No hay que engañarse, esta película no pasa ningún filtro de verosimilitud, ni en cuanto a la intriga (llena de juegos malabares), ni en cuanto a la forzadísima historia de amor entre los protagonistas. La ceguera de la pasión no conoce límites, por lo que parece... Pero si conseguimos obviar estos factores, "Charada" es una colorista comedia llena de situaciones divertidas y diálogos ocurrentes. He leído que es una película que podría haber firmado Hitchcock, pero a mí me recuerda más al Quinteto de la Muerte de Mackendrick, aunque con más pretensiones, más ínfulas, más paja, y alguna que otra escena de puro sonrojo. De todas formas, mi impresión es que Donen siempre da a cada escena un tono de parodia, más que de suspense. Incluso en ocasiones se permite ironizar y reírse de sí mismo. Vista así, "Charada" se convierte en una película que, lejos de ser imprescindible, sí es entretenida y disfrutable. De 6,5

"El jinete pálido" me ha parecido un interesante western de Clint Eastwood, pero que aún queda lejos de las obras maestras que estaban aún por venir en su filmografía. El actor-director americano aún seguía explotando la imagen de tipo duro "puedo con todos". Vista hoy, eso lastra mucho esta película. El personaje de llanero solitario de pasado oculto, que se entromete en los problemas de un grupo de pobres mineros, acosados por un propietario millonario y sin escrúpulos, sin más razón que la de ponerse del lado del débil, queda ya bastante tópico y acartonado. Es cierto que, en este caso, esa idea de defensor romántico de las causas justas se enriquece gracias a un componente bíblico y mesiánico muy marcado.

Me quedo con el tratamiento estético de la película, que combina grandes paisajes con escenas de interior de iluminación tenue y arriesgada, que Eastwood utiliza muy bien para enfatizar el mensaje que quiere dar en cada momento, y que ya anticipan la magnífica "Sin perdón". En conclusión, "El jinete pálido" me parece, vista hoy, la transición lógica y coherente entre el spaguetti-western y las películas del Eastwood más maduro.

"El autor" es una película inclasificable y a medio camino de todo, con un tono que siempre va cambiando y pilla desprevenido al espectador. Ese ejercicio de deconstrucción narrativa deja inevitablemente una sensación de imperfección. Algunas subtramas se concluyen de modo abrupto. Los personajes secundarios, salvo el de la portera, apenas están trabajados. Destacaría el flojo tratamiento que se le da al personaje de María León, quizá perjudicado por un poco afortunado trabajo de la actriz. Antonio de la Torre, que encarna a un personaje que podía dar mucho juego, está más potente que brillante...

En fin, que las fallas son bastantes. No obstante, todo queda suplido por el descomunal trabajo del actor protagonista y por una historia con muchas aristas. Javier Gutiérrez consigue dar pena, hacer gracia, parecer patético y dar miedo, todo en la misma película y con el mismo personaje. Y siempre creíble. Al principio, Martín Cuenca hace que el personaje parezca aún más pequeño de lo que ya es.

"El autor" es la historia de un hombre menguado que le encuentra un sentido a la vida jugando a ser Dios. Al final, la literatura es mero macguffin. Bajo la trama aparentemente banal de un hombre vulgar que sueña con ser un gran escritor se esconde una reflexión sobre la soledad, el éxito, el sentido del arte, la felicidad y la frustración. Y, por el camino, todo un periplo argumental que nos hace pasar de la comedia al drama, y del drama al suspense, sin solución de continuidad. Un ejercicio de incomodidad y desasosiego, que conmigo ha funcionado. Martín Cuenca ha hecho un trabajo con el que, a base de darle continuamente la vuelta a todo, ha conseguido mantenerme enganchado a la pantalla.

"Los exámenes" es el relato de un país contaminado hasta el último de sus rincones por la corrupción a pequeña escala. Los personajes se mueven en una sociedad basada en el amiguismo y la hipocresía. El protagonista es un médico respetado y de buena reputación en su entorno, pero que arrastra la mala conciencia de unas ilusiones de juventud frustradas y una relación familiar resquebrajada. Aunque disfruta de su posición, su principal aspiración es que su hija, la niña de sus ojos, escape de ese ambiente opresivo y fratricida. Y, ante la posibilidad de no lograrlo, no dudará en hacer uso de todas las triquiñuelas, estratagemas, peloteos e intercambios de favores que pueda tener a su alcance. Es decir, de caer en todo aquello que critica.

Con ello, "Los exámenes" es una película que empieza gris y acaba negra, un retrato de un país gangrenado por la corrupción y el amiguismo, en el que no eres nadie si no eres capaz de hacer una oportuna llamada en el momento adecuado. Un estilo seco y demoledor, basado en el plano-secuencia, deja al espectador sin aliento. El guión es certero y las palabras están medidas al detalle, para resultar incisivas sin dejar de ser verosímiles: para poder conseguir esto, podemos llamar a Fulanito, él nos ayudará, le conozco, es un hombre honesto. Incluso cuando el protagonista y su hija acuden a la comisaría para denunciar una agresión, se teje un esquema de intercambio de favores con los propios agentes de policía. Demoledor. El poso que deja la película es muy amargo. Quien no quiera participar de ese sistema se convertirá en un marginado incapaz de llegar a ningún lado. Y, lo peor, será un absoluto incomprendido.

La película abre muchos debates. Más allá de la crítica obvia a la Rumanía actual (también son europeos), "Los exámenes" también traslada un dilema personal, y habla de la culpa, la doble moral, la educación y la hipocresía. ¿Hasta dónde somos capaces de llegar por conseguir lo que deseamos? ¿Es conveniente que un padre renuncie a ser un modelo en el que sus hijos puedan reflejarse, a cambio de protegerles y garantizarles la obtención de determinados objetivos vitales? Mungiu toma partido, haciendo que el periplo del protagonista resulte cada vez más patético, de modo que su "cruzada" termine desembocando en una especie de bucle.

Una película recomendable, con un mensaje que trasciende más allá de la Rumanía post-Ceaucescu.

Un corto que quiere contar demasiadas cosas en muy poco tiempo, y por ello termina por despistar más que otra cosa. Aunque la factura es buena y todo el argumento se sigue con curiosidad, lo condensado del relato hace que todo avance de manera apresurada. Al final, al aparecer los títulos de crédito, uno se pregunta qué es lo que ha visto en realidad, y que es lo que el director quería contarnos...