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Críticas de La mirada de Ulises
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Críticas 114
Críticas ordenadas por utilidad
8
20 de abril de 2015
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida sale al encuentro de Kaito y Kyoko, y estos dos adolescentes sienten pero no entienden lo que sucede a su alrededor. Tienen toda la energía del mundo para amar, pero también toda la incertidumbre de no tener el calor humano o de equivocarse. Él ha sufrido el divorcio de sus padres, y sus silencios son reflejo de un dolor interior y de un miedo a lo desconocido. Ella tiene a su madre en estado terminal y no comprende la muerte porque está llena de amor a la vida. Por otro lado, Kaito y Kyoko se quieren pero la confusión emocional les atenaza, sobre todo al primero. Su juventud contempla la hermosura y fuerza del mar pero también sus peligros y amenazas. Educados en ambientes familiares distintos, Kaito se retrae de salir a nadar o practicar surf mientras que Kyoko lo hace con la libertad que le da el cariño que ve en sus padres.

Naomi Kawase nos retrata ese despertar a la vida con una película tan atractiva y sensual como reflexiva y profunda. "Aguas tranquilas" respira el frescor de la naturaleza y también el de la adolescencia. Parte la directora de realidades muy sensoriales, y el espectador siente el viento o la energía del mar, huele la vegetación de una creación vigorosa o contempla deslumbrada la puesta del sol y la llegada de la oscuridad. Abundantes imágenes cargadas de valor metafórico para hablarnos de la vida, con el amor y la muerte en un ciclo sin término... porque la Madre se lleva a cada cual a su tiempo, para seguir viviendo en el más allá. Los jóvenes protagonistas se encuentran con nuevas realidades y el desconcierto se adueña de su voluntad para impulsarlos a cantar o amar en un caso, o a rebelarse y enfurecerse en el otro.

Extraordinarias interpretaciones de todo el reparto y perfecta sintonía entre ellos. A los silencios y actitud malhumorada de Nijiro Murakami responde Jun Yoshinaga con la dulzura de su rostro o de su voz. La escena de Kyoko con sus padres en la terraza de la casa es ciertamente entrañable y placentera, mientras que la secuencia coral de la agonía resulta antológica, de lo mejor que el cine ha recogido a la hora de tratar la muerte. Si el aspecto visual y la puesta en escena destaca por su elegancia y trascendencia -no queda reducido a un esteticismo vacuo-, la fotografía se nos presenta como fascinante y sugestiva, los diálogos respetan los tiempos del drama y de la intimidad en un equilibrio admirable, y la estructura circular del guión da sentido a ese periodo de aprendizaje donde la energía para vivir se toma del amor o de la ola del mar.

En "Aguas tranquilas" hay sensibilidad a raudales y hondura de pensamiento, que nos son presentadas con ritmo pausado y muchas referencias al ciclo de la naturaleza, que en ocasiones pueden parecer crípticas pero que hablan de una verdad universal. En esa isla japonesa todo sucede en el interior de los personajes, y lo exterior apenas se apunta para dinamizar su proceso de maduración. Por eso, el espectador debe disponerse a contemplar ese paisaje y a relacionarlo con lo que sucede en el corazón de Kaito y Kyoko, a ver la película sin prisas pues estamos ante un espectáculo para los sentidos. Entonces, disfrutará de la experiencia de haber estado en la cresta de la ola, que es lo mismo que estar en la esencia de la vida. Hay, en definitiva, mucha poesía, espiritualidad y sensibilidad en esta propuesta venida del Extremo Oriente.
La mirada de Ulises
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6
15 de mayo de 2015
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llevar al cine el libro de Irène Némirovsky era todo un reto, y Saul Dibb sale airoso pero no suficientemente convincente del envite. La historia de una joven, Lucile Angellier, que vive la invasión alemana de Francia y de un pueblo cercano a París, que espera el regreso del frente de su marido mientras soporta las impertinencias de su suegra, que siente la sintonía y el afecto de un oficial nazi que se aloja en su casa... son realidades presentes en "Suite francesa" -la película-, pero a las que les falta el alma de quien las sufrió y padeció con inocencia y desconcierto. Esa persona era Némirovsky y en su novela se respira sentimiento, nostalgia y perplejidad. En la película, todo se queda en un relato de acontecimientos y reacciones, a pesar del esfuerzo de Michelle Williams y Matthias Schoenaerts por darles vida y autenticidad.

