Sin duda, la mejor película de Truffaut: un colosal homenaje al cine, cine dentro del cine que no chirría, no pontifica, divierte, entretiene y hace pensar. Una obra maestra que explicita la dialéctica entre realidad y representación, sin discursos ni aburrimiento. Sus muy bien aprovechados 116 minutos se hacen cortos.

Siento disentir de muchos, entre ellos mi admirado Carlos Boyero (es raro) pero esta nueva versión del interesante western de Henry Hathaway (1969) me parece un empeño totalmente prescindible:nada aporta "Valor de ley"al cine de los hermanos Coen, y nada aportan los hermanos a "Valor de ley". Incluso, puestos a elegir, casi prefiero la primera versión de Hathaway. Y, aunque Jeff Bridges está también inmenso, me quedo (quizás por razones que tienen que ver, sobre todo, con mi intransferible universo mitológico) con el impesionante Wayne del 69 (ese comisario Cogburn tuerto y fuera de sí, arremetiendo furioso contra cuayto malhechores).

Extraño y magnífico alegato a favor de la mujer real: una abuela (extraordinaria, valiente Anne Reid) se reencuentra con el amor (y el sexo) en brazos de un apuesto "pintor de brocha gorda" amigo de su hijo (un ajustado Daniel Craig anterior a su salto a la fama mundial, tras convertirse en el nuevo James Bond).

Muy recomendable, y poco que ver con la "afamadísima" (y amable) "Noting hill", obra del mismo director.

Extraordinaria película francesa en que, por una vez, la imagen de los eufemisticamente llamados discapacitados no es la habitual en el cine, desarrollada a partir de la sensiblería y el lugar común, que a mi, como inválido (reinvindico esta palabra), tanto me molesta.
Como en el magistral "clásico" "Freaks", los inválidos de "Nacional 7", son seres con deseos, sentimientos (algunos no tan "nobles") y tan imperfectos como el resto del género humano. Quizás, eso sí, aún más derrotados (pero es que algunos hemos hecho de la derrota nuestra seña de identidad, y no nos avergonzamos de ello).

Interesante film de Campanella, sustentado en un excelente guión del mismo Campanella y su co-guionista habitual, Fernando Castets, sustentado por la apabullante interpretación de la pareja Ricardo Darín-Soledad Villamil (la química entre estos dos grandes actores es impresionante). La película se mueve, como es habitual en Campanella. entre el gran melodrama y la comedia. Y Eduardo Blanco (como en el "El hijo de la novia", como en "Luna de Avellaneda" vuelve a ser el contrapunto cómico del drama).
La película narra la relación amorosa que se establece entre los personajes de Darín y Vilamil a lo largo de 20 años (de 1980 hasta 1999) y aprovecha para hacer un repaso a la Historia de Argentina en ese tiempo.