El sacrificio de Jesús en carne viva. ¿Gore? Sí: como la crucifixión, no es un espectáculo de consumo y palomitas. ¿Gratuita? Cada latigazo se te clava en la piel, pero para arrancarte un pecado: así se entiende la purga del Mesías. ¿Antisemita? ¡Por favor! Cristo era judío y la película no añade ni una coma a lo que dice el Nuevo Testamento en ese sentido. Reciben los sumos sacerdotes, los romanos y los apóstoles, parábola del cristiano acomodaticio ante la hostilidad del mundo.

Es verdad que, visto los prodigios visuales de Gibson y de sus asistentes de planificación y fotografía, a uno le queda la sensación de que una versión menos cruda, más humanista que sobrehumana, hubiera encontrado mayor recepción. Pero el contraste entre los flash-backs (un lujazo de quilates, por su lirismo y su sentido) y el martirio resulta sobrecogedor, tremendo, brutal.

Todas las secuencias del Diablo y aquellas donde se advierte la figura de Dios están resueltas de forma impactate y emergen como un redescubrimiento visual del Calvario, y eso no era fácil. Y las interpretaciones resultan soberbias, apoyadas por el uso del latín y el arameo.

En resumen: no es un film bonito, ni digno de catequesis, ni apto para cardiacos. Supone una urgente invitación a la huida del fanatismo (vistas están las consecuencias del poder en malas manos) y a la reflexión personal, por medio de toda una patada en la boca del estómago. Ahora bien, si eso es lo que molesta, entonces puede entenderse el descrédito con que muchos han tratado a esta película.

Burton riza el rizo y el espectador se sube gozoso a tan gloriosa montaña rusa. Cuento precioso, explosión de imaginación, antología de personajes, el espírtu del Manostijeras, mundos apoteósicos... Fantástico, sublime. Desbordante. El genio despliega todas sus artes para rendir homenaje a todo padre, héroe de cualquier criatura por más que sea un perdedor.

Rematan la jugada los personajes, pero mención especial a los secundarios. Albert Finney se expande y hasta hace creíble su metamorfosis. Y Jessica Lange... será una seductora eterna. Un peliculón para los que gusten llorar de alegría. Fue mi caso.

Sarah Jessica Parker alcanza su cénit de mediocridad máxima. Un elenco prometedor se va al garete por un guión simplón y, por decirlo de alguna manera, tonto. Una soberana pérdida de tiempo.

Cada pasillo parecía eterno. Por fin cada vida se asomaba a su principio como protagonista. La luz todo lo inundaba, joven y diáfana. Y, de repente, arreció la tempestad. Fue algo insospechado, azaroso, inexplicable. Y Van Sant estaba ahí para contárnoslo con el paradódico lirismo de los propios hechos. Imitadores de Beethoven a golpe de gatillo. Composición macabra que Gus traduce en una sonatilla de verano. Un minuto antes de la tragedia -cómo no verlo ahora-, la felicidad estaba ahí.

Motivos para ver esta película:
1) descubrir que hay artistas sin rubor a los que no les importa nada mancillar su currículum: ¿sale el señor LaBute de su casa tan ricamente, sin una bolsa en la cabeza? ¿Ha encontrado trabajo Cage en Disneyworld, para disfrazarse de Goofy? ¿Quién engañó a Ellen Burstyn? ¿Tan desesperada está la Sobieski?

2) la incredulidad alucinante que despiertan unas conversaciones insultantes y faltas de lógica. Puro diálogo de besugos, como de merluzo es el careto que le queda al desvalido espectador.

3) una trama estúpida que no se sostiene ni con la excusa del fanatismo (no hay empatía alguna, como mucho que el público acabe montando una secta para quemar a todo el elenco). El remate final es el colmo de la desgracia cinematográfica.

4) morbo. Es tan mala que cuesta creerlo.