A pesar de la aureola de tipo duro y sin escrúpulos bajo la que se escondía, el Sanjuro de su predecesora acababa demostrando ser un hombre de principios que lograba que sus propias ambiciones confluyeran con el bien común, limpiando así de matones la ciudad a la vez que se enriquecía con el dinero que lograba sacar de uno y otro bando a cambio de sus servicios, aunque al final en un gesto de buena voluntad acabe entregándolo todo a la familia de campesinos. El protagonista sin embargo ahora rechaza totalmente los bienes materiales (cuando el cabecilla de la muchachada anticorrupción le ofrece una bolsa de dinero como agradecimiento por haberlos protegido coge solo lo justo para pagarse algo de comer, se niega a cambiar los harapos que viste por el kimono nuevo que le regalan) y cualquier tipo de reconocimiento público por su ayuda (abandona la ciudad sin acudir a la celebración en la que recibiría las felicitaciones y una recompensa del chambelán). La dejadez del ronin en su aspecto físico y modales, haciendo por ejemplo gala de una forma de hablar seca, maleducada y directa sin rastro del sarcasmo que antes tanto le caracterizaba, sorprenderá y escandalizará a sus aristócratas compañeros llevándoles incluso a dudar de su honorabilidad al recordarles más a un bandido que a un samurái.

Esta vez por lo tanto Sanjuro luchará movido exclusivamente por su deseo de hacer el bien...y aún así no logrará sentirse orgulloso de sí mismo. Nuestro protagonista se encuentra ya totalmente hastiado con la violencia y, por ende, con su propio pasado, por lo que buscará desbaratar la trama construida por el cómo no ojeroso capo Kikui ahorrando el mayor número posible de vidas. Los choques con sus mucho más jóvenes compañeros son un constante a lo largo de la historia. Impulsivos, rápidos en echar mano de la espada ante cualquier aprieto y dispuestos, llegado el momento, a sacrificar sus vidas con honor según dictan los ideales nobiliarios, el personaje de Mifume ve reflejado en ellos la forma de ver la vida que seguramente el también compartía en sus años mozos y que ahora rechaza.

Esta evolución vivida por nuestro protagonista queda especialmente reflejada en la escena final. Cuando el lugarteniente del superintendente reta a Sanjuro a duelo por haber herido su orgullo con su pantomima el ronin pisa el suyo propio para evitar otra muerte más, ya totalmente innecesaria, e intenta rehuir el combate llegando para ello incluso a reconocer que su contrincante es mejor espadachín que él, algo falso teniendo en cuenta cual será el rápido resultado del combate. Enfurecido por la situación que acaba de tener lugar, tras dar un pequeño discurso a los jóvenes aristócratas en el que les recuerda que “la mejor espada es aquella que permanece en su funda” Sanjuro sigue solo su camino.

Un pequeño detalle que a nadie le he visto mencionar. La canción que suena tanto en la escena en que Douglas se encuentra su casa llena de graffitis como en los créditos finales es "White rabbit" de Jefferson Airplane; uno de los temas más famosos del rock psicodélico de los 60, trata sobre "Alicia en el país de las maravillas" un mundo en el que, como dice el pedazito que he aprovechado como título de mi crítica, uno no debe esperar que las cosas siguen las leyes de la lógica. Una pequeña pista colocada al poco de de empezar el juego a mi entender que desgraciadamente sirve para los angloparlantes pero pasa desapercibida para aquellos que no sepan inglés y no conozcan la canción.

La objetificación de la persona se vuelve especialmente fuerte en el caso de las mujeres. Los amigos de Patrick dejan bien claro en una de sus conversaciones su opinión sobre el género femenino: la mujer es incapaz de alcanzar en inteligencia y personalidad al hombre y solo las guapas se merecen que se les preste el mínimo de atención necesaria para poder acostarse con ellas. Bateman únicamente se limita a llevar hasta campos más trágicos esta visión del otro sexo como una simple fuente de placer tan bien aceptada socialmente. Su condición, similar a la de los mendigos, de seres inferiores incapaces de competir con él sumada al sexo convierte a las féminas en la presa favorita del personaje de Bale, que irónicamente en las reuniones sociales no duda sin embargo en defender un progresismo muy políticamente correcto. También ansía darse el aire de intelectualidad propio de los de su estatus, aunque al final esto acabe únicamente concretándose en unas reflexiones bastante huecas sobre sus discos favoritos.

Como también han apuntado otros usuarios el hecho de que cuando se bifurca la trama entre la posibilidad de la realidad y la de las fantasías ambas parezcan totalmente viables también se merece un punto a favor.

Posiblemente todo esto que se cuenta en la película posea ahora más fuerza incluso que en su fecha de estreno. Teniendo en cuenta la situación a la que la avaricia y el desprecio por el bien común de estos tiburones de las finanzas nos han llevado los desmanes de Patrick Bateman no parecen tan alejados de la realidad.

¿Entonces por qué no le he puesto más nota a una historia tan jodidamente buena? Porque el estilo plano, serio y convencional con que se cuenta la mata, siendo seguramente la causa de que haya bastante gente que se despiste y no la entienda o la vea simplemente como una película de un colgado que mataba gente. Creo que una caricaturización más exagerada la habría librado de esta indefinición que la perjudica y hubiera acabado de dar el punto cómico a momentos como el de Bateman acechando como quien no quiere la cosa a su secretaria con una especie de taladro de buenas dimensiones. Teniendo en cuenta los gestos histriónicos con los que Christian Bale clava el personaje él debía opinar lo mismo. Insuflar más fuerza al suave toque onírico que se intuye en puntos como las apariciones de Dafoe y especialmente en la parte que transcurre entre el intento de usar al gato a modo de mastercard y la llamada al abogado también le hubieran ido bien.