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Críticas de Néstor Juez
Críticas 880
Críticas ordenadas por utilidad
6
20 de febrero de 2018
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante mi breve existencia he dedicado años de mi tierna infancia a disfrutar y admirar el trabajo de Pixar, junto con Studio Ghibli los mejores estudios de animación que, probablemente, hayan existido jamás. Han gestado algunas de las grandes obras de los 2000 (Buscando a Nemo o WALL-E), pero también creo que desde su Toy Story 3 de 2010 están en horas bajas, y tiempo ha que no estrenan una gran película. Y si, con ella incluyo a la muy correcta pero sobrevaloradísima Inside Out, que queda lejos de las grandes obras de la casa. Por todo esto, y también por mi progresivo abandono de la infancia y adolescencia, he perdido marcadamente el interés en sus próximas proyectos, empezando con su plato fuerte para estas navidades: Coco, ambientada en el rico mundo de la cultura tradicional mexicana. Tan poco interés me despertó que la degusté en cines más de dos meses después de su estreno, en calidad de descarte semanal a la espera de la llegada de los anfibios Del Torianos. Igualmente, siempre cabía esperar una buena factura, y las buenas críticas recibidas eran signo suficiente para estimar que bien merecería un visionado. Y aún sin ser, ni mucho menos una película, el resultado no estuvo a la altura de las ya de por sí medianas expectativas. Como película para público infantil y ver padres e hijos en comunión, es válida, en tanto cine de animación es más que correcta. En tanto película en general es cine blando, de narrativa acomodada, que se halla a años luz de la reputación del nombre de Pixar. Un desperdicio de atractiva iconografía en estereotipos y manidas plantillas de guión.
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Néstor Juez
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5
12 de noviembre de 2017
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace ya la friolera de nueve años que Agustín Díaz Yanes no estrena una película. Y la suya ha sido una ausencia palpable, pues con apenas cuatro filmes situó su nombre entre los grandes de nuestro cine. Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto es una película extraordinaria, que fue continuada en la nada desdeñable secuela Sólo quiero caminar. Y pese a su irregularidad narrativa, Alatriste sigue siendo una de nuestras películas más espectaculares en cuanto a ejecución audiovisual. Por lo que no pude sino reaccionar con entusiasmo cuando supe que volvía con una superproducción. En concreto, la adaptación del relato corto de Arturo Pérez-Reverte, Oro; cine histórico. El reparto y equipo técnico implicados invitaban al alborozo, allende la temática amazónica. Pero pese a los poderes de Atresmedia y la expectación levantada desde hace un año, no se proyectó en ninguno de los grandes festivales de otoño, y nada se sabía sobre ella a una semana de su estreno comercial. Por lo que cuando se me dio la oportunidad de verla con antelación en un pase para académicos de la calle Zurbano (dónde el propio Díaz Yanes presentó la película), acudí con cierto escepticismo. Una ausencia de optimismo que se probó una vez más como la mejor actitud para encarar un visionado, pues me permitió disfrutar de una película ciertamente estimable. Sus medios de producción y acierto atmosférico engendraron un ejercicio de recreación histórica de superficial calado, pero bello y sensible, de innegable gusto.
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Néstor Juez
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6
29 de abril de 2017
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A falta de un mes para que empiece la nueva edición del siempre seguido con mucho interés Festival de Cannes, siguen llegando los últimos coletazos de su programación del año pasado a nuestras pantallas, y la última de esta carrera por la distribución ha sido la ganadora del último Festival Europeo de Sevilla: el cambio de rumbo hacia la comedia extrema del aplaudido realizador francés Bruno Dumont La alta sociedad (en el original Ma loute, nombre del joven protagonista), guionizada por él mismo. Un experimento en un registro muy diferente al del resto de su filmografía, más enfocada en el drama, y en muchos aspectos un tipo de cine más propia de otra época. Si bien no fue recibida con entusiasmo en La Croisette, saben que estimo que hay que escuchar esas primeras opiniones con reservas (y esperar a un recorrido más demorado por otros festivales y ante los ojos de más críticos), y el hecho de no conocer la obra del autor me hacían querer descubrir su nueva película con un mayor entusiasmo del que por sí me ofrecía su sinopsis y la apariencia de sus materiales promocionales. Y tras un placentero visionado en las cómodas butacas de las primeras filas de los Renoir Princesa, debo reconocer que estoy satisfecho de haber visto el filme, pese a sus evidentes problemas. Ya que si bien la realización de la película es excelente y su tono muy particular, la escasa enjundia del tan dilatado producto le resta mucha efectividad.
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Néstor Juez
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8
10 de febrero de 2023
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas serán interpretadas en el largo plazo desde una perspectiva universal, pero están condenadas a verse afectadas en la percepción de la audiencia y los medios por las contingencias del presente en el que se estrenan. Y todo hallazgo puede ser reducido o infravalorado por las características de la moda o corriente en las que los trabajos se entroncan. Resulta inevitable que la prensa se predisponga con una cierta actitud ante los próximos ejemplos de auto-ficción. Un conjunto reconocible de dramas biográficos dirigidos por nombres de prestigio ha procurado con desigual fortuna captar la atención de los focos en festivales o plataformas durante los últimos cinco años: Roma, Bardo, Belfast, Era la mano de Dios, Armageddon Time… Filmes siempre aplaudidos de antemano pero cuyo análisis, así como el paso del tiempo, evidenciaba vicios, condescendencias o egolatrías que las llevaban a ser exaltaciones decepcionantes o ejercicios de potencial desperdiciado.

