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Argentina Argentina · mendoza
Críticas de nahuelzonda
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Críticas 42
Críticas ordenadas por utilidad
3
26 de febrero de 2019
32 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fastidiosa revelación de la obviedad: Suspiria 2018 es inferior a su predecesora. Pero no por serle infiel a la suprema obra de Darío Argento. Sino por ser una diatriba y un atentado contra lo terrorífico, contra lo metafísico. Donde Argento sugería, Guadagnino declara, expone. Lo que antes era ominoso hoy es fatua claridad.
Suspiria era maravillosa porque estaba hecha con luz de luna, con latidos rojo sangre.
En este desafortunado remedo tenemos una vieja bruja de panza al sol, ideologías trasnochadas y omnipotencia feminista.
Suspiria era noche de sueños.
Misterio.
Belleza.

Ese es el crimen de la actual propuesta: A fuerza de lupa y luz destruyó por completo lo sublime.
nahuelzonda
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9
22 de octubre de 2016
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los amigos de Eddie se han quedado estáticos: no responden, no saben, no contestan.

- Pero, ¿es que todavía no se da cuenta?

“Eddie, tu persistencia de torpe caballo quiso verte rutilante hampón, tu sueño dorado te soñó trajes de ocasión y mujeres de dorada envoltura. Eddie, siempre insuficiente, bravucón que rematan en subasta, capitán sin barco, sombra de la sombra, cauteloso protector de la villanía.
Eddie, hacia tus amigos arrojaste el vestigio final de toda esperanza, fue tu vida el equívoco vaso sostenido en alto, la absurda permanencia de los cretinos que no llevan nombre, el homenaje lisonjero, la algarabía incesante a favor de los traidores.”

- Eddie, amigo fiel, te juro, en el cielo de los humillados ya no llevarás correa.

“Los amigos de Eddie Coyle” es una película bisagra, la rara joya, misteriosamente sepultada en las sinrazones del celuloide. Cumbre del cine policial norteamericano e imitada hasta la saciedad: Anticipo inspirado de “Mátalos suavemente” de Andrew Dominik (ambas películas son obras basadas en novelas del mismo autor: George V. Higgins), punto de quiebre y de influencia para Kathryn Bigelow (el robo al banco de “Point Break” y su épica de las caretas presidenciales le debe más de un reconocimiento), certera inspiradora de la película “Donnie Brasco” de Mike Newell (aunque debo admitir que mi sensibilidad se rinde y declina a favor del talante exhausto de Robert Mitchum que por el bien del histrionismo afectado de Al Pacino).

Peter Yates fue un arquitecto de eficaz envergadura, un director de fuertes tintes existencialistas y de hondo calado dramático que ya había dirigido la extraordinaria “Bullitt” con Steve McQueen. Pero “Los amigos de Eddie Coyle” es su obra mayor, los cristales rotos e inoportunos de la amistad rematada.

- Eddie, amigo fiel, te juro, en el cielo de los humillados ya no llevarás correa.
nahuelzonda
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9
22 de octubre de 2016
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dijo Luis Buñuel que si se le permitiera, el cine sería el ojo de la libertad. Pero nos tranquilizó diciéndonos que podíamos dormir tranquilos, que la mirada del cine estaba dosificada por el conformismo del público y por los intereses comerciales de los productores. Pero que el día en que el ojo viera y nos permitiera ver, el mundo estallaría en llamas.

Hubo un periodo donde el cine vio, donde el cine-quimera nos brindó el privilegio de la visión: Las décadas del 60 y del 70. Fue el esplendor de asistir al nacimiento del cine como instrumento activo de la verdad poética, del lirismo furioso, combativo y descarnado. Fue la desesperación asumida. El cántaro se había desbordado: Florecieron las vanguardias, recrudeció el cine político y militante, el código de la censura norteamericana comenzó a relajar las mordazas, se flexibilizó el canon industrial del tanque hollywoodense y se resintieron las rancias letanías conservadoras; las cosas comenzaron a llamarse por su nombre: se dijo genocidio y racismo, descontento social y violencia institucionalizada. El sexo en todas sus variantes se plasmó en rutilante tecnicolor y los héroes se cansaron de serlo. No hubo final feliz. Ni tampoco principio.

El sueño del cine siempre había estado vedado y resguardado por los centinelas de la moral imperante, cancerberos reaccionarios que operaron siempre mediante la omisión, la modificación, el reagrupamiento de los materiales y la siempre efectiva prohibición. Los censores del sueño fílmico son y han sido siempre los causantes de la desfiguración. Pero en este período, el cine se volvió un juego peligroso para los estándares, un material inflamable de rigor expresivo y densidad ideológica. Comenzó una guerra de luz y de sombras que subvirtió la realidad material y la devolvió al mundo de los sueños prohibidos y los deseos ocultos. La fuerza impulsora de la época nos recondujo al sustrato de lo vivo, de lo embrionario, de lo primigenio, al origen de nuestra dinámica más profunda. El ansia visionaria de estos creadores fue como una tinta invisible que brotó del alma desnuda, un punto de fuga que apuntó hacia el infinito. Nunca más el cine nos bendijo con un periodo tan lúcido de estridencia y arrebato creativo. Ni antes ni después alcanzó esas cimas.
Es por eso que…urgente reivindicación para:

LA RODILLA DE CLARA

¿Por qué volver sobre ella?

