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España España · Madrid
Críticas de OsitoF
Críticas 2.075
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
4
18 de abril de 2024
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Oyendo el otro día las desafortunadas manifestaciones de ese genio del humor que es Joaquín Reyes acerca de que la cultura de la cancelación no existe, se me vinieron a la cabeza una oleada de reflexiones sobre cómo hemos llegado a este mundo de wokismo, censura selectiva y pavor a ofender a este o a aquel. Al final llegué a una conclusión preliminar de que todo se empezó a ir a la mierda en el momento en el que las discusiones estúpidas dejaron de ser zanjables con esas dos decisivas palabras que tantos problemas han ahorrado a la humanidad: «eres subnormal».

Bastaba con utilizar esa fórmula para dar a entender que no estabas dispuesto a debatir de nada con nadie que no aceptara que dos y dos son cuatro. Pero claro, los mediocres encontraron su antídoto en la victimización e iniciaron una siniestra campaña disfrazada de buenismo para que usar esa frase fuese insultar a la pobre gente con síndrome de Down, de modo que, usando a discapacitados como escudos humanos, todo pasó a ser opinable y respetable. Dos y dos ya no eran cuatro «sólo porque lo dijeras tú». Para llegar al meollo de las cuestiones había que refutar primero que dos y dos no eran siete, doce o veinticinco. No hay más que ver cómo las discusiones serias han desaparecido del espacio mediático y político por el agotamiento y desgaste mentales que supone tener que decir que estás de acuerdo en veinte obviedades antes de poder sostener algo polémico: la gente con low IQ se ha venido muy arriba y domina las estructuras de opinión.

También tengo claro cuándo se llegó al final de ese camino y se pudo decir abiertamente que los mediocres habían ganado. Llo dataría de cuando las grandes compañías de contenido cultural y artístico (Disney, Santillana…) crearon departamentos para valorar si los productos eran satisfactorios desde todos los ángulos sociales, es decir, no que los productos no ofendieran explícitamente a tal o cual minoría (que ya es cenusra) sino que no los ofendieran implícitamente por omisión («pues aquí falta una gitana lesbiana o un profesor de gimnasia pakistaní y vegano») . Eso sí, el camino no estuvo exento de señales. Los semáforos inclusivos, el «todos y todas», el que los niños no se puedan disfrazar de cosas violentas… o el Test de Bechdel. Para el que no lo sepa, el test de Bechdel ‘mide’ cómo de representadas están las mujeres en las películas y se considera que una película lo cumple cuando hay, al menos, dos personajes femeninos (lo que por aquel entonces se consideraban mujeres, hoy ya no sé cómo se definiría este criterio), con nombres propios (es decir que no sean figurantes) y que tengan una conversación (sin definir muy bien lo que es eso) en la que las dos personas femeninas no hablen de un hombre (masculino, se entiende).

Recuerdo que la primera vez que oí hablar del tema, me pareció una estupidez peligrosa. En sí mismo, el test era inofensivo porque cualquiera con dos luces de frente se tiene que dar cuenta de que se trata de una valoración totalmente disociada de la calidad de la película: una película buena no tiene por qué cumplir el test y cumplir el test no convierte en buena una película. Pero ya empecé a intuir que terminaría siendo utilizado, como así ha sido, de manera torticera para terminar midiendo y etiquetando las películas en feministas o no feministas y, por tanto, influyendo en la creatividad: «faltan más superheroínas en Marvel y chicas desembarcando el día D en Omaha» o en el acceso a subvenciones y premios. Pero claro, no se pudo tachar al dichoso Test con la palabra que empieza por S y que en inglés se traduce como retarded, y poco ha poco hemos llegado hasta donde estamos,

Lo mejor que se me ocurre decir sobre “En el bosque” es que cada quince minutos cumple tres o cuatro veces con el Test de Bechdel. Lo hace, además, casi de manera extrema e inmersiva, como una masterclass Bechdel de cien minutos en la que dos protagonistas femeninas atrapadas en un bosque tras un apocalipsis tecnológico luchan por sobrevivir en un mundo hostil en el que lo que queda de la humanidad, como suele pasar en estos casos, es el mayor de los peligros. Sin más ley que la de la selva, sin orden y sin estructuras sociales ni económicas, todo es un sálvese quien pueda en el que por la vida de la protagonistas sólo pasarán tres personas y todas hombres, todos tóxicos a su manera: un padre que muere en circunstancias forzadamente estúpidas sin prepararla para vivir solas, un novio que amenaza el vínculo fratenal (sororo, sería quizá más correcto) con la idea preconciliar de querer iniciar una vida marital con una de ellas y un agresor sexual.

