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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 839
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
27 de diciembre de 2023
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Las intenciones de “Safe place” son extraordinarias al tratarse de un claro intento de hacernos mirar a uno de los ángulos más oscuros y tabúes de nuestra sociedad: la vida de una familia en la que habita alguien con una enfermedad mental y tendencias suicidas. Sin embargo, la frialdad gélida que el cineasta croata Juraj Lerotic imprime al film hace muy complejo que emocione o que se pueda empatizar con unos personajes hieráticos que parecen vivir a años luz de la insoportable tragedia que los atenaza.

Sin duda, lo más llamativo del film pasa por su aspecto formal, por las decisiones de caligrafía visual que quizás no sumen sino que resten fuerza a la propuesta: está rodada en casi en exclusividad en planos fijos forzando fueras de campo e imágenes de sus protagonistas cortadas por una puerta o una pared. Este recurso estilístico reiterativo y constante aleja aún más al espectador de lo que se cuenta y lo separa de la emoción del drama inexorable que se narra. Un error estilístico que viene a sumarse a la mortecina dirección de fotografía de Marko Brdar.

A pesar de ello, interesa la cinta porque el guión, del propio Juraj Lerotic, pone el dedo en la llaga de la desprotección social de una familia en la que uno de sus miembros tiene problemas de salud mental y en la carga y responsabilidad que recae sobre el resto para intentar lograr que la persona no se acabe suicidando. Y lo hace a través de una familia compuesta por la madre y el hermano del reincidente suicida, que tienen que entregarse a la causa frente a una sociedad apática a la que no le interesa su tragedia. Dicho sea de paso, esa escena metaficcional colocada en la primera media hora de metraje no aporta nada, confunde mucho y resulta totalmente innecesaria. Otro error de bulto.

El segundo inconveniente del film, más allá de su propuesta formal, es la inexpresiva manera de interpretación de su trío protagonista conformado por el propio Juraj Lerotic, Snjezana Sinovcic y Goran Markovic, que en ningún momento sabemos si cumplen órdenes para su hieratismo soporífero o simplemente se dormían durante el rodaje. Hay plantas que tienen bastante más savia en sus venas.
Sergio Berbel
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8
26 de diciembre de 2023
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El cineasta soviético Elem Klimov aceptó el encargo de rodar una película conmemorativa en el XL aniversario de la victoria aliada contra los nazis. Dicha propuesta supo llevarla por un camino tremendamente original en “Masacre. Ven y mira”, conformando un film antibelicista notable que podría haber sido sobresaliente si no se demorara tanto en entrar en materia y si no se hubiese intentado suavizar con ciertos tonos de humor ruso absolutamente imposibles de descodificar desde un prisma más occidental. Siendo una película mucho más que notable, me deja una sensación de oportunidad perdida, a pesar de la belleza intrínseca que acompaña a toda la cinta, una poética visual que entronca directamente con el cine de Andrèi Tarkovsky.

Basándose en una dirección de fotografía “cum laude” de Aleksei Rodionov y una música apabullante de Oleg Yanchenko, esta epopeya de un adolescente protagonizando alguna variedad de “road movie bélica” (fórmula sublimada por esa obra maestra inconmensurable llamada “Apocalypse Now” de Francis Ford Coppola, para mí, la mejor película bélica de la historia del cine) por mitad de Bielorrusia en 1943, a la que los nazis llegaron con la única intención de hacer desaparecer a su población y borrar esta zona soviética de la faz de la Tierra, es intensa en algunos momentos, incluso en escenas real y crudamente insoportables, pero… tardan en llegar casi 50 minutos y, mientras tanto, se desliza por unos territorios tragicómicos que hacen flaco favor a sus intenciones, quizás por un guión que remolonea firmado por el propio Elem Klimov junto a Ales Adamovich.

Se hacen un tanto largos sus 136 minutos mientras sestea en su parte inicial y quizás se quedan cortos cuando el film llega adonde quiere llegar y nos muestra los horrores de la carencia más absoluta de derechos humanos para la población civil cuando sobre ellos cae la peor pesadilla posible inventada por las personas, la guerra. Donde nada ni nadie es respetado y sobrevivir se convierte en una actividad totalmente aleatoria.

