El cine islandés nos tiene acostumbrados a pocas palabras, pero mucha comunicación, una mezcla de belleza visual, siempre fría y aséptica, y breve historia con mucho poso y reflexión. Gran interpretación de sus protagonistas, que a pesar de sus difíciles interpretaciones crean vínculos de unión, interrogantes y sentimientos. Son capaces, desde la gélida situación emocional, tanto del carácter de los personajes como en sus demostraciones, hasta en la simple (aunque sobradamente compleja y poliédrica) historia, de llegar a generar interés en sus devenires, actuaciones y sensibilidades. Una banda sonora musicalmente acoplada a la limpia imagen y unos diálogos ausentes no hacen más que llenar de contenido los movimientos acompasados de la cámara siguiendo a los protagonistas, dando la batuta de dirección a la actuación, reconociendo que por sus actos serán reconocidos.

Cáustica y fría, así es la imagen, bella y dolorosa, intentando introducirnos en la venganza del protagonista, pero con liviano y tibio resultado. La abundancia de una fotografía bella, rodeada de blancos, metálicos y fríos parajes, avecinan como el mejor Lorca la muerte y la venganza, pero el alma del protagonista, un Dicaprio insultantemente apasionado, creyente exacerbado de su papel, con ansias recrea su vivencia, pero apacigua su furia al no haber ese fuego en su mirada, ese alma que nos dé la compasión necesaria para sufrir ante la pantalla el Sino del protagonista, su dolor y su furia. Inconmensurable. Hardy empatiza desde el otro lado, el presuntamente antihéroe, dándonos esa rabia y practicidad que no vemos en Dicaprio, pero no por falta de interpretación, si no por falta de alma en la cinta. A pesar del metraje, el guion resulta equilibrado, bello y sin estridencias, con un peso de la naturaleza que nos engulle y nos perturba, pero siempre agrandando el papel de los protagonistas. Vemos como la Historia rodea a nuestra historia, pero vemos que no nos sentimos abrazados de los misterios que la nieve atrae en cada plano, solo vemos de soslayo pasar la sinrazón de una vida destruida...

Cuando el horror debe ser expresado en un lienzo, los colores pueden llegar a doler, pero debemos mezclarlos en su justa medida, para que el grito de cada pincelada no tergiverse la pintura final, un cuadro cruel, intenso y desgarrador, pero con una luz y perspectiva adecuada. A modo clásico. Guión e interpretación compactas, trama con todos los ingredientes necesarios para ir dosificando información con ingenio, suspicacia e interés, música 'in crescendo' en intensidad, personajes tratados con mimo y que evolucionan de forma empática dentro de la cinta y fuera, su visceralidad conecta con el espectador. La fotografía indaga en la memoria del espectador, busca la gama de colores y la elección de planos acorde a una época, busca una mirada al pasado para traernos la realidad al presente, recurso bien utilizado que ayuda a introducirse al espectador. Dirección artística viva en interacción y en expresión, cuando ellos lo sienten, nosotros lo sentimos. Un Ruffalo sosegado, un Keaton inspirado y una McAdams intensa conforman la triada que aviva la llama de las ideas.

La pretensión de blanquear en demasía la atmósfera negra de por si de un tema espinoso no logra obtener el color final esperado. Ese blancor esperado se diluye, se evapora en el alma de la película. La posible, que no lograda, intención de recrear un cuento a partir del dolor sólo queda en un positivismo opaco, a veces absurdo, y eclécticamente perverso. Tosar languidece por momentos, y Penélope aturde, a pesar de llenar con su fuerza no logra esclarecer hacia dónde tenemos que centrar su personaje. Ardua era la tarea de la intencionalidad buscada, pero más arduo es el trabajo de indagar en el resultado, que no desagrada pero confunde. La fotografía, usada con vigorosa fuerza en el camino de la historia, aún recalca más el significante, y no favorece el significado.

Con buena calidad visual y temática interesante, el guión se queda liviano y vacuo, con carestía emocional importante y con una estructura desequilibrada, un humor simplista y sin personajes atrayentes. Puede resultar algo atractiva a los más pequeños, pero aún así su "permisividad" en ciertos momentos de la trama no pasan desapercibidos al ojo crítico. Los tempos estilísticos y emocionales no cuadran con la falta de profundidad. Visualmente correcta, con un gran trabajo detrás que se perfila arduo e ingrato. Banda sonora directa para enganchar a un 'tárget', y aunque puede resultar eficaz, musicalmente bastante carente de calidad.