Bien recreado el momento en su dimensión artística y de atrezzo, con una poderosa banda sonora -quizá excesivamente envolvente y persistente-, con una fotografía añeja que quiere ir a otra época, en cambio la voz de la narradora que evoca... no termina de cautivar al espectador, los personajes están dibujados con trazos simples y esquemáticos, hay falta sutilidad y poesía en el brotar de sentimientos y remordimientos, y toda la cinta se convierte en un ejercicio mainstream correcto pero nada más. Michelle Williams es una buena elección para dar vida a esa esposa ingenua que no sabe si seguir las directrices del corazón o las normas de la razón, pero le falta carácter y fuerza. Por su parte, Matthias Schoenaerts encarna quizá el personaje más complejo y completo, entre el deber y el amor... y eso le da atractivo y poderío al personaje de Bruno. A Kristin Scott Thomas le toca un papel poco agradecido en su simplicidad, antes y después de su transformación, y poco puede hacer la gran actriz.

Al final, tenemos una película adecuada y con buen diseño de producción, pero que no levanta pasiones ni arrastra emociones. La falta de vigor de la narración para una historia potente, la decisión de no arriesgar en su puesta en escena, la voluntad de complacer al espectador pero sin darle calidez... arrastran la película a cierto olvido y hacia el convencimiento de que le han hecho un flaco favor a Irène Némirovsky. En este caso, mejor leer el libro que ver la película, y eso aceptando que ésta se ve con facilidad y cierto gusto, que demuestra elegancia y esfuerzo por recoger una historia reciente. No llega el director a capturar atmósferas ni a aproximarse con convicción a las actitudes de los franceses ante los invasores... y quienes se les entregan y quienes se les resisten no pasan de engranajes de una suite muy francesa, muy elegante, pero poco fascinante y provocadora. Y la prueba de ello es ese oficial alemán tan malo... que se le ve venir y que no asusta a nadie en su simplicidad.
La mirada de Ulises
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5
10 de mayo de 2015
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Russell Crowe vuelve a darnos un trabajo épico al dar vida a un marido y padre ejemplar. Lo que pasa es que ahora no sólo está delante de la cámara sino también detrás. "El maestro del agua" es su debut en la dirección. Su personaje, Joshua Connor, viaja desde Australia hasta Estambul para buscar a sus tres hijos, desaparecidos en Galípoli hace cuatro años, durante la 1ª Guerra Mundial. Se lo ha prometido a su esposa antes de morir, y Connor/Crowe es un hombre de principios y de palabra. Por eso, contra viento y marea, venciendo los obstáculos que británicos, turcos y griegos le presentan, dará muestras de su sensibilidad de padre para encontrarles... pues ellos son como el agua de su vida.

La película es un muestrario de todos los clichés del cine de Hollywood, con una exaltación de la figura paterna hasta el heroísmo más apabullante, con una loa a la lealtad y a la amistad por encima de banderas y rencores, con una proclama antibelicista expuesta desde una absoluta falta de realismo, con una historia de amor de lo más almibarada y previsible, con unos flash back tan reiterativos como explicativos e innecesarios. Esto es Hollywood, para quien le guste y para quien no. No hay sorpresas en el desarrollo de la historia, inverosímil en su puesta en escena aunque esté basada en hechos reales. No hay sutilezas ni uso inteligente del lenguaje del cine, porque todo en ella está al servicio de una taquilla en la que el espectador quiere que las cosas se le den bien mascadas. No hay más sentimiento que el que aporta una historia de constancia y amor sin límites, y aquel que proporciona una banda sonora manipuladora.

