Toda la estructura se levanta sobre un personaje principal (Paul/Philippe, muy bien interpretado por Francois Cluzet) atractivo y contradictorio. Se trata de un estafador que pasa por la vida coleccionando enemigos, algunos de ellos peligrosos. Paul es solitario, con pasado entre rejas, un superviviente del que no sabemos demasiado pero que no parece tener demasiados escrúpulos. Lo vemos planchar los billetes obtenidos en sus trapicheos en un espacio nada acogedor, un piso que más parece una fría guarida. En su vida aparecen coches robados, documentos falsos, ropas que son señuelos. Engaño tras engaño.
Pero un día se le presenta la oportunidad del golpe importante. Paul se transforma en Philippe. Y a Philippe la gente lo quiere, confía en él de una forma que Paul probablemente nunca llegó a experimentar. Las carencias emocionales de Paul, la ausencia de ataduras a ningún territorio, a ningún afecto, a ningún proyecto, la necesidad de huida constante, el juego del gato y el ratón en que vive inmerso; todo comienza a cambiar. Y todo parece presentarse como el mejor escenario para aprovechar la gran oportunidad. ¿La aprovechará? Comenzamos a preguntárnoslo cuando percibimos ciertos detalles en el comportamiento de un Philippe al que empieza a gustarle que le traten como un amigo, que le profesen admiración, que los niños le expresen agradecimiento en divertidos dibujos y sus padres le bendigan como el tipo que trae el trabajo a una comarca que lo necesita. Se percibe importante, decide, ordena, proyecta, se responsabiliza de otros, construye. Y se enamora. Y se siente útil. Y entonces la película adquiere un tono que ya no es de thriller, juega al costumbrismo, nos plantea dilemas morales en un contexto que no se parece en nada al del delincuente perseguido.
De toda la película, me quedo con un plano que muchos podrían tomar por esteticismo vacuo y que me parece una hermosa metáfora de la transformación de Paul en Philippe: la sombra del protagonista proyectada en un montón de tierra que va cayendo del volquete de un camión. La silueta parece que se entierra y a la vez, se renueva.
Al final del metraje, el espectador siente que X. Giannoli ha manejado materiales de primera y no ha conseguido forjar una obra suficientemente consistente, pero también que la sesión ha merecido la pena.