Probablemente, el mensaje subyacente es absolutamente sesgado, meramente activista, indignante y muy victimista pero es que la película es tan espesa y tan lenta que no dan ganas ni de indignarse ni de contestar ni de pensar si está insultando al género masculino, al capitalismo o a la tecnodependencia. Fuera de su mensaje, no hay ningún intento de crear una trama de interés o de dibujar algo parecido a un aventura en un contexto que, de por sí, tiene cierto interés. Todo es cháchara e insinuaciones en una película para listos, para inteligentes que valoran intangibles e intenciones. Imprescindible en el catálogo de HBO.
OsitoF
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7
18 de abril de 2024
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En la medida de lo posible, procuro evitar valorar las películas en términos de lo que podrían o deberían de haber sido, pero aquí me voy a permitir una excepción. Naturalmente, todo es pura especulación de un simple (y ocasional) aficionado al cine, pero veo “Regresion” y me deja la sensación de que de haber sabido leer mejor la situación o haber tenido la flexibilidad (o la autoridad) para alterar el rumbo de la película una vez identificadas ciertas señales, Amenábar podría haber añadido otro pelotazo a la carrera en lugar de conformarse con una buena película acogida con bastante cautela.

De entrada, confirmo que “Regresion” me parece una notable película digna, por concepción y ejecución, de su creador. Quizá sin la frescura de “Tesis”, sin el bofetón final de “Abre los ojos” o sin la majestuosa redondez de “Los otros”, pero Amenábar vuelve a demostrar olfato para las historias y talento innato para escribirlas en pantalla. Quizá el localizarla en la Norteamérica de los setenta le perjudica en tanto en cuanto se hace un poco lejana en el espacio y en el tiempo al espectador nacional promedio medio, pero le permite lucirse en una producción de gran complejidad técnica y documental.

De entrada, “Regresion” parece planteada como la recreación de unos sucesos reales de la época, cuando una serie de sucesos relacionados con ocultismo y prácticas satánicas, conmocionó a una sociedad que, por entonces, carecía del acceso a información en las cantidades y con la inmediatez actuales, y era receptiva y vulnerable a lo que hoy en día llamaríamos bulos o fake news. Así, un detective de la América rural se enfrenta a unos horribles crímenes plagados de sorpresas. Porque, efectivamente, si una de las señas de identidad del cine de Amenábar son los giros y las revelaciones inesperadas, “Regresion” esta plagada de ellas. Pero para mí lo mejor, sin duda, es la atmósfera que crea el director en la que lo real, lo paranormal y lo imaginario se entremezclan con delicadeza y elegancia para generar un ambiente de tensión e inquietud (de cague, para entendernos) a la altura de los grandes clásicos.

Y aquí es donde digo que (insisto en que hablar es muy fácil) a la película le hubiese ido mejor tomando otro camino. Una vez que Amenábar hace lo más difícil en estos tiempos de saturación de oferta audiovisual, que es llevarnos a una historia novedosa que da terror de por sí, sin trucos baratos, ¿por qué no olvidarse de lo que pasó en realidad y seguir por ese género? En general no me gusta mucho el cine de intriga o terror, pero hay películas que saben vendérmelo. Por ejemplo, “Señales”, que no te crees que estás viendo una peli de marcianos hasta que de pronto, ostras, te das cuenta de que estas viendo una de marcianos tan natural como el telediario. Con “Regresion” también me siento cómodo: no me parece estar ante una de satanismos hasta que de pronto, coño, que estoy cagado de miedo.

