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España España · Barcelona
Críticas de reporter
Críticas 629
Críticas ordenadas por utilidad
5
14 de abril de 2013
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso como, más de una década después, los detractores de esa obra maestra titulada 'Salvar al soldado Ryan' siguen intentando cargársela haciendo uso de un argumento que la propia película se encarga de inutilizar, pequeño detalle que seguramente se les escape por razones apriorísticas que ahora mismo no vienen al caso. Lo que sí importa es que aquello es un absoluto disparate patriótico. Porqué, ¿quién demonios va a creerse que se arriesgarían las vidas de tantos hombres para salvar la de uno solo que, por muchos hermanos muertos que se le hayan confirmado, de ninguna de las maneras va a marcar la diferencia en una guerra que debería estar en lo más alto de cualquier lista de prioridades? A dicha argumentación no le falta razón, pero su poder como arma arrojadiza queda invalidado desde el mismo momento en que el filme toma conciencia de ello y hace que sus protagonistas constaten el terrible absurdo al que han sido sometidos.

Pero la cadena de mando manda, nunca mejor dicho, y las órdenes de arriba deben cumplirse a rajatabla. Lo sabía el Capitán Miller... pero sus hombres no lo tenían tan claro. La disconformidad era el sentimiento generalizado, pero el que mejor cuerpo supo darle al malcontento fue el francotirador Jackson, a quien aquella misión le parecía un crimen, al suponer ésta un imperdonable despilfarro de potencial militar. Juraba que, si en vez de hacerle cruzar media Francia en busca de un niñato de quien ni siquiera se sabía si estaba vivo o muerto, le colocaban a una distancia razonable del Führer y con un fusil cargado y calibrado, la Gran Guerra se acabaría en menos que canta un gallo. Ahí estaba el verdadero drama para su ejército: y es que a los mejores soldados no se les puede entretener con tonterías; a ellos hay que asignarles las grandes misiones.

Con 'Tipos legales' uno llega a la misma conclusión. Ve, antes de entrar a la sala, el cartel, lee los nombres que figuran en él y se le cae la baba. Al Pacino, Chritopher Walken y Alan Arkin juntos en una última noche de juerga que promete emociones fuertes. El primero de ellos sale de la cárcel después de cumplir larguísima condena, pero la recuperación de la libertad viene con una implacable e irrevocable sentencia de muerte dictada por un mafioso que no ha olvidado los pecados del pasado. Pacino lo sabe, Walken también... Arkin, la verdad, solo pasa por ahí, pero el fantasma de la muerte también se cierne sobre él, así lo atestigua una bombona de oxígeno que se ha convertido en su inseparable compañero de penas. La prisión, la residencia de ancianos y la claustrofóbica soledad del viejo al que cada día le quedan menos personas que se acuerden de él.

''Cosas que hacer en California cuando estás a punto de morir'' podría haber sido una buena frase promocional para esta película (total, con las que tenemos que tragarnos semana sí, semana también...), pues el planteamiento inicial no defiere en exceso de lo que se cocía en el Denver de Gary Fleder. La principal distinción salta a la vista y la revela, como era de esperar, el tráiler: se conserva el toque criminal, pero se elimina el romance y el drama para dejar hueco a una comedia que, vistos los ingredientes barajados, adquiere una tonalidad negra que compramos sin pensarlo dos veces. Los viejos roqueros se apuntan a la fiebre ''resacón'' y se van de farra, desafiando todas las leyes de la biología. ¿Cuidado al bajar las escaleras? ¿No olvidarse de tomar las pastillas? ¿Hacer los ejercicios memorísticos cada mañana? Nuestros héroes se ríen de todo esto.

