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Críticas de Juan Marey
Críticas 622
Críticas ordenadas por utilidad
8
10 de junio de 2012
24 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Básicamente “Tokyo Drifter” relata la historia de Tetsu, un ex-yakuza que encarna Tetsuya Watari. Tetsu es ese “vagabundo de Tokio” al que alude el título de la canción que se repite constantemente a lo largo de la película, un tipo duro y desarraigado, que tiene por jefe, Kurata (Ryuji Kita), un gángster que quiere dejar de serlo, pero no puede porque conserva los enemigos de antaño, y es a su fiel Tetsu a quien, por cubrirle las espaldas, le toca recibir todos los golpes. Aunque el relato no se caracterice por su sutileza en los diálogos y el desarrollo de los acontecimientos, el filme va mostrándonos el retrato de un desmoronamiento anunciado, el de los valores que sostenían los actos y pensamientos del protagonista, el de un tiempo pasado que fue mejor.

Nacido en Tokio en 1923, Seijun Suzuki realizó un extraordinario ciclo de cintas de yakuzas durante los sesenta, cuando trabajaba en la unidad B del estudio Nikkatsu. Dicha serie de películas se caracterizó por presentar momentos de puro delirio marcados por estallidos de color, curiosos ángulos de cámara, humor absurdo, y historias que desafiaban las barreras propias del género. En 'Tokyo Drifter' Suzuki consigue visualmente llegar al espectador gracias a una magnífica perspectiva, profundidad de campo y sobretodo, por un uso del color exquisito. Con un estilo muy teatral, pasaremos por distintas etapas de color, desde el amarillo, morado, verde, azul, blanco o negro, tanto en los personajes como en los decorados.

Película compleja pero realmente disfrutable, cuya calidad técnica y experimentación narrativa la posiciona como una verdadera joya del cine de yakuzas.
Juan Marey
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7
17 de febrero de 2013
20 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el año 1863, Lincoln estableció una proclama por la que se podía conceder amnistía a los prisioneros, sobre todo los de caballería, si aceptaban unirse al ejército de la Unión en los fuertes que tenían en la frontera donde batallaban contra los indios. Y eso es lo que propone el capitán Bradford (Cornel Wilde) a un grupo de confederados, comandados por el coronel Tucker (Joseph Cotten), quien logra convencerles de que subordinen su orgullo a poder seguir viviendo con cierta dignidad. Pero en Fort North se encontrarán con que quien lo comanda, el mayor Kenniston (Jeff Chandler), un tipo complejo, amargado, lleno de odio, no se lo pondrá precisamente fácil.

Turbio, violento, desmitificador y profundo en el estudio de los personajes, este notable western desdeña muchos de los estereotipos del género para abordar cuestiones como el racismo, la tensión sexual e incluso los desequilibrios mentales. Interesante película.
Juan Marey
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7
29 de enero de 2017
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después del éxito conseguido con “Pasaporte a la fama”, la Warner vio que era el momento de que Edward G. Robinson volviera al estudio que le tenía contratado, pero todos los guiones que le mandaban eran de gángsters, así que al pasar el tiempo sin conseguir el interés del actor se llegó a un acuerdo con Samuel Goldwyn para prestarle a Robinson para United Artists, eso sí, pagando a la Warner el doble del salario del actor. Aunque “La Ciudad sin ley” fuera originalmente un proyecto que contaba con William Wyler como director y con Gary Cooper y Anna Sten como pareja protagonista, al final constituyó el reencuentro de Robinson con el director Howard Hawks, que a pesar de todos los problemas que tendría con el actor, le consideraba junto a Walter Huston y Paul Muni el mejor actor de todos a los que había dirigido. El rodaje estuvo lleno de tensión en parte por las diferentes ideologías políticas: Robinson y los escritores Ben Hetch y Charles MacArthur en el bando liberal y Hawks, Miriam Hopkins, Joel McCrea y Walter Brennan por el lado más conservador. Las batalla dialécticas no cesaban en ningún momento, pero eso no era todo, Miriam Hopkins, a pesar de su indudable talento, era una absoluta pesadilla para todo aquel que la rodeara, que actuaba como una diva insufrible constantemente, le gustaba improvisar las escenas, eclipsar a sus compañeros de escena, cambiar e improvisar líneas según le parecía y exigir lo que le daba la gana mientras el resto del equipo estaba esperando a que ella diera por finalizados sus caprichos aunque fuera por un momento.

Con todo, estamos ante una estupenda película, muy bien ambientada, con un gran reparto y un guión realmente interesante. No es uno de los más memorables trabajos de Robinson, pero consigue dar la talla como implacable dueño del San Francisco de la época. Tampoco es una de las grandes películas de Howard Hawks, pero estamos hablando de Hawks y esto ya son palabras mayores. Miriam Hopkins y Joel McRea están a un buen nivel, aunque el absoluto ganador de la película es el papel del gran Walter Brennan, uno de los mejores secundarios de la historia del cine, impactante y muy divertido en su personaje Old Atrocity, un carcamal entrañable y peligroso por igual. La película supuso la primera colaboración de Brennan con el director, Hawks recordando este encuentro comentaba lo siguiente: "Un tipo de producción me habló de él. Le dije que lo trajera, pero que le diera algunas frases para ver qué tal las decía. Así que cuando apareció le pregunté si le habían dado las frases. El respondió '¿quiere que se las lea?'. 'Sí, claro', dije yo. 'Y dijo, '¿con o sin?'. Yo dije, '¿con o sin qué?'. Dijo 'Dientes' y yo afirmé que quedaba contratado. No tuvo que leer las frases".

