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Críticas de Pepe Alfaro
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Críticas 98
Críticas ordenadas por utilidad
7
11 de febrero de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A lo largo de dos décadas, los hermanos Farrelly, Peter (1956) y Bobby (1958), encontraron un auténtico filón comercial en un tipo de comedias tontas muy tontas cuya fórmula han repetido hasta la saciedad, alcanzando su mayor éxito con "Algo pasa con Mary" (1998), en los límites de la diversión irreverente, perversa y desvergonzada, sin desdeñar los toques escabrosos, escatológicos y de dudoso gusto.
Para cambiar de registro y debutar en solitario, el mayor de los Farrelly parece haber decidido pasarse al “cine serio” con una de esas historias que aúna suficientes ingredientes para garantizar el acceso al gran público y el reconocimiento de la industria; es el aval que suponen las nominaciones y los premios. Primero, contar con una historia de valor universal donde confluye una relación de amistad cimentándose al tiempo que va superando los prejuicios personales sobre el color de la piel, como metáfora donde anidan las raíces de un disparate cultural llamado racismo. Segundo, contar con una pareja de estrellas que utilizan su magnetismo para definir unos personajes capaces de transmitir sensaciones y emociones sin apenas palabras. Tanto Viggo Mortensen, engordado y desprendido de una parte de atractivo para meterse en el papel de un matón de discoteca ejerciendo de chófer, como Mahershala Ali, capaz de elevar al pianista homosexual de la historia hasta una dignidad tan sutil como noble, configuran los dos pilares que acertadamente cimientan la verosimilitud del relato.
"Green Book" está planteada como una road-movie que nos propone un viaje, durante los últimos meses del año 1962, a las estructuras sociales de los estados sureños donde la política de segregación racial se aplicaba como una norma incuestionada, casi un principio divino. Un virtuoso pianista negro recorre las poblaciones ofreciendo conciertos a la oligarquía social y cultural, como resulta previsible conformada exclusivamente por ciudadanos de raza blanca, que no tienen ningún conflicto en deleitarse con su música, pero otra cosa es que el artista pretenda usar el mismo retrete que su auditorio. Aquello era racismo: ni una estrella de la NBA podía entrar en un restaurante para blancos; parece que el racismo ha evolucionado hacia la simple discriminación económica. En las actitudes y las situaciones generadas por meras diferencias en el color de la piel reside el mayor atractivo de una película que, sin aportar nada nuevo en la argumentación ni en el tratamiento cinematográfico, transporta al espectador en tan viaje previsible como agradecible.
Como toda road-movie que se precie el doble tránsito geográfico y personal propuesto, termina tal y como cabía imaginar, con el reiterado y añadido recurso de mostrar las fotografías de los verdaderos protagonistas recreados por los personajes de una película que está “inspirada en hechos reales”. Por cierto, el “libro verde” del título era una especie de guía para que los ciudadanos de piel oscura pudieran desplazarse por el sur de los Estados Unidos, con recomendaciones de restaurantes y moteles sin problemas raciales.
Pepe Alfaro
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5
4 de octubre de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera entrega de esta nueva generación de agentes secretos me pareció imaginativa y divertida, irónica y fresca, factores que me animaron a visitar la secuela, buscando recuperar parte de aquellas experiencias. Pero la verdad, es que la deriva mostrada desde las primeras imágenes de acción y persecuciones constataron un acercamiento hacia los mismos derroteros tan trillados por el cine comercial. A pesar de su inventiva visual y a su coreográfica puesta en escena, especialmente en los combates, la debilidad de su estructura argumental la convierten en un producto de lo más convencional, sin capacidad para articular tantos minutos de duración. Se puede ver sin mucho estímulo, aunque parece que los actores lo pasaron en grande, tanto que hasta Colin Firth aceptó "resucitar" tras morir en la primera.
Pepe Alfaro
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8
29 de septiembre de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la obra noruega del director Morten Tyldum solo nos ha llegado su última película, Headhunters (2011), una atrevida y cínica actualización de los personajes y códigos narrativos del cine negro o film noir, interesante e imaginativa propuesta que alcanzaba momentos de esencia clásica, a pesar de algún exceso inverosímil en la vertiginosa composición de la trama.