Se apoya este film antibelicista en el protagonismo absoluto del joven actor Alexei Kravchenko, que sabe sostenerlo con dignidad, perfectamente secundado por la joven Olga Mironova. Pero la gran protagonista del film es la Bielorrusia rural en la que se desarrolla la trama en su integridad y que aparece perfectamente retratada y bellamente fotografiada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sergio Berbel
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10
24 de diciembre de 2023
23 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
A estas alturas, ya resulta indiscutible que Emerald Fennell se está convirtiendo en un nombre propio del cine actual. La joven cineasta británica encandiló al mundo y nos dejó con la boca abierta por su descaro con su poderosa ópera prima “Una joven prometedora”, una fascinante y tarantiniana gamberrada que provocó reacciones virulentas a favor (es mi caso y con devoción) y en contra, donde nunca cabe la indiferencia. “Saltburn” es un portentoso paso adelante en la carrera de Emerald Fennell porque consigue superarse con creces tanto en continente como en contenido creando un film imprescindible y gozosamente misántropo y cáustico, a medio camino entre Tom Ripley y Michael Haneke.

Desde sus créditos iniciales, en una tipografía maravillosamente setentera y con un gran plano secuencia, sabemos que estamos ante un film que ha nacido con vocación de perdurar en la memoria del espectador. Emerald Fennell se sabe superdotada y está dispuesta a demostrarlo a través de un brillantísimo ejercicio de estilo espectacular, creando planos de una belleza que corta la respiración y demostrando que en el mundo de la caligrafía visual aún queda espacio para la innovación. La película es una gozada para la vista del cinéfilo más exigente, que no sabe con cuál plano magistral quedarse conforme se van derrochando unos tras otros, gracias además a una épica dirección de fotografía de contrastados colores y juegos constantes de luces y sombras firmada por Linus Sandgren.

Pero que nadie vaya a pensar que estamos ante un mero virtuosismo visual. Lo mejor está en su contenido, en el espléndido guión de la propia Emerald Fennell que actualiza y rejuvenece a un nuevo Tom Ripley (con algunas escenas fuertemente provocadoras de clara inspiración en el cine de mi adorado Michael Haneke), tan despiadado y carente de escrúpulos como el original, que no tiene límites a la hora de introducirse y escalar posiciones en el seno de una familia británica riquísima que vive en un castillo y que interpreta como nadie más podría hacerlo en todo el mundo Barry Keoghan. Este joven actor nació para inquietar y atemorizar al espectador. Yo lo descubrí en una de las películas de mi vida, “El sacrificio de un ciervo sagrado” de Yorgos Lanthimos y, desde entonces, no ha hecho más que progresar e incidir en unos personajes malsanos, extraños, perturbadores, desagradables… Barry Keoghan quiere convertirse en el más grande y, qué duda cabe, va por el mejor camino posible para lograrlo.

Pero no está solo este aprendiz de Tom Ripley en este camino, porque el resto del elenco actoral trata de aguantarle el pulso interpretativo a Barry Keoghan, destacando especialmente para mí unas impresionantes Rosamund Pike como siempre y una estelar Alison Oliver como nunca en su papel de hermana del coprotagonista rico de esta extraña relación sentimental homosexual, magnífico Jacob Elordi.

La música de Anthony B. Willis acaba de cerrar el círculo del cine imprescindible en una partitura inteligentemente completada con bastante buena música electrónica que acaba aumentando la sensación de perturbación en el espectador.
Sergio Berbel
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6
22 de diciembre de 2023
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Existe algo que impide que el cine de Luis Buñuel me emocione y me atraiga. Hay una barrera infranqueable que me lo impide por mucho que lo intente. “Belle de jour” no es una excepción. Porque contiene muchos de los elementos característicos de su cine con los que soy un tanto refractario, desde su crudeza tosca hasta su misoginia expresa. Lo cual no significa que no sea un buen film, valiente y directo, sobre la sexualidad en la burguesía y contra las convenciones sociales, sobre las perversiones mentales de los que lo tienen todo y viven sin preocupaciones materiales, pero…

No deja de ser una película adelantada a su tiempo, con un descaro para tratarse de 1967 ciertamente notable en el guión que el propio Buñuel firma junto con su inseparable (en su etapa francesa) Jean-Claude Carrière sobre una mujer de la alta burguesía parisina que no se siente capaz de tener relaciones sexuales con su cónyuge, un médico de reconocido prestigio, y que acaba tentando a la suerte comenzando a ofrecer su cuerpo en un burdel lujoso para clases altas.

