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España España · Barcelona
Críticas de reporter
Críticas 629
Críticas ordenadas por utilidad
5
14 de marzo de 2014
1 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como en casi todos los demás festivales, cuando por fin llegó la última jornada de la Competición de aquella 64ª Berlinale, los asistentes más asiduos, a excepción de cuatro yonkis mal contados, estaban pensando en volver a casa, más que en cualquier otra cosa. Culpa, principalmente, del poco aguante de la parroquia... y de la sesión maratoniana de películas implícita en cada cita como esta, claro. Todo juega en contra. El caso es que el agotamiento suele ser el denominador común, por lo que no es de extrañar el que la organización de turno conceda un respiro al, por aquel entonces, exhausto cerebro del pobre cinéfilo. ¿Qué mejor, pues, para rematar un gran certamen que una película que incite a la desconexión neuronal? Dicho y hecho ¿Con qué filme nos despedimos aquella vez del Palast? Con 'La bella y la bestia', nueva (y enésima) adaptación cinematográfica del clásico de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont.

Y efectivamente, los programadores cedieron el honor (?) de la clausura a una película alejada de lo a priori considerado como cine de autor (ahora entramos en esto), ideal para reavivar, una vez más, los debates snobs concerniendo esa duda existencial que rodea a este tipo de certámenes desde prácticamente sus orígenes. Para entendernos, ''¿Qué -diablos- hemos venido a hacer aquí?'' Respondamos como aquel que intenta que no se note que no tiene ni pajolera de qué va el asunto; respondamos con otra pregunta: ''¿Acaso tanto molesta ver en uno de los templos del séptimo arte la presentación de una producción tan cercana al prefijo ''súper-''? '' Pues la verdad es que un poco sí. Descoloca, más que nada. Pero no está de más recordar que ya no nos encontrábamos en la Competición, propiamente dicha, y que, tal y como anunciaba su cometido en el programa, de lo que se trataba aquí era de empezar con las despedidas, que como en todas las grandes ocasiones, deben ser largas, pero sobre todo placenteras.

Por ejemplo, el año anterior pocas quejas hubo (todo lo contrario) en ese mismo escenario cuando desembarcó el equipo de DreamWorks Animation con 'Los Croods. Una aventura prehistórica'. Milagros de Nicolas Cage, sí, pero como se ha dicho, también la bocanada de aire fresco que supone el ver, después de tanto documento social y ensayo (auto)reivindicativo (egos, en definitiva), una película alejada de cualquier pretensión más allá de la noble voluntad escapista de llevarnos a un mundo mucho más atractivo de este que nos ha tocado vivir (tarea fácil, a simple vista). Es quizás por esto que lo nuevo de Christophe Gans (sí, volvemos a 'La bella y la bestia') no acabó de cuajar, y dejémoslo ahí, por aquello de no hacer leña del árbol caído. Primero porque, ironías del destino, esto es, les guste a unos o no, cine de autor. Quizás no ''en estado puro'', pero sí al menos en una fase germinal que no debe menospreciarse.

Para bien o para mal, la mano del cineasta detrás de trabajos como 'El pacto de los lobos' (hablando de grandes proyectos europeos) o 'Silent Hill' (¿la única adaptación buena que el cine le ha ofrecido al videojuego?) se nota en cada plano, en cada encadenado y en cada resolución. En el tránsito entre el clásico de la Disney y el de Jean Cocteau (con especial predominancia de éste segundo), se recupera el gusto por el cuento clásico (así como por su narración igualmente clásica), y lo (sobre)cargado se descubre como irrenunciable firma, en lo que es una descontrolada fiesta donde lo barroco cede encantado, y a las primeras de cambio, ante el rococó. Segundo, la apuesta del director es tan fuerte, y éste se empecina tanto en ella, que el producto acaba muriendo víctima de su propia naturaleza. Ahogado en el exceso. Es, eso sí, uno de esos desastrillos fílmicos con los que cuesta cabrearse del todo.

