Esta pieza es una exquisitez del suspenso, y se me ocurre pensar que con una complejidad del nivel de Michel Deville. Si restara una estrella por cada película donde Michel Piccoli es víctima de adulterio o engaño esta obra sería calificada peor que una de esas telenovelas cursis latinoamericanas, en las que cada episodio está anticipado al siguiente con una ingenuidad -buscando Nemo. Excepto que Bob Hansen en Le part du feu contrapone las características del villano acostumbrado, transmite el efecto contrario a ser predecible y aburrido, es más bien flemático, siniestro y endemoniadamente calculador, porque Etienne Périer invierte con Piccoli desde el inicio el predecible melodrama, e incluso violento, que él, bob, como orgulloso magnate se esperaría tuviera al encontrar en la cama a su esposa Catherine con Jacques, quien es su mano derecha right-hand man en la compañía. Y así, desde casi el inicio esta obra con la insidiosa y taimada actitud del magnate, al esperar a que salgan de la cama y permitir que ellos descubran que él los descubrió, pero no solo No reprocharle algo a ninguno, sino además ni siquiera tocar el tema con una sola pregunta, con su táctica de ajedrez de indiferencia, el personaje del director comienza a provocar una inusual angustia que progresivamente se teñirá de thriller.
De hecho, el fraude inmobiliario de Faubourg-St Honoré es el caso que terminará por demostrar que Jacques, el amante, aunque desde el inicio no pareciera, no es nada distinto en ambición que su jefe Bob o el periodista (Rufus), en especial después del derrame cerebral de Édouard. Indisputablemente, hasta los últimos 7 minutos apenas se es algo predecible sobre la pistola, viendo que Catherine con menos ingenio que su marido perdió de todas: todas, incluyendo la lealtad de su amante. Sí, solo en esa recta final de 7 minutos predije un desahogo violento con pistola, solo que no imaginaba para quién sería la bala.

Muestra más del oportunismo de Hitler desde su llegada al hospicio de Merschmeyers para artistas sin hogar, aprovechándose de los consejos pero también de los cuidados del humilde Schlomo. Con un sentido del humor fino y no sin sobrada inteligencia, la obra invierte los hechos y mientras transcurren los acontecimientos, Shlomo, un judío anciano y de buen corazón, (quien de hecho cuida del jovencito Hitler) es quien va redactando "Mein kampf" con aprendizajes propios, preceptos y enseñanzas del diario aunque en realidad Hitler lo haya escrito en prisión. El manejo cómico es evidente, por ejemplo cuando un rabino le refiere a Hitler sobre el mohel que lo circuncidó ante sus perplejos ojos de vergüenza o la escena donde fracasando en la academia de arte, se lanza con una cuerda desde un puente y al equilibrarse sin tocar el suelo. pendula como un badajo humano en forma de caricatura. A pesar de ser criticado por sus amigos y vecinos del barrio, Schlomo insistió en cuidarlo como si fuera su hijo porque veía en su recóndita alma los resquemores de un candidato seguro al suicidio. No se equivocó, su triste final por su propia mano vendrá en 1945; pero mientras, llamándolo traidor, arremete contra el anciano cuenta-cuentos por fingir ser su padre para que fuese aceptado en los estudios de arte. Las reflexiones de Schlomo con la Sra. Merschmeyer sobre la muerte desde el nacimiento, acaeciendo diario, son interesantes por el tono solemne en que las abordan.."each flake of flaking skin, each lost hair, every forgetten name, is a little death every day". rienzi La película compendia no solo a Hitler y su enamoramiento de Gretchen quien adora escuchar los cuentos de Schlomo, sino además del tremendo descontento social, económico y caldo de cultivo violento del cual, muchas décadas después, también se aprovechará Adolf Hitler. Shlomo, Lobkowitz, un puñado de ángeles que da la vida pero gracias a cuyo optimismo incorregible, como bien dijo el segundo, las mentes desalmadas toman el poder y ocasionan una devastación sin igual. Ni modo, el buitre tiene que ser siempre buitre, y los pichones, pichones.

