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Críticas de Letras Negras Ruido Blanco
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
8
12 de mayo de 2017
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El cine de parodia no empieza ni acaba en las "scary movies". Esta película, financiada desde Internet mediante una campaña de Crowdfunding, está protagonizada por un policía, "uno cojonudamente bueno" según afirma él mismo, al que picó una cobra y atravesó un rayo, convirtiéndose en un superhéroe experto en artes marciales. Tal cual. Colaboración especial de David Hasselhoff.

Lo más irónico es que esta colección de despropósitos y clichés, superpuestos sin descanso durante la media hora que dura, fueran tomados en serio por parte de la juventud de su tiempo. Si superase la hora de metraje, seguramente este producto ya no funcionaría, pero como se han contenido en ese aspecto, apetece ver una y otra vez Kung Fury: concatenación nostálgica de absurdos pasados por la batidora.

Nazismo excéntrico, robots gigantes, máquinas recreativas, vikingas y ametralladoras -en la misma escena, joder- , descapotables voladores, dinosaurios, policías con el cigarro pegado a la boca. Es un homenaje al cine de los 80, tan repetitivo que resulta original, concentrado como para convertirse en una experiencia perfecta del sin sentido, y quizás la comedia del año. Algo así como el chupito de tequila cargadísimo que te pone contento un jueves.

Villanos casposos resurgiendo hasta el hartazgo -y a través del tiempo-, miradas intimidatorias en primer plano, héroes de leyenda. Thor con tríceps. Conscientes de su inverosimilitud, se ríen de ella, y eso es lo mejor de esta orgía fílmica, su falta de complejos: "¿un laser-raptor? ¡pensé que se habían extinguido hace miles de años!". El nivel de absurdo de sus peleas de videojuego roza, y luego supera, lo memorable. Hay escenas en Kung Fury, hay coñas de una comicidad tan lamentable, que no se borrarán de tu mente en años.

En fin, la película ha sido un éxito; y cuenta con un gran doblaje a castellano que ya querrían para sí muchas grandes producciones. Está disponible en YouTube por sus mismos creadores, y se espera segunda parte. Colegas, cervezas, palomitas: las risas, al compartirse, se multiplican. Ya sabéis: juntaos, dadle al click. Recomendación personal.

Lo mejor: Lo bueno, si breve... Que no baje de revoluciones, y sorprenda hasta el final. Los hackeos épicos: "puedo hackear el tiempo".

Lo peor: Se hace, quizás, algo claustrofóbica. Alargada a una duración normal, cansaría mucho.

Recomendada si: Te gusta el cine de serie B (o Z); aunque no te engañes: esta película, en su estilo descarado, está curradísima.

Si quieres leer más críticas como ésta, visita http://letrasnegrasruidoblanco.blogspot.com.es/
Letras Negras Ruido Blanco
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8
12 de mayo de 2017
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Fijaos en la aliteración*, para ambos idiomas: "los odiosos ocho", "the hateful eight". Impresionante. ¿Algo premeditado? ¿Puro azar? En cualquier caso, la viciosa musicalidad de su nombre no es la única virtud de la última cinta de Quentin Tarantino, que ante todo, por encima de cualquier otra consideración, es eso: una película de Tarantino. Él tiene el genio suficiente como para revivir diez, cien veces su universo, y que no pase nada. Diría más: queremos que lo haga. Viéndolo de otro modo, ya hay millones de películas no tarantinescas, son gran mayoría, cómo no íbamos a amar las honrosas excepciones a esa regla.

Si aún no has degustado su particular cine (Pulp Fiction, Django Desencadenado, Malditos Bastardos), haz la prueba. Si ya lo hiciste y te pareció un error (demasiada sangre, demasiada verborrea que otro director no incluiría ni en la versión extendida, demasiada duración en general); no tropecéis dos veces en la misma piedra.

Al entregar Los odiosos ocho tres años después que su anterior propuesta -Django Desencadenado- y estar situadas ambas en similar espacio temporal (la primera unos años antes de la guerra de Secesión norteamericana, la segunda poco después del conflicto) alguien podría tener la primera impresión de que Quentin ha activado el piloto automático, pero el profundo guión y la calidad técnica bien valen el tiempo esperado. Además, los dos filmes comparten estilo y temática, pero no esencia, ocurre lo mismo que con Reservoir Dogs y Pulp Fiction, consideradas por la crítica como sus mejores películas.

