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España España · Madrid
Críticas de keizz
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Críticas 241
Críticas ordenadas por utilidad
8
29 de septiembre de 2016
70 de 89 usuarios han encontrado esta crítica útil
El conocido actor Raúl Arévalo debuta como director, y lo hace con una contundencia sorprendente, creando un thriller con sabor a la España de los años 80 pese a estar ambientada en la actualidad, forjando un film seco, incómodo y brutal, que anuncia a un director que seguro que dará mucho que hablar.

“Tarde para la ira” no va entrando poco a poco, lo hace desde la primera secuencia. La escena inicial es una inyección que hace que entres en la película de golpe, sin calentar. Una bofetada de cine para que no desvíes la vista de la pantalla durante el resto del metraje. El atraco, la detención, unos títulos de crédito muy tarantinianos, y ya estás totalmente entregado a todo lo que va a venir a continuación.

Tras la bofetada inicial, Arévalo va poniendo las piezas delante del espectador, una por una. El bar, Ana, José, el padre en el hospital, una pulsera, la cárcel… y no deja que el público enlace todas las piezas de la trama hasta la mitad de la película, cuando todo gira hacia una dirección espeluznante y sin retorno.

Durante esa primera mitad, no puedo evitar recordar el cine quinqui de los años 80 por ese retrato del Madrid suburbial y esa jerga tan característica. Pero en la segunda parte de la película es el espíritu de Sam Peckinpah quien toma las riendas de la película, la cosa se pone seria, y uno no da crédito a que lo que está viendo en la pantalla sea obra de un director español novel.

Hay un gran trabajo en la construcción de los personajes. Habitantes de los barrios más desfavorecidos de Madrid, perdedores que viven más en la taberna que en casa, fracasados de la vida que buscan la gloria sobre el tapete ganando una ronda de cubatas al mus. Complejos seres que acumulan derrotas y sed de venganza, personas a quienes la vida ha mimado poco y cuyo destino parece estar escrito.

Las interpretaciones de estos personajes son todas excelentes, pero por supuesto uno se queda fascinado por la mirada helada de Antonio de la Torre, quien compone un personaje taciturno e inolvidable que va desarrollándose y evolucionando en cada escena, a medida que avanza la película. De la Torre demuestra un poderío interpretativo inconmensurable, con una contención y frialdad que no cualquiera lograría transmitir. Grandioso.

A su lado, Luis Callejo vuelve a demostrar que es uno de los actores españoles en mejor forma, y Ruth Díaz poniendo de manifiesto que es una actriz que debería ser tenida mucho más en cuenta. Y no puedo evitar mencionar la corta pero inolvidable aparición de Manolo Solo, que en los diez minutos que aparece se cuela en la memoria del espectador para siempre. Muy grande.

Arévalo gusta de los planos secuencia y nos deleita con varias escenas apabullantes de cámara en mano combinadas con un montón de primeros planos rodados con elegancia y una sabiduría impropia de un novato. Todo ello aderezado con una magnífica ambientación y una música muy flamenca, muy de barrio, para evocar, una vez más, ese cine español de hace treinta años en el que los protagonistas eran chavales macarrillas destinados a morir en algún atraco o por sobredosis.

Todo funciona bien en esta película. Los personajes turbadores, la trama perfecta que combina el thriller con el drama intenso, el fondo en el que se plantea el sentido que tiene la venganza, y donde acaba ésta y empieza el ensañamiento. La tristeza que desprenden la vida rota de José por lo que le pasó hace ocho años, la vida rota de Curro tras pasar por la cárcel y su dolor por no poder retomar lo que dejó, la vida rota de Ana confundida entre amores equivocados y una juventud que ya se le ha escapado en vano. Vidas rotas, y las que faltan por romperse.