La doble moral, las perversiones y desviaciones mentales de las clases altas y el mundo de las apariencias aparecen bien reflejados en esta adaptación al cine de la novela de Joseph Kessel, sustentada en buenas interpretaciones de Michel Piccoli, Paco Rabal, Jean Sorel o Pierre Clèmenti.

Pero todos ellos languidecen y son tragados por la tierra cuando aparece para enamorar a la cámara en cada plano la diosa Catherine Deneuve, en el mejor momento de su carrera, encarnando a esa burguesa entregada a la prostitución que protagoniza la cinta que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia en su edición de 1967.

Sus secuencias oníricas son de gran belleza plástica gracias a la colorista dirección de fotografía de Sacha Vierny para un film que mezcla drama, comedia y thriller de forma desprejuiciada.
Sergio Berbel
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10
21 de diciembre de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos en plena década de los 70, para mí, la mejor de la historia del cine. Nos encontramos hablando de Bob Fosse, uno de los cineastas de mi vida, que alcanzó el éxtasis cinematográfico con dos musicales que me resultan sencillamente los mejores de la historia del cine: “Cabaret” y “All that jazz”. Pero Bob Fosse era mucho más y quería demostrarlo saliendo del género musical para aportar una de las películas más originales, bellas, descarnadas y valientes que se hayan rodado nunca.

“Lenny” rompe todos los esquemas habidos y por haber: se trata del biopic menos hagiográfico que exista, utilizando para ello el género del falso documental de una manera magistral, renunciando al color para que Bob Fosse muestre al mundo su capacidad visual también en el formato del blanco y negro y con (probablemente) la mejor interpretación de Dustin Hoffman en toda su carrera. Por eso es una obra maestra atemporal e incontestable.

Porque Lenny Bruce no fue un monologuista cómico al uso. Su poder corrosivo, la irreverencia adelantada a su tiempo de sus chistes y su lenguaje soez le complicó la vida ante una mojigata sociedad norteamericana sesentera. Lo demás lo hicieron las drogas, las malas compañías y una falta de límites absoluta hacia sí mismo y hacia su cónyuge. “Lenny” no tiene piedad con su protagonista y lo descuartiza ante el espectador utilizando para ello la fórmula del falso documental en un doble sentido: intercalando intervenciones a cámara de sus protagonistas y reflejando fragmentos de monólogos del propio Lenny Bruce relacionados siempre con la trama del periplo vital que se está contando en cada momento del film. El resultado es majestuoso, sublime, insuperable.

La tercera cuestión que hace levitar al cinéfilo más exigente es su dirección de fotografía: Bruce Surtees lega a la historia del cine uno de los blancos y negros más espectaculares jamás vistos, creando efectos tenebristas de fuertes contrastes entre los haces de luz de los focos de los escenarios y la penumbra general. Además, la cinta hace gala de montajes acelerados de planos muy cortos para ir mostrando las reacciones del público asistente a los monólogos que resultan adelantados a su tiempo y absolutamente fascinantes, en la línea que Bob Fosse ya hubiera ensayado dos años antes en “Cabaret”.

Y luego está lo de su elenco actoral, todos ellos en estado de gracia, pero sobre los que levita un Dustin Hoffman inconmensurable, quizás en su mejor trabajo interpretativo, excesivo y creíble a un tiempo, mágico. Junto a él e interpretando a la esposa de Lenny, Valerie Perrine desnuda cuerpo y alma ante la cámara con una valentía pavorosa, conformando la mejor respuesta posible al todopoderoso Hoffman. Ahí es nada.

Sus 112 minutos de metraje pasan como un suspiro gracias a un prodigioso guión de Julian Barry, adaptando para la gran pantalla su propia obra teatral de una manera sublime para una película totalmente imprescindible.
Sergio Berbel
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