El problema es que, por muy bien que se lo pasen, cuesta horrores sumarse a su fiesta. El actor documentalista Fisher Stevens (''George Minkowski'' para los amigos de LOST) falla a la hora de contagiarnos la comicidad y -sí- la vida de un guión que, para ser justos, no va precisamente sobrado de ninguno de estos dos activos. La juerga avanza inexorablemente y sin rumbo aparente hacia una supuesta catarsis final y con ella se suceden las drogas, los tacos, los polvos y los estallidos de violencia, elementos que deben su comicidad tanto a sus inherentes connotaciones gamberras (que en el mejor de los casos se quedan en lo entrañable y en el peor en lo artificial) como a la edad de unos actores que incluso en un producto tan mediocre demuestran su buen saber hacer. Walken y Arkin confirman que les vamos a echar mucho de menos... lo mismo sucede con Pacino, aunque en su caso, verle supone ya un acto demasiado próximo a la despedida prematura. Es triste, casi tanto como ver que el reloj está a punto de detenerse... pero no tanto como darse cuenta, mientras se está cavando la tumba, de que con todo a favor; gozando de un potencial tan impresionante, al final se optó simplemente por pasar un buen rato; por las cuatro risas insustanciales... en definitiva, se optó por el despilfarro.
reporter
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Storm Surfers 3D
Documental
Australia2012
6,5
112
Documental, Intervenciones de: Tom Carroll, Ben Matson, Ross Clark-Jones
6
6 de septiembre de 2013
3 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la historia del cine deben encontrarse pocos ejemplos de guiones que hayan conseguido ser tan certeros, redondos y proféticos -todo en uno- como el de Paddy Chayefsky para la genial 'Network (Un mundo implacable)'. A pesar de aventurarse en terrenos tan a priori cambiantes como, por ejemplo, la economía, la política, los medios de comunicación y el orden social, asusta ver cómo sus arrebatos de furia siguen, a día de hoy (casi cuarenta años después), plenamente vigentes. Resulta que para bajarle los humos al iracundo gurú de la caja tonta encarnado por Peter Finch, el magnate al que daba vida Ned Beatty se guardaba en la chistera una de estas broncas legendarias que dejarían planchado hasta el más grande de los egos. En 1976, mucho antes de la muerte oficial de la Historia, un orondo megalómano con intereses comerciales en todo el globo ya se olía el cadáver (de hecho lo devoraba... incluso lo degustaba), y de paso puso al personal en el escenario en el que parece que nos encontramos ahora mismo: ''Ya no hay naciones; ya no hay personas, tampoco democracia... sólo hay empresas.'' La globalización, para entendernos.

Bien entrada la segunda década del siglo XXI, los estados se arruinan pagando las orgías despilfarradoras de las entidades financieras, pagan ingentes cantidades de dinero a las cúpulas directivas de las redes sociales por sus inestimables servicios en materia de espionaje... y el cine subvencionado con fondos públicos parece ser una engorrosa herencia de un pasado incomprensible. Mientras, el séptimo arte, que de algún modo u otro siempre se las apaña para erigirse en reflejo de la actualidad, vuelve a sus orígenes y adopta la forma de bien cada vez menos público; de tesoro en manos de unos pocos... dispuestos, esto sí, a compartir los frutos de su trabajo con quien esté dispuesto a pasar por caja. Nada excesivamente nuevo bajo el polvoriento foco del proyector, vale. Nada, quizás... hasta que entra en escena uno de estos privilegiados capitales privados que parecen destinados a comerse el mundo. La empresa de marras es reconocible, entre otros muchos aspectos, por su llamativo logo, en el que dos toros rojos están a punto de embestirse el uno al otro.

La energía que va a desprenderse de dicho choque es similar (si se hace caso a las promesas) a la proporcionada por una poción mágica que, dicen, da alas a quien la bebe. Hablar de Red Bull se ha convertido en algo que va mucho más allá de la venda de bebidas a escala mundial. Y es que las cornadas del bovino alcanzan también el deporte (tanto en el campamento base de lo ''X-treme'' como en la élite de competiciones más tradicionales / chics), el espectáculo y el arte. Equipos de Fórmula 1, plantillas de fútbol, conciertos de hip hop y, por supuesto, películas. La factoría Red Bull es imparable; insaciable, y cada meta que se fija, la conquista, tarde o temprano, de la manera más contundente. El que el año pasado el Festival de San Sebastián, a lo largo de su esplendorosa 60ª edición, tuviera uno de sus eventos más populares en un Velódromo Antonio Elorza que desbordaba taurina por todos los lados, cabe interpretarlo como un síntoma más respecto al conocimiento con el que estaban cargadas las palabras disparadas por Mr. Beatty. ''Chayefsky tenía razón'', pueden graffitearlo en el muro que más rabie les dé.

