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Países Bajos (Holanda) Países Bajos (Holanda) · Ámsterdam
Críticas de loquearde
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Críticas 57
Críticas ordenadas por utilidad
8
13 de junio de 2020
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Volver a casa como adultos nunca es fácil. Y si es en el cine, más aún. La vuelta a casa ha sido una de las temáticas que más ha explotado el cine, casi siempre poniendo su mirada en el choque cultural que ocurre entre el que se ha ido y su antiguo entorno. Desde películas entrañables como Algo en común (Garden State, 2004) a auténticos festines de trauma como Celebración (Festen, 1998), el personaje central tiene que enfrentarse a su pasado, a su familia y, en la mayoría de los casos, a sí mismo. Un proceso catártico del que es difícil salir indemne.

Esa vuelta a casa es el punto de partida de 1985, el drama gay que se ha estrenado directamente en Filmin en España. En este caso, el hogar está en un pueblo de Texas y la familia es claramente conservadora y religiosa. Un cóctel prometedor que el director se encarga de remarcar con energía. Adrian, el protagonista, está simultáneamente en el entorno protector de la familia pero esta es también el enemigo.

Con una puesta en escena en un solemne blanco y negro usando película Kodak, 1985 es una película pequeña en los gestos pero que carga consigo una fuerte carga emocional. El viaje de Adrian de vuelta a casa no se debe solamente a las fechas navideñas. Todavía en el armario para los suyos, Adrian vuelve a casa para contarle a su familia que esas pueden ser las últimas Navidades que pasen juntos. Nunca unos billetes a Honolulú cargaron un simbolismo tan amargo.

El debutante Yen Tan podría haberse centrado tan solamente en Adrian, pero si en algo brilla 1985 es en prestar atención a sus personajes, bien delineados y que ofrecen una ventana realista y natural a un tiempo y un lugar en el mundo. Llama especialmente la atención el gran trabajo de Virginia Madsen, que interpreta a la madre de Adrian, con una interpretación llena de compasión, cariño y verdad que estoy seguro de que muchos de vosotros encontraréis tan emocionante como yo.

Si bien es cierto que 1985 vuelve a ser “otra película gay de trasfondo trágico”, la buena mano del director y su excelente guion consiguen ofrecer al espectador un recuerdo lleno de emoción sincera hacia toda una generación de jóvenes gays a los que el SIDA les pasó por encima como un rodillo. En medio de una pandemia mundial, para muchos va a resultar más sencillo empatizar con el terror y la incertidumbre que el virus causó en varias generaciones.

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8
21 de junio de 2020
17 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eliza Hittman ya había causado sensación con su anterior película, la muy recomendable Beach Rats. En aquella, la camara de Hittman seguía a un adolescente de Brooklyn cuyos ejes vitales se encontraban entre salir con sus amigos delincuentes, una nueva novia y, aquí estaba lo realmente interesante, tener encuentros sexuales con hombres mayores que conocía online. La directora ya apostó por los conflictos de la juventud en esta película, que fue una sublimación de los estereotipos de shows televisivos como Jersey Shore pero llevados a buen terreno gracias a la visión y la sensibilidad de la directora.

Pese a cubrir el mismo tramo de edad, con Never Rarely Sometimes Always, la directora da un paso al frente y nos da una de las obras capitales de este año que transcurre con inusual lentitud. En esta ocasión, Hittman cuenta la historia de Autumn, una adolescente que vive en un área rural de Pennsylvania y que se queda embarazada. La película abre con una escena esclarecedora sobre el momento vital de la protagonista. En una de esas galas de talentos americanas de instituto, los compañeros de Autumn cantan canciones ligeras sin mucho mensaje. Cuando le toca a ella, toca una canción compuesta por ella misma con un trasfondo negrísimo de abuso y, no quiero entrar en si adecuada para su edad o no, pero que desde luego choca mucho con la idea que los adultos tienen de esa edad en la que “todo está por pasar”.