Comedia, drama, cine negro, western y Hawks sacándole el jugo al cóctel, ¿quién da más? Una interesante película, recomendable y demoledora.
Juan Marey
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8
13 de julio de 2014
20 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película modesta y sin muchas pretensiones, pero realmente interesante, realizada de forma brillante e inteligente. Nos habla de cuatro jóvenes amigos, un tanto holgazanes y desnortados, que viven en un pueblo de Indiana y que no tienen muy claro de lo que hacer con sus vidas, bueno, con una excepción, Dave, aunque no tiene trabajo y tampoco tiene claro lo que quiere hacer en el futuro, siente una gran admiración por el mundo del ciclismo y en concreto por el equipo italiano, además es “Italomaníaco”, vamos que habla en casa a sus a sus padres en italiano, escucha a Rossini y Mario Lanza y no come más que fettuccini, linguini, zucchini y todo aquello que termina en –ini, ¡pero si hasta su gato se llama Fellini!

Estupendas las interpretaciones de sus jóvenes actores, pero realmente el que se sale es Paul Dooley en el papel de padre de Dave (Dennis Christopher, el fanático de las bicicletas y de todo lo que huele a italiano), borda el papel de ese padre que está harto de todo lo que termina en -ini.

Una película casi olvidada pero que tuvo un gran éxito en su momento, una de esas películas que tiene ese buen aroma a comedia de viaje iniciática, una buena y agradable crónica del "cambio", del cambio en una América a mitad de los 70, que no estamos demasiado acostumbrados a ver, porque el tipo de comedia juvenil que se llevaba entonces era de otro tipo (Pienso en cosas como “Desmadre en la universidad”, “Porkys”, etc). Un film sorprendente en muchos aspectos, en primer lugar funciona como una divertida comedia, pues tiene todos los ingredientes típicos de esta clase de películas: Están los “fracasados”, están los ricos, guapos y capacitados universitarios pijos, está el deporte sí, pero un estilo deportivo, el ciclismo, menos fílmico (y "patriota") que el tradicional rugby americano, beisbol o baloncesto, está además el primer amor de por medio, las riñas, las travesuras, los enfrentamientos sociales... y todo lo que estamos acostumbrados a encontrarnos en productos de similares características, pero lo que la hace distinta del resto está en la apuesta de su gran director, el tristemente fallecido Peter Yates, de querer rodar un film comprometido con la reflexión y, el valor existencial de sus personajes, sirviéndose del ciclismo como una mera excusa para narrarnos y mostrarnos otras cosas demasiado importantes como para tomárselas a coña, hablo de trabajo, inseguridad, esperanza, inquietudes, familia, amistad, futuro incierto, infelicidad...
Juan Marey
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8
1 de junio de 2014
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una violenta historia sobre el odio racial en la que vemos a un tontaina racista (Richard Widmark) que hace que sus amigotes, tan racistas y descerebrados como él, venguen la muerte de su hermano mediante la provocación de una convulsión racial. Una historia de contrastes entre el bien y el mal, el deber y el sentir, pero sobre todo sobre la oposición racial entre los negros y los blancos de las bajas esferas sociales en los Estados Unidos de la década de 1950. Una pareja de hermanos, liderada por el siempre grande Richard Widmark, tras una persecución policial, son ingresados en un hospital heridos por los disparos de la policía y son atendidos por un doctor negro (Sydney Poitier), cuando el doctor está cuidando y tratando a uno de los hermanos éste muere, testigo de este infortunado incidente es el tontaina racista antes mencionado, cuya ceguera racial le hace creer que Poitier mató a su hermano a propósito, desde ese giro, el argumento va a avanzar con el médico intentando probar su inocencia y el malhechor culpándolo de mala praxis.

Sidney Poitier, que debutaba (y de qué forma) en el cine con esta película, encarna al joven médico y Richard Widmark al paciente que le acusa de asesinato. Poitier está estupendo como el protagonista principal de la historia, mientras que Widmark vuelve a sorprender con su versatilidad como intérprete en un papel magnífico como un malo malísimo, un delincuente de barrios bajos con un racismo rozando lo patológico, que finalmente logra presentarse como víctima y que de alguna manera se entienda su carácter. Otra agradable sorpresa es una Linda Darnell como una mujer que también ha llevado una vida dura y en barrio deprimido, pero que trata de huir de sus orígenes y sobrevivir a toda costa, aparece y se comporta como mujer fatal y dura de corazón, pero se va transformando y toma conciencia. El director y coguionista es el gran Joseph L. Mankiewicz, un enorme director de cine que ponía su creatividad al servicio de películas redondas, no se le resistía género alguno y casi siempre daba en el clavo a la hora de rodar, escribir y crear.

“Un rayo de luz”, una elegante película que no pierde en ningún momento su ritmo y que se adelantó a su época, a día de hoy día sigue siendo impresionante. Algo más que un drama sobre la estupidez del racismo.
Juan Marey
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