Netflix ataca con un nuevo thriller. De paso, la primera producción de la compañía con firma hispanobrasileña. A priori, un gran bocado de la plataforma para situar la producción en el ansiado "top 10". Aquí, la premisa es un narcotraficante sin rostro y cuyo apodo da nombre a la serie en cuestión. A partir de ahí, viene la traca.

Dos ciudades: Madrid y Salvador de Bahía. Hay un narcotraficante misterioso al que nadie ha visto jamás que se traslada a la capital de España y ahí se entrecruzan los caminos de los dos policías del cartel. El guion hace aguas se mire por donde se mire. La historia narrada es un compendio de naderías, de chuflas, de sinsentidos. Los saltos temporales, los flashbacks, los presentes, se difuminan en la narración haciendo prácticamente imposible de seguir. Me da que han querido tocar tantos géneros que seis capítulos se les han quedado cortos y el resultado, en vez de paella, un arroz con cosas. Y gracias a Dios. Porque se me han hecho insufribles.

El elenco fracasa en todos los ámbitos. Y me da que es más un problema de raíz que de los propios actores. Dan la sensación de no llegarse a creer en ningún momento el papel que están representando, y eso no es cosa baladí. La arbitrariedad de géneros los hace saltar del thriller al suspense, del drama al pseudo-terror.

Completamente prescindible y olvidable.

El hombre inocente. O los hombres inocentes. Grisham no retrata el lado más cruel, más injusto, más ladino. Dos crímenes en menos de dos años en el mismo lugar que acapararon todos los epítetos de la incompetencia, la inacción, la dejadez, la desidia o el interés de los cuerpos policiales de la época. Los hombres inocentes no acabaron bien, ya se los digo yo. Tanto los que arrimaron el hombro junto a las pruebas de ADN como los que se negaron a reconocer un crímen que no habían cometido.

Ada. Precioso nombre de pueblo, todo sea dicho. Pero un pueblo extrapolado a los tejemanejes de unos fiscales y un cuerpo policial sumidos en el vicio. El documental relata con parsimonia y, a la vez, agradable carisma todos los hechos, el paisaje, los testigos, los implicados, los cercanos. Un pueblo en donde nunca pasa nada, que dirían los Cohen.

Grisham. Quiere dejar claro que todo es real. La ficción no tiene cabida, y mira que lo parece. Para mí, un canto abolicionista a la pena de muerte, tan con olor a viejo ya, un canto a la manipulación y el conservadurismo de muchos y muchas, y un leve canto a la esperanza que Williamson y su compañero de viaje, al final alcanzaron. Pero el desenlace es otro. Un sabor muy amargo de descreimiento y de pérdida de fe hacia lo judicial y hacia aquellos poderes del Estado que cada vez, quedan más lejos de ciudadano de a pie. Dios nos coja confesados.

El Diablo. Pff, el pobre aquí queda reducido a un semi-dios de una pequeña población de la que tampoco nos cuentan mucho, unos pobladores que van vestidos con túnicas negras (ésa va a ser la única relación con la denominación "secta") y que viven más o menos siguiendo unas directrices "amish", por decirlo de alguna manera. En los 8 capítulos de la serie cualquier referencia al temido Diablo serán algún altar cutrefacto y una pareja de cuervos que no se sabe muy bien qué nos quieren decir.

Ohio. Supongo que fue el estado elegido por la sonoridad del nombre. De resto, poco importa si todo transcurre en Ohio, Iowa, California o Lugo.

Actores. Emily Deschanel es un despropósito en esta serie. No aguanta en ningún momento el peso que recae en ella teniendo en cuenta que es la actriz principal. La rescatada Mae se limita a poner caras de circunstancia con la intención, supongo, de darle un gramo de intriga a una serie de por sí muy sosa. Las hijas pues componen el cocktail de topicazos que ya son la firma de Netflix (junto a algún personaje más del instituto). Y el marido, madre mía, anodido, prescindible, un estorbo. Su historia paralela es lo que menos interés me produjo en todo el transcurso de este historia.

En resumen. Una serie canadiense mala con ínfulas de ser algo superior pero que ni los propios actores llegan a creerse, un no parar de ruidos extraños en la habitación de al lado con la intención de asustar y la aparición de sopetón de uno de esos componentes de esa familia andida y aburrida. Serie no recomendable.

Thriller. Sí, empiezo por el gancho: de thriller tiene tres minutos. El resto es relleno de gomaespuma. La historia (por llamarla de alguna manera) parece estar zarandeada por varias manos y el resultado es un hervidero de tramas insustanciales y aburridas. El hecho de llegar al último capítulo con un mínimo de interés requiere mucho por parte del espectador, y si se consigue, ya uno no sabe bien qué demonios le han estado contando anteriormente.

La historia. Tiene tela: dos gemelas que se suplantan y que, mira tú por donde, tienen asuntos pendientes una con la otra, la una con la familia de la otra, la otra con la familia de la una, la hermana en discordia por el medio, el padre que buenamente lleva como puede el estar en medio de semejante caos, los maridos, etc. Telenovelesco, más bien.

Personajes. Las dos hermanas están ruinosamente confeccionadas, y eso que Michelle Monaghan se ha caracterizado por ser una actriz decente, pero malas decisiones tomamos todos en algún momento. Matt Bomer pasa por ahí como en plan invitado. Los secundarios no aportan nada, aunque lo intente la tercera hermana en discordia, pero ni su historia parece casar con el desaguisado principal. Quizá, lo mejor (por decir algo) sea el personaje de Jonathan Tucker. Mención aparte, la sheriff. Tiene miga por lo irritante que llega a ser y el tópico típico que calza Netflix siempre que puede.

Conclusión. Me es imposible detallar nada. Aprovecho que sólo hay una crítica para crear el aviso. Es aburrida e inane, no responde a ninguna de las preguntas que plantea en su origen, tiene un aroma a telefilm que, a medida que avanzan los capítulos, cambia a olor cutre. No la recomiendo para nada.

Narrativamente, puede que la serie se sostenga en algún momento, pero debido a su lentitud y el poco (o ningún) carisma de James Norton hace que se vuelva pesada y aburrida. Lo del protagonista es de traca: con menos expresividad que una servilleta encabeza una trama que es aguantada por los secundarios. Las historias paralelas tampoco ayudan a focalizar el interés.

"McMafia" puede resumirse en una serie (si no se hiciese tan larga hasta la consideraría miniserie) espesa y lentorra, con una narración condensada en problemas familiares y negocios paralelos de una familia de rusos afincada en Inglaterra, que para nada tiene que ver con lo que se espera. No hay giros finales ni cuadratura del círculo, no hay artificios de guion ni actuaciones destacables, no hay manera de conectar en ningún momento con lo que nos están contando.

Todo ésto desde mi humilde opinión, que conste.