Todo lo anterior es legítimo porque es una manera concreta de hacer cine. El problema es que la factura de "El maestro del agua" es plana y no pasa de correcta, que su narrativa es convencional -no por ser clásica- y los referidos flash back no tienen más sentido que el de mostrar crudamente el sinsentido de la guerra. La historia de amor es fallida por mucho que Ola Kurylenko muestre los posos del café a ese viudo de ojos azules (convencería más la sintonía por la pérdida común sufrida con la guerra), mientras que los escasos apuntes históricos del conflicto no muestran la compleja realidad de un imperio otomano en desintegración. A la confusa narrativa inicial le siguen unas idas y venidas del protagonista en busca del paradero de sus hijos, donde todo se resuelve por una casualidad del destino con el oficial turco y por un don que posee el buen padre como zahorí (en una metáfora un poco forzada).

En definitiva, a la cinta le falta energía y sinceridad, ritmo y autenticidad. Dicho esto, hay que advertir que se ve sin dificultad y que da lo que promete, que tiene su público y su momento, que sirve para pasar el rato y olvidarse de ella al poco tiempo. Los posos del café pueden decir algo, pero no se puede decir lo mismo de los de la película, y es que Russell Crowe nos da más de lo mismo que viene aportando en su cine hollywoodiense. Aunque se haya trasladado a Turquía y la película se produzca desde Australia, en su primer trabajo como director demuestra ser un discípulo del cine americano y no sólo maestro del agua.
La mirada de Ulises
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7
14 de noviembre de 2014
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me ha sorprendido "Loreak" y por eso se la recomiendo a los lectores, sobre todo a aquellos que creen que el cine español se termina con Torrente y compañía. Jon Garaño y Jose Mari Goenaga imprimen a la cinta una indudable calidad cinematográfica que acierta al hablar con las imágenes, que sabe escuchar a los personajes y que deja el tiempo suficiente al espectador para remansar los sentimientos. La historia es sugerente y mantiene el tono intimista en cada plano, para jugar con ese imaginario en el que todos nos refugiamos cuando las cosas no van del todo bien. En ese mundo personal, hay sutileza al adentrarse en unas almas que pasan por difíciles momentos y también delicadeza extrema para conmoverse con sus anhelos sin invadir, por ello, su intimidad ni mostrarla con descaro.

La sensibilidad para recoger sentimientos hondos salta a la vista y las situaciones se resuelven con gran elegancia, mientras que el pulso entre ese trío de mujeres dolidas por la vida discurre entre la tensión y la curiosidad, por ejemplo en la conversación de Lourdes y Ane en el coche, ya al final de la película; en ese mismo sentido, también llama la atención la percepción subjetiva de un@s y otr@s para descubrir o suponer intenciones ocultas en un simple ramo de flores. De esta manera, las historias se construyen y se desmontan en la imaginación de unos seres necesitados de cariño, pero que a la vez no saben decir lo que sienten, y de ahí que prefieran escuchar la televisión, vivir de un amor fantasma o sufrir una infidelidad ficticia, o incluso amargarse con unos celos infundados o tener que esperar a perder el rencor a la vez que la memoria. Cada cual sufre por algo y esos sentimientos los percibe el espectador sin necesidad que los diálogos lo expliciten, además de percatarse de la diferente manera de vivir la realidad de hombres y mujeres.