Excelente película. Inesperada sorpresa. No sobra ni falta nada. No hay una escena superflua ni un momento prescindible. Es dura, arriesgada y precisa. Es tensa, arrebatadora y desoladora. Estoy seguro de que dentro de unos años presumiré de haberla visto de estreno.

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keizz
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9
5 de diciembre de 2019
42 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Celine Sciamma, que ya me pareció una directora de mucho talento cuando la descubrí en “Tomboy”, dirige esta película en la que elabora un alegato feminista sutil y elegante, mostrando las dificultades para ser mujer en el siglo XVIII, y para desarrollar la sexualidad libremente, que se termina convirtiendo más que en todo eso, en una bella y poderosa obra de emociones contenidas que nos embriaga y conmueve.

La espléndida fotografía y la casi absoluta ausencia de música nos obliga a adentrarnos en la película. Los sonidos de los pasos en el suelo de madera, el crepitar de la leña en la chimenea, el viento en los acantilados, todo lo que escuchamos nos hace vivir la historia, pero también lo que no escuchamos, la elocuencia de los silencios y esas miradas que dicen mucho más que cualquier palabra. La película rebosa sensualidad y sensibilidad, es sumamente poética y una maravilla estética.

No aparecen apenas hombres en el film. Y cuando sale alguno, desentona. Marianne da clases de pintura a chicas, y las cuatro protagonistas y habitantes de la casa con cuatro mujeres. Es su situación y su sentir lo que importa. En una época en que a las hijas de las familias de clase alta se les hacía un retrato para enviar a sus presuntos pretendientes, y así poder casarlas, sin que su opinión contase para nada. Una época en que las pintoras apenas podían dedicarse a otra cosa que no fuera hacer retratos de encargo, y la mayoría de obras tenían que firmarlas con pseudónimos masculinos. Todo esto se refleja perfectamente en la película, y muchas otras cosas, como el problema de los embarazos no deseados.

Todas las mujeres de la película se enfrentan a problemas tremendos, y lo peor de todo es que no pueden hacerlos visibles. La chica embarazada tiene que abortar y además conseguir que nadie se entere. La hija recién salida del convento no quiere casarse pero tiene que hacerlo por el bien de su familia. La madre que sabe que su hija no será feliz pero debe sacrificar eso para poder mantener su posición económica. La pintora que sabe que nunca será reconocida como los hombres. La atracción sexual que sienten las dos protagonistas y que deben ocultar, primero entre ellas mismas y luego ante los demás. Todo es un quiero y no puedo. Pura represión social plasmada en la pantalla con un encanto y una sutileza maravillosa.

La película está repleta de escenas llenas de lirismo y simbología. Cuando Marianne toca unas pequeñas notas en el piano para Heloise, la noche en que ellas dos junto con la criada hablan sobre el mito de Orfeo y Eurícice, que luego se recrea en la despedida final de las dos enamoradas, la preciosa escena en que Heloise le pide a Marianne que la dibuje un retrato de ella misma y se lo dibuja en una página del libro, el posterior descubrimiento por parte de Marianne de un retrato de Heloise en el que está con ese mismo libro entreabierto por la página 28, que es en la que ella le pintó su autorretrato… en fin, son muchas las escenas emocionantes y poéticas.

No es la típica película de lesbianas en la que no paran de salir escenas de cama, esta es una película de sentimientos, de dos enamoradas, de un amor imposible entre dos personas que no pueden desarrollarlo por ser del mismo sexo en una época en que esto era imposible de realizar. Pero eso no es lo relevante. Podría ser la historia de un amor entre dos hombres, o entre un hombre y una mujer, en esa época o en cualquier otra, y la película sería igual de deslumbrante.

Celine Sciamma nos sitúa en el lugar de las dos protagonistas mostrándono lo que ellas ven. Planos cortos de rostros, miradas, nos hace fijarnos en lo que ellas se fijan. La belleza de sus rostros, la fuerza de sus miradas, el brillo de su piel, todo lo demás es accesorio, todo lo demás sobra. Nos hace ser ellas de tal manera que al acabar la película se nos quedan grabadas las mismas imágenes que siempre recordarían las dos protagonistas de ese amor.

