"En la ciudad" es un tejido de relaciones entre personajes, con sus propias características individuales, con un fondo que podría ser cualquier lugar pero que se enmarca entre las calles de Barcelona, su costa, su vida nocturna y, por qué no decirlo, su nivel adquisitivo. Sin embargo esto no es un problema para tratar con la habilidad de un verdadero novelista social las angustias de la vida moderna, las vicisitudes a las que se enfrentan los habitantes de cualquier ciudad del mundo occidental y cómo se las arreglan para salir de ellas.
Cesc Gay comienza relatando las historias individuales de unos personajes que, poco a poco, se van interrelacionando, aunque no quede bien claro cuales son los lugares comunes entre algunos de ellos, y van paseando por la pantalla mostrándonos una realidad concreta, muy sencilla pero con muchas complicaciones, es decir, nos hace entretenido algo que parecía que ya habíamos visto, que ya habíamos sentido, o que notábamos tan cercano que nos parecía absurdo que hablaran de ello. Incluso los espectadores de la película que no se sientan representados, tendrán alguna sensación de deja vú al visionarla, de forma que parezca que no es algo nuevo. Y realmente no lo es, pero el fantástico trabajo de Eduard Fernandez, Leonor Watling y compañía, dirigido con indudable calidad por el joven director catalán, nos introduce de lleno en una historia que nos atrapa desde el primer instante y que nos abandona con una sensación de dulce naufragio por la pantalla; ya que el final, quizá, decepciona.
Por cierto, la música un acierto.

Altman es un director que conoce a la perfección la forma de unir historias, tiene la compleja capacidad de realizar un film coral en el que las relaciones sean a múltiples bandas, pero en la que el espectador no se pierda, sino que sigua observando como se van deshilando las vidas de los personajes. En este caso nos encontramos ante un film a medio camino entre el misterio y el drama de época, aunque no consigue ser ni una cosa ni la otra y se queda en un limbo extraño, con dos partes claramente diferenciadas por el hecho central de la película(*) que no terminan de relacionarse.
La obra de Altman se queda en el retrato de la sociedad inglesa de la época y en sus relaciones entre clases; en la segunda mitad, además, se convierte en una especie de novela de suspense (de esas que cuestan 4,99 euros en el aeropuerto) con nuevos personajes que resultan ser más planos y poco conseguidos (véase el inspector de policía) y con una trama interesante aunque un poco simplista.
No es posible poner en duda la calidad del director, pero está claro que no nos encontramos ante un nuevo "Short cuts"; en este caso pesa más la belleza sobre el contenido, el silencio sobre los diálogos y la caracterización sobre el realismo

"Les triplettes de Belleville" muestran la cara más dulce de la animación europea, con grandes tintes de película adulta aunque quizá demasiado cursi y sensiblera para los aficionados al séptimo arte. Cuenta la historia de un joven aficionado al ciclismo que, gracias a la ayuda de su abuela consigue competir en el Tour de Francia, aunque allí nada será lo esperado y el misterio envolverá la película con la desaparición de Champion, el protagonista de la obra. Más tarde, en la ciudad de Belleville, unas ex-cantantes llamadas "Les triplettes de Belleville" ayudarán a la abuela en su búsqueda del nieto perdido.
Sin duda es un film entretenido que sin prácticamente diálogos y con un expresionismo en las imágenes y una música excelentes, te adentran en un universo onírico en el que el espectador se va dejando llevar por el buen hacer del director, el cual controla los tiempos con notable éxito, crea una atmósfera maravillosa con colores ocres y dorados y nos deja algunas escenas de innegable calidad (véase los sueños del perro, entre otras).
No es una maravilla, pero conseguirá encandilar a más de uno. Y siempre será mejor que las últimas obras del tándem Disney-Pixar.

La última película del director catalán Cesc Gay continúa en la línea de lo realizado con obras como "En la ciudad", un conjunto de personajes que se juntan y se separan por los efectos de la gravitación humana. Unas historias, mínimas, íntimas y cercanas, que no llegan en este caso a tocar los mecanismos internos del espectador, que acaba aburriendose de tanta montaña y falta de diálogo.
Podría decirse que Gay olvida aquí la dosis de realidad que caracteriza a su cine y se pierde en los pirineos a contar un drama sin interés, que realmente ocurre dentro de Eduard Fernández y que no podemos ver. El actor se muestra soberbio, una vez más, igual que Cámara, aunque no se puede decir lo mismo de las dos mujeres, que tienen personajes más planos o que no consiguen hacer una trabajo interesante. El film va a la deriva con el paso de los minutos, con un guión poco conseguido y flojo de diálogos, aunque el director se empeñe en recrearnos el paisaje onírico de los montañas y las miradas de los protagonistas. Sin embargo, no entramos en su historia y nos deja como si vieramos las fotografías antiguas de un desconocido. Tienen historia, sí, pero la desconocemos completamente.

Benito Zambrano se introduce pésimamente en el submundo del alcohol, creando una película aburrida por momentos y con tintes de telenovela barata. Con unos diálogos forzados y poco naturales y unas actuaciones interesantes aunque con poco fondo de las dos protagonistas, la historia se va hundiendo al paso de los minutos sin conseguir mostrar más interés que el ver una imagen de esa España triste, carca y aburrida, posguerracivilista y provinciana que ni beneficia a los extranjeros que puedan ver en la película algún acercamiento a la sociedad andaluza o a españa en general, ni por supuesto a los que conocemos la realidad de los 80, 90 y siguientes y en los que hasta madre que llega del pueblo no sólo no se queda en casa con cara triste mirando a la ventana o haciendole la comida al vecino o calcetando, sino que lee la sección de sexo de la cosmopolitan y pide pizzas a domicilio.
Ni comentar la lamentable actuación del médico o el barman (sin olvidar el camionero-novio de la protagonista, en un papel propio de los años 40), de cuyos nombres no quiero acordarme por que no se repita la sensación de malestar en el estómago, ni los diálogos del personaje interpretado por Carlos Álvarez-Novoa, que más le valdría no haber aceptado, ni, por supuesto, la escena final de la película que eleva a la vigesimoséptima potencia el patetismo que ya de por sí destila la obra.
La música es aceptable y algunas escenas incluso pueden ser pasables, aunque sin duda sólo entusiasmará a fans de películas de sobremesa de Antena 3.