En ese grupo de películas que desvelan-todo-en-la-sinopsis-y-en-su-trailer se encuentra "La sombra de la traición" por mucho que los responsables de la película hayan cambiado su título en nuestras carteleras.

La película no aspira a hacerse un nombre ni siquiera a tomarse muy en serio sinceramente porque no puede. Su tesis inicial es intrigante e interesante, haciendo creer al espectador que se encuentra ante una entretenida película de espías. Sin embargo, pronto desvela sus cartas para convertirse en la persecución de un fantasma, en la que una parte trata de esconderse mientras la otra ata cabos precisamente ahora después de haberse empollado todo el material durante años. Mientras tanto podemos ver algunos disparos, una persecución de coches que defrauda bastante, o debatir si Gere está más canoso que Sheen.

La escasa calidad de la cinta no es más que la punta de un iceberg muy grande en manos de Brandt. El hecho de desvelar un importante detalle nada más empezar resta intriga a la trama, pero el nuevo giro inesperado del final hace pensar que los guionistas han creado la historia pensando en este último detalle. Sin duda necesita bastante más que un par de sorpresas para que se la tome en serio, pero carece de nada que se puedea exprimir lo suficiente como para considerarla algo más que un capítulo triple de una serie televisiva.

Un tren desbocado, sin control, avanza a lo largo de ni se sabe cuántos pueblos americanos, provoca una enorme amenaza sobre ellos. Un autobús desbocado, sin control, avanza a lo largo de las calles de la ciudad y provocando una enorme amenaza sobe ellos.

¿Nos suena el argumento de ambos? Sí, y a falta de un plan maquiavélico por parte del psicópata de turno, en Imparable podría aparecer de repente Reeves intentando frenar con cualquier cosa el dichoso tren.

Y lo peor es qu apenas te darías cuenta de que han cambiado de protagonista (creo que hay rumores sobre ello) porque: van francamente rápido y a los especialistas no les daba tiempo a cambiarse con los verdaderos; y porque el tratamiento de los personajes es realmente ridículo, se lo gastaron todo esa curva maldita que luego es de juguete.

Así que, con todo, solo queda esperar a que alguien logre controlar el tren antes de que pase algo peor que lo que estamos viendo, y disfrutar del espectáculo mientras lo consigue.

Mal empezamos si en la primera frase aparece la palabra "perdona". Esto no va a mejorar por mucho que la otra persona se esfuerce en demostrar que era una forma de hablar, una manera de romper el hielo para conversar y quién sabe si para enamorarse.

Enamorarse sin importar cuál sea la barrera que se te ponga delante. En este caso, y de ahí lo poco creíble de esta historia, no hay ninguna a pesar de que a cualquiera se le ocurren varias. Podría haber ido por ahí la cosa, y exponer una historia de amor que superara todas las barreras que opone la edad, donde el amor perviva.

No lo hace porque prefiere construir una historia totalmente blanca, sin profundidad. Ni los amigos, ni la familia (ese padre que parece mirar para otro lado) ni sus amigas constituyen una amenaza para el amor de la pareja. El hecho de que la chica durmiente sea una inspiración solo refrenda esta idea.

Si, los faros pueden ser un lugar romántico, pero cuando se convierten en una parada obigatoria en vez de ser una meta, no son lo que podrían ser.

Sergio Castellitto vuelve al más puro melodrama para narrar una historia de amor enmarcada en la Sarajevo en guerra, y firma una película irregular que falla tanto en el contenido como en el encuadre dejando que las ideas que probablemente tenía en la cabeza permanezcan ahí y no se plasmen en la pantalla.

Utilizando los flashbacks sin ningún control y de forma desmedida, la película navega entre dos aguas y no decide nunca si quedarse con la historia de amor o si adentrarse un poco más en la guerra de Bosnia, sobre la que pasa de puntillas aportando solo un par de secuencias. El guión abusa de la cantidad de personajes que pasan por la pantalla, pero solo deja volar a Hirsch y a Cruz. Ellos son los únicos que brillan porque a pesar del guión que les encasilla, tienen calidad para sobreponerse. Sin embargo, Hirsch está alocado y espídico, perdido en un mar de dudas; y Cruz ha conseguido la nominación al Goya a la mejor actriz por un papel menor en su carrera, que lleva el drama en la sangre y lo exprime hasta el final con numerosas transformaciones de su físico.

Si hay una palabra que pueda resumir la película sería confusión, porque Castellitto no consigue llevar sus ideas a la pantalla y tira de todo el repertorio que tienen registrado los culebrones de sobremesa para girar el guión, de adelante a atrás, y provocar la lágrima fácil sobre un tema que bien podría rezar algo así como "basado en una historia real" en su subtítulo.

Hay almas que están condenadas a estar juntas, por mucho que ellas mismas intenten negarle al destino su propia decisión. “Una canción irlandesa”, cuyo título original vuelve a no parecerse en nada al de la cartelera española, narra la historia de dos familias vecinas cuyos hijos se gustan desde pequeños, y también de sus problemas para entenderse, incluso con el paso del tiempo.

Durante muchos ratos excéntrica e irregular, la película tiene un objetivo hacia el que avanza, aunque no sepamos bien del todo qué camino pretende recorrer para alcanzarlo. El espectador conoce el final de esta historia delirante, y eso decepciona un poco. Sin embargo, las idas y venidas de los protagonistas de vez en cuando sorprenden, aunque sea por lo inverosímil de sus diálogos.

Es curioso pensar que John Patrick Shanley haya tardado doce años en filmar desde su última película, y más aún después de que esa película fuese la interesante “La duda”. Parece que tanto tiempo le ha oxidado algo su olfato, porque a esta historia le falta fuerza, potencia y, a veces, algo de sentido.

La verdad es que la película goza de todos los elementos que uno lo supone a los prados irlandeses. En un paisaje repleto de vacas pastando, caminos de tierra embarrados y lluvia que llega sin previo aviso, la película abusa de ellos para adornar la historia principal en la que Blunt y Dornan parecen dos adolescentes indecisos y opuestos que no saben expresar sus sentimientos, especialmente él.

Esta adaptación teatral recuerda a sus orígenes en un último tramo en el que los protagonistas hablan y hablan sin decir gran cosa, todo ambientado en una casa. Personajes que se prestan al absurdo indefinido hasta un final que rinde tributo a Irlanda, pero que resulta intrascendente para el espectador.