No obstante, la película no es para cualquiera. El ritmo pausado y el exceso de detalles preciosistas hará que al público medio le cueste integrarse e interpretar el film debidamente. No es una película para pasar el rato, y si necesitas que te lo pongan fácil es mejor que no vayas a verla.

Pero igual que digo que no es la típica película de lesbianas, tampoco es la típica película de época, pues lo que muestra es un sentimiento universal de amores imposibles y personas que luchan por ser lo que no les permiten ser. En definitiva, película preciosa, muy bien interpretada y magníficamente dirigida. Un film de pasiones desbordantes pero al mismo tiempo delicado y delicioso, una narración tan sencilla como exquisita. Una caricia hecha cine.

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keizz
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8
19 de mayo de 2016
34 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fusi (Gunnar Jonsson) es un cuarentón que vive con su madre. Trabaja en el aeropuerto, donde es objeto de las bromas de sus compañeros. Fuera del trabajo, pasa el tiempo jugando con coches teledirigidos o recreando batallas de la Segunda Guerra Mundial con maquetas. Dado que nunca ha salido con ninguna chica, para su cumpleaños su madre le regala un bono para unas clases de baile. Allí conoce a Sjöfn (Ilmur Kristjansdottir), una mujer dinámica, inestable y solitaria como él.

Dirigida por el islandés Dagur Kari, “Corazón gigante” es una película sencilla e intimista que indaga en los descubrimientos personales de un alma ingenua. Es lo que sería una película sobre adolescentes, con la diferencia de que aquí el adolescente tiene más de cuarenta años. A pesar de ello, se produce una empatía casi inmediata entre el personaje de Fusi y los espectadores. Tal vez porque, a una u otra edad, todos hemos sentido alguna vez los miedos e inseguridades que siente Fusi ante todo lo que se encuentra fuera de su mundo interior.

Fusi es un niño. Un niño dentro de un corpachón que parece una montaña. Un niño de cuarenta y tres años, pero un niño al fin. Los demás niños le reconocen como niño, y quieren jugar con él. Pero los adultos le ven como a un adulto pervertido, o loco, o las dos cosas. Pero siendo niño, no tiene la crueldad típica de los niños. El es bueno, servicial, le gusta ayudar, no guarda rencor a sus compañeros que se burlan de él. No intenta nunca vengarse de quienes le humillan por ser tan gordo, o tan pusilánime.

No es nuevo en el cine el tema del hombre con problemas para relacionarse con los demás por su aspecto físico. Aquí además, añadido a su falta de madurez. Pero Kari trata el tema de un modo poco convencional. Uno se espera la típica historia de crecimiento personal en la que el tonto al final es listo, en la que el bueno tiene su recompensa y los malos su castigo. Y no, esta es una sencilla historia de descubrimiento de la vida, de asomar la cabeza fuera del mundo individual de Fusi.

Toda la pelicula orbita en torno al excepcional trabajo de Gunnar Jonsson, que compone con maestría un personaje entrañable, del que toda la sala se queda prendado. Cualquiera que vea la película no dudaría en llevarse a Fusi a su casa y adoptarlo. A todos nos gusta tener al lado a alguien como Fusi, que rezuma ingenuidad, nobleza, lealtad, honestidad, “un ser humano maravilloso” como le define Sjöfn en un momento del film.

Me gustó mucho la película. Es una obra que tiene grandes contradicciones que me gustan. Por ejemplo, no queda muy claro si es un drama o una comedia, ya que tiene buenas dosis de ambas cosas. Igual de contradictorio es el propio personaje central, con pinta de ogro por fuera, pero tierno y delicado por dentro. También resulta contradictorio que los niños quieran a Fusi porque le sienten como uno de ellos, mientras que los adultos le desprecien y piensen que es un pederasta por el simple hecho de jugar con niños. Asimismo, me pareció fascinante el hecho de que conocer a Sjöfn, que es una persona claramente inestable, sirviera para que Fusi encontrara la estabilidad en su propia vida. A menudo no hay nada más coherente que lo contradictorio.