Su capacidad y solvencia con la cámara le han abierto las puertas a una proyección internacional hasta la industria norteamericana, con una parada en el cine británico para realizar un biopic (película biográfica) sobre un personaje hasta la fecha desconocido llamado Alan Turing. The imitation game (descifrando Enigma) cuenta con un extraordinario guion firmado por Graham Moore (que a su vez se basa en la biografía escrita por Andrew Hodges), pero es la realización de Tyldum la que completa un film que se sobrepone al aura hagiográfico que suele sazonar los biopics de personajes extraordinarios. Desde la primera entrevista de Turing con el Comandante Denniston (Charles Dance) queda patente la personalidad de una mente privilegiada ensombrecida por un carácter engreído y falto de empatía, una fluctuación dual magníficamente comunicada por Benedict Cumberbatch (Gran Bretaña 1976), cuya impecable interpretación sustenta otro de los pilares de este espléndido film.
La película se centra en tres etapas de la vida de Turing ligadas a través de un montaje de interconexiones temporales y emocionales; desde su juventud en el colegio a finales de los años veinte hasta la defenestración y el linchamiento moral que puso fin a su dignidad y a su vida por su condición sexual. El bloque principal se centra en los años de la segunda guerra mundial, cuyas imágenes de bombardeos adquieren un tono casi onírico en contraste con la cotidianidad de unos personajes encerrados en el frenético trabajo por desentrañar el “indescifrable” código de comunicaciones nazi, lo que al final supuso un acortamiento del sufrimiento y un ahorro de vidas por el que Turing no recibió ningún reconocimiento; por no hablar del primer paso en el desarrollo de las “máquinas inteligentes” que hoy llamamos ordenadores.
Bien es cierto que el director utiliza elementos cercanos al melodrama (el sacrificio del hermano de un miembro de equipo) y al folletín (la predisposición de la chica a un matrimonio de compañía por puro amor) para dar continuidad a la trama manteniendo intacta la atención del espectador, lo que por otra parte facilita la accesible digestión de una historia con un final sombrío pero optimista, aunque con excesivo retraso.
Entre la numerosísima nómina de directores jóvenes que cada día presentan sus películas, deberemos prestar especial atención al nombre de Morten Tyldum, esperando que sus buenas maneras y sus prometedores atributos cinematográficos no acaben totalmente fagocitadas por el brillo de los dólares americanos que ya financian sus próximos trabajos.
Pepe Alfaro
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8
29 de septiembre de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ciencia ficción nació como género prácticamente con el mismo cine desde el momento que el pionero Georges Méliès fantaseó con un alucinante Viaje a la luna (1902), alcanzando su mayoría de edad y su propia personalidad de la mano del obsesivo Stanley Kubrick en 2001: una odisea del espacio (1968), cuya fuerza expresiva y visual instituyó las fuentes donde se han nutrido cuantos enfocaron sus cámaras hacia el espacio interestelar; curiosamente, uno de los grandes artífices de esta maravilla fue el técnico de efectos especiales Douglas Trumbull (que también diseñó los artificios de Encuentros en la tercera fase, Star Treck y Blade Runner, entre otras), quien debutó detrás de la cámara con una pequeña joya titulada Naves misteriosas (1971), en la que anticipaba la irremisible zozobra medioambiental como una de las constantes fijaciones del género, ese maná de ecologismo que también nutre el núcleo argumental de esta imaginativa historia escrita por Jonathan Nolan, hermano del director.
En Interstellar Christopher Nolan se apunta a la más reciente tendencia propagada por la literatura y el cine de presentar un futuro bastante oscuro para el planeta que habitamos, aunque finalmente tamizado en una proposición de parábola no exenta de pespuntes espirituales, la fe que permite encontrar la fórmula para traspasar la quinta dimensión y encontrar el nirvana de salvación para la especie. Queda en el aire una de las disquisiciones argumentales de la película, sobre si la pervivencia de la especie ha supuesto el sacrificio de la Humanidad que ha habitaba la Tierra, aquel antiguo planeta azul convertido en un hábitat imposible por el consumo desmedido (“todos queríamos tener de todo”, se lamenta demasiado tarde un personaje).
