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Críticas de Chris Jiménez
Críticas 2.188
Críticas ordenadas por utilidad
6
29 de marzo de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida, y eso es algo que todos somos capaces de atestiguar, puede ser observada desde dos puntos de vista: el trágico y el cómico. ¿Pero cuál sería el adecuado?
La tragedia nos enfrenta a la vida y la comedia nos hace evadirnos de ella, así que tanto un punto de vista como el otro son necesarios.

En un momento dado de la historia, Melinda está llorando sugestionada por la melodía que alguien interpreta en el piano del salón; Ellis le pregunta "¿Son lágrimas de pena o lágrimas de alegría?", a lo que contesta "¿No son las mismas lágrimas?". Con esa concisa respuesta se resume tal reflexión, pues, ¿acaso no podemos hallar humor en la tristeza de la existencia humana ni lágrimas en los momentos alegres que ésta nos ofrece?, ¿no se complementan como dos partes de un todo? La vida no es dramática ni cómica, todo depende de cómo se enfoque...
Woody Allen nos lo propone de esta forma tan jubilosamente melancólica en "Melinda y Melinda", que tendría el honor de convertirse en la última película realizada en New York (escenario que había acompañado al actor/director desde los tiempos de "Annie Hall") para iniciar un breve romance con Londres, una promesa de escapada premeditada que desde hacía tiempo tenía ganas de cumplir (sus películas lograban más éxito en el extranjero y además estaba todo el incendiario asunto de Soon-Yi...). Ahora juega con una de las suposiciones y teorías más recurrentes del escritor, el "¿y si...?".

Así que, ¿y si se pudiera contar una historia de una forma y luego de otra?, ¿completamente distinta pero al mismo tiempo albergando innumerables puntos en común? Esto es precisamente el tema a debatir por cuatro amigos en un restaurante de barrio, que nos presentan el caso de Melinda observado desde las dos perspectivas: en la trágica, la mujer, cuya pasión fue su total perdición, vivió una tórrida infidelidad y un divorcio nada amistoso, siendo su destino el apartamento de su amiga Laurel; en la cómica, el marido es abandonado por infiel convirtiéndose Melinda en vecina del matrimonio en crisis Susan y Hobie, de la que éste último acabará enamorado.
Con reminiscencias a "Delitos y Faltas", "Manhattan", "Hannah y sus Hermanas", "Desmontando a Harry" o "Maridos y Mujeres", Allen traza una propuesta atractiva a partir de la bifurcación imaginaria de un hecho de la vida real, recurriendo con ello a las situaciones y personajes más típicos de su cine: neoyorkinos surgidos de la burguesía acomodada cuyos traumas, neurosis, dificultades profesionales y turbulentas relaciones cruzadas pivotarán alrededor de Melinda, protagonista de ambos relatos, criatura cambiante, instigadora de sentimientos contrarios, desgraciada y vulnerable, sensual y positiva, tan llevada por la culpa y la autodestrucción como por la alegría.

Cada historia vendrá marcada por el tono que le corresponde, adecuando los ambientes, la fotografía, la música, los decorados e incluso el vestuario de los personajes a las emociones proyectadas en ambas situaciones (una encontrará su reflejo de pesadilla y ésta, a su vez, su reflejo luminoso) mientras Allen aboga tanto por la repetición de elementos desde enfoques opuestos (la lámpara, el piano, el bistrot-restaurante...) como por el cambio de roles (así, el dentista aquejado por la muerte de su esposa se convertirá en un arrogante millonario, el marido alcohólico infiel en un pobre idiota resignado a la crueldad de su fría mujer y la amiga traidora ni siquiera tendrá su doble).
El problema es que cada historia debe aguantar por su propio peso un planteamiento, nudo y desenlace, y cuando ambas se desarrollan en base a su particular universo somos cada vez más conscientes de que la trágica (con su complejidad, su oscuridad, su violenta atmósfera y sus melancólicos personajes) aplasta a la humorística (una comedia romántica de enredos bastante simpática pero muy convencional), sobre todo cuando se nota que el director pone más atención en la primera versión, donde se alcanza el desgarrador momento de la confesión del crimen, lo que le hace a uno olvidarse por completo de Susan, la Melinda alegre y Hobie (en realidad personaje principal de la segunda versión).