Nada hay de malo en dar o recibir un ramo de flores... o quizá sí, pero en cualquier caso no es algo que se pueda o se deba investigar y perseguir. El bueno de Beñat es interpretado por todos según su necesidad y conveniencia, y las tres mujeres de su vida hacen más de la cuenta por convertirse en investigadoras de una verdad escondida. Las extraordinarias interpretaciones de todo el reparto, sobre todo de Nagore Aramburu (Ane) e Itziar Aizpuru (Tere), hacen que la historia discurra con aparente sencillez y asombrosa naturalidad. Sus rostros hablan sin desvelar el dolor y misterio que se encierra en su corazón, mientras que los directores saben ir de la realidad de unos gestos equívocos a un universo de ensoñación, para regresar después a la vida real en un convincente cierre de esta historia coral. En definitiva, una inteligente, sensible y profunda propuesta de cine, trabajada desde lo más interior y con la delicadeza de quien sabe que una flor es hermosa pero que puede llegar con espinas.
La mirada de Ulises
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8
20 de julio de 2015
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La brasileña Anna Muylaert nos deja una película extraordinaria, con buen guión y un acertado dibujo de personajes. "Una segunda madre" es la radiografía de una sociedad de clases que podría parecer pretérita y no lo es, y también el retrato de unas madres que quizá se hayan equivocado de hijos pero que tampoco. Por un lado, produce extrañeza esa distancia y menosprecio de los pudientes dueños de la casa hacia esa mujer humilde y abnegada que les sirve. Cada estamento queda reflejado en un par de escenas maravillosas que hablan de la finura e inteligencia de la directora: hay una fiesta de cumpleaños en casa del matrimonio y Val sirve unos entrantes a unos invitados que no osan darle las gracias ni mirarla en ningún momento; antes, la buena asistente ha creído oportuno regalar a su dueña un juego de tazas de café, a lo que la engreída mujer responde con tanta educación y frialdad como falsedad e ingratitud. El resultado de esas actitudes es esa lastimosa estampa de la familia adinerada cenando mientras los tres miembros están absortos en sus móviles, o aquella otra en que un hijo consentido que ha suspendido la Selectividad se deja abrazar por la criada mientras rechaza a su madre.

Es posible que la distancia haya desecho unos lazos y creado otros, porque el hijo de buena posición sintoniza con Val porque la ha tenido siempre cerca y tiene buena consideración sobre él, mientras su madre ha permanecido mirándose en su trabajo y en sus celos. Por otro lado, Jessica vuelve a ver a su madre Val tras diez años... y vemos que pertenece a otra generación que no se frena ante las diferencias y que posee la inteligencia que da el estudio -o la curiosidad, dirá ella- y no el dinero. Por momentos parece que el chaval mimado es hijo del cariño de Val y que Jessica se ha colado en el universo de la dueña de la casa. Y esa ruptura del estatus social imperante no puede terminar sino en un choque de trenes y en una crisis social-familiar-personal. Buena metáfora la de las tazas blancas y negras, que pueden combinar bien en un juego de café moderno o ser arrinconadas para mejor ocasión. Siempre hay quien se cree mejor que los demás y contemplar sus logros se convierte en una ocasión de envidia... porque seguro que en la segunda prueba (de Selectividad o de la vida) no le irá tan bien.

Gracias a Dios la buena de Val no entiende de resentimientos ni etiqueta a las personas por sus errores, y menos a su propia hija. Hay entre ambas una relación dormida pero sincera: saben del cariño y sacrificio que el ser madre implica, y todo lo confían a esa condición. De eso no entiende esa otra madre que sufre un accidente de coche que es en realidad un accidente vital: ella cree curarlo con una estancia en el extranjero... como si mirando hacia otra parte se resolviera esa carencia familiar y educacional; su marido no queda en mejor lugar, enterrado hace tiempo en su indolencia y vacío vital-emocional (patético es su comportamiento). En definitiva, asistimos a un curioso retrato familiar de quien ha visto cómo la suya se descomponía con el tiempo permaneciendo un hilillo redentor, o de quien creía permanecer unidos siendo en realidad un cadáver encapsulado en el bienestar. Solo al final, el espectador se preguntará quién es la segunda madre, cuestión a la que aquí no vamos a responder.
La mirada de Ulises
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