Sea como sea, Amenábar se mantuvo fiel al plan inicial y yo creo que el resultado queda un tanto desdibujado. La verdad es que el desenlace y su gran giro final, sobre el papel, tienen muy buena pinta, como esas historias que se cuentan solas… pero da la impresión, a toro pasado, de que exigió una gran preparación para incluir personajes que aportasen pistas y explicaciones que lo sostuviesen. Eso penalizó el ritmo y, al menos en mi caso, algunos elementos eran algo previsibles y me pusieron en alerta de hacia dónde se dirigía la cosa.

Además, el impacto final depende en gran medida del desempeño de la actriz protagonista, Emma Watson, que cuaja una buena actuación general pero no aguanta (pocos lo harían) tanto peso sobre sus hombros.
Así que, aunque las sensaciones son buenas (en la medida que lo permite la temática) casi todo el metraje, “Regresion” no termina en todo lo alto (por lo menos en todo lo alto que podría haber quedado) y deja un tanto frío al personal. Sabes que has visto una muy buena película que te ha contado cosas muy interesantes, pero en lo único que puedes pensar es que Amenábar puede haber perdido el toque. Hace falta algo de fuerza de voluntad para revisitar la cinta y, con perspectiva, determinar que está a la altura de su creador.
OsitoF
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3
17 de abril de 2024
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Hace ya algunos años, en una crítica de la película “Eragon” en un medio digital de renombre (creo que era El Confidencial, estoy casi seguro), se me quedó grabada una sentencia bastante cruel acerca del autor de la saga, Christopher Paolini, quien la habría supuestamente escrito con apenas dieciséis años (aunque posteriormente se aclaró que la había empezado a escribir con quince años y publicado con algo menos de veinte, que también tiene su mérito). La frase en cuestión venía a decir que era la obra propia de un chaval con bastante más imaginación que amigos y recuerdo que me dejó el mismo mal cuerpo que si hablasen de mí. No he leído los libros, pero la película pintaba una trama que era un refrito mal disimulado de Tolkien, Dragones y Mazmorras, la Dragonlance y seguro que muchas otras obras de literatura fantástica juvenil, plagado de convencionalismos y agujeros de guion. La valoración general negativa era, sin duda, merecida pero el ensañamiento con el chaval tenía un punto de desprecio envidioso que me cabreó por injusto y gratuito. En cierto modo, empaticé con el chaval, porque todos los que hemos leído ficción juvenil nos hemos creado nuestro propio universo, y me pareció muy valiente que hubiese perseguido su sueño de verlo impreso. Además, en general, era una obra en la que se veía esfuerzo e ilusión a la que lo único que le faltó fue caer en manos de un editor competente o un productor más escrupuloso para pulir los defectos y no llevar a la pantalla cualquier cosa por el mero hecho de «estar creada por un adolescente»

“Bestias del sur salvaje” me deja la misma sensación de batiburrillo incoherente, pero carente de los atributos de esfuerzo y pasión de “Eragon” y, además, con fundamentos menos sólidos. Como si “Eragon” fuese un fan-fiction de “El Hobbit” y “Bestias del sur salvaje” la adaptación libre de un reportaje de activismo climático y social del suplemento cultural de Lo País dirigida por un admirador de Terence Mallick: una apocalíptica fantasía ecoguay que fusiona parafernalia mágica sobre el trasfondo de “Mad Max”. Una distopía alegórica de digestión tan pesada como su discutible filosofía y llena de confusas soflamas en pro de una especie de justicia social y una vuelta a una naturaleza muy básica de la que sólo muestra su cara más amable: si todos vivimos en cuevas andrajosas, no habrá envidias ni rivalidades… ¿a quién le importa que no haya agua corriente o que haya que volver a cagar en agujeros?

No tengo ninguna duda de que su autor (otro jovenzuelo de treinta años al que esta vez no masacraron como al creador de “Eragon”) ha quedado complacido con el resultado y está convencido de que ha puesto su granito de arena para denunciar la existencia de desigualdad, la presencia de pobreza y para proclamar con toda la fuerza de los 90 minutazos de metraje que tenemos que cuidar la ecología porque no tenemos un planeta B. Tampoco tengo ninguna duda de que la película no dice nada que no encuentres en las secciones de Salud o Medio Ambiente de cualquier medio escrito progresista, pero con un tono más solemne, un envoltorio más hortera y una historia desquiciantemente ridícula que, bajo la apariencia de aventuras mitológicas y odiseas urbanas, evoluciona con una espesura rayante en la viscosidad a base de metáforas infantiles, paralelismos sesgadísimos y alegorías tramposas.

