La película tiene dos cosas buenas: las intenciones y dos momentos de diálogo extensos que no diré cuáles son para evitar spóilers. Con intenciones me refiero a que la propuesta valle-inclaniana, más oscura y menos cáustica que las obras del dramaturgo, presenta todos los elementos climáticos y sociales para realizar un thriller de aldea que algunos/as llegan a definir de western. Sin embargo, la intención se desarrolla a medias sin llegar a discernir si estamos ante un thriller, un documental social o un drama simple y llanamente. Como bien han descrito otros usuarios en sus críticas, la película no sigue un ritmo correspondiente al thriller: la introducción es extensísima y hay un corte abrupto que te devuelve al inicio, debiendo reconstruir toda la secuencia de tensión en aumento que se había ido ejecutando en la primera hora y media, no obstante, los últimos cuarenta minutos son los mejores a nivel interpretativo.

La película aborda temas interesantes de nuestra historia como el 'odio al francés' sobre el que se erige el nacionalismo español decimonónico; la turismofobia y crítica a la estupidez consumista; la destrucción del paisaje por la energía eólica; el complejo de inferioridad y el odio al intelectual. En cambio, el largometraje no profundiza en ninguno de estos elementos, centrándose en el conflicto por el interés económico que va a llegar a algo más que el diálogo, el problema es que te quedas con muchas más ganas de ese algo más. El guión, por evitar caer en los tópicos del cine comercial, -estallido de violencia vengativa final o ajuste de cuentas- permanece en la contención emocional, por lo que la sensación de tensión en vez de resolverse de manera catártica se disuelve en la asepsia de aceptar las cosas tal y como son, pero claro, esto es cine, ficción en definitiva, entretenimiento.

PD: el papel de la guardia civil es patético y el perro estaba conchavao (ambos son trampas de los guionistas). Y la escena de desnudo sobraba teniendo en cuenta la suma sobriedad de toda la cinta.

Una joven prometedora recuerda a muchas películas: La naranja mecánica por el formato de la cinta, la estética colorida, la psicopatía del personaje y la violencia; pero también recuerda a Stockholm al analizar la mentira del cortejo, en cómo podemos pasar de enfocar toda nuestra atención en el logro de la seducción para a continuación despreciar a la persona conquistada.

No es sorprendente que, películas que llevan al extremo las acciones de su protagonista con el fin de demostrar un hecho sociológico sean criticadas precisamente por eso, y nunca se paren a reflexionar sobre el hecho en sí: la violencia misógina que vivimos día tras día. Todavía la película se queda corta en mostrar la basura mental de la masculinidad pornográfica de muchísimos hombres que habitan este planeta. La película no exagera en ningún aspecto sobre la materia, más bien lo muestra en toda su crudeza y realidad, así que todos aquellos que la ridiculizan porque va de que "todos los hombres son perversos" siguen negando la mayor, siguen desviando precisamente de una manera masculina tóxica el evidente mensaje del film.

¿Cómo podemos los hombres pasar página tan rápidamente? Total era una puta, era una fracasada, "éramos unos críos" "iba borracho". No podemos generalizar con que todos los hombres son cerdos, pero cada por tres oímos que "las mujeres son todas unas putas." La que se deja follar es puta, la que no es una frígida, y al cabo de unos minutos puta también.

Todos estos hombrecillos de clase media y clase alta con su polo azul y pantalón beige no son más que lobos disfrazados de seres cívicos y productivos, que, cuando llega la noche, desatan toda la basura mental que consumen por ejemplo en Forocoches, en el porno y en los youtubers e influencers de extrema derecha que culpan al feminismo del fracaso en las relaciones con las mujeres -fracaso entendido como la dificultad para someter a cualquier mujer mayor o menormente empoderada-. Es precisamente la necesidad de someter la que genera violencia y no al revés.

Una personalidad frágil rápidamente se ve quebrada ante los traumas ocasionados por el horror de la guerra. Si al horror de la guerra le añadimos el odio y fanatismo que profesa la religión, este tipo de almas fácilmente se ven seducidas por su discurso simple e irracional. Además, en una sociedad como la islámica e iraní que ha impuesto un régimen teocrático de subyugación de las mujeres por mandato divino, es muy sencillo reciclar el discurso doméstico contra el infiel hacia las mujeres que precisamente por un sistema completamente opresivo relega a las mujeres pobres a la prostitución y a la drogadicción. El enemigo, el infiel, ya no está fuera sino dentro. Las religiones precisan de un enemigo para justificarse, y si no es Aristóteles y la risa lo son las mujeres y sus impudicias.