... Aunque no menos razón tendrían los que afirmaran que todas estas reflexiones están fuera de lugar a la hora de analizar una película que lleva la coletilla ''3D'' pegada en su título. Como casi todo en este grisáceo mundo... ''Sí, y no''. En cualquier caso, volvamos al Antonio Elorza de Donostia, fácilmente localizable aquella tarde / noche del 28 de septiembre del 2012 por los alaridos que emanaban de sus gradas. La razón, y cogiendo ya el toro por los cuernos (nunca mejor dicho), un díptico co-patrocinado (y directamente financiado) por la casa Red Bull. El ''Big Friday'' del Zinemaldia, gracias a la sesión grindhouse de 'The Art of Flight' y 'Storm Surfers 3D', vino a demostrar que el cine, ¿por qué no? también puede verse reducido -en el mejor de los sentidos- al más extasiado de los alaridos. El esteticismo videoclipero de la primera propuesta (en la que se orquesta con talento la alta definición visual, la cámara híper-lenta y una excelente selección musical) contrasta con las fórmulas más clásicas del documental (saltan a la vista los puntos de conexión con el título de culto 'The Endless Summer', de Bruce Brown) adoptadas por la segunda, pero esta extraña pareja converge a la hora de hacer desaparecer de la mente del espectador el siempre engorroso (aunque en esta ocasión sorprendentemente satisfacotrio) uso de las tres dimensiones, así como los descarados intereses corporativistas que las han concebido (y que, en defensa de la sinceridad de sus creadores, jamás se ocultan), en pos de la pureza de algo tan universal como lo es cualquier subidón de adrenalina.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
reporter
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4
4 de abril de 2012
3 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cierto periódico deportivo cuyo nombre no hace falta mencionar (poca publicidad le hace falta al medio escrito más seguido en nuestro país... pequeño dato para la reflexión) creyó no hace mucho que para potenciar aún más sus ventas, estaría bien regalar a sus lectores una serie de DVD’s. Hasta aquí ningún problema. Nada que no suceda en casa de cualquier vecino. El caso es que dicho periódico, que, una vez más, resulta ser el más leído en España, creyó que una colección dedicada a la dupla Esteso & Pajares sería un reclamo cojonudo para su causa. Peligro. Desconozco el resultado final de la iniciativa (de hecho, lo temo, y por ello me amparo en la ignorancia), pero el hecho de que a algún maestro del marketing le diera por los conocidos como ''los reyes del destape'' es por lo menos indicativo, por no decir preocupante.

Muy lejos de los propósitos de esta crítica está el analizar cómo el humor más soez y sobre todo casposo sigue enraizadísimo en la Península; mucho más lejos está la localización exacta de estos oasis de fósiles (aquellos lugares en los que España se pronuncia con ''j'' en vez de con ''s'' y en los que la ''ñ'' se alarga hasta pronunciar ''i''). Sí compete a este espacio hablar de cómo un equipo ganador en pleno auge da una clase magistral de cómo tirar por la borda en a penas hora y media todo lo logrado especialmente a lo largo de un año de ensueño. Todo empezó pocas semanas antes de la celebración de la 64ª edición del Festival de Cine de Cannes. En ese momento, se comunicó desde la organización del certamen que a última hora se había optado por la inclusión de una película más en la Sección Oficial a Competición.