Incluso el entorno natural se ha transformado con respecto a las aventuras del bueno de Django: estamos en pleno invierno, bastante al norte, y una cristalina nieve refleja luz y sangre. La fotografía se merece un diez, ya retrate una tormenta salvaje o las grietas de un rostro. En cuanto a la música, es protagonista cuando quiere, luego desaparece de igual modo. Corre a cargo de un octogenario Ennio Morricone, legendario ya antes de muerto.

Lo que destacaría de este director, por encima de todo - fragmentación de la historia en capítulos de diversa duración, cuerpos que explotan sangre, esa inclusión obligada de un puñado de frases memorables-, es su capacidad para lo cotidiano.

Imaginemos un filme normal de Hollywood: El Monstruo Azulado, que me acabo de inventar. Nos presentarían a los personajes, pero solucionado este pequeño percance, nos centraríamos ya en acción y más acción, y todo lo demás que salga en pantalla interviene de algún modo en la trama. Si sacas una escopeta en el primer acto, se tendrá que disparar en el tercero. Nada se deja al azar. Pues en Pulp Fiction unos sucios matones hablan de kétchup y hamburguesas.
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7
12 de mayo de 2017
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Esta película, entre la ambientación parisina de sus inicios, la música y ese Petit artista de noche y ladrón de guante blanco por las mañanas, me ha recordado por momentos al bendito Sly Cooper, simpático mapache que no sólo andaba -también podía correr- por el fino alambre, y a los años pasados cuando aún desenterraba la Play Station 2 de vez en cuando para dar golpes maestros en aquel mundo animalista y desdibujado.

Entregado a la captación de compinches con los que llevar a cabo su singular hazaña, Petit es un anti-héroe, porque no hace lo que hace para nadie más que sí mismo, alguien que burla las leyes y luego siente el deseo orgulloso de que todos admiren su victoria contra la gravedad.

Lo que menos me gustó fue esa presentación con Petit (no el original, obviamente, sino el que tan bien ha logrado aquí Joseph Gordon-Levitt), subido a la estatua de la libertad y comenzando a contar su propia vida. Recurso no sólo aburrido y patriótico sino tramposo: en adelante, cuando haga falta explicar algo complejo o señalar lo que las imágenes no han conseguido, se retornará aquí para dejar todo claro y bien atado, como si el espectador fuera tonto o el medio cinematográfico insuficiente para contarlo por sí solo. Yo creo que si una vez el cine fue mudo, ahora al menos deberíamos poder prescindir de narradores innecesarios cuando una historia sea atrayente y clara, sin necesidad de añadidos.

También en ocasiones se abusa demasiado de los efectos por ordenador: uno desearía que a peliculones como éste le hubiesen dado algo menos de presupuesto para poder hacerlo mucho mejor.
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El planeta salvaje
Francia1973
7,4
5.768
Animación
9
11 de mayo de 2017
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Antes de entrar al trapo con las reflexiones que lleva a cabo la película, tendré que decir algo acerca de su música y dibujo, los cuales se combinan a la perfección, creando en su simbiosis un mundo onírico, claustrofóbico, no sólo de otro planeta, sino de otro universo donde las leyes de la física no son las mismas. Un salto dimensional.

En este extraño planeta, Ygam por ponerle un nombre, el ser humano no está en la cima, sino en la base del escalafón. Estamos ante el relato de lo que pasaría si el hombre pasara de aplastar insectos a ser el insecto aplastado. La escena en la que de repente aparece un "pájaro hormiguero", y absorbe gracias a su larga lengua a los humanos salvajes (Oms); o en la que los Draags juegan a perseguir humanos, plasman esta idea.

Éste es un experimento curioso, una película donde los protagonistas son monstruos enormes de sangre azul, y también aparecen humanos, pero nos identificamos con los primeros. Cuando domestican a las personas, en lugar de sentir pena por ellas, que a fin de cuentas sólo son personajes de una película, la sientes por todos esos animales a los que sistemáticamente, y en la vida real, damos el mismo trato.

Cuando es el momento de la "deshombrización", no empatizas con los clanes de seres humanos que van a ser exterminados, sino que recuerdas todas las veces que nosotros hacemos lo mismo, eliminando todos los animales "inferiores" que nos son molestos. La película cambia los roles y gracias a ello, en poco más de una hora, nos hace ver lo que llevaba oculto por los siglos de los siglos. Los humanos de esta película, privados de todo nuestro poder, son irreconocibles: tú, yo, somos Draags en realidad, somos los Draags de la Tierra.