La trágica, además de contener las mejores escenas del film, llega a un clímax desolador y magnífico que por supuesto nada tiene que ver con la feliz y muy previsible unión de la versión opuesta (aunque el colmo será ver todo el suceso de la traición de Ellis y Laurel formando parte del pasado de Stacey, un personaje del todo inútil introducido con calzador en el relato). Radha Mitchell (que acabó quitándole el papel a una Winona Ryder con turbios problemas con la ley) nos brinda una sensacional actuación, dejando patente su gran versatilidad como actriz cómica y dramática, aunque obviamente luciendo mucho más en éste aspecto.
Ésta se ve acompañada de unos notables Chiwetel Ejiofor, Jonny Lee Miller, Brooke Smith, Chloë Sevigny y un Will Ferrell pretendiendo sustituir al personaje característico de Woody Allen, quien, como si se mostrara reticente a un reencuentro con sus antiguos colaboradores Willis o DiPalma, vuelve a cambiar de operador; esta vez sería Vilmos Zsigmond, que sorprende con un maravilloso trabajo de fotografía. Si Allen se hubiera centrado sólo en la parte trágica puede que estuviéramos ante una de sus más brillantes obras...por desgracia quería experimentar con la narrativa, perdiendo ésta, paradójicamente, su atractivo, vitalidad y fuerza.

Pero "Melinda y Melinda", al igual que la vida, no importa cómo se mire, si de forma triste o alegre, lo importante es poder disfrutarla. El neoyorkino marcharía entonces a Inglaterra, cuya primera creación fue "Match Point".
Deseo de urgente huida expresado de forma literal en su película al ponerlo en boca de Ellis: "Mi obra interesa mucho en Europa, pronto podría irme a vivir a Barcelona o a París" (se pudo decir más alto pero no más claro...).
Chris Jiménez
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7
28 de febrero de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un hombre con sus demonios y su adicción al alcohol como única compañía, que no tenía nada que perder, nada por lo que luchar y cuya vida exhalaba la proximidad del abismo, ha pegado un giro de 180º.
La causante es Lupita Ramos, la niña a la que debió proteger y no pudo...pero por fin tiene algo por lo que pelear, y lo hará a sangre y fuego, hasta el final.

Habían pasado nueve años desde que el director Tony Scott rodase "Marea Roja", en mi opinión uno de sus mejores "thrillers", y también la primera colaboración entre éste y Denzel Washington, quien llegaría a convertirse en algo así como su actor fetiche ocupando cuatro títulos más en su filmografía. "El Fuego de la Venganza" fue la segunda película que realizarían en conjunto tras tanto tiempo, revisión de la novela "Man on Fire" que A.J. Quinnell (pseudónimo de Philip Nicholson) escribió allá por 1.980, introduciendo al personaje de John Creasy en su universo literario y llegando a ser todo un best-seller.
Esta obra sería llevada al cine de manera algo irregular en 1.987 de la mano del francés Élie Chouraqui, contando con Scott Glenn, Joe Pesci y la pequeña Jade Malle dando vida a la protegida de Creasy como protagonistas; el descontento general del film fue expresado tanto por Quinnell como por la crítica y el público. Curiosamente, el mismo Scott estuvo preparado para rodar aquella primera adaptación, pero el estudio terminó rechazándole por su poca experiencia, pues tan sólo había dirigido una película ("El Ansia").

Dieciséis años después de aquella mala experiencia, la novela volvería a ser traída a colación, y el director, ya con una extensa carrera a sus espaldas, podía por fin trasladar el texto a su manera, tras sopesarse nombres como los de Antoine Fuqua o Michael Bay por los productores (gracias a Dios no fue escogido éste último). El guión correría a cargo del siempre eficiente Brian Helgeland, que incluiría significativos cambios en la trama y los personajes a raíz del cambio de escenario: Italia por México, dándole así un toque más actual.
El argumento, de todas formas, sigue siendo el mismo. Un antiguo miembro de las fuerzas especiales y asesino profesional llamado John Creasy es contratado por Samuel Ramos, hombre de negocios mejicano, para proteger a su familia, más concretamente a su hija Lupita, pues la ola de secuestros en la ciudad se ha incrementado de forma alarmante. Pese a la ficción de la historia, el jefe conocido como "La Voz" está basado en un auténtico criminal, Daniel Arizmendi, lo que de algún modo encuentra su conexión con la novela de Quinnell, que también tomaba de inspiración dos secuestros reales.