Al fin y al cabo, siempre se percibe en él una valentía y un inconformismo que, por qué no admitirlo, nos dejan algún que otro momento de gran belleza visual / conceptual. Por desgracia, el ridículo acaba confirmándose en la mayoría de ocasiones... y eso que Eduardo Noriega, para mayor decepción de los más sádicos (somos lo que somos), decide hacer gala de un francés que ya quisieran todos los estudiantes de este ilustre país. Por lo demás, se confirma que Abdellatif Kechiche está dando saltos de alegría ante el nuevo proyecto de su ''amiga'' Léa Seydoux, que Vincent Cassel no puede (ni quiere) esconderse ni debajo de toneladas de maquillaje y horas en la sala de posproducción, que la detestable 'Alicia en el País de las Maravillas' de Tim Burton, de momento, ha hecho más daño que cualquier otra cosa, y que el cine del viejo continente, para bien o para mal, cuenta con la técnica y ambición (también) suficientes como para no amedrentarse a la hora de probar con modelos que, hasta no hace mucho, parecían totalmente fuera de su alcance. ¿Conquista? Sin duda. ¿Esencialmente ridícula? También. Aunque poco importa, pues la fantasía, en parte, funciona así.
reporter
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4
13 de junio de 2014
10 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Joder... joder, joder, ¡joder! Mierda... joder, ¡mierda! Otra vez no, por favor... ¡otra vez A MÍ no, por lo que más quieras! ¿Pero qué está pasando aquí? Joder, ¿qué coño está pasando aquí? ¿Por qué todo el universo se ha conjurado contra mí? ¿Qué hice yo para merecer esto? Joder... joder, joder, ¡joder! Me ha visto. Me han visto. Seguro. Mira, mira, mira... están viniendo hacia mí. ¡Lo sabía! ¿Y ahora qué hago yo? ¿¡Qué será de mí!? Vale, tranquilo... recuerda, recuerda lo que te enseñó el doctor en el manicomio. Recuerda cómo te enseñó a controlarte. Vale... respira hondo. Así, así, perfecto. ¿Qué venía a continuación? Sí, la cuenta atrás. Vamos allá... Diez... Nueve... Ocho... Sieeet... Siete, siete... Seis... Cinco... No, no, ¡No! ¡Mierda! Esto no sirve de nada... me han pillado, de ésta no salgo. Sí, definitivamente me han reconocido. Se acabó... Se acabó... Bueno, quizás sea lo mejor. Estoy cansado de huir, de vigilar quién me sigue... Estoy cansado de tanta sangre. Mira, que sea lo que Dios quiera... A no ser que... ¿cuántas balas me quedan en el revólver?

Saliendo un momento de la atormentadísima cabeza del narrador, la audiencia se concede unos segundos para tomárselo todo con un poco más de calma y analizar fríamente lo que acaba de pasar. No es que el héroe de la función haya sido designado como la diana oficial de las fuerzas del mal de medio mundo... es que simplemente está muy agobiado. Debería dormir un poco más. Descansar, vaya. No tomárselo todo tan a pecho. Porque el tiroteo que está a punto de originar al fin y al cabo se debe a que el policía que se le está acercando ha notado sus tembleques hipodérmicos y sudores fluviales, y que sólo quiere interesarse por su salud. Sólo quiere preguntarle si puede ayudarle en algo; si puede proporcionarle algún tipo de asistencia. La escena, por cierto, la presenciamos en la capital de Alemania, durante el transcurso de una fría noche de febrero. Estábamos en uno de los mejores festivales de cine del mundo... y también en una de sus secciones más peligrosas.

Berlinale Special es, para entendernos, el cementerio de elefantes particular del Festival de Cine de Berlín. Sin ir demasiado lejos, el año pasado tuvimos la ocasión de ver, en este mismo espacio, lo último de ilustres pesados del calibre de Giuseppe Tornatore, Ken Loach y Jeremy Irons. ¿Cuál de los tres huele más a rancio? ¿Cuál de ellos está más acabado? Por ahí van los tiros. A Berlinale Special van las películas a simple vista atractivas (hablamos de su sinopsis, hablamos del material original que cogen como referencia, hablamos de nombres con pegada en su ficha artística...) pero que, a efectos prácticos, y siempre por norma general, se estampan estrepitosamente. Glamour hueco. Lo que vino a ser 'Monuments Men' (que también vimos en ese mismo certamen), pero sin tanto encanto apriorístico. Por supuesto, hay excepciones que confirman la regla (siguiendo con el referente de la edición anterior, fue aquí donde vimos el delicioso remake 'Una familia de Tokio', de Yôji Yamada), de modo que cada vez que se entra en alguna de las sesiones comprendidas en este marco, hay que rezar para que estemos ante uno de los ejemplos del segundo grupo.