Hittman consigue que Never Rarely Sometimes Always funcione a dos niveles: el personal y el social. Para los que no lo sepáis, Estados Unidos a nivel legislativo implica que muchas cosas estén permitidas en unos estados y en otros no. Esto queda retratado en el hecho de que Autumn no pueda conseguir llevar a cabo el procedimiento en su estado y tenga que ir a Nueva York para poder abortar. El rodillo del puritanismo americano pasándole por encima una vez más a quien más necesita de leyes que los protejan. Es el estado de las cosas en pleno 2020.

En su periplo en la gran ciudad le acompaña Skylar, prima y compañera de trabajo en un supermercado local. Desde el principio podemos percibir la fuerte química que hay entre ellas, una sororidad que resulta estimulante y cautivadora. En su aventura por Nueva York, no podemos más que compartir su incertidumbre y sus miedos. La ciudad es presentada como lo que es, una megalópolis nada acogedora y en la que todo el mundo va a la suya (excepto quien quiere algo de ti).

En la escena pivotal de la película, la que le da nombre, Autumn se somete a una entrevista en Planned Parenthood con una de las trabajadoras sociales del centro. En esa entrevista, destinada a destapar posibles faltas de conocimiento de temas sexuales y afectivos, así como posibles abusos que se hayan producido, es donde Sidney Flanigan (que debuta en el cine con este film) se postula como una de las posibles candidatas al Oscar este año. Es una escena tan medida, tan natural, tan absolutamente desgarradora que hace imposible apartar la vista, aunque seguramente sea lo que nos pide el cuerpo. Eleva una notable película al terreno de lo sobresaliente. Inolvidable y, sobre todo, capaz de generar conversación y reflexión mucho más allá de la sala de cine. Eliza Hittman se carga de un plumazo la idea de que el cine independiente USA se ha dormido en los laureles. Never Rarely Sometimes Always centra su tiro en la diana correcta: remover conciencias y exponer problemas sociales de su propio país. Merecidísimo Oso de Plata en la pasada Berlinale que espero que, aún pese a este año raro que nos está tocando vivir, solo sea el primero de unos cuantos premios más.

Como broche de oro para los amantes de la música, toda la excelente banda sonora ha sido compuesta por Julia Holter y la cantautora Sharon Van Etten colabora con ella e interpreta a la madre de Autumn.

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9
6 de julio de 2020
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Kieber Mendonça Filho le conocimos en Europa de la mano de Doña Clara (de título internacional Aquarius) en 2016, una película en la que, de la mano de la inmensa Sonia Braga, nos contaba una historia de resistencia tranquila en medio de un Brasil cuyo progreso se impone al pueblo sin muchos miramientos. Quién nos iba a decir que si el Brasil de 2016 era un mar de incertidumbres, el de 2020 directamente da miedo. Mendonça Filho y el co-director Juliano Dornelles han dado una triple salto mortal con Bacurau y han caído de pie (y, según a quién le preguntes, incluso les ha dado para saludar de manera gracil al jurado). Los directores se atreven en su nueva película con un cruce de géneros futurista en el que caben el realismo mágico, el western, el terror carpenteriano y hasta ecos tarantinianos. Bacurau está destinada a convertirse en la gran cinta de culto de este año raro.

Es una suerte y una maldición que la gente se acerque a tu película confiando en un combo similar al de la anterior. En Bacurau, repite Sonia Braga en un registro totalmente diferente y ofrece, de nuevo, una de las mejores interpretaciones del año. Ahí acaban las similitudes entre Aquarius y Bacurau. Las películas corales presentan sus riesgos, no tener un personaje principal al que seguir ocasiona a veces en el espectador un distanciamiento lo de que se cuenta (te estoy mirando a ti, Dunkirk). Bacurau esquiva la bala con maestría, aquí no tenemos que pegarnos a la experiencia de un personaje, tenemos que hacerlo al de toda una comunidad y su espíritu como entidad superior al “yo”. El pistoletazo de salida lo da el entierro de Carmelita, con todo el pueblo reunido en su casa para velarla y con la llegada de su sobrina Teresa, que llega a través de la única carretera de llegada llena de ataúdes que se han caído de una camioneta. El banquete está servido.