El motor principal será, como todos sabemos, la relación entre ese tipo caído en desgracia que tan poco le puede ofrecer a la vida y la niña, de lo más inteligente y precoz, que irá despertando en él sentimientos desconocidos; al principio habrá algo de rechazo, pero Creasy verá en Lupita a un pequeño ángel salvador. Ese será el motivo que le impulsa a recorrer las calles de México en busca de venganza tras darse el secuestro y la posterior noticia de asesinato; a partir de los 50 minutos, tras una intensa secuencia de acción, comienza la cruzada del ex-marine, sustituyéndose intriga y ternura por violencia en su más visceral contexto.
Eso le supondrá introducirse en los rincones más perversos de la ciudad desvelando una inmensa red de corrupción con un proceder muy simple: buscar-atrapar-destruir, lo cual no entraña realmente ninguna sorpresa (Creasy no es el primero en llevarlo a cabo). El film va ganando en violencia y la misión del protagonista encuentra la aprobación del espectador, que sabe que aquella niña de ojos azules y cabellos rubios bien se merece una venganza; esta cacería al margen de la ley gustó poco, como es lógico, a los críticos americanos más liberales (el problema es que ellos no supieron empatizar con el protagonista).

Así, estereotipada pero muy entretenida y no tan políticamente incorrecta como se creía (Creasy no mata a ninguna mujer, así que no es para tanto), la trama se va desarrollando hasta que Helgeland nos sorprende con un significativo giro de argumento que le vuelve a insuflar vida al film, y el antihéroe puede acabar, finalmente, como un héroe. Mientras, y desde el mismo inicio, Scott imprime su característico ritmo frenético lleno de cortes rápidos y cámaras mareantes (demasiado en ciertas ocasiones), equilibrando bien el drama con el aluvión de violencia.
Washington, como de costumbre, implacable y al mismo tiempo creíble y humano, aunque su personaje no sea más que un batiburrillo de anteriores héroes (o antihéroes) del cine de acción, seguido de unos decentes Rhada Mitchell, Rachel Ticotin y Marc Anthony y secundarios de lujo como Mickey Rourke, Christopher Walken y aquella aún pequeña Dakota Fanning que no dejaba de demostrarnos sus enormes cualidades interpretativas.

"El Fuego de la Venganza" fue, al contrario que su predecesora de 1.987, un exitazo de taquilla y se llevó el beneplácito de Quinnell, pues aprovechaba la fuerza del guión y los personajes contaban con un desarrollo mucho más amplio.
Uno de esos casos en los que un "remake" es superior al original. Se trata de una película que no plantea nada nuevo ni diferente, pero sin duda tenemos aquí al mejor Tony Scott, aquel que nos diera memorables títulos como "Revenge" o "Amor a Quemarropa".
Chris Jiménez
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8
28 de febrero de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No posee una verdadera identidad, su pasado es fruto del engaño, desde el día en que nació su vida estaría marcada por la violencia, la muerte y el sufrimiento.
Despojada de una infancia y testigo del asesinato de su familia, ha vuelto años después para enfrentarse a los culpables en una sangrienta cruzada de venganza cuyas consecuencias serán inimaginables.