¿Boe se está ablandando? Pues si dirigir una abundancia de temporadas de series de tv no le ha afectado, algo ocurrió con la receta del director de "Allegro" para la narrativa de "A taste of hunger"; fue decayendo, o enfriando hasta ser muy floja, a menos que los que lo conocemos de atrás bromeáramos con sentir tensión por la infidelidad de Maggi!, es como si el condimento supremo que suele emplear, el de la sorpresa -no necesariamente salpicada de violencia como en sus mejores platillos- hubiese estado como los limones de la trama en este trabajo. ¿O quizá exagero y solo quiso probar una receta por temporada, al fin y al cabo es el mes del amor, dicen. Pero es que ni siquiera el final me pareció bien maridado con su trama, fue demasiado empalagoso (cierto, Carsten se la debía, a su mujer, reconocerla, pero siento improbable que ellos, siendo sus padres no reconocieran la letra de su hija Cloe, solo para poner el azafrán o, si se quiere, la cereza del pastel tras conseguir las dos estrellas Michelin. Siempre me ha fascinado la manera de deslizar con sutileza la violencia en la cotidianidad desde Offscreen, pasando por Beast, quizá eso influyó en que tuviera expectativas más radicales para un desenlace -un platillo que me apetecía por ser Boe, y me hizo salivar en vano.

Con el minero Stepan Kulagin, Boris Barnet brinda una valiosa radiografía, ilustrativa donde las haya, de los recelos políticos, envidias y mezquindades gremiales que curiosamente escapa -al menos por completo- al leitmotiv de las películas patrioteras o panfletarias debido a la complejidad y choque de intereses en pugna -como podemos ver en la trama- en la Unión Soviética durante la década de los 30 y 40. La ardiente ebullición ideológica del momento, con la Segunda Guerra mundial en ciernes, la política soviética es reacia a introducir nuevos métodos de extracción en los altos hornos de los Urales, pero es también caldo de cultivo idóneo para el surgimiento de un héroe como Kulagin, como otros muchos hijos del régimen que sostuvieron el sistema, o contribuyeron para robustecer sus premisas, basándose en simples sentimientos de orgullo y dignidad humana y nobleza por su patria, antes que para vencer al capitalismo o para humillar a Inglaterra o a Los Estados Unidos u otros motivos. Con su martillo neumático, Kulagin es dechado de entusiasmo,pero -y estoy seguro que sin darse cuenta- enarbola una contradicción soviética per se; es quien se ofrece a experimentar por vivo amor por la patria, deseinteresadamente sin importar el fracaso, pero es el paria, el traidor maldito, o como mínimo el loco para las clases de la vieja guardia -como Vladimir Sokolov- para quienes apesta por intentar lo moderno. De este aspecto se valdrán pillos dentro del mismo engranaje, como Andrei Semyonovich, quien no duda en sabotear la imagen del célebre minero del momento, pero sobre todo hundir el proyecto de modernización de las minas de carbón a su cargo, sin importarle que a Kulagin ya lo siguen miles de trabajadores que creyeron en él, y por tanto, poner en riesgo la vida de todos ellos; Semyonovich no solo será autor intelectual de un acto terrorista de sabotaje-ordenando al capataz Vasily Kavun para derribar la madera enraizada de la plataforma y sostén de gran parte de la mina- sino además, con saña y perversiónn reincidirá en enviar a poner dinamita el fatídico 7 de septoembre en las minas de Almaz-south, Beral-north, Ivan-East e Ivan-West, aprovechando el turno de capataz del padre Stepan Kulagin, Anton. Cuando el capataz Vasily se niega, envía al medroso Starkowski a terminar con él enmedio de la noche. COn lo que no contaban era con la camarada Dunya quien alcanzó a ver a los adláteres de Semyonovich cortar las líneas telefponicas y luego colocar la dinamita.

4 stars para este lienzo de un drama doble a propósito de la tragedia operística a la que aluden. "Observa, Sophie sabe morir con dignidad" le reviró Clement a Elis en el palco, apenas unos minutos antes de quiatrse la vida, mientras Sophie, su rival, interpreta a Isolde en el escenario; unos afortunados últimos minutos del largometraje de Allégret que a punto estuvo de culminar con el infortunio wagneriano de la obra interpretada. Elis y Sophie las dos alumnas de canto más destacadas del profesor Eric compiten por un lugar en la escena, pero también por conquistar a su maestro quien, por otro lado, después de estar separado de su esposa Marie, soprano, incluso ser desairado por ella a pesar de enviarle flores cuya tarjeta quella ni lee al finalizar su presentación, cae en los encantos de ambas jóvenes en momentos distintos de sus ensayos. Este tipo de obras habla del amor de loca juventud, como canta Eliade, y la ensoñación que todos tenemos recién salidos de los estudios para alcanzar la fama sin que en el camino el romanticismo sea un motor importante como pasión para lograrlo. Hay al menos dos escenas únicas, una por supuesto es el semi desnudo a trastienda de Bardot de espaldas en la piscina del profesor después de allanar sin que alguien la viera, y la otra, los ensayos con ese conjunto de cuerdas y soundtrack de un genio como Jean Wiener.