Hay películas que veo con otros ojos según el momento vital o las circunstancias personales, pero no se me ocurre ninguna posibilidad de que ver este truño una o treinta veces vaya a cambiar mi percepción de que me quieren vender una moto estropeada. No, “Bestias del Sur salvaje” no busca la verdad oculta en lo simple y directo de la mirada de un niño, sino embaucar al que se deje y hacerle sentir culpable de discriminación racial, de negacionismo ecológico o de las dos cosas. Con todos sus defectos, me quedo claramente con una “Eragon” que va a lo suyo, no da la chapa y se entiende bien.
OsitoF
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7
8 de abril de 2024
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Con un estilo contundentemente simple e impactantemente directo, Ken Loach ha sido durante mucho tiempo un (el) referente del llamado cine social, en el que el protagonista es el ciudadano de a pie y sus aventuras cotidianas para salir adelante. “Yo, Daniel Blake” es la respuesta concisa y precisa a la pregunta de por qué su cine se hace atractivo y el noventa por ciento del cine social patrio se hace antipático: fundamentalmente porque su mensaje es agnóstico de una corriente ideológica concreta y porque, a falta de subvenciones masivas que le permitan ir a pérdidas siempre que prevalezca el mensaje, ha de mostrar un pragmatismo y un realismo que el espectador agradece.

Sobre lo de resultar simpático o antipático, tengo una anécdota de un viaje que hice a Buenos Aires en 2018. El país se notaba más empobrecido que la última vez que había estado diez años atrás, pero la peatonal Calle Florida seguía siendo un tranquilo hervidero de transeúntes y en un cruce de situación estratégica, un grupo de artistas callejeros tenía montado un espectáculo de tango. Nada espectacular: unos altavoces y tres o cuatro parejas de bailarines a los que, seguramente, había visto una década antes en el mismo sitio y las mismas canciones. Dos de las parejas estaban ya entradas en la cincuentena, pero bailaban con la misma agilidad y flexibilidad de siempre, seguramente fruto de la mecanización y reiteración. El resto de bailarines ya eran de competencia y edades diversos. Una de las chicas era española, veintitantos, y bailaba con mucha técnica, aunque en este caso se veía más fruto de una preparación posiblemente académica. SIGO EN EL SPOILER por temas de espacio. Aviso que la española, como era de esperar, termina dando mucho juego.

Conclusión: debes confiar en la inteligencia del público y el civismo de la gente y no les des la turra ni les afees lo que siempre tiene que quedar en el terreno de la voluntariedad. En otras palabras, Ken Loach me presenta los hechos como son, naturalmente bajo su prisma, pero deja en manos del espectador sacar las conclusiones al respecto. No sé a quién vota Ken Loach, si es que vota a alguien, pero su cine no me induce una conducta de voto ni me insulta por votar a ciertas opciones. Lo que Ken Loach denuncia en cada película (en este caso una administración anquilosada y burocratizada) son unos determinados hechos y deja en manos del público juzgar si son consecuencia de tal o cual gobierno o tal o cual organismo o tal o cual partido político. Sin conocer de nada a Loach, su cine me habla de un tío preocupado por lo complicado que es moverse en el Sistema y las injusticias que se derivan de lo deshumanizador que es ser avanzar a base de formularios y números… pero “Yo, Daniel Blake” no me invita a cambiar eso votando a Laboristas o Tories, sino dejando a mi criterio cuál es el voto que mejor lleva a ese objetivo (que puede ser distinto en las municipales que en las regionales que en las nacionales). ¿Puede decir lo mismo el cine español que hace las premieres rodeados de políticos de izquierda y extrema izquierda? Pues eso, el cine de Loach no se hace antipático a la mitad de la población.