Como ya he contado más de una vez, mientras pasaba las navidades en Japón con mi prometida y su familia, frecuenté un videoclub de barrio donde me lanzaba a buscar películas sin rumbo fijo, sin embargo me concentré, cómo no, en las de yakuzas; de este modo descubrí unos cuantos títulos del género, y éste que nos ocupa fue uno de ellos. Con "Gonin 2" (que su existencia es un misterio para mí), Takashi Ishii pretendió de muy mala manera repetir el éxito conseguido con "Gonin", hoy por hoy su obra maestra indiscutible; claro está el tergiversador experimento (cambiar de un reparto masculino a uno femenino) no le salió nada bien.
En realidad dicho producto quedó como una falsa secuela sin pies ni cabeza de la que es mejor hacer como si no existiera. Tras esto, y antes de retornar de forma progresiva al género del "pinku-eiga" en el nuevo siglo, el director se embarcaría en un díptico otra vez engarzado en el universo yakuza y con mujer protagonista (aunque no llamada Nami, para variar): "Kuro no Tenshi", cuyos orígenes se hallan en el manga homónimo que él mismo escribió a comienzos de los '80. En él conocemos a Ikko Amaoka, una niña de seis años apartada de su madre al nacer, y cuya identidad permanece oculta, que vive junto a los que ella considera sus padres.

Su abuelo Mitsuru, líder de un poderoso clan yakuza, y la segunda esposa de éste. Una noche serán enviadas dos asesinas para matar al jefe y a los demás miembros de la familia; esta carnicería, organizada por la propia hija de Mitsuru y su amante Nogi, quien tenía un asunto pendiente con el anterior, ha sido presenciada por la pequeña, a la que ha salvado una implacable asesina llamada Mayo, aunque apodada por todos "Ángel Negro", que trabaja para su abuelo. Años después, Ikko, en compañía de un joven maleante, regresa a Japón desde EE.UU. con un solo objetivo.
Hallar a los responsables de la muerte de sus padres adoptivos y hacérselo pagar con sangre, tomando para ello el sobrenombre de su protectora, de quien ignora su desgraciada vida actual. Con "Black Angel", Ishii vuelve a demostrar gran talento a la hora de sumergirnos en sus enrevesadas historias cuyo epicentro siempre son la codicia y la venganza, situándolas en ese mundo tan despiadado como es el de los yakuza aunque centrándose en la figura femenina como desencadenante principal de caos y confusión (así ocurría en "Alone in the Night" y "A Night in Nude"). De este modo, las múltiples intrigas y secretos familiares, propios de la tragedia melodramática, estarán conducidos por tres mujeres que pivotan alrededor de un eje masculino, Mitsuru.

Chiaki (su hija), Mayo (su empleada) e Ikko (su nieta), quien inspirada por la anterior adoptará su nombre, estilo y profesión, insistiendo en la figura del doble, cuyo último efecto será la culpa y la vergüenza. Mayo, sombra de lo que fue tiempo atrás, no podrá evitar verse reflejada en la chica y sentirse repugnada consigo misma al traicionarla; la idea del doble metafísico y revelador también se presentará ante Nogi (al mirar a Ikko a los ojos se acuerda de cuando era un joven en busca de venganza). Ishii usa este método para encerrar a sus personajes en un círculo eterno de sufrimiento y culpa.
Personajes nacidos bajo el signo de la desgracia, zarandeados por el destino, que disfrutan con su propia violencia y sadismo (Nogi prefiere dejar libre a Ikko en lugar de asesinarla), revulsivos para proseguir una existencia abocada a la destrucción y degeneración más absoluta, en definitiva los clásicos perdedores que pueblan ese universo imaginado por el director tan abundante de cinismo y brutalidad; así lo acabará expresando Ikko ("¡¿cómo has podido traerme a este mundo tan asqueroso?!"). Para Ishii la salvación y la esperanza, así como la redención, no son más que sueños inalcanzables.

Continuando con las claves de su cine, remite al más puro género negro y de yakuzas heredado a partes iguales de Fukasaku y Gosha, algo de Peckinpah, y desplegando estilizadas secuencias de acción, que por lo trepidante parecen sacadas de un "thriller" de Woo o Besson (podría ser ésta una versión nipona de aquella "Nikita"), además de una atmósfera "pulp" que exuda violencia, suciedad y sordidez, una atmósfera que se tornará más inquietante y asfixiante al avanzar la trama (siendo el cénit esa escena grabada cámara en mano en la que Ikko intenta escapar del edificio pero se ve constantemente rodeada por los secuaces de Nogi).
Ishii recurre a sus antiguos colaboradores Kippei Shiina y Jinpachi Nezu, que vuelven a ofrecer memorables actuaciones, acompañados de unos geniales Daisuke Ijima y Miyuki Ono; mientras, una guapa y chillona Riona Hazuki resulta tan desquiciante como (muy a ratos) soberbia interpretando a Ikko, con la que es difícil empatizar. En realidad todos estos abyectos personajes, algunos irregulares (Mayo, a la que da vida Reiko Takashima, debería haberse desarrollado mejor) o simplemente innecesarios (el rubio chiflado encarnado por Yoshiyuki Yamaguchi, que uno desea ver muerto a los segundos de su aparición), no logran nunca la simpatía del espectador, más bien acaban provocando repulsión y lástima en él.

