Muy buena contraposición entre Colón (Karra Elejalde) y Costa (Luis Tosar), representando dos personajes aparentemente antagónicos frente a la ambigüedad de Sebastián (Gael García Bernal) o el fraile Montesinos (Raúl Arévalo), pero sobretodo la interpretación de Fray Bartolomé de las Casas (Carlos Santos) y el análisis de su figura. Muy interesante el rol de Daniel (Juan Carlos Aduviri), con esa actitud distante marcada por su militancia inquebrantable. Me resultó llamativo cómo el dinamismo de Costa (que Luis Tosar lleva a cabo brillantemente) le permite a Icíar Bollaín profundizar en un personaje más interesante de lo que aparentemente transmite: esa escena en que Costa se ve moralmente obligado a ayudar a la esposa de Daniel – simple en su autenticidad - deja entrever una personalidad más compleja que la del simple empresario, imagen que se trastoca ante una realidad demasiado dura como para refugiarse en la ceguera del egocentrismo. Interesante también el papel de María (Cassandra Ciangherotti) representando el buenismo progre occidental que se estremece ante la cruda realidad. A su vez, el tratamiento del poder está llevado de modo sobresaliente, mostrando la crueldad de la policía, el elitismo trasnochado de una forma demagógica y tiránica de hacer política (siempre con ese discurso de contraposición entre modernidad y atraso, como bien dice el alcalde de Cochabamba) que trata de justificar su política discriminatoria y asesina basada en el individualismo extremista (base moral de lo que se entiende como capitalismo) y la explotación de los más bajos instintos avivados por una mentalidad alimentada por la creación de prejuicios racistas.
El final, en el que Daniel le regala a Costa un frasco de agua simboliza la lucha humanista presente en el hilo argumental frente al destructivo capitalismo, colmando el brillante desarrollo de esta película.

Los propios protagonistas (cómo son los personajes, tanto su propia naturaleza como la complejidad de los roles), las dinámicas del interés como principio moral que rige la sociedad (cada cual cumple una función dentro de ella como animales sociales que somos), el egoísmo capitalista (reflejado en la maximización de beneficios en la compraventa de armas), la distinta visión del arma en sí (la ceguera de las minas antipersona en contraposición a personas armadas), el conocimiento como arma o la ignorancia como losa (reflexión acerca de la utilidad del saber, véase por ejemplo el rol del maestro), el papel de los medios de comunicación (intoxicación informativa, solamente hay que recordar el modo en que se llevó a cabo la guerra de Irak – planificación de un contexto de justificación -), la dignidad humana (analizada desde un punto de vista general – el propio campo de refugiados como escenario del largometraje – y concreto – por ejemplo el maltrato a un niño indeseado y las consecuencias de la violación y en general de todo abuso -), la censura como consecuencia jurídica del tabú (hago referencia a la censura mediática – los canales prohibidos que luego ve la gente cuando llegan las tropas del ejército imperial estadounidense - en aras de una sociedad limpia de pecado – un concepto religioso que nada tiene que ver con el concepto de moral individual o de delito jurídico en relación a terceros – a través de cuyo concepto se trata de sustituir toda moral y toda norma por el argumento de autoridad, que se impone in extremis manu militari, lo cual resulta contradictorio teniendo en cuenta el significado original de auctoritas como saber socialmente reconocido frente a la potestas que se materializa en imposición y que desprovista de toda autorización lleva a la tiranía), la ruptura con una imagen demasiadas veces vista del héroe de guerra liberador – muy común en la filmografía bélica estadounidense; en este sentido me resulta interesante esa forma de ver a las tropas de EEUU, cuando llegan al lugar como una especie de procesión fantasmagórica que trae una supuesta salvación -), la estética gris y fría de un lugar indiferente a los ojos de la comunidad internacional, la indiferencia hacia un pueblo oprimido y dividido como tantos otros (pruebe a ponerse en la piel de un kurdo) la injusticia, la pobreza, la marginalidad, la crueldad, pero también las ganas de luchar, las ganas de cambiar, las ganas de despertar de un mundo que quizás hubiese sido más fácil olvidar como cuando alguien despierta de una pesadilla si no fuese por el simple hecho de que la sinrazón que describe esta obra es tan real como el aire que respira.


Todo ello y más me vino a la cabeza al ver esta obra brillante.