Bajo esa gran capa de tejido adiposo que cubre el mastodóntico cuerpo de Fusi se esconde una persona asustada, inestable, alguien que no se encuentra cómodo en la vida, desorientado en un mundo hostil, que no comprende, que recela de su descomunal tamaño y hasta de su bondad. Fusi sólo encuentra seguridad en su habitación, con sus soldaditos, con sus escasos amigos (un tipo de su edad, también fanático de las maquetas bélicas) y una niña de ocho años. Por eso, no es extraño que, cuando Fusi por fin se enamora, su generosa entrega total se haga creíble, a pesar del injusto trato que recibe por parte de su desequilibrada amada.

La soledad debe ser un tema recurrente en el cine islandés. Un país aislado por su situación geográfica y por su inexorable clima, no podía dar otra cosa que personas solitarias. Pero aquí no se trata tanto de una soledad física sino emocional. Fusi y Sjöfn no están solos, ambos trabajan y conocen gente. Es más bien una soledad interior, ambos se refugian en sí mismos como defensa del mundo exterior. Fusi no sabe comunicarse con los demás, mientras que a Sjöfn se le adivina que se ha comunicado demasiado y no tiene más ganas de hacerlo.

Dagur Kari demuestra una gran habilidad para crear una película en la que combina perfectamente el costumbrismo de la vida en Islandia con los detalles artísticos, creando un personaje que es una historia en sí mismo. Hace que no necesitemos conocer el pasado de los personajes para entenderlos, le basta con mostrarnos su comportamiento para hacer que les conozcamos. Y sobre todo es capaz de no tirar hacia el drama retorcido o el romanticismo simplón, apostando por una historia creíble, sostenida por una narración repleta de sensibilidad.

“Corazón gigante” desprende ternura en cada fotograma, pero a pesar de su tono triste, es una película increíblemente agradable de ver, que nos reconforta a pesar de la gelidez de su paisaje y que nos llega muy dentro. La tímida sonrisa de Fusi en la última escena de la película es la misma con la que todos salimos del cine cuando esta magnífica película termina.

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keizz
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7
14 de marzo de 2014
52 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta película, Polanski ha dado una vuelta de tuerca más al polanskismo. La atmósfera ya definitivamente es su propia atmósfera. La sensación de claustrofobia se intensifica. Cuatro actores ya eran muchos, esta vez dos. No me extrañaría que la próxima película de Polanski (si la hay) sea con un solo actor metido en una caja, haciendo un monólogo.

Pero tiene derecho a hacerlo. Es el cine que le gusta, y hace bien, se lo puede permitir. Además, a sus seguidores nos gusta. Personalmente, disfruto con esas atmósferas, me gusta esa manera que tiene Polanski de indagar en las partes más recónditas del alma, en aquellos lugares en los que nadie indaga, en lo más retorcido de cada uno de nosotros.

Cuando voy a ver una película de Polanski me imagino lo que voy a ver. No espero que haya veinte protagonistas y cientos de extras, ni que habrá muchas escenas en exteriores. Espero ver una película de las suyas, con sus características, y eso es lo que debería esperar todo el mundo. Quien quiera otra cosa, que no vaya. Es como ir a un restaurante japonés y esperar que nos pongan torreznos de aperitivo. Digo esto porque me imagino que habrá gente que se aburrirá mucho viendo una película que se desarrolla enteramente en lo alto de un escenario de teatro, y en la que durante todo el metraje solo aparecen dos actores, que lo único que hacen es hablar. Amigos, es Polanski, es lo que hay, y la cartelera está llena de otro tipo de cine.