En Bacurau, el pueblo, conviven sin aparente fricción más allá de las pequeñas cosas del día a día una sociedad mayoritariamente de color, con habitantes queer, tríos, trabajadoras sexuales, un ambiente de libertad sexual y afectiva, niños que juegan libres por el pueblo e incluso delincuentes. Todos ellos en una sociedad de claras tendencias comunistas en la que nadie tiene una fortuna, pero todo parece funcionar. Los problemas vienen de fuera. Primero de la mano del político corrupto de turno que les tiene vendidos de cara al exterior y que le ha costado al pueblo el corte de su suministro natural de agua. Y segundo, de parte de un grupo paramilitar que se ha propuesto destruir el pueblo. Es curiosa la asociación extrema de la tecnología y la realidad que realiza el guion. Hoy en día, no existir en Google Maps es no existir. Nuestras vidas estás más enlazadas con la tecnología que nunca, y esto no tiene pinta de cambiar en los años venideros.

Con claros ecos a Asalto a la comisaria del distrito 13 de John Carpenter, Mendonça Fillo y Dornelles elaboran una fábula sucia sobre los poderes opresores que mueven el mundo en la actualidad. Como he mencionado al principio, no es fácil hacer una película en la que se cruzan ecos de Borges y Cortázar con el cine de serie B americano y el western y que todo salga bien, pero lo de Bacurau es una rara aleación de materiales más o menos nobles para desembarcar en lo que han conseguido: posiblemente la película más relevante de 2020. Bacurau es cine que importa hoy, en el momento en que estás leyendo esto. No sabemos dónde estaremos en cuatro años, pero sabemos dónde estamos hoy. Y por el camino, es una película que consigue mantenerte con los nervios de punta durante sus más de dos horas de metraje y que en ningún momento pierde el interés. Nos veremos al final del año pero, otra vez a día de hoy, para el que escribe esta es la mejor película de 2020.

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8
15 de junio de 2020
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo de Wanda cogiendo vuelo tras tantos años es un milagro cinéfilo. Sepultada en el tiempo durante generaciones, su restauración y reestreno hace un par de años volvió a situar esta película de culto en el mapa. No os cuento nada nuevo si me uno al coro de amantes del cine que afirman que el público no estaba listo para un film como este hace cincuenta años.

La historia de Barbara Loden también es de todo menos convencional. Nacida en Carolina del Norte, comenzó su carrera como modelo y bailarina en Nueva York cuando tenía 17. Estuvo casada con el célebre director Elia Kazan (fue su segundo marido y le sacaba 20 años) y apareció en varias películas de éste además de en películas y obras de teatro de otros directores. Para cuando rodó su primera película, ya estaba cerca de los cuarenta. Y, por desgracia y debido a su prematura muerte a los 48 años, Wanda fue la única película que rodó.

Pese a que en Hollywood ya se estaba fraguando una revolución cinematográfica que cambiaría el medio tal y como se conocía para siempre, Wanda lo tenía todo como para no tener una buena recepción por parte del público de la época. En primer lugar, por poner el foco en una protagonista a la que el público no estaba acostumbrado: una mujer de clase trabajadora y totalmente abandonada a su suerte por la sociedad y por sí misma. En segundo lugar, por su estética cruda y directa, sin adornos innecesarios y sin embargo muy conseguida y que alcanza un efecto inmersivo total. Y en tercer lugar, y esto quizá ya es una visión más personal sobre los porqués, por su mezcla desprejuiciada de géneros cinematográficos.