En la apretadísimas parrilla para conquistar la Palma de Oro había que contar ahora a una rareza titulada 'The Artist', rodada en blanco y negro y con ausencia de sonido (características que para muchos se mantuvieron en el más absoluto misterio hasta el mismo momento de la proyección, señal inequívoca del poco interés que en un principio levantó la cinta) y dirigida por un director francés pero con nombre más típico de jugador lituano de baloncesto. Tras su presentación en público, saltaba a la vista que la propuesta había cuajado muy bien entre los asistentes. Lo que nadie en la Croisette -me incluyo- llegó a pronosticar fue todo lo que estaba por llegar. ¿Película curiosa y memorable? Sin duda, pero difícilmente comercializable... por no hablar de premiable en las grandes citas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
reporter
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8
13 de junio de 2015
2 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La niebla empieza a despejarse y, poco a poco, el sol va emprendiendo el camino de siempre; el que en poco menos de diez horas le llevará hasta el mar. De ahí mismo; del punto más lejano que la vista puede alcanzar (del horizonte, vaya) empieza a vislumbrarse otro cuerpo celeste... solo que en realidad no lo es. ¿De qué de se tratará? ¿De un pájaro? ¿De un avión? No. De un helicóptero, por supuesto. Los chavales que en aquel momento se encontruan en la playa (mejor no preguntar por qué) deciden aparcar sus fechorías para seguir a tan ruidoso objeto volador. De modo que esconden las cerillas y los petardos que manejaban entre unos arbustos, cogen las bicis (que no necesariamente son suyas) y emprenden su particular ruta. El zumbido de las aspas les lleva hacia aquel viejo bunker construido para aquella guerra que les supuso aquel cate en aquel examen de Historia. Habían jurado que jamás volverían a poner los pies allá... pero claro, a ver quién le dice que no a tan gloriosa imagen. Los críos lo saben: lo que están viendo se está grabando a fuego en sus retinas, y no van a olvidarlo en toda su vida.

Y por increíble que parezca, el mundo marcha más allá del bunker, pues mientras los mocosos se quedan boquiabertos ante el espectáculo que están presenciando, la actividad sigue en Boulogne-sur-Mer. Un par de ancianos preparan la mesa para el desayuno, arrojando sobre ella vasos, cubiertos, platos... y todo lo que tengan a mano. Si el dichoso objeto aterriza sobre la plataforma deseada, bien; y sino, siempre se puede probar otra vez. Mientras, una adolescente dotada de una voz espectacular (aunque no tanto como el entusiasmo de sus vecinos le ha hecho creer) ensaya para que el que sin lugar a dudas va a ser el evento musical más importante en la historia de la región. Mientras, uno de los niños del pueblo ocupa su -angustioso- tiempo buceando por la red de redes. Peligro... Y efectivamente. Hace click en el directorio de páginas favoritas, y termina, como quien no quiere la cosa, en una web en la que se dan instrucciones muy precisas concerniendo al alistamiento al Estado Islámico. Al puto Estado Islámico, joder... Definitivamente, se han perdido los valores. Definitivamente, alguien debería hacer algo al respecto. A saber el qué... a saber quién, pero algo; alguien... ya.

En estas que se oye un derrape en la lejanía. Las ondas de sonido resultantes de la fricción del neumático con el asfalto, recorren toda la médula espinal del espectador, mientras sus pelos (todos) se erizan ante otra imagen para el recuerdo. Las fuerzas de la ley acuden raudas a la llamada del deber, montadas en un coche que a simple vista parece que vaya a caerse a trozos, pero que a la hora de la verdad, es capaz de superar los cien kilómetros por hora apoyándose tan solo sobre las ruedas de estribor. La entrada en escena exige abrir los ojos cual platos... pero no, los aldeanos que presencian el show ni se inmutan. Siguen parpadeando, tragando saliva y pensando en cómo seguir modulando su condenada (y aun así, queridísima) rutina. Téngase esto en cuenta: Estamos en Nord-Pad-de-Calais. Allí arriba, donde Francia, ese país, toca con Bélgica (ése otro...). Tierra extraña en una nación extraña en la que, por supuesto, suceden cosas extrañas. A diario. Tantas, y tan regularmente, que la mente colectiva (la nativa, claro) se ha acostumbrado a ellas. Los humoristas de por ahí lo tienen muy claro: los ''Ch'tis'' son gente peculiar, con extraña habilidad para atraer lo peculiar... aunque claro, y dejémonos de eufemismos, como en aquello de la belleza, el objeto de estudio está -irremediablemente- ligado al ojo del analista.

