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Críticas de Platón verbenero
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
5
17 de enero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lamento mucho tener que ponerle esta nota a una película de Rodrigo Cortés, y creo que estoy siendo generoso.

Le pongo un cinco porque la primera hora no está nada mal. Recuerda a un thriller, solo que esta vez el criminal es un ilusionista (Robert De Niro) con --supuestamente-- poderes sobrenaturales. Si no le pongo un seis, es porque no me parece interesante, y como no me parece interesante no se la recomendaría a nadie.

El problema de esta película, a mi juicio, se encuentra en el guión. Creo que el planteamiento es sugerente, una especie de duelo entre lo racional y lo para-racional, con toques sobrenaturales, que, al menos en mi caso, no surte el efecto que pretende.

Desarrollo mis impresiones en el spoiler, donde desvelaré partes de la trama.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Platón verbenero
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9
17 de enero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Silencio es una película no apta para quien, creyente o ateo, no sienta algún interés por los problemas que despierta la fe.

Pienso que Scorsese no trata de entretener en esta película, sino plantear al público el dilema de la fe cristiana, que viene representado por los dos padres que van a buscar al exótico Japón a su maestro, un misionero presuntamente apóstata.

La película, en resumen, sigue durante más de dos horas el periplo japonés de dos jóvenes padres, interpretados por Andrew Garfield y Adam Driver, en busca de su maestro (Leam Neeson), que presuntamente ha traicionado la fe cristiana, algo inaceptable para sus discípulos, que emprenderán un peligroso viaje para traerlo de vuelta.

En el spoiler presento mi lectura de la película, desvelando la trama.
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Platón verbenero
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8
6 de diciembre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adoro las películas de los hermanos Coen, quizá porque son profundamente humanas. Es imposible no acordarse de Dostoievski, de ‘Crimen y castigo’, por no hablar de nuestra ‘Celestina’.

Sus películas, al menos las que ahora me vienen a la memoria, suelen empezar con algún tipo de crimen, nos van introduciendo, pues, en situaciones al margen de la legalidad: un secuestro, un turbio negocio mal cerrado, un allanamiento, un tongo, etc. Como en la novela de Dostoievski, nos encontramos con dos tipos de personajes: al margen de la ley, dentro de la ley. Aunque es verdad que esta división es demasiado tajante, pensemos, por ejemplo, en la maravillosa ‘Muerte entre las flores’; en ella, incluso la ley está al margen de la ley.

Profundamente humana, decíamos: ¿quién no se ha saltado la ley alguna vez, ya sea por justicia, ya sea por ambición? Ay, la tentación de maquillar las imperfecciones mundanas, la tentación de darle al otro su merecido, de recuperar lo que alguna vez fue nuestro, aunque sea una triste alfombra, la tentación, en suma, de hacer justicia: no otra cosa es la “cosmética”. De eso trata, según me parece, el texto fundacional de la filosofía, que debemos a Anaximandro: hacer justicia; una obra demasiado divina, impropia de pobres mortales. Pues la justicia, nuestra justicia, a menudo está cargada de apreciaciones subjetivas que, muy a nuestro pesar, no hacen justicia al caso; presuponemos demasiado, buscamos culpables y los encontramos, así que, cuando nos sentimos suficientemente seguros, dictamos sentencia y la ejecutamos.

Los imperceptibles justicieros, siempre al margen de la ley, que nos presentan los hermanos Coen padecen de aquello que los griegos denominaban ‘hybris’, es decir: son víctimas de la soberbia, la cual les nubla el juicio. Lo inaudito no es que, fruto de un exceso, tomen tal o cual decisión, que sólo un insensato abrigaría; lo inaudito es que se crean en condiciones de establecer algún orden. No es casual, por tanto, que las películas de los Coen se caractericen por sus desarrollos grotescos, propios de una tragicomedia: lo que en un principio parece controlado, finalmente desemboca en el más puro circo. La cosmética deviene caosmética. La consecuencia, nos parece, de arrogarse un título, el de juez, que sólo corresponde a unos pocos mortales; y, sin embargo, el exceso, el atrevimiento, es tan comprensible: ¿quién no obraría igual, quién no siente que las leyes son sumamente imperfectas, casi como si fueran dictadas por los mismos villanos que, supuestamente, deben condenar? Ya Platón decía que las leyes son un mal: estáticas, no hacen justicia a lo que se mueve, como si siempre fuesen demasiado lentas, incapaces de alcanzar su objetivo, justo como en la paradoja de Zenón, sobre Aquiles y la tortuga; sin embargo, aunque malas, las leyes representan un mal necesario, pues peor todavía es saltarse la ley, ya que de ahí sólo puede derivarse el fin de la ciudad. La solución, para el ateniense, no puede provenir de la ilegalidad, pues aun cuando, obrando ilegalmente, se consiguiera reparar algo, no habría salvación más que para unos pocos, aunque, como suelen mostrarnos las películas de los hermanos Coen, después del crimen no haya salvación, sino condena, castigo.