Adicionalmente está el hecho de que “Yo, Daniel Blake” no busca la confrontación del protagonista con nadie (persona o ideología) sino contra un Sistema que, en sí mismo, conduce a pesadillas de normativas contradictorias, documentación imposible de solicitar sin adjuntar la propia documentación que quieres obtener y funcionarios robotizados. Es decir, su cine denuncia elementos objetivos y los protagonistas son ciudadanos que se rebelan contra eso, con los que es imposible estar en desacuerdo y que, precisamente por eso, pueden pasar por héroes universales. Por poner un ejemplo, en una de las obras cumbres del género en España, “Los lunes al Sol”, el héroe es el pícaro beligerante que postureó hasta el final en huelgas y manifestaciones inútiles y defiende que el Estado nos debe algo y, hasta que alguien lo arregle, mejor sobrevivir a base de sablazos. Todo en la película arrastra al espectador hacia esas posiciones ideológicas: ridiculiza al parado de avanzada edad que se levanta cada día con la esperanza de conseguir otro empleo y le anima a que deje de intentarlo; echa en cara a otros compañeros que se hayan adaptado montando negocios (la película los deja de vendidos) y sólo el personaje de Tosar que vive a merced de las corrientes, sin personalidad, parece peor que todos ellos. No me imagino películas de Loach (igual me equivoco) glorificando al buscavidas vendemotos sino que creo que su héroe viene siendo el tío que se levanta cada mañana dispuesto a pelear por un puesto de trabajo para el que no está cualificado, aunque se lleve alguna humillación por el camino.

Ojo, no digo que “Los lunes al Sol” sea buena o mala película, para eso escribiría algo específico llegado el caso. Tampoco sé si fue rentable o no (entiendo que sí) y si fue subvencionada mucho o poco. La he traído a cuento de que se puede hacer un cine social con el que todo el mundo conecte y se puede hacer que sólo vaya dirigido a ciertos marcos mentales. “Yo, Daniel Blake” es una dura y conmovedora epopeya ciudadana de las que suelen gustar a todo el mundo y le hace pensar cómo cambiarlo con su voto o a ser más beligerante con las administraciones (que solemos tender al borreguismo).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
OsitoF
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7
7 de abril de 2024
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Como si de un desafío personal se tratara, “London Boulevard” trata de llevar a la pantalla todos y cada uno de los elementos de la novela en la que se basa, sin sacrificar tramas o limar personajes. El esfuerzo para mantener toda la acción y todas las tramas en movimiento es notable y el resultado muy meritorio, pero paga un precio en cuanto a fluidez general. Si bien cada elemento por separado funciona, los continuos cambios de contexto restan mucha agilidad y son tan bruscos que, en ocasiones, cuesta adaptar el marco mental para pasar de una trama de amistades traicioneras a una de amor, luego a otra de acción y vuelta al romance sin que las cohesión mental, la sensación de estar viendo una película y no tres a la vez, se resienta.

El trabajo de realización y de guionizaje es muy bueno, con personajes tarantinianos en narrativas de Scorsese o De Palma complicados de integrar pero bien resueltos, muy atractivos y bien interpretados. Pero, si bien en estos casos suele haber un problema de desproporción entre objetivos a desarrollar y medios para alcanzarlos, lo que hay en este caso es un desequilibrio entre lo que ofrece “London Boulevard” y lo que se le puede pedir a la mente del espectador que aguante. Hay una máxima de la oratoria que dice que no puedes retener la atención de la gente más de diez minutos (hablando de un tema) y la cinta tiene como tres tramas principales que se desgranan en siete u ocho flujos de acción íntimamente relacionados pero de naturalezas y ritmos bien distintos con los que cuesta seguir el paso. Puede que sea mi sesgo personal, pero creo que la parte de acción, la parte mafiosa, está más lograda que el drama romántico con Keira, pero puede que a otros les pase justo lo contrario. En todo caso, ese es el problema: que la gente que sea más de acción le gustarán mucho unas partes y se aletargará con otras y viceversa.

Me sobró el final, una especie de moraleja metáforica de algo por concretar un tanto fuera de tono, muy artificial y ya visto en otras ocasiones… pero, a mí, el conjunto llegó a gustarme, aunque tuve que poner bastante de mi parte. Collin Farrell, todo un acierto, de los pocos intérpretes capaces de moverse entre varios mundos. Extensible al resto del reparto.
OsitoF
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