El tour de force al que Polanski somete a sus dos actores (Mathieu Amalric y Emmanuelle Seigner) obtiene un magnífico resultado ya que tanto uno como otra están sensacionales en sus respectivas interpretaciones. Polanski es un admirable director de actores, lo ha sido siempre, y en esta ocasión consigue sacar un rendimiento escandalosamente bueno de ambos. Yo le doy un gran mérito a Polanski, puesto que no considero a ninguno de los dos protagonistas de la película unos actores de gran talento. En este caso, a mi juicio, el mayor talento es de quien los dirige. Aunque, como es lógico, de donde no hay no se puede sacar, o sea que algo tienen, pero lograr que aflore y que den más de lo que tienen, eso es tarea del director. Y aquí, no hay duda, lo consigue.

Diría que Amalric incluso me recuerda al propio Polanski. Me parece como si hubiera pensado “voy a poner a alguien que me interprete a mi”. No se, igual es una tontería, pero no lo puedo evitar, me pasé toda la película pensando que Amalric se daba un aire a Polanski cuando era joven y que eso habría tenido algo que ver en su elección para el papel. Y, si tenemos en cuenta que la protagonista es su mujer…

Y, hablando de su mujer, Emmanuelle Seigner mantiene un nivel físico excelente. Parece mentira que tenga 47 años. La última vez que la vi, en la película “En la casa”, la encontré algo mayor y me dio pena porque la recordaba guapísima. En cambio, en esta película la he visto muy bien. Se mantiene en un envidiable estado para su edad. Parece mentira que después de tantos años que han pasado desde “Lunas de hiel” siga siendo una mujer deseable. Me siento identificado con ella.

La película es poco accesible. Muy poco. Requiere una gran complicidad por parte del espectador. Si logras meterte en ella, disfrutarás de esa especie de teatro postmoderno que Polanski plantea y quedarás atrapado en el morbo, en el ambiente oscuro y enfermizo que se va generando entre los actores. Por el contrario, si no logras conectar corres el riesgo de dormirte en la butaca. Además, el director complica las cosas continuamente para que sea más difícil de seguir. Exige un cierto nivel cultural en el espectador y encima hace que los actores hagan comentarios sobre el texto, que a menudo se confunden con el texto mismo, lo cual hace que el espectador se desconcierte, ya que lo normal es que los actores interpreten el texto y lo hagan suyo, en lugar de cuestionarlo. Y como a medida que la película avanza, la relación entre el director y la actriz se va intensificando, la interpretación de los respectivos papeles lleva a un paroxismo final en el que se diría que la propia obra de teatro termina por devorar a los intérpretes. Y, casi casi, también a los espectadores.

Me gustó la película, pero aviso que es muy difícil que guste al público medio. Pero yo disfruto con el maquiavelismo de Polanski y con su precisión detrás de la cámara, con su infinito talento. Esa cámara, con el maravilloso acompañamiento musical, que avanza por el boulevard parisino y termina introduciéndose en el teatro. La misma que termina saliendo de él, al final de la película. A muchos no les dirá nada, a mi me parece puro arte.

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8
7 de julio de 2016
35 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película relata el fin de semana previo a comenzar las clases en la Universidad, en 1980, por parte de un grupo de jugadores de béisbol, en ese punto en que se transita de la diversión de la adolescencia a las obligaciones de la edad adulta.

Jake (Blake Jenner) llega a su alojamiento en la Universidad con su cajón lleno de vinilos y se encuentra con sus compañeros de casa y de equipo de béisbol. Allí pasará el fin de semana previo al comienzo del curso. Este es el irrelevante argumento de la histora que Richard Linklater ha utilizado para crear, una vez más, una película que es puro costumbrismo. Disfrazada de película de adolescentes, “Todos queremos algo” es un film más bien para quienes eran adolescentes en 1980. De hecho, parece mentira que la película no sea de esa época, de lo bien hecha que está.