Ni falta hace decirlo, pero cualquier parecido con Dany Boon es mera coincidencia; en el mejor de los casos, un dardo envenenado que hace diana... aunque como antes, esto último depende del tipo de audiencia. Y cuando menos lo esperábamos, Bruno Dumont (el mismo) se convirtió en un fenómeno casi de masas. ¿Milagro? Por supuesto, sólo posible en el sitio donde a día de hoy se suceden estas anomalías: la Televisión. Pero como de rarezas hablamos, no está de más decir que 'El pequeño Quinquin', que así de mal se ha traducido la joya de la que hablemos, es una serie. Que se presentó en sociedad en la Quincena de Realizadores del Festival de Cine de Cannes. Que a nuestro país, como en la Croisette, llega en formato película. Es decir, lo que para algunos son cuatro entregas de 50 minutos cada una (segundo más; segundo menos); para otros es una sesión no apta para cobardes (y perdonen la hostilidad), de unas 3 horas y cuarto de duración. Pero, ¿es esto posible? ¿Se habrán vuelto a confabular las fuerzas maléficas de la distribución y exhibición cinematográfica para servir otro producto de la peor manera imaginable? Pues no. Aunque todos los indicadores apunten hacia las interpretaciones más oscuras, lo cierto es que estamos ante un auténtico prodigio de la ingeniería narrativa.

Hablamos de formatos, de plataformas, de planes comerciales y de productos tan magníficos que pueden adaptarse a cualquiera de los terrenos que les hayan preparado los tiempos en los que le ha tocado vivir. Como la excepción que es, 'P'tit Quinquin' (que así deberíamos referirnos a ella) no está sola en su cruzada para confirmar la regla.
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reporter
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4
15 de noviembre de 2008
7 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de dirigir algún que otro capítulo de la televisiva ‘Life on Mars’, Bharat Nalluri ha colaborado en ‘Resident Evil’ y ‘Alien Vs Predator’ y ha dirigido ‘Tsunami: El día después’ y ‘El Cuervo: Salvación’. Como diría un casi siempre malhumorado alemán: “No hay más que decir.” A los hechos me remito para explicar el fiasco de ‘Un gran día para ellas’. Por una parte sería injusto achacarle toda la culpa a este cineasta de orígenes indios, pues el elenco de actores -a pesar de contar entre sus filas con destacados nombres y alguna que otra joven promesa- no pone mucho de su parte. Además, es difícil sacarle jugo a un guión tan pobre como el que le brindaron. Pero por otra parte, corresponde al director de una película aprovechar y sobretodo orquestar estos elementos para poder construir un conjunto sólido. Y en eso Nalluri fracasa estrepitosamente.

Con un irritante abuso de la música de salón de la época, se van encadenando escenas que no son más que un pésimo hilo conductor entre bromas fáciles. Es algo así como ver un capítulo de relleno de una “sit-com” mala. Tanto que llegados a cierto punto, me resultaba extraño no oír de fondo el machacante ruido de risas enlatadas (un recurso que visto lo visto, tampoco habría sido una mala alternativa). Porque pocas cosas hay tan patéticas como una película que se esfuerce tanto en ser divertida que acabe perdiendo toda noción de comicidad. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Aunque la cinta desee ser gamberra, en realidad es vulgar. Aunque desee ser entretenida, nada nos quita el aburrimiento producido por esta insulsa feria de las vanidades.

En la misma línea se hallan los actores. Cada uno con su propia guerra. Amy Adams se estrella en su papel de alocada aspirante a diva. Ella y sus desmesuradas ansias de comerse todas las escenas en las que aparece se convierten en el más claro exponente de lo comentado antes. Está tan desesperada por caer bien al respetable que después de soltar su gracieta parece que vaya a quedarse con la boca abierta esbozando una sonrisa, y no vaya a seguir hasta oír las risas de su amado público. Frances McDormand y Ciarán Hinds dan pocos síntomas de su talento. Deciden apartarse del embrollo y agachar la cabeza sólo levantándola esporádicamente con el fin de comprobar cuánto tiempo falta para que termine la función... para así poder cobrar sus respectivos honorarios.

En uno de los constantes ataques de genialidad de Los Simpson, el abogado Lionel Hutz clamaba: “¡Es el caso más flagrante de publicidad engañosa desde la Historia Interminable!” Algo similar diría al salir de la proyección de este filme y al comprobar que su título le prometía “un gran día”. No obstante, el hecho de que sólo sea una jornada es un potente bálsamo, porque al terminar la noche, uno puede respirar tranquilo sabiendo de buen seguro que el suplicio ha terminado. Y es que con un día basta.
reporter
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