¿Es el caso de 'Las dos caras de enero'? No (¿para qué andarse con rodeos?). Es más, se convierte, casi desde su primera secuencia, en un clarísimo exponente de esta ruleta rusa cargada con cuatro balas llamada Berlinale Special. Basada en la novela homónima de Patricia Haighsmith, la película supone el debut en la dirección del talentoso guionista Hossein Amini (autor de, entre otros, el texto del 'Drive' de Nicolas Winding Refn), quien además se encarga personalmente de adaptar el libro original. Por si todavía quedaban reticentes, una rápida ojeada a los actores que encabezan el reparto nos descubre a grandes estrellas (?) como Viggo Mortensen, Kirsten Dunst y Oscar Isaac. To-ma. Pero claro, estamos en ''el cementerio'', y el olor a podredumbre reina por encima de todo. 'Las dos caras de enero nos' descubre muchas otras fragancias, y casi ninguna de ellas nos deja con buenas sensaciones.

La Dunst luce una papada de lo más inquietante, Mr. Isaac parece que esté bajo los influjos hipnóticos de alguna Sesión del Diablo berlinesa (aquellas en las no hay quien aguante la vertical, créanme) y nuestro querido Viggo... sencillamente está desternillante, cuando lo que debería transmitir su personaje es angustia, miedo, asfixia. La culpa, para ser justos, recae principalmente en un Amini que, sencillamente, todavía está demasiado verde para hacerse con el control absoluto de una cinta que, por si fuera poco, exige jugar con muchas variables. Cineasta y personaje ficticio se funden en una extraña realidad done los retos planteados causan una ofuscación tal que el cuerpo acaba reaccionando / convulsionando de la forma más violentamente torpe. Catástrofe a la vista.

El novato no acierta en prácticamente ninguna: la ambientación en la Grecia de la década de los 60 se antoja casi siempre acartonada, el triángulo amoroso que alimenta buena parte de la acción desprende casi tan poca química como el de la saga ''Crepúsculo'' (imagínense...), su parte más genuinamente de thriller cae habitualmente en lo involuntariamente cómico, y demasiado a menudo en el tedio. La exigencia era dura, cierto, y quizás por esto parece que, por no querer quedar en evidencia, se decidió optar por la comodidad de lo frío y lo neutro, lo cual, como sabemos, es sinónimo directo de la mediocridad. Berlinale Special, por su parte, siguió prolongando la leyenda negra. No importa, porque a la próxima trampa que nos tienda, volveremos a caer de lleno. Seguro. Por cierto, Hossein Amini fue también el co-guionista de '47 Ronin'. Auch... como para no sudar.
reporter
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4
19 de abril de 2013
1 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Relación letal', en la que una ama de casa de los suburbios típicamente estadounidenses descubre, a las pocas semanas de casarse, que su media naranja es el mismo desequilibrado que mató, cinco años atrás, a su hermana. 'Atracción fatal', en la que una recién licenciada se ve terriblemente acosada por su primer amor de instituto, un maníaco sexual con impulsos homicidas. 'Hasta que la muerte los separe', en la que una viuda de muy buen ver tiene que lidiar con la inesperada reaparición de su marido, al que se daba por muerto desde los primeros compases de la guerra de Afganistán... y al que, ni falta hace decirlo, las secuelas del conflicto, junto al hecho de que la pobre protagonista haya reconstruido su vida sentimental, le transforman en un imprevisible y peligrosísimo monstruo.

Muchos palos llevan recibiendo, desde tiempos inmemoriales, los thrillers melodramáticos de domingo por la tarde. Paliza seguramente más que merecida que no obstante se carga injustamente el casi imperceptible valor intrínseco en cada uno de estos productos. Más que hablar de dichas películas por separado, hay que hacerlo del concepto general, de todo aquello que implica una 'Relación letal', o una 'Atracción fatal', o una 'Hasta que la muerte los separe'. Historias tan trilladas como absurdamente morbosas aparte, la propuesta se extiende más allá de la pantalla de televisión. Es una especie de pacto con el diablo en el que el firmante pierde unas cuantas neuronas en la transacción a cambio de tan apreciables intangibles como el espachurrarse bien a gusto en el sillón mientras combate o bien la resaca o bien el desasosiego producido por la falta de partidos de fútbol potables.

