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España España · Santa Coloma de Gramenet
Críticas de CC Buxter
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Críticas 22
Críticas ordenadas por utilidad
8
4 de diciembre de 2011
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacía tiempo que quería ver "Rebecca", de Alfred Hitchcock, con la errónea impresión de que era una película de fantasmas. No lo es en el sentido literal de la expresión, pero sí que participa de la estética gótica de aquellas y, al fin y al cabo, trata de la influencia que los muertos tienen sobre la vida de los vivos. El director británico le dijo a Truffaut, en el famoso libro de conversaciones, que Rebecca no era "un Hitchcock", pero lo cierto es que este mismo tema se va a repetir posteriormente en unos de los clásicos más rotundos de su filmografía, "De entre los muertos" (Vertigo), en la que vemos a un James Stewart obsesionado por el recuerdo de su amante muerta.

El argumento es bastante sencillo. La joven interpretada por Joan Fontaine (de la que no sabemos su nombre en ningún momento), que está de viaje en Francia junto a la anciana a la que acompaña y sirve, conoce a Maxim de Winter (Laurence Olivier), un joven aristócrata atormentado por la muerte prematura y trágica de su esposa, ahogada en su propia embarcación. Al poco de conocerse, Maxim le pide que se case y se vaya a vivir con él a su mansión, Manderlay. Fontaine acepta, pero al poco de comenzar su vida en común descubre que no va a ser tan feliz como creía. El recuerdo de la difunta Rebecca de Winter se proyecta sobre ella en todo momento, ya sea en su relación con su marido, ya sea con los familiares y amigos de éste; también, y especialmente, con el ama de llaves, la truculenta señora Danvers, que estuvo enamorada de Rebecca. A estos problemas se añade, poco tiempo después, el hallazgo del bote en el que murió Rebecca...

Uno de los aspectos más logrados de la película es que, pese a que en ningún momento vemos el retrato de Rebecca, la sombra de su vida está presente en Manderlay y en quienes la habitan. Hitchcock lo logra por dos vías. Una, la de los recuerdos de quienes la conocieron; la otra, mostrando constantemente sus objetos personales, especialmente la R bordada o grabada en muchos de ellos. En relación a esto último, hay que agradecer que Hitchcock se negase a que la R saliese dibujada de entre las llamas que al final consumen Manderlay, que era lo que quería David O. Selznick, productor de la película.

Como curiosidades, añadiré que la película está basada en la novela homónima de Daphne du Maurier, y que fue la primera película que Hitchcock rodó en Hollywood, aunque lo hiciese con actores británicos. Rebecca ganó en 1940 el Oscar a la mejor película y a la mejor fotografía en blanco y negro, y fue nominada en otras nueve categorías. Bastantes años después, Lars von Trier utilizó el nombre de Manderlay para bautizar a la plantación que da nombre a su película. Otra de las anécdotas que podría señalar es que, según tenía entendido, fue a partir de esta película cuando se llamó "rebeca" o "rebequita" a la clase de chaqueta fina que Joan Fontaine lleva en la película.
CC Buxter
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8
4 de diciembre de 2011
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película de terror, cuento infantil, historia de la época de la Depresión; son muchas las categorías en las que puede ubicarse a "La noche del cazador", única película dirigida por Charles Laughton, aunque de ella puede decirse, simplemente, que es un clásico del cine.

Ben Harper, un pobre diablo acuciado por los problemas económicos, roba un banco con el resultado de dos muertos y un botín de diez mil dólares. Antes de entregarse a la policía, entrega el dinero a sus dos hijos pequeños, a quienes hace jurar que jamás revelarán el lugar donde lo esconde. Sentenciado a muerte, coincide en la penitenciaría con Harry Powell, un reverendo arrestado por el robo de un coche, que pronto se interesa por el destino que Ben dio al dinero robado y todavía no recuperado. Ante el silencio de Harper, al salir de prisión Harry Powell se dirige al pueblo de éste, donde consigue embaucar a su viuda (haciéndose pasar por antiguo funcionario de prisiones amigo de su marido) para que se case con él y, así, conseguir encontrar el botín.

Lo que nadie sabe, salvo el espectador, es que Harry Powell (interpretado por un excepcional Robert Mitchum) es un fanático religioso que preserva la moral a base de asesinatos: odia a las mujeres, tan dadas al maquillaje y otros adornos diabólicos, y considera que acabar con sus vidas es una forma de servir al Señor. Pese a que Powell es un farsante y se muestra bondadoso y cándido, cuando realmente es malvado, no utiliza la religión como un pretexto con el que disfrazar su auténtica cara. Lo más atroz es que Powell cree en Dios y cree que lo que hace está bien; de hecho, en la película comete un asesinato que él interpreta que le ha sido ordenado por Dios.

"La noche del cazador" no es, sin embargo, una película antireligiosa; al contrario, Harry Powell encuentra su contrapunto en la amable anciana Rachel Cooper (Lilian Gish), que recoge a niños huérfanos y desamparados. La distinta forma de manifestarse en ella la religiosidad la vemos en una escena en la que contempla a dos jóvenes acaramelados, quizá haciendo planes para esa noche, y en la que la anciana dice, entre resignada e irónica, que ella será quien tenga que hacerse cargo de las consecuencias del error que esos jóvenes van a cometer...