La salvación, por tanto, no puede ser personal, sino colectiva, ajustándose a la legalidad: no se trata de infringir la ley, de vivir al margen, sino de exigir mejores leyes, mejores políticos, mejor educación. Pero una vez desatado el caos, el agente de la ley, como sucede en ‘Fargo’, no tiene más remedio que seguir, perplejo, el curso de los acontecimientos, observando cómo se van acumulando los disparates, a cada cual más espantoso, como si los segundos fueran fichas de dominó colocadas en línea, que van cayendo esperanzadas, pero sin remedio, hacia el abismo. Entonces, sólo resta retirarse, volver a casa junto a la esposa o el esposo, y reflexionar: no es país para viejos.
Platón verbenero
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5
23 de junio de 2009
11 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La apariencia no es sincera"

Éste es un hecho que no sólo está al alcance de los "sabios", sino que también forma parte del acervo cultural del vulgo. Sirviéndome de la precisa metáfora de la "esfera" que ha empleado algún compañero por aquí, afirmaré que esta obra cinematográfica constituye una perfecta figura geométrica donde las distintas piezas que la componen se acoplan y articulan de tal manera que crean un TODO armónico, el cual impide -infaliblemente- el nacimiento de concavidades y lagunas que filtren elementos que quiebren la justicia imperante. A mi modo de ver, los distintos elementos que componen este largometraje: narración, fotografía, música, vestuario, interpretación, &c., dan lugar a una cierta Unidad compositiva capaz de brindarnos en algunas ocasiones auténticos momentos de esplendor artístico; en los cuales las sutiles cuerdas de nuestra alma serán acariciadas con tanto mimo y esmero, que rebosaremos de gozo y no nos quedará otra salida que emocionarnos y aplaudir a Kubrick.

Pero esto no es más que la superficie del asunto, y por decirlo de un modo ilustrativo: el cutis que cubre y protege las entrañas que hemos de diseccionar atentamente. Bisturí en mano, reparamos en que esa belleza y armonía superficial -o si queréis "apariencial"- se sostiene en una base que, por decirlo de algún modo, se halla viciada y corrompida. Junto a Redmond Barry, vamos siendo testigos de un paisaje humano que -a medida que transcurren los minutos- se muestra cada vez más envilecido y sucio. Los protagonistas -y en definitiva la historia, la cual comienza de una forma más que sublime- arrastran tras de sí un guión que se torna prebisible y aburrido.

Le otorgo un diez a los aspectos que conforman el "exterior" o la superficie de este film, es decir: el vestuario, la fotografía, la música, la narración, &c. Estos elementos "superficiales" hacen de esta obra una propuesta harto atractiva y muy sugerente, unidos consiguen ofrecernos un título altamente recomendable; no obstante, la bajeza moral de los individuos que retrata y un argumento que tras la primera hora de visionado se desploma irremediablemente, le confieren a esta obra un cero.

Quizá tras la mera superficie de esta obra cinematográfica encontremos "algo", acaso este genial cineasta vislumbra un camino más allá de la apariencia, un camino que descubrimos de la mano de Redmond Barry y que encontramos repleto de podedumbre. El S. XVIII quedó atrás, pero aún hoy somos tan ricos y pobres, tan feos y guapos, tan fuertes y débiles como antaño. La Postmodernidad parece haberse abandonado sin remisión a la "superficialidad", parece que el guión de nuestra vida se ha tornado zafio y banal y que lo único importante reside en aquellos detalles que configuran el grueso de nuestra imagen exterior...

Por cierto, la mejor escena es aquella que pertenece a la introducción y en la que Barry juega a las cartas con su amada prima.
Platón verbenero
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6
18 de diciembre de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película nos cuenta la historia de una chica que pierde en unos pocos meses una casa que a su padre le había costado conseguir nada menos que treinta años. El comprador es un coronel iraní que se ha visto obligado a emigrar tras ser derrocado el Sha, y que tiene pensado especular con la casa de la chica porque se ha quedado sin ahorros después de casar a su hija con el heredero de una familia importante. El conflicto es inevitable: la chica quiere que le devuelvan la casa, pero el coronel necesita venderla por una cantidad mucho mayor que aquella por la que la adquirió.

Este es el tema de la película, pero en la zona spoiler propongo una lectura alternativa que se me ha ocurrido.
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Platón verbenero
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