Franja horaria basura; franja horaria de nadie pero al mismo tiempo para todo aquel que sepa que siempre se puede confiar con la reconfortante compañía de aquel fiel amigo cuya estupidez le hace a uno sentirse más inteligente. Todo esto, que no es poco, al alcance del mando de distancia. Se trata de cogerlo, pulsar el botón del canal adecuado y disfrutar con el teatrillo de lo absurdo por el precio determinado en lo que cuesta tener encendido el televisor durante poco más de dos horas. Con la factura de la electricidad subiendo cada día más, la suma total a la que asciende la broma podrá doler a algunos... pero de ninguna de las maneras llegará a picar tanto como una entrada de cine al 21% de IVA. Aunque, poniendo los pies de nuevo al suelo, es de justicia remarcar el hecho de que, si nos ponemos así, ya nadie acudiría a las salas de proyección. ¿Verdad? ¿No es así?

A riesgo de entrar en terrenos demasiado empantanados, no puede evitarse reparar en la casi macabra coincidencia de que la misma semana en la que la comunidad cinéfila española llora la caída casi definitiva de uno de sus pilares de la distribución y exhibición, llegue a la cartelera 'Un lugar donde refugiarse', título que, para que la patada en las partes nobles duela todavía más, viene a recordarnos que, con la paciencia y el caso -por tirar un poco de socarronería- que dedicamos a las propuestas que, por valentía y por calidad, realmente merecen la dichosa factura de la taquilla, quizás tengamos las películas que nos merecemos. Es decir, aquellas que jamás debieron salir de la parrilla de la sobremesa dominical de la caja tonta; aquellas que si de su visionado quedan excluidos -por recomendación de las autoridades- los menores de doce años es porqué en este país todavía debe quedar alguien preocupado por la educación las generaciones más jóvenes.

Vieja, incluso decrépita, se ha quedado la gloria del director de la cinta. Lasse Halström, quien en su día fuera uno de los mayores protegidos de los todopoderosos hermanos Weinstein; el mismo que, consecuentemente, llegara a optar con serias opciones al Oscar al Mejor Director, confirma en su último trabajo que ha decidido refugiarse en aquel dudoso paraíso amparado por las nulas exigencias de aquellos que se atreven a poner los pies en él. 'Un lugar donde refugiarse' es la cristalización de la desidia de un capitán de barco que delega sus responsabilidades al efectismo más dominguero, al nombre de Nicholas Sparks y a los dos suboficiales con la cara más bonita de su embarcación, Josh Duhamel y Julianne Hough (bellísimo híbrido físico, esta última, de Carey Mulligan, Michelle Williams y aquella Lindsay Lohan que todavía no desaparecía cuando se ponía de perfil), quienes a falta de más instrucciones, no pueden ofrecer más que su empalagosa química. El resto se resume en el lamento motivado por aquello que se hecha de menos: la lista en realidad es interminable, pero sobresale -por ilustrativo- en tan penoso grupo, primero la voluntad de sorprender (el que todas las jugarretas de la trama se anticipen cinco movimientos antes de que se produzcan, incluyendo el destape de las cartas más teórica e irrisoriamente imprevisibles, no hace más que recordarle al espectador que ha tirado miserablemente a la basura dos horas de su vida) y después la presencia del colega de turno durante el visionado, imprescindible para, al menos, reírse a carcajada limpia ''de'' -y nunca ''con''- el esperpento que está siendo proyectado.
reporter
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6
25 de diciembre de 2013
6 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine, como bien sabemos, es de naturaleza bicéfala. Es arte y es industria al mismo tiempo. Sin entender cómo funciona lo primero no puede entenderse lo segundo (y viceversa). Por extensión, tampoco puede entenderse el conjunto, que es complejo, sí; puñetero, por no emplear palabras malsonantes. Cuando entramos en el apartado de las comparaciones (que es en donde, tarde o temprano, nos gusta instalarnos), por supuesto toca tener en cuenta estas dos caras de la misma moneda. ¿Qué es lo que hace que una película sea mejor que otra? El talento de quiénes están detrás de ellas, por supuesto. Pero, ¿qué es lo que hace que una película luzca mejor más que otra? Lo ahora mencionado, de acuerdo, pero también los medios. Y es que como dijo aquel sabio, el dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que se necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia.