Intrigante y descorazonadora fábula de planteamiento simple (búsqueda y venganza), buen desarrollo y sorprendente desenlace que presenta todos los temas y tics del cine de Ishii. Dos años después nos traería una segunda entrega desligada de la que nos ocupa (como hizo con "Gonin"), aunque manteniendo al personaje de Mayo (interpretado por otra actriz).
Quentin Tarantino daría buena cuenta de la influencia de "Black Angel" en su díptico "Kill Bill".
Chris Jiménez
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4
14 de febrero de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Castillos, mansiones, pisos o casas normales y corrientes. En todas partes podemos encontrarnos con maldiciones, encantamientos o espíritus cabreados.
¿Quién iba a decir que en unos apartamentos tan bonitos como los que aparecen en esta historia (al menos el exterior lo es) pudiera haber oculta una presencia fantasmal asesina?

Si algo se nos hace imposible a los que somos fans del cine asiático en todas sus facetas, y sobre todo del japonés, es poder contabilizar las películas de terror que se produjeron después de que Hideo Nakata marcase un antes y un después en el género con "The Ring" a finales de los '90, seguido así por una lista infinita de productores y directores que se lanzaron a sacar partido del gran éxito de la primera aventura (de las muchas que luego saldrían) de Sadako Yamamura. "Ju-on", de Takashi Shimizu, y "Kairo", de Kiyoshi Kurosawa, también se convertirían, para bien o para mal, en principales referencias.
Con su interesante adaptación del manga "Tomie" de Junji Ito en 1.999, Ataru Oikawa demostró la suficiente competencia como para ser tenido en cuenta dentro del "j-horror"; por desgracia, esa es la única obra (y tal vez su "live action" de "Higurashi no Naku koro Ni") que sobresale dentro de una filmografía bastante mediocre. Tras dirigir dos pobres entregas más para la saga de la chica inmortal, el director se pondría al frente de un proyecto firmado por Kei Oishi, responsable de esas novelas de "Ju-on" que empezaron a publicarse después de la versión cinematográfica, en colaboración con el desconocido Takamasa Sato.

Y la historia que nos traen es la siguiente: resulta que la joven Yuka ha decidio mudarse con su novio a unos apartamentos muy apañados situados en la bahía de Tokyo, aunque su estancia será bastante corta, pues será misteriosamente asesinada. Poco tiempo después, otra chica llamada Sayaka se traslada al lugar, al piso 1.303 (ya ven, con la de habitaciones que hay y tienen que irse siempre a la misma). Mientras celebra una fiesta con unos amigos, Sayaka es de algún modo poseída y se suicida lanzándose desde el balcón.
Esto despierta la curiosidad de su hermana Mariko, quien tiene la capacidad de ver y hablar con los espíritus, y que decide investigar por su cuenta el misterio que esconde el apartamento 1.303, donde todos los supuestos suicidios los han cometido mujeres jóvenes. Con esta premisa tan sencilla, la película comienza directa al meollo del asunto, sin contemplaciones; eso sí, el inicio no puede ser más horroroso y desesperanzador, y todo por las penosas interpretaciones que nos brindan unos actores realmente esforzados pero sin talento (atentos a sus expresiones y forma de hablar), quizás sacados de algún "dorama" de tercera.

