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Voto de OsitoF:
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Drama
Por primera vez en su vida, víctima de problemas cardiacos, Daniel Blake, carpintero inglés de 59 años, se ve obligado a acudir a la asistencia social. Sin embargo, a pesar de que el médico le ha prohibido trabajar, la administración le obliga a buscar un empleo si no desea recibir una sanción. En la oficina de empleo, Daniel se cruza con Katie, una madre soltera con dos niños. Prisioneros de la maraña administrativa actual de Gran ... [+]
8 de abril de 2024
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Con un estilo contundentemente simple e impactantemente directo, Ken Loach ha sido durante mucho tiempo un (el) referente del llamado cine social, en el que el protagonista es el ciudadano de a pie y sus aventuras cotidianas para salir adelante. “Yo, Daniel Blake” es la respuesta concisa y precisa a la pregunta de por qué su cine se hace atractivo y el noventa por ciento del cine social patrio se hace antipático: fundamentalmente porque su mensaje es agnóstico de una corriente ideológica concreta y porque, a falta de subvenciones masivas que le permitan ir a pérdidas siempre que prevalezca el mensaje, ha de mostrar un pragmatismo y un realismo que el espectador agradece.
Sobre lo de resultar simpático o antipático, tengo una anécdota de un viaje que hice a Buenos Aires en 2018. El país se notaba más empobrecido que la última vez que había estado diez años atrás, pero la peatonal Calle Florida seguía siendo un tranquilo hervidero de transeúntes y en un cruce de situación estratégica, un grupo de artistas callejeros tenía montado un espectáculo de tango. Nada espectacular: unos altavoces y tres o cuatro parejas de bailarines a los que, seguramente, había visto una década antes en el mismo sitio y las mismas canciones. Dos de las parejas estaban ya entradas en la cincuentena, pero bailaban con la misma agilidad y flexibilidad de siempre, seguramente fruto de la mecanización y reiteración. El resto de bailarines ya eran de competencia y edades diversos. Una de las chicas era española, veintitantos, y bailaba con mucha técnica, aunque en este caso se veía más fruto de una preparación posiblemente académica. SIGO EN EL SPOILER por temas de espacio. Aviso que la española, como era de esperar, termina dando mucho juego.
Conclusión: debes confiar en la inteligencia del público y el civismo de la gente y no les des la turra ni les afees lo que siempre tiene que quedar en el terreno de la voluntariedad. En otras palabras, Ken Loach me presenta los hechos como son, naturalmente bajo su prisma, pero deja en manos del espectador sacar las conclusiones al respecto. No sé a quién vota Ken Loach, si es que vota a alguien, pero su cine no me induce una conducta de voto ni me insulta por votar a ciertas opciones. Lo que Ken Loach denuncia en cada película (en este caso una administración anquilosada y burocratizada) son unos determinados hechos y deja en manos del público juzgar si son consecuencia de tal o cual gobierno o tal o cual organismo o tal o cual partido político. Sin conocer de nada a Loach, su cine me habla de un tío preocupado por lo complicado que es moverse en el Sistema y las injusticias que se derivan de lo deshumanizador que es ser avanzar a base de formularios y números… pero “Yo, Daniel Blake” no me invita a cambiar eso votando a Laboristas o Tories, sino dejando a mi criterio cuál es el voto que mejor lleva a ese objetivo (que puede ser distinto en las municipales que en las regionales que en las nacionales). ¿Puede decir lo mismo el cine español que hace las premieres rodeados de políticos de izquierda y extrema izquierda? Pues eso, el cine de Loach no se hace antipático a la mitad de la población.
