Empieza bien. Buena fotografía, montaje, personajes intensos y, según se dice, respeto por la realidad en las cuestiones informáticas. Además, hace guiños más que obvios a otras series o películas que nos gustan: Brön/Broen, House of Cards, Dexter, Fight Club...
Pero conforme avanzan los capítulos, los guiños se van convirtiendo en un tic insoportable que hace que lo que la dotaba de atractivo evolucione hacia algo grotesco y sobrepase la línea de la vergüenza ajena. En definitiva, me parece como esos bares en los que paras durante un largo viaje y te ponen una tortilla de patatas que no estaba del todo reseca. Te llena la panza de una forma aceptable, pero sabes que no habrías comido ahí de motu propio en caso de tener más opciones a mano.

La película puede concebirse como un relato menor sobre cómo unos críos tratan de trolear las aburridas costumbres de los adultos, pero quedarse tan sólo ahí me parece una pobreza. Ser niño es mucho más. Es no tener miedo a querer cambiar las órdenes impuestas por una sociedad estúpida y borrega (como la actual, pero sin televisión), es estar convencidos de que la suma de todos los esfuerzos puede cambiar esa dictadura de lo que es correcto, de lo que toca hacer en cada momento... y si para ello es necesario usar el fuego y dar algún piñazo, se hace.

No puedo añadir nada más respecto a la puesta enscena, el ritmo, sosegado pero adictivo, como el del buen whisky, o el perfecto hilvanado de las vivencias entre personaje principal y secundarios.
Lo que más me entusiasma es, al igual que en otras series como The Wire o SFU, la capacidad para hacer que odies y comprendas las virtudes y defectos de cada uno de los personajes.

Igualmente, me parece digno de estudio el modo en que se muestra la situación de la mujer en esa época, porque se atreve, precisamente, a no acusar únicamente a los hombres del lamentable machismo. Peggy es, sin duda, la muestra de todas las renuncias y malas miradas a las que se sometía y, de distinta manera, lo siguen haciendo, las mujeres que no se conformaban con el marido guapo, la casa grande y la parejita.

Que se intente imitar de algún modo al Tyler Durden de El Club de la Lucha es, hasta cierto punto, comprensible. El cine quiere a los cínicos y a los ególatras, porque sino solemos aburrirnos. Que se le castigue por ello también lo puedo entender, hasta que se le mate. Pero hombre, ¡por Dios!, convertirlo por obra y gracia del espíritu santo en un aspirante a marido monógamo y casero es tan aberrante que dan ganas de introducir por el orto de los responsables de la película todos los premios que los panolis de la industria le van a dar.

Si no fuera porque Stallone es, para bien o para mal, quien es, estoy segura de que más de un crítico habría visto en esta película un guiño a Dexter. Primero, porque Julie Denz (Rita en Dexter) hace de si misma en Rambo: una panoli que no se quiere enterar de que los problemas de verdad se resuelven a machetazos. Segundo, porque nuestro querido John reconoce en su flashback que lo suyo no es ni por la patria ni por la madre que la parió, sino porque le pone palote cargarse a chinos malos contra los que el sistema carece de mecanismos efectivos. (Ambos nacidos en sangre y todas esas cosas). Tercero... y siguiendo en la misma línea, tenemos las voces de ultratumba del Coronel Truman, esa especie de Pepito Grillo que para Dexter supone su padre...
Así que aunque sólo sea para encontrar esos "homenajes", la peli ya merece la pena, si bien es cierto que la hilarante presencia física de Stallone o esperar a ver el curioso modo en que se cargará al siguiente birmano son también razones de peso...