Barbara Loden rompió las normas establecidas con Wanda y se adelantó a su época. Incluso a día de hoy sigue siendo relativamente raro ver a una “mala madre” en el cine. Cuanto ni mucho hace medio siglo. La escena en que Wanda le otorga la custodia de sus hijos a su exmarido no solo sin rechistar, sino incluso estando de acuerdo en que estarán mejor con su ex y su nueva pareja, sigue resultando sorprendente aún habiendo pasado décadas. Y la triste razón por la que es aún sorprendente es porque sigue habiendo mucho menos cine hecho por mujeres y sobre mujeres del que debería.

El feminismo de Barbara Loden sigue resultando incómodo a día de hoy. Es incómodo porque no presenta una visión idealizada de su protagonista, encarnada por ella misma con una fiereza y devoción que impresiona. Y quizá en menor medida porque es un fiero ataque al matrimonio y a la vida en los suburbios: Wanda prefiere colgarse de un ladrón de bancos aunque le pueda costar la vida antes que continuar con su existencia doméstica (y domesticada). Y ese viaje hacia ninguna parte no está exento de violencia. Wanda no parece valorarse a sí misma, va a la deriva y eso atrae un comportamiento despectivo y agresivo de su inesperado compañero de fechorías.

Es bastante común leer que Barbara Loden fue la versión femenina de John Cassavettes y, pese a que obviamente esta es una teoría válida y que se sostiene a nivel estético, lo cierto es que Wanda ocupa un lugar propio en la historia del cine. Es una película descarnada y rotunda, sí, pero también una película que consigue que nos acerquemos hasta niveles insospechados a la mente de protagonista. No voy a desvelaros nada porque espero que la veáis en cuanto acabéis de leer esta crítica, pero el final no es el que os esperáis. Es aún mejor.

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8
14 de junio de 2020
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunas cosas buenas pueden pasar en verano. No muchas, especialmente en la ciudad que se queda desierta y temporalmente en una calma (chicha) a la espera del comienzo de otro ciclo de clases, de trabajo, de rutina. Es en esa calma y en ese lienzo en blanco que es el verano en la ciudad donde Jonás Trueba pone el foco en su cuarto largometraje: La virgen de agosto.

En el cine de Trueba siempre nos encontramos con personajes urbanos jóvenes aunque ya casi metidos en la edad adulta (o metidos de lleno pero que no terminan de aceptarlo). Esto no cambia en La virgen de agosto, si bien es cierto que aquí nuestra protagonista, Eva, sí que hace esfuerzos reales por encontrase a sí misma en la maraña de gente que le rodea en este verano en la ciudad y también en su propio interior. Eva quiere moverse hacia delante, aunque quizá aún no sepa exactamente en qué dirección y si hacerlo sola o con alguien a su lado. El escenario es un Madrid en pleno bochorno estival pero que aún conserva a algunas de sus gentes. A todos los que hemos pasado veranos en la ciudad nos suena todo esto.

Con la ayuda inestimable de Itsaso Arana, Jonás Trueba consigue su película más vulnerable y liviana. En películas anteriores, sus personajes caían a veces en terrenos más farragosos y resultaban algo cargantes en algunas escenas. A Eva no podemos más que quererla todo el tiempo, su vulnerabilidad y su manera de enfrentarse a una etapa de cambios es una llamada a la empatía. Incluso me atrevería a decir que hay algo aspiracional en todo el asunto. No es tanto que la mayoría nos enfrentemos a los cambios así, es que nos gustaría poder hacerlo de esa manera.

Una puesta en escena sobria y limpia no hace más que subrayar el cariz naturalista de una película que discurre sin sobresaltos durante sus dos horas de metraje, pero también sin perder el interés en ningún momento. Nos interesa lo que le pasa a estos personajes y lo que tienen que decir, seguramente porque todos nos podemos ver un poco reflejados en sus dudas y conflictos, en sus inseguridades y en sus anhelos.

En un tramo final portentoso, Trueba y Arana certifican lo que ya nos olíamos durante todo el metraje: estamos ante una de las obras mayores del cine español contemporáneo. Daros el gusto de verla cuanto antes, y mejor todavía si es con el ventilador puesto y un vaso de horchata fría.

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