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Chile Chile · Santiago
Críticas de rodolfo
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Críticas 12
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
19 de diciembre de 2008
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una película inestable. Desequilibrada. Y es que en ella el amor adopta varias formas y demuestra que no puede contenerse, que siempre se desborda.
Con todo, Truffaut logra contener en este film un cúmulo de sensaciones que parecían no poder organizarse, ni arrojar un sentido que pudiese desembocar en un mensaje claro y directo. Por esto resulta ser una buena película, porque Truffaut logra ceñir estos sentimientos a los postulados aristotélicos básicos de una narración, pues toda historia, -incluidas las historias de amor, como señala uno de los personajes del film-, deben tener un inicio, un medio y un final. Y aunque esto parezca algo básico y simple, el lograr llevar el tipo de sentimientos que se expresan en esta película por un camino organizado, vuelve a demostrar la maestría de este director, que también está presente en este film, como dispersa en sutiles engranajes.
Y es que la mujer de al lado, no hace referencia a la mujer que se ha logrado dejar a un lado, sino que es aquella que se construye lejos de su propio centro, de los sentimientos que no han sabido contenerse y que se han pretendido evitar, en pos de una vida tibiamente organizada.
Sus personajes son seres que se han despojado de sus propias sensaciones, que han rehuido aquello que los desequilibraba, y que han intentado construir, desde ese centro falso, una vida que puede resultar más sólida, pero en ningún caso más verdadera.
Han arrojado de sí aquello que los enfermaba, pero que era también parte de ellos mismos. Como siguiendo las premisas bíblicas: “Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que todo tu cuerpo vaya a la gehena”.
Tenemos así una pierna falsa, matrimonios falsos… prótesis que han intentado salvar las dificultades que surgían del amor cuando este demostraba ser incontenible y arrasaba hasta con los propios amantes.
Por eso es hermosa esta película, porque nos muestra a sus personajes vislumbrando ese centro perdido, revelándonos además que en el mismo desequilibrio, que en la propia enfermedad, puede esconderse algo esencial: que en el medio de dos puntos de uno mismo que parecen lejanos e irreconciliables puede estar el verdadero sentido que revela quienes somos, qué sentimos, y nos enseña que el torbellino del otro también puede ser parte de nuestro propio centro herido. Y que no importan los costos.
Un griego antiguo señalaba que los hombres mueren por no poder “unir” el principio con el final, porque no pueden encontrar el sentido que pasa a ser también su propio significado. Esta película nos muestra que esa búsqueda puede retomarse en cualquier momento y que independientemente de sus resultados, da siempre origen a algo verdadero: un desequilibrio terrible pero que revela siempre, en última instancia, quiénes somos, de qué estamos hechos, y cuánto y a qué costos, somos capaces de amar.
rodolfo
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8
15 de diciembre de 2008
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizá no fue hasta “Los pájaros” que Hitchcock se liberó totalmente de cierta limitante que tenían algunas de sus obras: oponer, generalmente, dos fuerzas en que las conductas aparecen siempre regidas por cierto criterio moral que impide que los personajes alcancen cierta cima o se desborden de sus moldes, quizá demasiado bien construidos de antemano.
En este film, siguiendo esta idea, se oponen dos personajes que representan lo contrario uno del otro, -valores y formas de enfrentar ciertos problemas, por ejemplo-, por lo que se termina caricaturizando el tipo de sujeto que va a desarrollar las acciones en la obra, a la vez que las fuerzas que llevan estas acciones, por ser diametralmente opuestas, originan un conflicto que pudo ser aún más complejo, si hubiese tenido nuevos desvíos al interior de cada personaje.
Y es que la película está tan cerca de la perfección (mantiene un excelente ritmo narrativo, tiene excelentes movimientos de cámara hacia los personajes, o utiliza diálogos muy bien elaborados, por ejemplo) que molesta que no llegue a ésta por razones que deben haber estado enraizadas en el tipo de público y en el miedo que quizá hubo por mostrar a uno de estos extraños tal como aparecía en el libro del cual nace esta película.
Todo esto porque el libro de Patricia Highsmith ya juega, como lo seguiría haciendo en su obra posterior, con personajes psicológicamente complejos, extraños también para ellos mismos. Esto, ya que el tipo de personaje de las obras de esta autora, no es sólo un extraño porque no conoce al otro, sino que resulta ser extraño porque no termina por conocerse sino hasta llegar al límite de sus propias acciones.
Y ese personaje, ese extraño, es el que se extraña en este film. Más aún, cuando el guión adaptado, hecho por el escritor Raymond Chandler, termina por transformar una excelente novela de indagación psicológica, en diálogos de intriga y suspenso, donde lo más importante ocurre fuera de los personajes, o en su superficie, y no en el interior de ellos, como ocurre con la Highsmith.
Con todo, una excelente película (no se podía hacer mucho más en los 50 y en la Warner, supongo), donde el sello de Hitchcock queda plasmado nítidamente, por más que se haya desaprovechado la novela de la Highsmith, cosa que, extrañamente, no me extraña.
rodolfo
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9
13 de diciembre de 2008
36 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es la historia de una mujer a la que se acercan los niños. Su reino es el de ellos. Y es desde ese reino desde el cual el personaje central de esta película es desbordada continuamente por sus emociones. Esas que la precipitan continuamente hacia quienes la rodean sin cálculo alguno.
No es una mujer que pertenezca a este mundo. Y las temperaturas que oscilan en ella terminan por chocar con la tibieza de este mundo. Porque a Mabel le tocó vivir en un mundo tibio. Un mundo que tiene miedo de bailar o de gritar porque sí, o de imitar la muerte de un cisne mientras se ríe y se juega pues se sabe que a esa muerte a de seguirle una vida distinta.