Porque Éric Rohmer representa el paradigma del cine de la "no-acción" de la Nueva Ola francesa, cine profundamente evocador, difícilmente imitable, sólo Richard Linklater y su trilogía de Céline y Jesse pueden considerarse herederos dignos de su universo. Rhomer, certero cazador, encargado de atrapar silencios y repartir soliloquios entre monólogos maravillosos. La rodilla de Clara es un elogio de la palabra, catalogo exhaustivo del conversador incansable, un sentido homenaje a la diáfana retórica de agridulces amores de verano, casi como emprender un viaje a través de aquel jardín de las delicias donde todo se parecía a todo y nada era más importante que otra cosa: La vida como coyuntura de situaciones imperecederas e irrepetibles.
nahuelzonda
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9
22 de octubre de 2016
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dijo Luis Buñuel que si se le permitiera, el cine sería el ojo de la libertad. Pero nos tranquilizó diciéndonos que podíamos dormir tranquilos, que la mirada del cine estaba dosificada por el conformismo del público y por los intereses comerciales de los productores. Pero que el día en que el ojo viera y nos permitiera ver, el mundo estallaría en llamas.

Hubo un periodo donde el cine vio, donde el cine-quimera nos brindó el privilegio de la visión: Las décadas del 60 y del 70. Fue el esplendor de asistir al nacimiento del cine como instrumento activo de la verdad poética, del lirismo furioso, combativo y descarnado. Fue la desesperación asumida. El cántaro se había desbordado: Florecieron las vanguardias, recrudeció el cine político y militante, el código de la censura norteamericana comenzó a relajar las mordazas, se flexibilizó el canon industrial del tanque hollywoodense y se resintieron las rancias letanías conservadoras; las cosas comenzaron a llamarse por su nombre: se dijo genocidio y racismo, descontento social y violencia institucionalizada. El sexo en todas sus variantes se plasmó en rutilante tecnicolor y los héroes se cansaron de serlo. No hubo final feliz. Ni tampoco principio.

El sueño del cine siempre había estado vedado y resguardado por los centinelas de la moral imperante, cancerberos reaccionarios que operaron siempre mediante la omisión, la modificación, el reagrupamiento de los materiales y la siempre efectiva prohibición. Los censores del sueño fílmico son y han sido siempre los causantes de la desfiguración. Pero en este período, el cine se volvió un juego peligroso para los estándares, un material inflamable de rigor expresivo y densidad ideológica. Comenzó una guerra de luz y de sombras que subvirtió la realidad material y la devolvió al mundo de los sueños prohibidos y los deseos ocultos. La fuerza impulsora de la época nos recondujo al sustrato de lo vivo, de lo embrionario, de lo primigenio, al origen de nuestra dinámica más profunda. El ansia visionaria de estos creadores fue como una tinta invisible que brotó del alma desnuda, un punto de fuga que apuntó hacia el infinito. Nunca más el cine nos bendijo con un periodo tan lúcido de estridencia y arrebato creativo. Ni antes ni después alcanzó esas cimas.
Es por eso que…urgente reivindicación para:

EL LUGAR SIN LIMITES

¿Por qué volver sobre ella?

Porque, incisivo y metódico, Ripstein desgrana la fiera tierra seca y maciza sobre los olvidados de siempre. Un retrato del México profundo donde trapichean los malandras, las prostitutas de ocasión y los señores de sombrero, dueños de todo. Película de raigambre poética, trágica y pesimista, con regusto a melodrama de antaño, de personajes apasionados y heridos de muerte. Esbozo desesperado de un director extraordinario.
nahuelzonda
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10
28 de octubre de 2016
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
- Inhumación: Acción de enterrar un cadáver.
- Exhumación: Desenterrar un cuerpo que se encuentra enterrado.

La exhumación se considera un sacrilegio por la mayoría de las culturas que entierran a sus muertos. Sin embargo, a menudo existen ciertas circunstancias en las cuales se tolera la exhumación.

Regodeándome en siniestra pero eficaz metáfora, quiero aducir que cierta exhumación cinéfila debería ser una operación habitual y cotidiana de mantenimiento del cine. Exhumar una película olvidada debería ser una sagrada labor realizada con sumo respeto y diligencia. Los motivos de tal exhumación pueden ser múltiples pero en la mayoría de las ocasiones se reduce a que el espacio en nuestra cartelera, destinado a una película latinoamericana, se limita a un número insuficiente de días. Es a partir de este momento fatal que los restos de ésta son enterrados para ser olvidados y en su inevitable reemplazo colocamos imponentes mausoleos de mármol foráneo (hollywodense).

Pero.

Los exhumadores de cine a veces desenterramos huesos de oro macizo, calaveras de cristal con vocación de futuro, raíces insondables que no se distinguen de la vida, que germinan presurosas y ascienden enlazadas a la luz. “Viento negro” es la perla en el fondo del mar, una de las más bellas que cobija nuestro ancho continente (acostumbrado páramo y horizonte de arena que nos despoja de la vida). Viento que es ráfaga maldita, noche cerrada de los dueños de nadie que nos recuerda las dolorosas manos que todavía construyen.

México. Año 1965. Servando González, cineasta incipiente, filma “Viento negro”, una de las películas más hermosas que este cansado exhumador ha desenterrado.
nahuelzonda
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