Antes de leer la crítica, recomiendo encarecidamente el visionado de la película.
“En realidad, nunca estuviste aquí”, película dirigida por Lynne Ramsay y estrenada en 2017, destaca como una de les más peculiares e interesantes propuestas cinematográficas de los últimos años. Joaquin Phoenix se pone en la piel de Joe, un violento exmilitar y ex-FBI que vive marcado por los fantasmas del pasado y que trabaja resolviendo turbios encargos.
El argumento, como se puede ver, es bastante típico y no es más que una excusa para que Ramsay realice, mediante el uso de la dirección y el montaje, una metáfora audiovisual sobre la percepción que se tiene del entorno a través de la mirada de una persona con desequilibrios mentales. Es decir, el interés del film no recae en la historia en sí, sino en cómo se explica.
Ramsay, consciente de los problemas que genera este condicionante, plantea una serie de decisiones formales tan arriesgadas como coherentes con su propuesta.
Para empezar, la película adopta un punto de vista completamente subjetivo, hecho que obliga al espectador a vivir todos los acontecimientos que ocurren a lo largo del film a través de la deformada percepción de la realidad que Joe tiene del entorno que le rodea.
Películas protagonizadas por desequilibrados mentales como Shutter Island o Taxi Driver también se valen de este recurso. El matiz diferenciador recae en que Ramsay aprovecha este recurso de tal modo que el espectador es incapaz de discernir del todo si lo que está viendo es real o forma parte de la imaginación de un demente, dejando que sea el espectador el que interprete libremente que es lo que está pasando. Algo que contrasta con los anteriores ejemplos u otras propuestas similares, donde, por muy deformada que esté la percepción de la realidad de los protagonistas, hay un mayor esfuerzo por diferenciar lo imaginario de lo real, dejando menos espacio a la interpretación del espectador.
Ramsay sabe que la mente humana tiene una gran facilidad para desconectar de la realidad inmediata, dejando volar nuestra imaginación y difuminando la percepción del entorno que nos rodea. Por tanto, configura el montaje de la película en base a esta idea, haciendo que recuerdos, pensamientos y elucubraciones de Joe se entremezclen y, además, estén condicionadas por su incapacidad de discernir entre lo real y lo imaginario.
Todo esto queda reforzado gracias a un inteligente uso del fuera de campo y un gran trabajo de sonido, destacando sobretodo en las escenas de mayor violencia, ejecutadas de una manera muy alejada de lo habitual hoy en día.
Quizá, la mayor pega que se le puede sacar a la cinta es que al estar Ramsay más interesada en la forma que en el fondo, al final se vale en exceso de las convenciones de un subgénero tan desgastado como el de los justicieros urbanos, haciendo que el relato pierda frescura pese a lo extraordinario de la puesta en escena. Sin embargo, estamos ante una película atrevida y arriesgada a partes iguales. Una muestra de que, en el cine, al final lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo.

Aprovechando que Netlfix ha anunciado que producirá la versión en imagen real de la serie, dejo aquí este alegato, en parte innecesario, pues las bondades de esta obra son bien conocidas, con el que quiero reivindicar, aún más si es posible, su lugar dentro de la ficción televisiva.

Cowboy Bebop, anime dirigido por Shinichirô Watanabe y estrenado el 1998, destaca, no sólo como una de las mejores series de animación de la historia, sino como una de las mejores series de todos los tiempos, independientemente del menosprecio que pueda generar en algunos el hecho de que se trate de animación. Un estigma que todavía pervive hoy en día.

La premisa de la que parte la trama es ya de por sí atractiva. Un grupo de cazarrecompensas viaja por todo el sistema Solar en busca de nuevas capturas con tal de poder malvivir de las recompensas conseguidas. Sin embargo, los tripulantes de la Bebop, nombre de la nave en la que viajan nuestros cazarrecompensas, guardan secretos de un pasado turbio que aún resuena en sus cabezas y del cual son incapaces de escapar.
Fuera de ese envoltorio Retro-Sci fi, la serie es deudora principalmente del cine negro americano de los años 30 y del western en lo que a estilo y tono se refiere. Y, en menor medida, también se deja notar la influencia del subgénero de artes marciales y el de samuráis tan típico de Kurosawa.

De este popurrí de géneros y subgéneros Watanabe realiza una obra de gran complejidad emocional, valiéndose de una puesta en escena tan arrebatadora como espectacular. De Cowboy Bebop diré que es la serie con mejor dirección y montaje de la historia, así de buena es. Ni siquiera series tan admiradas en cuanto a estos aspectos, como Breaking Bad o True Detective, están a su altura. Algunos dirán que esta comparación es injusta, pues la animación utiliza metodologías distintas a la imagen real. Pero yo no lo veo así. Al final, tanto el uso de la cámara como el de la animación sirven como herramientas de las que se vale el director para llevar a cabo su obra, pues el lenguaje artístico empleado es el mismo, independientemente de la herramienta que se utilice. Y, en este sentido, la riqueza cinematográfica de Cowboy Bebop está fuera de toda duda.

Watanabe, valiéndose del también extraordinario guión de la serie, retrata a los personajes con una gracia y una sutileza asombrosa sin recurrir a efectismos y florituras. Algo que, por otro lado, invita al revisionado de la serie, ya que los matices y detalles son tantos que difícilmente los pillaremos en un primer visionado, pues esta es una obra donde todo tiene su eco. Sin embargo, la serie no es sólo excelente en cuanto a drama, también lo es en cuanto a acción, digna del mejor Tarantino, y comedia, especial atención al capítulo de las setas psicotrópicas. Y, como si lo anteriormente dicho fuese poco, la serie cuenta con uno de los mejores finales que se hayan visto nunca en la pequeña pantalla, de una emotividad y espectacularidad inalcanzable para casi ninguna otra serie.

Por último, destacar también la brillante e inolvidable banda sonora a cargo de los Seatbelts, dirigidos por Yoko Kanno.

En definitiva, una obra imprescindible para todo aquel que se considere cinéfilo y a la que siempre hay que reivindicar.

En mi opinión, estamos ante una película de terror fallida. Fallida porque en su mayor parte olvida uno de los elementos fundamentales del terror, la amenaza. Porque una amenaza que no supone peligro alguno no es una amenaza. Por muy pretendidamente enervantes que sean los ruidos que produce la casa o los cierres repentinos de puertas. De ahí la absoluta falta de suspense y tensión que hay a lo largo del film. A esto tampoco ayuda lo rápido que se resuelve el misterio que hay tras los sucesos paranormales que asolan la casa y el escaso encanto de éste. Sin embargo, si hay algo verdaderamente incomprensible es lo poco desarrollado que está el mayor impacto emocional del film y que se encuentra en la primera escena (SPOILER).

Es innegable la influencia que ha tenido esta película en lo estético y narrativo en muchas obras posteriores. Pero más allá de esto, estamos ante una cinta que ya no sólo palidece ante las grandes del género, sino con otras propuestas similares, igual o aún más humildes que ésta.