Más allá de gustos personales, hay que reconocerle a Linklater la capacidad para hacernos reflexionar sobre el paso del tiempo y para hacernos revivir los buenos momentos de la vida, para capturar una época añorada con toda nitidez y pasarla durante dos horas por delante de nuestros asombrados ojos. Tras la apariencia de la típica película de universitarios, el director desgrana con pasmosa eficacia todo el catálogo de sentimientos y actitudes de la época que retrata. La transición de la adolescencia a la edad adulta y la transición de los años setenta a los ochenta quedan plasmados a la perfección en este film que da mucho más de lo que promete.

El retrato generacional que hace Linklater refleja con gran solvencia el espíritu de esos primeros años 80. Es una mirada tierna y evocadora a aquella irrepetible época individual, y a aquella década tan especial, se nota desde el primer fotograma que Linklater ha puesto muchas dosis de cariño en este proyecto.

La música es una parte primordial en la película. Era inevitable. La música de finales de los setenta y principios de los ochenta es pura historia de nuestra sociedad. Además, la música es algo absolutamente clave para cualquier chico de 20 años que tenga un desarrollo normal. Siempre es importante la música, pero a ciertas edades es sencillamente fundamental. Ya en la primera escena, en la que se ve a Jake conduciendo su coche, mientras suena por la radio el mítico “My sharona” de los Knack. La presencia de la música de la época es constante. No sólo por lo que suena, sino por las referencias que se hacen (uno de los chicos abandona la casa y deja como despedida un porro y un álbum de Pink Floyd).

Canciones que suenan, que recuerde así de memoria: la citada “My Sharona”, el “Rapper’s delight” en una escena cojonuda en la que lo cantan los chicos en el coche al estilo “Wayne’s world”, “Heart of glass” de Blondie, “I want you to want me” de Cheap Trick, “Good times roll” de los Cars, “Hand in hand” de Dire Straits, y por supuesto “Everybody want some!!” de Van Halen, entre otras muchas.

Los actores, todos muy poco conocidos, están excelentes y aportan naturalidad y credibilidad a la película. Atención a nombres como Blake Jenner, Glen Powell, Ryan Guzman, Wyatt Russell o Tyler Hoechlin, así como la encantadora Zoey Deutch, porque dado el nivel que muestran en esta película pueden dar mucho que hablar en el futuro.

El ritmo narrativo es espectacular, apropiado para este tipo de películas, y los diálogos también son excelentes, algo que es fundamental para que esta clase de films funcionen. En ocasiones da la sensación de que los protagonistas hablan y actúan sin guión, la sensación de naturalidad es absoluta.

Al contrario de lo que suele ocurrir en otras películas de este estilo, los protagonistas gastan bromas y se divierten sin parecer trogloditas, ni estúpidos. Linklater ha puesto cuidado en esto. No resultan desagradables sino todo lo contrario, uno se encariña de ellos y da un poco de rabia que se acabe la película sin saber qué será de cada uno de ellos en el futuro.

“Todos queremos algo” es una película tremendamente entretenida, eso por supuesto, pero es mucho más que eso. Es muy divertida, es entrañable, es una lección de cine, de cómo captar la esencia de ciertas épocas de la vida que nos marcan para siempre. Es una pequeña joya inesperada, que nos ofrece mucho más de lo que parece. Fui a verla para pasar el rato y salí rejuvenecido, si hubiera visto una discoteca habría entrado en ella.

Es una película optimista y vital. No se puede hacer más con menos. Es un canto a la amistad, a la vida, a esa sensación que una vez tuvimos de que teníamos tanta vida dentro que íbamos a explotar. Un canto al descubrimiento, a la diversión, a esos valores que una vez tuvimos cuando no estábamos sujetos a tantas circunstancias sociales. A la música, cuando la música era importante. Cuando cada día era una fiesta.

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