Sería una insensatez que la acumulación de recelos hacia producciones de estas coordenadas suponga una mochila injusta que deba acarrear la que para un servidor es la película más lograda de esta corriente: Los Fabelman, último estreno de ese superviviente de los cineastas clásicos que es Steven Spielberg. Una película tan ambiciosa en su ejecución como transparente y honesta en sus intenciones, que brilla por su desempeño en dos frentes: la utilización de las formas para reflexionar sobre el proceso de creación cinematográfica, y la resonancia de verdad personal desde el entramado melodramático.

Aún si su trama apunta hacia otros derroteros, Los Fabelman casa directamente con las producciones fantásticas y populares que Spielberg filmó en los ochenta desde algo más que el logo de Amblin en los créditos iniciales. El tono familiar y azucarado nos devuelve a su entorno familiar, en un trabajo que tanto por sus estéticas como por su tempo parece más filmada entonces que ahora, lo que sin duda conllevará que sea recibida por rechazo por parte de la prensa. La atmósfera de ensoñación se preserva para un relato edulcorado pero anclado en el realismo, que pone el foco en una escala reducida: no debemos buscar tanto a Spielberg, pues la intención es realmente conocer a su familia. O más que a su familia, a la familia que fue durante sus años de infancia y juventud, y la que sin duda le marcó de por vida para la obra cinematográfica que estaba por venir.

El tono acolchado y familiar de Spielberg está tan presente como siempre, pero el filme se encuentra envuelto en cada fotograma por una amargura tan contrapuntística como evocadora. La película afronta una herida, y quizás sea a través de su realización como Spielberg intenta sanarla: el tejido familiar de los Fabelman se resquebraja, y Sammy asiste impotente a su descomposición gradual durante años, sintiéndose tanto espectador como parte de la caída de fichas de dominó. El aparato melodramático del filme es intenso, pero la implicación del espectador se logra por la carga emotiva de sus diálogos. La vida de los personajes no se trata con grandilocuencia, ni se adorna en aras del glamour cinematográfico. Personas sencillas de vidas sencillas, realzadas por un sentimiento de culpa en cada personaje que eleva los réditos del guion al notable, con un muestrario de secuencias emotivas, honestas y, pese a la tristeza, con un hálito último de esperanza. El código lingüístico es el de cine familiar de gran presupuesto, pero la esencia es la de una exposición humilde.

El conflicto familiar es fundamental en Los Fabelman, como lo es su discurso sobre el hambre para crear imágenes y la sensibilidad y mirada desde las que estas germinan. Desde la mas tierna edad el protagonista narra en imágenes con los medios modestos que tiene a su alcance, y es a través de ellas que crece a nivel emocional. Es una muestra de sabiduría y elegancia percatarse, y hacer ver al espectador, que la esencia misma de la magia del cine no se encuentra en fascinados virtuosismos o grandes ejercicios de coordinación de masas de trabajadores y aparatosos sets, sino en la inmediata y pasional filmación de lo que te rodea con tesón e inquietud. No es sólo la imagen en sí, sino los significados que provoca consigo, y, clara prioridad, el efecto que producen en la audiencia que las ve. En la reacción de las personas de su vida a las películas que el pequeño Sam filma, así como en la capacidad del realizador de manipular la percepción de una persona o modificar el relato de lo real desde el montaje, se encuentra una reflexión tan sutil como conmovedora.

Los Fabelman es una película trasnochada en el mejor sentido, que mira a una década pasada desde unas filosofías cinematográficas igualmente de salida. Un viaje emotivo que propone aquello tan generoso e improbable de ser, al mismo tiempo, un canto de cisne de una manera de entender el séptimo arte y un canto de esperanza para los jóvenes realizadores que estén por venir. Ya sólo por eso, nos encontramos ante un evento muy especial.
Néstor Juez
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6
28 de septiembre de 2022
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alienación espacial

Ya es suficientemente complejo tratar conflictos políticos reales en las ficciones cinematográficas, imagínense hacerlo en su debut tras las cámaras. La capacidad del cine para simbolizar es una de sus mayores riquezas como medio de expresión artística, y es este el camino por el que opta la realizadora Elie Grappe en «Olga», dónde logra representar un país a través de una persona. Película que vivió su premiere en la Semana de la crítica, la sección de Óperas primas, de la edición del 2021 del Festival de Cannes, para posteriormente quedar relegada a un segundo plano mediático y estrenarse un año después en nuestro territorio. Sin embargo, es una buena noticia que este título reciba algún tipo de estreno comercial, pues si bien no está exento de problemas habituales de un debut, se trata de un largometraje con fuerza e ideas claras.