Incluso las personas que no hayan visto esta película reconocerán uno de los rasgos más llamativos del personaje de Harry Powell: lleva tatuadas en los nudillos de sus manos las palabras HATE y LOVE, y no se priva de explicar la historia de la lucha entre el amor y el odio a cualquiera que la desconozca. Esta célebre escena ha sido homenajeada en múltiples ocasiones, pero quizá una de las mejores sea la de la película Haz lo que debas, dirigida por Spike Lee.
CC Buxter
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8
6 de diciembre de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Edward R. Murrow mira fijamente a la cámara y dice: “Buenas noches, y buena suerte”. Se acabó. Baja la mirada para ver a Fred Friendly, coproductor del programa y, como su propio apellido indica, amigo personal. En el estudio de grabación hay una calma tensa. Todos tienen la sensación de que algo grande acaba de pasar, y que más grande aún va a ser lo que pase después. Todos están entre expectantes y satisfechos, mirando a los teléfonos que aún no suenan. See it now, el programa de noticias estrella de la CBS acaba de emitir un programa que ataca frontalmente al senador McCarthy y su política de caza de brujas. Pero ningún teléfono suena. ¿Nadie ha visto el programa en todos los Estados Unidos? Entonces, alguien cae en lo obvio: se le ha olvidado volver a conectarlos. El concierto de teléfonos se prolonga toda la noche.

Esta es una de las escenas que más me gustan de "Buenas noches y buena suerte", una buena película dirigida por George Clooney y que retrata a la perfección una de las variantes del tema “bueno contra malo”, la del periodista insobornable que defiende a ultranza la verdad frente al hombre poderoso y sin escrúpulos. Está rodada en un magnífico blanco y negro.

Clooney es inteligente porque el núcleo central de la película (el periodista no sumiso frente al poder político) está enmarcado, al principio y al final de la película, por un discurso del propio Edward R. Murrow en el que advertía contra los peligros de que la información, y el periodismo en general, atendiese demasiado a los requerimientos derivados de la necesidad de obtener dinero a través de patrocinadores. Murrow viene a decirnos que es peligroso que el poder político intente controlar el periodismo, pero que también lo es que lo haga (de una forma aparentemente más indirecta) el poder económico de las empresas. De esta manera, el mensaje de Clooney no se restringe a los excesos cometidos por la Administración Bush tras el once de septiembre, sino que es aplicable a todos y cada uno de los medios de comunicación que han pasado a ver en el periodismo un producto más que vender (o con el que vender).
CC Buxter
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8
6 de diciembre de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Muerte entre las flores" es una de las primeras películas de los hermanos Coen. Ambientada en las primeras décadas del siglo XX, la película debe mucho a la novela negra clásica; de hecho, aunque ellos no lo han reconocido, parece ser que la fuente de inspiración es "La llave de cristal", de Dashiell Hammet. En este caso sí hay un protagonista indiscutible, el hiératico e imperturbable Tom Reagan, interpretado por Gabriel Byrne, consejero político del mafioso más poderoso de la ciudad hasta que las faldas de una mujer se pongan por medio... El guión es extremadamente enrevesado y complejo, pero todas las piezas acaban encajando; el final, por lo demás, me recuerda bastante al de "El tercer hombre" (lo cual para mí es un elogio).
CC Buxter
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5
1 de diciembre de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El último voto" se presenta como una ácida crítica al panorama político estadounidense: a los partidos políticos, a los medios de comunicación y al electorado. Kevin Costner es Bud, un paleto que no es capaz de conservar su empleo ni de cuidar de su hija de doce años, Molly; lo único que le interesa es la cerveza, porque lo que es la política… ni siquiera está inscrito en el censo electoral. Bueno, al menos hasta ahora, cuando Molly (una experta falsificadora de su firma) le ha inscrito para poder hacer un trabajo sobre las inminentes elecciones presidenciales en EE.UU. Pese a los ruegos de su hija, Bud no acude a votar, y ella, entre idealista y rabiosa, decide votar por él a hurtadillas; pero un error informático hace que ese voto no se emita válidamente…

A partir de ese momento, la vida de Bud cambia por completo. La presidencia estadounidense se decidirá por el resultado del condado en el que vive Bud, y la “casualidad” quiere que haya un empate; puesto que el voto de Bud no fue computado, la ley le permite volver a votar, por lo que, en la práctica, él es quien va a elegir al futuro presidente. El principio “un hombre, un voto” llevado a sus últimas consecuencias. El espectáculo está garantizado: los medios de comunicación de todo el mundo se aglomeran ante la casa de Bud, al más puro estilo paparazzi, y los candidatos presidenciales (junto con su equipo de asesores) se trasladan a su pueblo para intentar obtener su voto, dispuestos a hacer cualquier cosa para conseguirlo…

No hay que ser un lince para descifrar los símbolos de esta película. Bud es un tipo normal y corriente, con una vida que hace aguas, totalmente indiferente al sistema político de su país; sufre las consecuencias prácticas de la política, pero no cree que pueda llegar a solucionarlas mediante el voto. Su hija Molly, por el contrario, es una idealista que cree en la política de verdad y que resume a la perfección la historia de la humanidad: los pueblos pasan de la esclavitud a la libertad; de la libertad a la abundancia; de la abundancia a la complacencia; y de la complacencia a la esclavitud. Los medios de comunicación, ejemplificados en la talentosa Kate, anteponen el espectáculo, la audiencia y la fama a su ética profesional, cediendo ante el todo vale. Y los políticos, ¡ay, los políticos! Su objetivo es conseguir el voto de Bud, y si para eso hay que renegar de los principios, pues se hace. Los republicanos se declaran favorables a los matrimonios gays (a Bud le importa un pimiento lo que dos hombres hagan en su casa), y los demócratas, por su parte, se posicionan frente al aborto porque Bud dice que es pro-vida (cuando lo que él quiere decir es que le gusta estar vivo).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
CC Buxter
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