El discurso de la película se basa en cómo unas especies siempre dominarán sobre otras; en algunos casos gracias a la inteligencia y a pesar de ella. Es decir: que un zorro mate una gallina no es criticable, porque éste no tiene una visión global del mundo, ni la capacidad cognitiva suficiente como para separar el bien del mal. Pero, ¿y el humano? ¿Acaso no tenemos la inteligencia necesaria para comprender el ecosistema como algo esencial, lleno de riquezas, un tesoro de pura vida, que debe ser conservado?

¿Nos servirá siempre escudarnos en su menor inteligencia para, por nombrar una de las ramas de un maltrato multidiciplinar; torturar y matar miles de animales en los laboratorios (muchas veces incluso monos, que como son los más parecidos a nosotros, también más prácticos), con el objetivo de nuevos productos médicos y, lo que es peor, cosméticos?

Siempre ha habido quien le da más importancia a su apariencia que a la vida de otros seres, todas esas pieles arrancadas de cuajo a sus legítimos propietarios para hacer míseros abrigos que lucir en las fiestas de postín, o caminando por la calle, y así mostrar, de paso, la pertenencia a una clase social "superior".

Los partidarios del toreo se basan en que es "tradición" para defenderlo, lo que significa que si voy a robar a una tienda, es horrible, si lo hacen mis hijos, está mal, pero si continúan mis nietos, o las generaciones que hagan falta, ya sería bueno, porque es "tradición". Obviamente la tradición, por ser algo que ha circulado de generación en generación, es algo valioso, pero habrá que tener también juicio, el suficiente para poder juzgar la moralidad de la propia cultura. El esclavismo fue algo tradicional también, y de la cultura griega, que no era primitiva precisamente. Está bien mantener estas cosas, porque confieren una identidad como pueblo, pero quizás sea necesario abandonar alguna de ellas.

Nos escudamos en la mayor inteligencia para defender algo que lo es poco; y si la inteligencia inferior del otro es la validación filosófica del maltrato, los que abusan a los animales deberían ser los siguientes en ser castigados. Puede que el abuso de unas especies más fuertes sobre otras que lo sean menos sea ley de vida, pero ¿no debería haber un límite de inteligencia a partir del cual esto pase a ser inmoral?

El filme lleva esto a sus últimas consecuencias, proporcionando una personal respuesta a la pregunta: los Draags son cuasi dioses, meditan y salen de sus cuerpos hacia otro planeta, o transforman el suyo propio, en una de las secuencias más extrañas y bellas de mi particular Historia del Cine; pero, a pesar de todo esto y de su tecnología avanzadísima, siguen negando todo derecho a los seres humanos, porque somos menos inteligentes.

La película se compone de una sucesión de intentos de aplastar a los humanos, ya desde el inicio de la misma, exactamente como nosotros haríamos con una cucaracha. En algún momento nos perdimos y comenzamos a pensar que las demás especies sólo tienen el valor que nosotros podamos darles, y ahora que nos damos cuenta, ya se han convertido en nuestros juguetes.

Otro aspecto importante sería la indiferencia por la muerte de lo ajeno, a los Draags les importa un bledo que mueran 1, 10, o 100.000 humanos, seguramente a éstos tampoco les importara lo contrario, pese a ambas especies ser "inteligentes".

Termino en el spoiler (y comento una escena):
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WALL•E
Estados Unidos2008
7,9
130.406
Animación, Fred Willard
8
10 de mayo de 2017
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Wall-E comienza con música alegre y montones de basura, montañas, como en aquella canción: "qué va a pasar, si me entrego y no funciona (...) si decido dar el paso y sale mal, aguantaré, podré escapar, podré volver...mi vida..."

Y es que la película es un acto de riesgo y entrega: por parte de Pixar, de su protagonista, de una Humanidad que, como diría el Mark Renton de Trainspotting, elige la vida, finalmente se arroja a sus ineludibles abismos e incertidumbres, la tierra árida, paraísos de celofán.

Los primeros minutos del largo subsisten en el delicado equilibrio entre las vicisitudes propias del cine familiar y los deseos de plasmar un mundo en ruinas, despoblado, inerte: cucarachas y chatarra.
Al paso de WALL-E despiertan hologramas que anuncian un mundo mejor en el crucero Axiom, continente metálico, la última nación de una especie humana huyendo de su propio destino, errante en las profundidades del espacio; el paraíso de las comidas en vasos plastificados, donde no hace falta caminar y todo es diversión.