En este encomiable filme suizo acompañamos durante a todo el metraje a una talentosa gimnasta ucraniana de quince años que atraviese un lacerante via crucis en solitario. Grappe propone una certera y evocadora estrategia para rendir tributo a la azotada nación ucraniana y para reivindicar su lucha política desde el mecanismo de la ficción a pequeña escala. Frustración por impotencia y, mas especialmente, frustración por aislamiento. Encierro interno desde un trabajo interpretativo de gesto adusto, y alienación allende las fronteras. Olga se ve obligada a padecer el dolor de su madre y su pueblo desde la fría jaula de cristal que es su acogida suiza.

Un entorno tan pacífico com ajeno, particularmente represor para ello cuando debe compenetrarse entrenando con sus nuevas compañeras del equipo de gimnasia suizo. Unas compañías afectuosas pero que no pueden acompañarla en una cruzada en la que debe dirimir si callar y competir o rebelarse en solitario. Pocas palabras y ausencia de música extra-diegética para un viaje en el que, con la excepción de insertos de noticiarios, sólo seguimos con crudeza el forzado éxodo y el proceso de adaptación a un entrenamiento des-territorializado de una Olga que es un personaje tan contenido como netamente real.

Gimnasia de cámara

Aún cuando el núcleo del filme es el trabajo dramático de su protagonista, Grappe enuncia visualmente su recorrido argumental con un calculado trabajo de cámara. Una cámara cercana que, como es habitual en el cine de autor contemporáneo, apuesta por una escasa profundidad de campo y una preponderancia de la frontalidad, pero en este caso combinando distintos desplazamientos, angulaciones y distancias con los personajes. Una coreografía efusiva y física que logra transmitir la ebullición corporal de las rutinas deportivas de Olga.

La película combina tanto planos medios frontales con el leve temblor de la cámara en mano como generales, igualmente inestables, para los ejercicios acrobáticos sobre barras y tarimas. La visceralidad de la cámara en movimiento nos permite seguir de manera abrasiva los ejercicios, así como proponer tomas estilizadas de seguimiento lateral en la que comenzamos en cercanía para alejarnos gradualmente en perpendicular al movimiento de Olga. Una danza anexionada al cuerpo encuadrado en plano medio, que sabe siempre determinar cuál es el posicionamiento de mayor impacto con respecto a los personajes para capturar toda la magnitud de cada momento. Carreras tras la espalda para parar ante el salto, así como combinar el primer plano en un giro para acabar la pirueta en un plano general cuyo leve temblequeo dota a la imagen propia de la tensión de una nerviosa gimnasta que sabe que en cada centímetro se juega la caída.

Un filme que ni mucho menos apuesta por el espectáculo en detrimento del conflicto, pues los elementos de mayor importancia son el viaje emocional de «Olga« y el trasfondo del conflicto armado ucraniano, y es en su mayor parte un filme de soledad, familias creadas y conversaciones temerosas, pero la actividad física de Olga es una parte determinante de su esencia, y la cámara la captura con una planificación lejana a los códigos de la realización olímpica, pero igualmente hipnótica.

Resistencia y purgatorio físico

Este concentrado y humilde drama psicológico, pese a todo, da una importancia preponderante al viaje físico atravesado por Olga. Pues si bien el personaje atraviesa un descarnado calvario de frustración psicológica al verse incapaz de ayudar a los suyos, su furia se expresa en su relación con su propio cuerpo. La disciplina deportiva de todo atleta de élite exige un control riguroso sobre todas las partes de su superficie corporal, pero en el caso de Olga, la frustración e imposibilidad de aceptar el detenimiento ante la injusticia lleva al impacto contra la tarima. En lugar de agredir al invasor, agrede por terquedad y por desoír los consejos de sus instructores contra sus manos y ligamentos. Una manera meridiana de transmitir en imágenes que, si bien el cuerpo es la herramienta y el canal para la expresión del gimnasta, la armonía mental es determinante para que este no se desmorone,

Un estudio de personaje de rasgos predecibles pero maneras encomiables, pero a su vez falto de mayor riqueza de discursos, de mas capas de significaciones audiovisuales. Así como la relación de Olga con sus amigas escindidas o con sus compañeras helvéticas rezuma naturalismo y convicción, la manera de articular en el discurso el conflicto político es tan poco inspirada en el plano formal como unidimensional en el plano emocional y simbólico. Una afectación y activismo tan honesto como superficial.

Filme atractivo, pero un tanto frugal, falto de mas elementos para alzar el vuelo con mayor altitud. Lo cual esperamos encontrar en el trabajo futuro de Grappe.
Néstor Juez
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