Al igual que sucede al ver la mayoría de producciones europeas, observar producciones originadas en la parte más oriental del globo provoca esa sensación agradable de estar percibiendo nuevas formas de entender el mismo arte. Y si a esto le unimos una cultura tan personal como la japonesa, el experimento no puede más que concluir con un par de horas de cine recomendable para cualquier amante de los fotogramas en formato gigante (quizá no sea el adjetivo correcto para definir las pantallas del único cine de la ciudad que estrenó este filme, que con penuria pasan del concepto de”televisión de tamaño considerable”). Sin duda hay muchas características que resaltar para una producción de esta clase, ya sea por el carisma del protagonista (a pesar de ser tan inexpresivo como Rambo), las duras escenas de lucha donde no cabe indulto posible, el más que brillante argumento, que comienza de manera simple para complicarse progresivamente o la habilidad de baile de los nipones entre otras (no sé como Joaquín Cortes triunfa por allá teniendo competencia tan dura). Pero lo más reconfortante de todo es la sensación de frescura y novedad que el espectador medio va a recibir con este título, algo por lo que vale mucho la pena ver el filme. Abstenerse enemigos de leucocitos y compañía.

La verdad es que después de más de treinta horas de juego, lo que menos apetece es ver una remezcla bien montada sobre RDR, pero es una excusa perfecta para hablar unos párrafos de un juego fantástico.

Los videojuegos han superado al cine. No solo económicamente, donde no hay color, sino en su apartado creativo. Así como antes los marcianitos parecían una parodia de las grandes películas de ficción, hoy al cine le es casi imposible competir contra historias gigantescas.

Pero esto nunca ha sido una batalla, y RDR tiende la mano al celuloide trayendo al presente un género tan especial como el western. Piensa en cincuenta cosas que te gustaría hacer en un videojuego de vaqueros y las encontrarás en la obra de Rockstar. Está todo.

Un guión complejo y reflexivo, la capacidad de sorpresa continua (sorpresa a lo grande) y la sensación de que a lo mejor te apetece ir a aquel lugar cabalgando en tu caballo en vez de ir automáticamente reflejan la maestría de un juego que pide a gritos ser disfrutado con tranquilidad. ¿Pierde el cine? Ni por asomo. Después de John Marston, no hay alma que se resista a llevar a la tele a Eastwood, Wayne y compañía. Simbiosis en el Lejano Oeste.

'Apocalypto' no es ciertamente la película del siglo, ni tan siquiera podría denominarse como filme del año y, seguramente, tuvo que pelear por ser cualitativamente el largometraje de la semana en su estreno. Es básicamente un 'Rambo' transportado a la cultura maya, rebosante de escenas violentas y con un protagonista que se pasa todo el metraje corriendo, en un guión demasiado pobre para el contexto donde se desarrolla. No te arrepentirás de verla, pero existe un trasfondo sospechoso de exaltación de la brutalidad indígena que, no sé, puede llegar a mosquear. Si no fuera porque Mel es conocido por su innegable neutralidad religiosa, hasta sospecharía del significado de su escena final...

Sí, vale, la historia es todo lo bonita que se quiera, pero ha sido la hora y media más insípida que he pasado en años. Las cinco líneas de texto que aparecen antes de los créditos las han convertido en noventa minutos repetitivos, frustrantes e increiblemente monótonos.

Si alguien me dice que han usado las mismas imágenes en diferentes partes del largometraje no se lo pondré en duda. Es fantástica la capacidad de aguantar tanto tiempo sin ofrecer absolutamente nada. Afortunadamente si te lo tomas con humor hasta es divertido lo poco que ofrece. De otra manera, puede que te sorprendas suplicando que alguien atropelle a ese perro.

Mito de la ciencia ficción, BR reúne un argumento a la europea con el gran presupuesto que poseen las grandes producciones americanas. Bajo el mando de Ridley Scott, el filme pretende ahondar en visiones existencialistas que todo ser humano se plantea en algún momento de su vida (“las tres grandes preguntas”). A pesar de la buena intención del guión, el tema es demasiado complejo para mostrarlo de una manera tan simple y superficial. La moraleja queda grande para un desarrollo mucho menos espectacular de lo que pudiéramos suponer. Gráficamente es un éxito para la época, pero la historia se muestra en general excesivamente cerrada y forzada para unos objetivos que no logra abarcar en pantalla.