La novela de H.R. Haggard se convierte en una magnífica producción gracias al guión de R. Rose y a la destacada labor de dirección a cargo de L.C. Holden e I. Oichel.
El embrujo de una peripecia intensa y de carácter fantástico llena la pantalla a base de lances de fuerte impacto cinematográfico resueltos siempre con maestría técnica, con sutileza descriptiva y con notable habilidad narrativa.
La ambientación, la selección de exteriores para el rodaje, la dinámica de la acción y la envidiable capacidad de fabulación resultan admirables para una película que fue filmada hace tantos años.
Y capítulo especial merece la sobresaliente interpretación de un elenco sin fisuras.

La trama se desarrolla como un disparo certero y el espectador asiste atónito a la propuesta de la pantalla que le invita a reflexionar y a penetrar en su propio interior.
Una atmósfera de zozobra y de creciente tensión se cierne sobre él a medida que se van desvelando detalles y se descubre la verdadera naturaleza de una historia que discurre con absoluta soltura entre lo mágico y lo cotidiano.
El estilo narrativo resulta idóneo porque realza toda la fuerza del relato y sabe componer una lúcida pieza de cine negro planteada y resuelta en poco más de veinte minutos.
Y cuando cae el telón sólo queda el silencio.

Asomarse a la vida ajena posee algo de morboso y también un punto de maldad innegable -por el componente cotilla- que cada cual justifica a su modo.
El documental que presenta P. Jones tiene poco de chismorreo y en todo momento trata de apoyar sus planteamientos con apostillas cinematográficas. Y también se esfuerza en ofrecer una filmación coherente y honesta.
Su estilo narrativo resulta sugerente y aporta interesantes puntos de vista sobre diversos aspectos de la vida de C. Chaplin.
La combinación de texto e imágenes encuentra un buen equilibrio en el contexto de un correcto espigado de escenas de las películas que marcaron su carrera.
El reportaje posee entidad y ofrece un evidente atractivo a pesar de su sencillez.

Excelente producción donde la arrolladora personalidad de O. Welles -guionista, productor y director- salta a la pantalla como un torbellino que arrasa todo.
Desde las impresionantes primeras imágenes se advierte su dominio absoluto de la técnica narrativa, su solvencia en el ejercicio con las cámaras, su ajustado sentido del ritmo y el perfecto engarce entre las tramas para construir un discurso pleno de sentido que confiere enjundia al argumento.
Suele afirmarse que esta película constituye una verdadera renovación en el modo de hacer cine y seguramente no se falta a la verdad.
La ambientación también resulta magnífica, la iluminación parece una verdadera revelación y la fotografía juega con las texturas del blanco y negro para que cada matiz encuentre acomodo perfecto.
Y a eso hay que añadir una sobresaliente interpretación por parte de todo el elenco.
Para ver varias veces.

Intensa historia que ofrece un severo dramatismo en el contexto familiar del mundo circense.
El episodio posee una fuerte carga psicológica y un componente emotivo que discurre entre lo mágico y lo cotidiano para despertar un torbellino de emociones.
Pero la trama está abierta a diversos frentes y esa dispersión, sin perder la necesaria coherencia, genera algo de desconcierto y le resta algo de profundidad.
El tratamiento cinematográfico, como en el resto de los episodios, resulta estupendo.