está una cámara que no para de girar y girar sin descanso, en largos planos secuencia que vuelan libres y perturbadores, extraños y enfermizos, exigiendo un esfuerzo visual del espectador que lo inquieta y lo incomoda, que a ratos lo marea, porque todo es difícil de contemplar y entender. Lo extraño se apodera de la cinta, pero jamás pierde el sentido lógico por ello. Y ahí está el mérito.

Respecto al qué se cuenta, su argumento y las imágenes que despliega el mismo ante los aterrorizados ojos del espectador son de una violencia extrema, insoportable, asfixiante, que revuelve el estómago. Conforme avance la trama, se irá entendiendo el porqué de esa orgía sangrienta pero, hasta que llega ese momento y la película se remansa para ser algo más “normal”, la experiencia previa de su visionado es muy difícil de digerir. Todo gira en torno a una venganza de la que, cuanto menos se sepa antes de su visionado, tanto mejor para el espectador atrevido que la contemple. Una agresión sexual (la más dura y realista jamás rodada en toda la historia del cine) lo desata todo hasta el paroxismo.

A pesar de ello, a mí personalmente me entusiasma. Sin ser el mayor fan de Gaspar Noé, este film me golpea muy duramente en el estómago, me trastorna, me hace retirar la mirada de la pantalla en varias ocasiones, me incomoda, me produce náuseas. Es decir, lo que me apasiona del cine. Pero esta experiencia no es apta para todo tipo de paladares. Es extremadamente arriesgado verla.

El origen de tan perturbadora película comienza en la propuesta de Noé a Monica Bellucci y Vincent Cassel (entonces pareja) para rodar una historia más sexual y mentalmente extrema que la que Stanley Kubrick configuró en “Eyes wide shut” entre Nicole Kidman y Tom Cruise. Ellos al final no se atrevieron y entonces Gaspar Noé creó este guión para llevarlos incluso a otro camino más radical. Ambos aceptaron y, sin duda, se dejan cuerpo y alma en llevar adelante un proyecto tan “sui generis” como éste. Y desde luego que lo consiguen con la inestimable ayuda de Albert Dupontel.

La dirección de fotografía de Benoít Debie es atrevida y excesiva, difícil de ver y aún más de digerir, incómoda y mareante, un alarde extraordinario que nunca pierde el sentido a pesar de su exotismo continuo. Igual ocurre con la desasosegante música de Thomas Bangalter, donde además se utilizan sonidos de cierto espectro que incomoda al espectador aún sin ser audibles. Una experiencia extrema para todos los sentidos.
Sergio Berbel
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6
11 de diciembre de 2023
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Las ocho montañas” presenta mejores intenciones que resultados. Hablar de las amistades que duran toda una vida y de la montaña era un buen principio. Si además sabes que detrás de la cámara están los cineastas Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, autores de una de las más impactantes y duras películas contemporáneas que yo idolatro, “Alabama Monroe”, las expectativas tienen que ser altas forzosamente.

Sin embargo, este film no las cumple, quedándose en simplemente correcto, excesivo en su metraje de 147 minutos para una historia que podría contarse en muchísimo menos tiempo, que abusa sobremanera de la voz en off de su protagonista y que no logra emocionarme, a pesar de que estamos ante una buena película que plantea de manera seria y madura el periplo vital de sus dos amigos protagonistas. Pietro es un niño de ciudad que llega a pasar el verano a un remoto pueblo de los Alpes italianos guiado por el amor de su padre al montañismo, y en él conoce a Bruno, el único niño del lugar. Se fragua entre ambos una amistad intensa, que se reproduce y confirma vacaciones tras vacaciones y a lo largo de sus vidas.

La película nos relata el desarrollo de esa amistad en tres momentos: infancia, juventud y madurez. Presenta momentos en los que sus protagonistas se acercan y viven al unísono con otros en los que son alejados por las circunstancias, pero con la montaña y su dureza gélida e intrínseca como el invisible eslabón que encadena a ambos.

Visualmente, la película resulta impecable, perfectamente dirigida por la pareja de cineastas belgas y una idílica dirección de fotografía de Ruben Impens que sabe sacarle todo el jugo tanto a los paisajes heladores del invierno como a los paradisiacos en verano, convirtiendo a los Alpes italianos en el personaje más interesante, bello e importante de esta narración fílmica que adapta la novela de Paolo Cognetti. Menos afortunada es la música de Daniel Norgren, aunque las canciones de aire country (recordemos que es un film de los autores de “Alabama Monroe”) sí que loran poner un punto y seguido exacto a cada escena en la que aparecen por contraste geográfico.

Pero algo impide que me emocione, que me identifique, que trascienda en mi mente. Quizás su exceso de testosterona en algunos pasajes o la frialdad con la que se abordar determinados temas. O quizás es que no acabo de entender del todo a sus protagonistas y la culpa es mía. O que los personajes masculinos cada vez me aportan menos. O puede que las interpretaciones de su elenco actoral sean las responsables de mi frialdad manifiesta.
Sergio Berbel
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6
8 de diciembre de 2023
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El siempre sobrevalorado François Ozon crea un entretenimiento de calidad con “En la casa” siempre que no se le pidan peras al olmo. Porque si de verdad se quiere encontrar una mirada lúcidamente oscura, siniestra y misántropa sobre la fagocitación de la realidad como materia de la creación literaria, para eso está la gozosa y perfecta “El autor” de Manuel Martín Cuenca, infinitamente superior a la de Ozon.

Un profesor de literatura, entre el árido páramo de la mediocridad con la que sus alumnos resuelven sus ejercicios de redacción, encuentra a un narrador nato, un adolescente con una capacidad para conformar situaciones inaudita que capta la atención del profesor inmediatamente. Sólo hay un problema: un exceso de realidad como base argumental de lo redactado puesto que comienza a introducirse en la vida de una familia de clase media que son los progenitores de su mejor amigo, al que ayuda con los deberes de matemáticas como excusa para permanecer más tiempo en esa casa ajena.

Poco a poco, como si de un folletín decimonónico se tratase, el alumno va entregando capítulos de lo que ocurre en esa casa al profesor, el cual se siente fascinado por esa capacidad narrativa de su alumno que cada vez plantea situaciones más interesantes en torno a la interacción con esa familia que no es la suya. Pero todo se complicará.

Esta tragicomedia con aroma de thriller está correcta y elegantemente dirigida, como es norma de la casa en Ozon, beneficiándose de una dirección de fotografía pulcra y preciosista de Jérome Alméras y una partitura musical resultona y funcional de Philipe Rombi, así como de unas interpretaciones adecuadas de sus protagonistas, entre los que se cuelan nombres importantes como Kristin Scott Thomas, Emmanuelle Seigner, Fabrice Luchini y el gran Denis Ménochet (“As bestas”, “Custodia compartida”).

Quizás su punto débil sea su rocambolesco guión, al que le sobran unas cuantas vueltas de tuerca, firmado por el propio François Ozon adaptando la obra teatral de Juan Mayorga “El chico de la última fila”.
Sergio Berbel
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