Tres cuartos de lo mismo, como casi siempre, para el séptimo arte... o la séptima industria, que, como se ha dicho, es prácticamente lo mismo. La cinematografía europea (si se permite el englobe), exceptuando los fastos y los arrebatos de los pioneros (ya saben, cuando empezamos todos desde, más o menos, el mismo punto de partida), así como alguna que otra -derrochadora- excepción histórica, ha tenido que vivir siempre bajo la sombra de la estadounidense, sobre todo desde que los ''independientes'' (qué tiempos aquellos) se instalaran en California. Que conste, una vez más, que en la batalla de lo intangible, de aquello que no puede reducirse a meras cifras, el resultado de la contienda se salda en un empate técnico (para no entrar en detalles que ahora mismo no vienen demasiado al caso). Sin embargo, cuando se llama a los de contabilidad, el viejo continente pierde por goleada, más que por deméritos propios, por el aplastante estado de forma del equipo rival.

Históricamente, ni falta hace decirlo, Don Dinero se ha sentido mucho más cómodo en el otro lado del charco. Afortunadamente, sabemos que las excepciones confirman la regla. Esto sumado al hecho de ver el legendario acrónimo UFA (aunque no sea estrictamente lo mismo, ahí quedan las buenas vibraciones) presentado al filme que ahora nos concierne, debería despertar, en el espectador mínimamente entendido, leves brotes de esperanza en lo referido a ver algo insospechado. Esto es, un espectáculo cinematográfico de primera línea proveniente de Europa (de Alemania, para ser más concretos). 'El médico', best-seller firmado por el norteamericano Noah Gordon, ha tardado exactamente 27 años en hacer el salto a la gran pantalla. Más de un cuarto de siglo ha pasado entre 1986, año de su publicación, y 2013, año de su estreno en las salas de cine. Tiempo suficiente para que la industria que finalmente se ha hecho cargo de él, se haya estabilizado y haya recobrado buena parte de la fuerza de antaño.

Esto es precisamente el nuevo trabajo de Philipp Stölzl, una encomiable (por insospechada... así somos los escépticos) muestra de músculo (a nivel productivo, se entiende) desde una parte del mapa que, para estos efectos, teníamos totalmente olvidada. 'El médico' el regreso de la apuesta europea por el híper-impeditivo (una vez más, hablamos de recursos económicos) género de la épica histórica. Para los demás, significa reencontrarse con el cine que ayudó, sobre todo a lo largo de las décadas de los cincuenta y de los sesenta, a hacer de Hollwywood el monstruo que ahora todos conocemos. Sin alejarnos del terreno de juego, implica también la recuperación de aquellas películas con las que se atrevían, desde el Reino Unido, mitos de la talla de Zoltan Korda. Por ejemplo.

Las buenas noticias se imponen pues, por pura contundencia (de esto se trata), a las malas, que también las hay y deben ser tenidas en cuenta. A saber, un metraje de más de dos horas y media que, por muy bien llevada que esté la narración (y que conste en acta: lo está), es por definición excesivo, y demasiadas concesiones maniqueas a un tema (el del fanatismo religioso, sobre todo el que mancha a la cultura islámica) que por su gravedad y -desgraciadamente- actualidad, deberían haberse dejado para otras problemáticas que penalizaran menos el simplismo inherente en este tipo de shows. Porque al fin y al cabo, las aventuras de Rob J. Cole, acaecidas a lo largo de su viaje iniciático para formarse como médico (y por supuesto, como persona) en el hervidero cultural de la esplendorosa Isfahán, obtienen en el cine el mismo tratamiento que se deriva del buen top ventas literario. La Historia, reconstruida a conveniencia, y de forma más o menos rigurosa, cobra vida y se hace irresistiblemente atractiva, en lo que es un espectáculo clásico completo (convence, aunque sea a base de mínimos, en el amor, la acción, el suspense...) y sustentado principalmente en un gran despliegue de medios. El relato íntimo se funde con la semi-ficción colectiva y la reflexión (accesible donde las haya... de esto se trata también) funciona casi tan bien como la evasión. Mientras, la personalidad autoral se sacrifica provechosamente por la buena aplicación de un manual que, aunque parezca venir de otros tiempos y de otras latitudes, demuestra, por enésima vez, que está, precisamente, por encima de cualquier época, frontera o religión. Tan universal como el sueño que en su día llegó a encarnar la propia Isfahán.
reporter
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