Por si esto fuera poco, la baja forma de Oikawa tras la cámara lo estropea definitivamente todo, pues los momentos en donde se supone que la atmósfera ha de crear tensión, drama o terror, acaban por transformarse en una parodia de sí mismos generando en el espectador más risa que otras emociones (como ejemplo ahí está la escena de la posesión y posterior suicidio de Sayaka o cuando Mariko rompe a llorar en el piso). Pasarán unos cuarenta minutos algo aburridos hasta que conozcamos al detective Sakurai (no puede faltar nunca el detective de conveniencia) y la aterradora historia de Yukiyo Sugiuchi y su madre.
La intriga se desarrolla decentemente en torno a un oscuro drama familiar mientras Mariko vive el suyo propio con su traumatizada madre...¿el problema? Que está contado en forma de "flashback" explicativo, invadiendo la acción presente y extendiéndose más de lo que debiera; en este tramo y más que nunca Oishi deja claras sus influencias, las cuales van desde "Dark Water" y "The Ring" pasando por "Llamada Perdida", "Kairo", "Strange Circus" y la clásica "Hebi Musume to Hakuhatsuma" hasta, cómo no, "Ju-on" (de cuyo universo hereda el 90%), sobre todo al hacer hincapié en la sádica y turbulenta relación entre Yukiyo y su demente progenitora. El seno del hogar, como otras veces, vuelve a ser objeto de violencia y rencor dando pie a una maldición.

Habrá que esperar 73 largos minutos hasta llegar a la mejor parte de la película, lo único que la salva de la quema: la espectacular aparición del espíritu de Yukiyo, irrumpiendo en la fiesta de los jóvenes, y su enfrentamiento con Mariko. Oikawa decide convertir el piso en el escenario de una abrumadora pesadilla visual llena de logrados efectos especiales y ritmo trepidante, más emparentada con el cine clásico de terror que con los estereotipos del "j-horror", donde se rinde tributo a títulos como "Sweet Home", "Pesadilla en Elm Street" e incluso "Psicosis".
Sin embargo, esta fascinante pero breve muestra de talento no llega a compensar todo lo anterior, desentonando de mala manera en el conjunto. A la pobre dirección general de Oikawa se suman, como ya he dicho, las interpretaciones de unos actores desganados y poco naturales; Noriko Nakagoshi y Arata Furuta intentan crear complicidad con nosotros pero fracasan, y de Eriko Hatsune y Shion Machida decir que resultan odiosas y desquiciantes, sólo salvándose la veterana Naoko Otani.

Típica y previsible historia de terror y drama familiar más cercana al "j-horror" para adolescentes que a la tenebrosa imaginería de "The Ring", la cual Oikawa pretende alcanzar sin éxito; de hecho, sólo habrá un momento en todo el metraje (difícil de olvidar) que asusta de verdad.
Aún así no les faltó tiempo a los americanos para hacer su correspondiente "remake" cinco años después (se les va a escapar alguna a ellos). Anda, que si la original ya es floja, no les digo nada la copia estadounidense...
Chris Jiménez
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7
31 de enero de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una niña que ha presenciado un terrible asesinato, un policía dispuesto a protegerla y encontrar a los culpables, una mujer cuyo mundo natural está separado del caos de la ciudad que no podrá reprimir sus sentimientos hacia él.
Puede que, de todos los "thrillers" asiáticos de la década de los '80, éste que nos ocupa sea uno de los más desconocidos y, al mismo tiempo, de los más interesantes.

En 1.992, un director americano llamado Quentin Tarantino crearía su celebérrima ópera prima tomando de base "City on Fire", una gran película de acción e intriga realizada cinco años antes por Ringo Lam; pero, lo que muchos no saben, es que en 1.989 este hombre también cogería "prestada" la historia de una obra americana anterior trasladándola a un film de su propio sello...curioso, ¿verdad? Ciertamente, esa obra fue dirigida por Peter Weir y protagonizada por Harrison Ford, Kelly McGillis y Lukas Haas cuatro años antes, y tenía por título "Único Testigo".
La década de los '80 estaba resultando la mar de fructífera para el sr. Lam, quien entonces cosechaba un gran éxito con su saga de películas "On Fire", y este período lo acabaría, cómo no, junto a su colaborador habitual Nam Yin, cuya firma se halla en "Prison on Fire", "Full Contact" o "Burning Paradise in Hell", y que había escrito un guión de policías y gangsters siguiendo los cánones clásicos e inspirándose en el film de Weir; de este modo, "Wild Search" siempre fue considerada una especie de libre "remake" de aquél, aunque está claro que las diferencias entre ambos saltan a la vista.