Adicionalmente está el hecho de que “Yo, Daniel Blake” no busca la confrontación del protagonista con nadie (persona o ideología) sino contra un Sistema que, en sí mismo, conduce a pesadillas de normativas contradictorias, documentación imposible de solicitar sin adjuntar la propia documentación que quieres obtener y funcionarios robotizados. Es decir, su cine denuncia elementos objetivos y los protagonistas son ciudadanos que se rebelan contra eso, con los que es imposible estar en desacuerdo y que, precisamente por eso, pueden pasar por héroes universales. Por poner un ejemplo, en una de las obras cumbres del género en España, “Los lunes al Sol”, el héroe es el pícaro beligerante que postureó hasta el final en huelgas y manifestaciones inútiles y defiende que el Estado nos debe algo y, hasta que alguien lo arregle, mejor sobrevivir a base de sablazos. Todo en la película arrastra al espectador hacia esas posiciones ideológicas: ridiculiza al parado de avanzada edad que se levanta cada día con la esperanza de conseguir otro empleo y le anima a que deje de intentarlo; echa en cara a otros compañeros que se hayan adaptado montando negocios (la película los deja de vendidos) y sólo el personaje de Tosar que vive a merced de las corrientes, sin personalidad, parece peor que todos ellos. No me imagino películas de Loach (igual me equivoco) glorificando al buscavidas vendemotos sino que creo que su héroe viene siendo el tío que se levanta cada mañana dispuesto a pelear por un puesto de trabajo para el que no está cualificado, aunque se lleve alguna humillación por el camino.
Ojo, no digo que “Los lunes al Sol” sea buena o mala película, para eso escribiría algo específico llegado el caso. Tampoco sé si fue rentable o no (entiendo que sí) y si fue subvencionada mucho o poco. La he traído a cuento de que se puede hacer un cine social con el que todo el mundo conecte y se puede hacer que sólo vaya dirigido a ciertos marcos mentales. “Yo, Daniel Blake” es una dura y conmovedora epopeya ciudadana de las que suelen gustar a todo el mundo y le hace pensar cómo cambiarlo con su voto o a ser más beligerante con las administraciones (que solemos tender al borreguismo).
Sobre lo de resultar simpático o antipático, tengo una anécdota de un viaje que hice a Buenos Aires en 2018. El país se notaba más empobrecido que la última vez que había estado diez años atrás, pero la peatonal Calle Florida seguía siendo un tranquilo hervidero de transeúntes y en un cruce de situación estratégica, un grupo de artistas callejeros tenía montado un espectáculo de tango. Nada espectacular: unos altavoces y tres o cuatro parejas de bailarines a los que, seguramente, había visto una década antes en el mismo sitio y las mismas canciones. Dos de las parejas estaban ya entradas en la cincuentena, pero bailaban con la misma agilidad y flexibilidad de siempre, seguramente fruto de la mecanización y reiteración. El resto de bailarines ya eran de competencia y edades diversos. Una de las chicas era española, veintitantos, y bailaba con mucha técnica, aunque en este caso se veía más fruto de una preparación posiblemente académica. SIGO EN EL SPOILER por temas de espacio. Aviso que la española, como era de esperar, termina dando mucho juego.
Conclusión: debes confiar en la inteligencia del público y el civismo de la gente y no les des la turra ni les afees lo que siempre tiene que quedar en el terreno de la voluntariedad. En otras palabras, Ken Loach me presenta los hechos como son, naturalmente bajo su prisma, pero deja en manos del espectador sacar las conclusiones al respecto. No sé a quién vota Ken Loach, si es que vota a alguien, pero su cine no me induce una conducta de voto ni me insulta por votar a ciertas opciones. Lo que Ken Loach denuncia en cada película (en este caso una administración anquilosada y burocratizada) son unos determinados hechos y deja en manos del público juzgar si son consecuencia de tal o cual gobierno o tal o cual organismo o tal o cual partido político. Sin conocer de nada a Loach, su cine me habla de un tío preocupado por lo complicado que es moverse en el Sistema y las injusticias que se derivan de lo deshumanizador que es ser avanzar a base de formularios y números… pero “Yo, Daniel Blake” no me invita a cambiar eso votando a Laboristas o Tories, sino dejando a mi criterio cuál es el voto que mejor lleva a ese objetivo (que puede ser distinto en las municipales que en las regionales que en las nacionales). ¿Puede decir lo mismo el cine español que hace las premieres rodeados de políticos de izquierda y extrema izquierda? Pues eso, el cine de Loach no se hace antipático a la mitad de la población.