Cassavetes construye así en esta película un retrato maravilloso. Y, a pesar de lo dispersa que pueda parecer a primera vista esta película, este director le otorga una dirección precisa, un sentido que se construye a través de los otros personajes que aparecen en el film: un marido que lucha por dominar el amor que siente por su mujer mientras lucha con su propia inestabilidad, un par de abuelas que ejercen una extraña fuerza en la pareja, tres hijos que parecen ser los únicos que desempeñan un papel más apegado a lo que entendemos por realidad.
Cassavetes nos muestra así a sus personajes como si no tuviesen piel para cubrir sus emociones. Y propone con esto el cuestionamiento constante sobre la necesidad de cubrirlos, de ocultarlos. Mabel debe aprender a no emocionarse demasiado. Nada de emociones, le enseñan. Conversar por conversar, le dicen. Sólo eso. Hablar sobre el tiempo… ¿cómo estás?... Eso es todo.
Pero ya dijimos que esta es una historia de una mujer a la que se acercan los niños. Y esta mujer no sabe entibiar sus emociones. No puede preocuparse por contenerse a sí misma. Y es por eso una mujer que impulsa a ser amada. Y por amarla es que duda su marido y dudamos también algunos espectadores cuando ella viene con su desequilibrio lleno de vida y nos invita a bailar.
¿Y saben una cosa?
Dejémosla bailar.
Y aceptemos esa invitación a morir dulcemente en ese baile, y a sentir el placer de levantarse suavemente luego que cese la música.
rodolfo
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9
11 de diciembre de 2008
23 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las pequeñas cosas de la vida deben tratarse como si fueran importantes. Mucho más si eres hija de Víctor Hugo. Si es así, estás condenada a organizar tu vida en base a tus propios sueños, buscando siempre lo increíble. Esa es la primera condena que se cierne sobre Adèle. Buscando desde un inicio a su amor de una forma que se escapa a los parámetros ordinarios.
Y es que las condenas de Adèle van más allá de la figura del hombre a quien ama. Las verdaderas condenas de Adèle, brillan en su interior con una luz negra que la oscurece, pero la hace resplandecer entre los otros personajes.
Esto queda muy bien plasmado en la película de Truffaut. Adeèe es ante todo la hija la hija de Víctor Hugo, y su sangre está presente en todas sus acciones, su tamaño está dado a priori por la grandeza de su padre. También está condenada a ser la hermana de Leopoldine, la hija venerada, aquella que conoció el amor, hasta la muerte perfecta. De ahí sus anhelos de ser en parte Leopoldine y de identificarse con ella, dejando de lado, incluso, su propia identidad.
Una tercera condena es aún más profunda, y es la base del personaje de Adèle y de sus acciones en el film. Adèle no establece distinción en su ser, ni en su forma de amar: “Yo no entrego mi cuerpo sin mi alma” señala en una oportunidad, “ni tampoco mi alma sin mi cuerpo”. La tercera condena de Adèle es entregarse completamente en cada uno de sus actos, no resguardar nada de sí misma. Es como si en cada una de sus palabras, de sus acciones, se arrojara a sí misma como un deportista que lanza la bala.
Por eso es que esta película resulta inmensa, porque la fiebre de Adèle es la temperatura exacta para construir una magnífica obra de arte. Adele es el sol que quema hasta su propio desgaste. Pero es también el sol que purifica.
Un sol negro quizá, es cierto. Pero en su oscuridad se esconde agazapada la vida misma. Y nadie mejor que Truffaut para girar en torno a ella y enseñárnosla.
rodolfo
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10
9 de diciembre de 2008
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hemos aprendido todo aquello que no nos sirve: los conocimientos equivocados. Por eso asusta escuchar de golpe lo que plantean los personajes de Bergman en esta película. Ellos están hablando de aquello que sólo se piensa, pero que no solemos expresar en voz alta. Están revelando de alguna forma la confusión total, y no precisamente la de ellos, -como expresan en uno de sus diálogos-, sino la de todo el mundo.
Ellos construyen su vida así como quien infla un globo, y Bergman tiene la maestría de dejarlos hacer hasta que el globo revienta y se revela vacío. Por eso es que su felicidad resulta indecente, porque se ha construido dejando de mirar las señales que tenían por doquier, porque han hecho del amor un cálculo equivocado. Y han escondido todo aquello que molestaba debajo de la alfombra, sin preocuparse de nada.
“Me pregunto si habrá algo más terrible que un hombre y una mujer que se detesten” dice un personaje de Bergman citando a Strindberg. Y sí, parece contestarnos la película, lo verdaderamente terrible es un hombre y una mujer que intentan amarse y sólo logran hacerse daño. Como dos seres que intentan abrazarse con muñones. Llenos de náuseas que sólo terminan por arrojar los sentimientos equivocados.
Es por eso que esta película es una obra maestra, porque si bien carece de respuestas, sabe plantear con precisión las preguntas exactas que ha de hacerse toda pareja que quiere llegar, de alguna forma u otra, a amarse verdaderamente. Porque no es sumando las comprensiones como se ama, sino sumando las incomprensiones, como dijo alguna vez Clarice Lispector. Y aquí estas incomprensiones se presentan en su forma más pura, más desgarrada.

Ciertas cosas suelen existir en la oscuridad, fuera de la vista. Pero esta película nos lleva de forma perfecta ese algo hasta los ojos. Y los quema. Y los deja amargos.
rodolfo
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