Quizás la mayor conquista de la película sea el haber trasladado nuestros comportamientos, miedos y anhelos a un robot, en otras palabras: que WALL-E sea partícipe de las mismas convenciones sociales, debilidades y emociones que la Humanidad a lo largo de sus siglos de Historia. El tiempo pasa, pero las emociones básicas son siempre las mismas. Nos sentimos más identificados con este desdichado robot que con los personajes de carne y hueso de otras película como The Martian.

WALL-E tiene un trabajo esclavo y alienante, que quizás odie pero realiza con una rutina implacable. Llega a su casa, enciende las luces, se quita los zapatos, acumula una serie interminable de objetos inservibles pero a los que les tiene apego, enciende la televisión para que le haga compañía, anhela ser amado, mira al cielo buscando respuestas y se acuesta esperando tiempos mejores; levantándose cansado, prácticamente resacoso. Después de calzarse, sale afuera, y su curiosidad le pone en peligro.

Esa chica cruel sin el menor interés, un tipo patético y avergonzado de sí mismo ante la visión de su amada, casi divina: todo parece sacado de una canción de Los Planetas, expertos en ese amor de dimensiones cósmicas pero conclusión forzosa y temprana; voces que se lamentan, guitarras que crujen, todo grabado con prisas, mientras todavía se sienten las cuchilladas.

La cinta basa sus logros en una gran fortaleza metafórica: las partes de soledad y romance se podrían haber rodado con personajes humanos, en el mundo de hoy día, cambiando totalmente el sonido, las imágenes y muchas situaciones; pero guardando éstas las mismas raíces profundas e implicaciones psicológicas; sería todo distinto en su superficie, y en el fondo exactamente igual.

La pareja no se encontrará en París ni Venecia, sino en un lugar donde la gente no mira más allá de sus propias narices; y la tecnología domina, ordena y explica el sentido de la existencia. Donde la tierra, la vida (esencialmente sucia) es contaminación. Sintiéndose triunfantes por un bienestar y un progreso tecnológico llevados a su límite. "Creo que nuestros antepasados estarían orgullosos de saber que 700 años después estamos haciendo lo mismo que hacían ellos", afirma el Comandante de la nave, último reducto de la vida humana.

Pero no somos máquinas, y las contradicciones primitivas, arcaicas, que viven en nosotros desde antes de que fuéramos lo que somos, siendo imposible librarnos de ellas sin perdernos a nosotros mismos; todas esas fuerzas profundas e inasibles nos empujan hacia afuera, hacia la violencia, la lucha, la poesía. En cierto sentido, El club de los poetas muertos y ésta son la misma película. La vida como algo a ratos miserable, pero siempre lleno de rabia y amor.

Una de las maravillosas ideas de la cinta son los vídeos con personas reales llamando a una felicidad voluptuosa, e incluso a la tranquilidad de los ingenuos. Estos cortos, perfectamente incrustados en el paisaje y trama de WALL-E, dinamizan un poco el necesario cine mudo de la primera media hora (el cuál no deja de ser un genial ejercicio de estilo, donde Pixar demuestra contar con el músculo artístico del cine más clásico). Además, aportan un toque de crítica social que resulta clave para la película. No se habla de mundos fantásticos, sino del nuestro. La diferencia entre la imaginación pura y la fantasía más comprometida.

Esas escenas en imagen real, a las que me he referido en el anterior párrafo, parecen obra de los mismísimos Trey Parker y Matt Stone, que ya utilizaron una técnica similar para castigar la superficialidad y pantomima de la publicidad de las marcas y las acciones de nuestros políticos: hemos visto numerosos ejemplos de ello en la temporada diecinueve de South Park, con esos anuncios del nuevo barrio alternativo en el pueblo. También en otras anteriores, con aquel dirigente de una conocida petrolera pidiendo disculpas maniática y estúpidamente como si sirviese de algo.

En cuanto a la música, es inteligente, atmosférica; cumpliendo sobradamente en sus funciones, aunque raramente ocupe el primer plano. Es una película visual y emocional, lo cual no significa la inexistencia del sonido o la lógica (aunque se colonicen sin más planetas supuestamente tóxicos, pongamos que es ciencia ficción).

Resumiendo: una película donde los robots son humanos y los humanos son robots. Para que los niños viajen lejos y los adultos vuelvan pronto. Y también es graciosa, pero visto lo visto es lo de menos.

Continúo en el Spoiler por falta de espacio y no hablar de momentos concretos de la cinta:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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