En ocasiones una siente miedo... miedo a decir lo que realmente siente ante determinadas películas que, elevadas a los altares, pueden convertirla en hereje digna de hoguera y sin juicio sumario siquiera. Ésta es una de ésas películas en las que siento miedo, pero mamá me enseñó que mentir está feo y ella me ha dado más cosas que las sesiones golfas de las filmotecas.

Se trata, pues, de una de ésas películas que debes ver, sí, por cuanto forma parte de la Historia del Cine. Tendrá su gracia ser capaz de hacer algo a partir de la nulidad de una idea, pero a mí, por lo menos, el modo en que me ha tratado de vender Fellini esa nada me ha aburrido soberanamente. Menos mal que sí me gustan Kubrick, Berlanga, Welles, Wilder o Solondz. Imagino que eso hará que aún no me embarguen las gafas de pasta por impostora...

Se trata, sin duda, de una película que hay que ver. Me parece especialmente útil para un primer acercamiento, en panorámica, a los peligros de la industrialización de los alimentos. Para mostrársela a niños, por ejemplo, que no tengan ni la más remota idea de lo que se esconde detrás de un cándido Happy Meal. Resulta también muy positivo el cierre del documental con evidencias de los cambios, lentos eso sí, que se van logrando y los que se pueden lograr con pequeños gestos. Eso sí, eché en falta una mayor autocrítica respecto a cómo priorizamos erróneamente lo que consumimos. Lo digo por el apartado en que la familia hispana compara lo que cuesta una hamburguesa en relación a una cabeza de brócoli... señores, que con unas zanahorias, ajo, cebolla y un kilo de lentejas, tenemos una estupenda comida para dos días por mucho menos de los 12$ que les cuesta comer a todos esa bazofia.

Por último, es de lamentar que en Europa no se hagan (o no haya rastro) documentales de este tipo que nos permitan ver hasta qué punto la UE es más o menos inocente que las agencias reguladoras norteamericanas.

He leído en las distintas opiniones sobre la película que si ésta va sobre la (in)fidelidad, sobre amar al dios sexo sobre todas las cosas, sobre el poder... pero, sinceramente, cuantas más veces la disfruto, más creo hallarme ante la certeza de que el tema principal es la ingenuidad. Sin duda, ésta viene representada por el doctor Hardford, quien a todas luces tenía los ojos completamente cerrados hasta que su algo sobreactuada esposa se los empieza a abrir.

Y lo mismo que al pianista le cuesta caro haber visto lo que no debía, a nuestro cándido médico de familia no le va a sentar nada bien seguir espabilando y tener ante sí el verdadero mecanismo de esta especie egoísta y embrutecida que es el ser humano. En este caso, la podredumbre la halla en todo lo relacionado con el sexo, pero lo cierto es que la misma sensación habría experimentado de comprobar el mecanismo de los partidos políticos, las compañías de seguros, el periodismo, las relaciones internacionales o de reconocidas ONG.

Volver a cerrarlos, a base de sexo o a base de lo que sea, parece la única forma de sobrevivir...

Me encantó la naturalidad que mostraba como director y guionista en El Bola, pero en esta película se pasa al bando pedante-salvamundos y, además, lo hace con un estilo soporífero. Si alguien pretende dar lecciones sobre otras formas de construir y vivir el mundo, por lo menos que nos explique cómo es posible que unos personajes que, "por principios", no cobran por una labor tan absorbente, consiguen mantener un crío y un pisazo en Chueca...

Por cierto... cualquier persona que de vez en cuando se pase por festivalillos de calle (incluso de ciudades "de provincias") o por museos de arte contemporáneo, está aburridísima ya de la "provocación" de las obras que se muestran en la película.

La serie es interesante, especialmente por el hecho de que sus personajes son mayoritariamente lesbianas y ello lleva a que se reflejen situaciones que, aunque las sufren/disfrutan personas con un nivel de vida difícil de creer, dan una idea de lo que ocurre en este colectivo.

Eliminado el punto de novedad argumental, con cuatro temporadas ya emitidas, ha caído en el problema habitual de toda serie longeva: incoherencia en algunos personajes e historias y falta de ideas. No obstante, la salvo porque al menos en cuanto a rodaje y montaje sigue ofreciendo momentos fantásticos, como el final de la cuarta temporada en la escena de cama de Shane con la madre soltera de cuyo nombre no me acuerdo.

Si por mí fuera, 'mataría' la serie en la quinta temporada, puesto que su función visibilizadora ya ha sido cumplida y se requiere pasar a un nivel distinto. Quizá podría explotarse el personaje de Alice, cuyo carácter va más allá de su orientación sexual, y crear una sit-com a partir de ella en la que las historias vayan más allá de las preferencias carnales...