Adicionalmente está el hecho de que “Yo, Daniel Blake” no busca la confrontación del protagonista con nadie (persona o ideología) sino contra un Sistema que, en sí mismo, conduce a pesadillas de normativas contradictorias, documentación imposible de solicitar sin adjuntar la propia documentación que quieres obtener y funcionarios robotizados. Es decir, su cine denuncia elementos objetivos y los protagonistas son ciudadanos que se rebelan contra eso, con los que es imposible estar en desacuerdo y que, precisamente por eso, pueden pasar por héroes universales. Por poner un ejemplo, en una de las obras cumbres del género en España, “Los lunes al Sol”, el héroe es el pícaro beligerante que postureó hasta el final en huelgas y manifestaciones inútiles y defiende que el Estado nos debe algo y, hasta que alguien lo arregle, mejor sobrevivir a base de sablazos. Todo en la película arrastra al espectador hacia esas posiciones ideológicas: ridiculiza al parado de avanzada edad que se levanta cada día con la esperanza de conseguir otro empleo y le anima a que deje de intentarlo; echa en cara a otros compañeros que se hayan adaptado montando negocios (la película los deja de vendidos) y sólo el personaje de Tosar que vive a merced de las corrientes, sin personalidad, parece peor que todos ellos. No me imagino películas de Loach (igual me equivoco) glorificando al buscavidas vendemotos sino que creo que su héroe viene siendo el tío que se levanta cada mañana dispuesto a pelear por un puesto de trabajo para el que no está cualificado, aunque se lleve alguna humillación por el camino.
Ojo, no digo que “Los lunes al Sol” sea buena o mala película, para eso escribiría algo específico llegado el caso. Tampoco sé si fue rentable o no (entiendo que sí) y si fue subvencionada mucho o poco. La he traído a cuento de que se puede hacer un cine social con el que todo el mundo conecte y se puede hacer que sólo vaya dirigido a ciertos marcos mentales. “Yo, Daniel Blake” es una dura y conmovedora epopeya ciudadana de las que suelen gustar a todo el mundo y le hace pensar cómo cambiarlo con su voto o a ser más beligerante con las administraciones (que solemos tender al borreguismo).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El espectáculo abarcaba una buena parte de la calle y cuando llegué a su altura, como de costumbre, el nutrido corrillo de curiosos te obligaba a detenerte a mirar o a esquivarlo trabajosamente por uno de los flancos. Yo suelo ser de los segundos, que no se detienen nunca en esas actuaciones, pero en ese caso, como iba con mi mujer (era su primera visita a la ciudad) nos detuvimos a echar un vistazo. Acabó la canción, el show estuvo a la altura y el comportamiento del corrillo fue el esperado: mucha gente aportó la esperable propina y siguió su camino, otros se escaquearon y otros se quedaron a ver más. Pero en el entreacto ocurrió algo inesperado: la chica española agarró el micrófono y, con un tono algo insolente, a la gente soltó una extensa chapa sobre que ellos no estaban ahí por gusto, que lo suyo era un trabajo como otro cualquiera y que en Broadway (daba a entender que ella de alguna manera había trabajado allí), una actuación como esa no se podría disfrutar por menos de treinta o cuarenta dólares. También llegó a decir que el que no fuera a contribuir económicamente, no podía estar allí. Me fijé en que el afán monetizador de la muchacha no era compartido por sus compañeros; los más veteranos miraban para suelo poco convencidos de los frutos del speech y el resto fingían estar ocupados ajustándose los cordones o revisando los altavoces. Su preocupación estaba más que justificada: lo único que consiguió fue echar a algún curiosos ofendido y que mucha gente (como nosotros) que teníamos pensado dar algo, nos quedásemos a ver el show de gratis. No tengo pruebas al respecto, pero me fui con la sensación de que en la siguiente pieza bajó el aforo y la recaudación.