Las películas navideñas suelen ser infumables, y las películas sobre vecinos plastas un espanto, pero de las películas navideñas con vecinos plastas sólo cabe esperar un zurullo muy gordo. Y mira que Danny DeVito me cae bien, y que siempre tomo en consideración las opiniones de aquellos que creen que existen actores aún peores que Matthrew Broderick, y les creo, de corazón, pero no es suficiente.

Ver esta película obliga a plantarse cuestiones muy profundas: ¿Quién soy? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Dios existe? ¿Cuándo acabará este sufrimiento? Uno sale cambiado, transformado en otro ser más cínico, insensible y escéptico, en un monstruo lleno de desesperanza. No se puede contemplar el horror y continuar siendo el mismo. ¿Magia navideña? El visionado de este filme sólo es comparable al choque insistente de un objeto punzante contra los testículos propios, una actividad dolorosa y traumática, un sinsentido.

No me ha gustado

Verhoeven siempre ha sentido fascinación por mujeres fuertes, empoderadas, amorales, que utilizan todas las armas, todos los recursos de que disponen, para alcanzar sus fines, saciar sus apetitos. Empoderarse en el siglo XVII, siendo mujer, y perteneciendo a una institución como la Iglesia, no debía resultar tarea fácil. El cineasta se basa en un hecho real, documentado, para evitar las acusaciones de blasfemia. La provocación, al estar sustentada en la realidad, se vuelve todavía más provocación, provocación al cuadrado.

Benedetta es una monja que parece tener conexión celestial con Jesucristo, sufre visiones aterradoras. Con la llegada de una joven al convento sus experiencias se recrudecen. Surge el deseo sexual, y la protagonista se rinde a él; Benedetta se sumerge en el pecado, se entrega a los placeres, se abandona a la lujuria, se pierde... y de qué manera.

Los caminos del Señor son inescrutables; sobrevuela la duda de si Benedetta es realmente una emisaria divina, una transmisora de la voz de Dios, capaz de obrar milagros, o les engaña. El film explora el poder de las supersticiones, el efecto de la fe en las personas. Nos habla de la pasión, tanto de la religiosa como de la otra.

Una madre acompaña a su hijo a su primer día de universidad. De camino descubren que una vieja cámara tiene el poder de viajar atrás en el tiempo.

Se trata de un episodio que funciona como alegato contra el racismo. Intenta ponernos en el lugar de un negro en los Estados Unidos, mostrándonos la discriminación a la que están continuamente sometidos los afroamericanos por parte de la sociedad, la dificultad que afrontan a la hora de abrirse camino y labrarse un futuro. La primera mitad del metraje sabe transmitirnos el miedo ante un peligro del que no podemos escapar. La segunda mitad, sin embargo, se deja llevar por el didactismo y no resulta tan efectiva como pretende.

La entrega lanza guiños a dos capítulos clásicos de “The Twilight Zone”: a “Nick of Time”, mediante esa máquina de adivinación con la cabeza del diablo, que apenas se vislumbra un segundo, y a “Escape Clause”, a la que homenajea a través del nombre del motel donde se hospedan los protagonistas. La trama también recuerda en cierta medida a “A Kind of Stopwatch”.

Está de moda que los grandes autores retornen a su infancia. Spielberg hila un puñado de anécdotas -de interés desigual-, enmarcadas durante sus primeros años. De lo que en otras películas suyas había dejado pinceladas, aquí ocupa la totalidad del metraje; lo que otras veces fue el subtexto, ahora figura en primer plano.

Hay escenas muy poderosas. Todo lo relacionado con su descubrimiento del cine, su comprensión del medio, la grabación de sus primeros cortos, el encuentro con cierto director, me parece fascinante. La parte familiar, no tanto. Con los padres, encarnados por Michelle Williams y Paul Dano, cuesta empatizar. El hecho nuclear, el acontecimiento traumático sobre el que gravita la trama, se intuye enseguida; cuando llega la revelación, no impacta.

De todas formas Spielberg siempre ha tenido esta cosa de gran narrador. Incluso en los episodios en los que no queda claro lo que quiere contar, entretiene, interesa. Coloca la cámara en el lugar idóneo, la mueve con maestría, y siempre al servicio de la historia. Nunca se olvida del espectador. Te hace apasionarte por lo que a él le apasiona. No siempre acierta, pero cuando lo logra da gusto.

Propuesta española de género perfectamente medida; una obra incómoda, inquietante y oscura, que se pasa volando. Bebe de fuentes reconocibles –“Cube”, “Snowpiercer”, “Saw”- sin caer en el plagio, encontrando su propia identidad. Respira tensión.

Elabora un suspense continuo, sazonado de gore y pizcas de humor negro escatológico. También añade reflexiones sobre la condición humana, que resultan, si no profundas, cuanto menos curiosas. Pese a un final ligeramente decepcionante, deja buen sabor de boca.

El hombre es un lobo para el hombre. Obvio. El personaje de Trimagasi, gordito feliz y pragmático, poco dado a filosofías, quien duerme acariciando tiernamente su más preciada posesión, el cuchillo "Samurái Plus", se lleva de calle la cinta.

“El hoyo” es un manjar exquisito para los amantes del terror, una delicia para cualquier aficionado al cine.