Ahora, el cínico detective John Book interpretado por Ford se llama Lau (apodado "Mew Mew" por sus compañeros) y es un duro y solitario sargento que se desenvuelve a la perfección por las peligrosas calles de Hong Kong, tan repletas de crimen y corrupción como de costumbre; gracias a la información de un antiguo compañero consigue dar con una operación de tráfico de armas en la que está implicada una mujer que termina muriendo en el tiroteo con los policías. Lo peor de todo es que su hija Ka-ka, de tan sólo cuatro años, ha estado presente en el lugar y conoce muy bien las caras de los culpables.
Lau dejará a la pequeña al cuidado de su tía Cher y su abuelo, que viven en una pequeña comunidad rural alejada del ajetreo y los males de la metrópoli, mientras intenta dar con el cerebro de la operación, el cual resulta ser un respetable hombre de negocios llamado Hung y, para más inri, el padre de Ka-ka. El sargento librará brutales enfrentamientos contra los secuaces de ese poderoso jefe criminal al tiempo que va estrechando su relación con Cher, de la que poco a poco se enamora dejando a un lado las diferencias de sus opuestos orígenes y costumbres.

Partiendo del hecho de que Book entablaba la relación con un niño, testigo de un asesinato donde estaba implicado un policía corrupto, y no con una niña como en este caso, Lam y Yin practican la mayor desemejanza situando la acción de la trama en el círculo criminal y en la ciudad, mientras que Weir decidía adentrarse en el territorio amish junto al protagonista, inclinándose la intriga hacia un drama oscuro, filosófico y realista. En "Wild Search" no se pretende profundizar en el choque cultural ni en la vida de esos aldeanos que se ven envueltos en el caso policial, aunque ellos y sus respectivas costumbres acaban jugando un importante papel.
De este modo, la propuesta de Lam está más cerca de los típicos "thrillers" de acción chinos de la época (no se aleja mucho de "A Better Tomorrow" o "Hermanos de Fuego") que de la historia de Earl Wallace y William Kelley en la que se supone que se inspira, con el clásico policía duro, que ha perdido a su familia, crucificado por sus jefes y merodeador en un mundo de neones, bares de mala muerte y sucias calles donde la crueldad y la corrupción campan a sus anchas, que tendrá que enfrentarse a unos peligrosos traficantes y que de repente encuentra, gracias a una mujer, el remedio a su nihilismo y violencia.

El desenfreno y la acción, llevados con maestría por Lam, se cruzan con momentos de puro melodrama, romance e incluso puntuales momentos de humor que, por desgracia, no terminan de encontrar su punto de equilibrio, sobre todo cuando el suspense se va diluyendo en favor del drama, centrado en tres relaciones (la de Lau con Cher, la de ésta con su ex-marido y la de Ka-ka con su abuelo). La historia se detendrá en estos personajes hasta que retome toda su brutalidad con la lucha cara a cara entre "Bullet" y Lau, quien va estrechando cada vez más sus lazos con la dulce Cher.
No obstante, Lam sabe cómo acabar su película y, muy inteligentemente, regala al espectador un excitante y trepidante final digno del mejor policíaco (el malo contra el bueno, sin piedad); la espera ha merecido la pena. Bajo su mando, un Chow Yun-Fat de nuevo en la piel de un simpático e implacable policía, logrando una gran química en pantalla con Cherie Chung, con la que colaboraría en más ocasiones; igualmente dignos están la pequeña Chan Cheuk-Yan, Ku Feng, Tommy Wong (en el primer papel de bueno que le veo interpretar) y unos enervantes y repulsivos Paul Chun y Roy Cheung.

Obviamente no está a la altura de su profunda "versión" americana, pero Lam demuestra un talento innato para ofrecer lo que mejor sabe: un salvaje "thriller" políciaco que, pese a perder la coherencia en ciertas ocasiones y desviarse hacia más de un género sin avisar, entretiene de principio a fin con una intriga llena de tensión, drama y grandes dosis de violencia.
Chris Jiménez
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