No es un análisis sesudo de una situación estremecedora. No es un adalid de consenso sobre soluciones reales y necesarias. No es una obra de corrección social. Es una delicada y bella reinterpretación de la lógica. Una historia vital y de ilusiones que se explica con buen ritmo, bellas imágenes y verismo sin fin para interpretar el donde estamos y hacia donde vamos. Su gran baza es esa mezcla de personajes que se van sucediendo en un guion de superación vital como metáfora del camino sin fin para el mantenimiento de un equilibrio. La base es sencilla y básica, pero no por ello deja de ser olvidada por sus integrantes. El mensaje, claro en su exposición, simple en su lógica, es el resultado de una plasmación rica en momentos de arduo trabajo, expuestos con blanco trasfondo, pero no por ello mermado en su significado. La historia queda clara, el análisis es impactante, los ejemplos son claros y todo ello de una forma exquisita y hermosa.

Responde a la finalidad principal, es creíble, es directa, es clara y es natural. Tenemos que agradecer el gran trabajo de perspectiva con el que juega la dirección, para exprimir al máximo esa actitud tan natural con la que sus personajes actúan y se desenvuelven en las tramas. Sin exprimir el dramatismo lo transforma en visceralidad momentánea que empatiza con un público capaz de entender aunque no comparta. Esa inocencia es tratada con delicadeza y versatilidad por unas actuaciones llenas de vida que con matices nos deleitan. Un trabajo de entendimiento desde la distancia, de análisis causal pero sin culpabilizar, siendo la acción primordial en la trama pero no en la visualización del trasfondo. La elección de un encuadre tan cerrado ejemplifica esa necesidad abrumadora de apertura de su mundo, de su espacio vital, más allá de lo físico. Esas ansias de crecer quedan lanzadas desde la protagonista a través de sus sueños, efímeros a veces y escasos para muchos, pero que son el motor de su vida, a pesar de las circunstancias y los baches del camino...

Ofuscación tras el entendimiento de los múltiples planos tanto interpretativos como de las tramas. Partiendo de una historia sencilla, clara, hasta delicada en su planteamiento se dirige al espectador a un abanico distópico de posibilidades infinitas pero calculadas. La premisa de abrir la mente al espectador para no esperar nada del todo, para no creerte la realidad vivida de sus personajes conlleva una doble interpretación, la del juego de escenarios pero la misma dinámica vitalista. El guion nos introduce en las múltiples realidades de una misma historia. Nos seduce con la sorpresa en un primer plano, pero en el que subyace la misma conclusión: la aceptación del otro tras la nuestra propia. Tanto da la realidad que nos rodee, tanto a las acciones que realices... Todo ello se nos presenta además en un guion sosegado tanto a nivel interpretativo como 'tramático'... la contención es el paso previo al engaño y el nivel anterior a la aceptación. Ese juego nos seduce. Esos maravillosos diálogos, hermosos, cuasi perfectos de ejemplificación de los más íntimos momentos de las relaciones...

No es un guion para cambios radicales en las tramas. Ni para un devastador e inesperado final. Es una concatenación de realidades humanas, donde el director ha primado un despliegue de carácter en sus personajes y en la conciliación de la realidad aprendida y la realidad vivida. Vemos personajes tan cercanos como realistas. Maravillosamente interpretados por sus dos protagonistas. Viggo Mortensen se come (literalmente) a su personaje. Lo llena de vida, de expresividad y de comunicación. Su naturalidad en la escena llena todo atisbo de dudas dramáticas. Tenemos también a un Mahershala Ali crecido. Su personaje es más cauto pero también agradecido. Sus interrelaciones viven gracias a Viggo, que de contrapunto a las azarosas vicisitudes imprime ese toque de desparpajo necesario entre la cruda realidad y la agreste convivencia.
No llegaremos a sorprendernos, pero si a amar a estos personajes, que al fin y al cabo, desde la distancia temporal, que no social, están presentes en nuestros caracteres.

La sensatez, ironía, hasta flema, fluye en sus diálogos. Cuando uno ve una película de entendimiento, no deja de referenciar todo aquello a lo que alude, pero sin perder de vista toda la calidad actoral, muy teatral (tanto en escenografía como en contenido) y todo lo que fluye sigilosa y sibilinamente. Cuerda es capaz de representar en la gran pantalla un monólogo maledicente de una crítica situación vivida por una sociedad cansada y estupefacta. Pone palabras oníricas, subversivas a cada colapso social experimentado por los españoles. Uno no es capaz de recordar todo lo que esconde ese juego de espejos, algunos con chascarrillos incluidos. La 'performance' visual puede quedar pequeña, y no aguantar a cualquier público, pero es un momento de oda personal para concluir diciendo lo que todos esperábamos. Es para permitirse el lujo de verla aunque no sea de nuestro tipo de películas.