Mediante un evaluado pulso narrativo que desplaza al espectador por diferentes mundos (paralelos/opuestos) y emociones (temores/esperanzas), en combinación con una magnética puesta en escena, el director consigue la cuadratura del círculo, no entendemos nada de las teorías científicas que hablan de agujeros negros o de gusanos, pero la historia te atrapa en una espiral de exploración personal y espacial en la que todos viajamos huyendo de una realidad insufrible. Ante una perspectiva tan poco esperanzadora, la única posibilidad de salvación reside en el viaje a través del tiempo que nos proponen los Nolan, un trayecto de casi tres horas que resulta verdaderamente sugestivo, todo un logro en los tiempos que corren para la industria del ocio made in Hollywood. Esta es una de esas raras ocasiones que nos topamos con una película para ser vivida, pues como metáfora de la propia existencia admite tantos puntos de vista como espectadores dispuestos a desplegar sus sentidos.
Respecto al equipo artístico, se ha convertido en un tópico destacar la meritoria eclosión del actor Matthew McConaughey, pero también es posible que no le ofrecieran personajes a la altura de su capacidad interpretativa hasta fechas muy recientes. Le acompaña un plantel impresionante, encabezados por Anne Hathaway, Jessica Chastain y Michael Caine, a los que se ha unido la estrella consagrada Matt Damon en un personaje episódico lejos de sus acostumbrados héroes.
No sé si Interstellar merecerá reconocimiento en la parafernalia mediática que cada año dispone la academia que reparte los premios óscar, pero lo cierto es que el resultado supone un punto de inflexión en el cine fantástico en general, y de ciencia-ficción en particular, y solo el tiempo precisará su verdadera significación.
Pepe Alfaro
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6
7 de septiembre de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La serie de ocho novelas (a la que habría que sumar algunos relatos breves) publicadas hasta la fecha por el escritor Lorenzo Silva ha conseguido que la pareja de investigadores de la guardia civil formada por el sargento Bevilacqua y la cabo Chamorro (ya ascendidos a brigada y sargento, respectivamente) formen parte del panorama literario español durante las dos últimas décadas, especialmente en el cada vez más demandado y apreciado género negro. Sin embargo, este éxito en la traslación de los parámetros literarios del relato policiaco a la idiosincrasia y a la realidad social de nuestro país no se ha visto traducido en igual medida a la pantalla grande. Han pasado ya quince años desde la adaptación al cine bajo la batuta de Patricia Ferreira de El alquimista impaciente (segunda entrega de la serie), que, con algunas limitaciones, al menos conseguía un relato realista que fluía aceptablemente imbricado en la investigación criminal.
Curiosamente, la segunda visita de Bevilacqua al cine corresponde a la adaptación homónima de la tercera novela, publicada en 2002 con el título de “La niebla y la doncella”. En esta ocasión el picoleto se desplaza, como siempre acompañado por su inseparable pareja de pesquisas, hasta la isla de La Gomera al objeto de investigar un crimen cometido tres años antes, después de que el principal sospechoso (un importante político local) haya sido absuelto por un jurado popular. De esta forma, el director canario Andrés Koppel acerca la sardina a las ascuas de su tierra para debutar en la realización de largometrajes, aunque sin que el singular paisaje gomero condicione el relato cinematográfico.
La niebla y la doncella al principio sigue bastante fielmente el camino marcado por la fuente literaria, con una acertada lectura en la puesta en imágenes; después el director va adaptando el desarrollo de la acción a las particularidades y alicientes del lenguaje cinematográfico. La investigación fluye con interés intermitente pero consigue despegar en la segunda mitad cuando cada personaje ocupa su espacio y comienzan a entreverse las ganancias y propensiones de cada uno de ellos. La pega es que al final, con tanto personaje deambulando por la isla, el espectador acaba algo despistado en un desenlace que se antoja precipitado y confuso en su malabarismo postrero, precisamente donde más se aleja de la sencillez imprimida por el autor de la novela.
Cada lector ha formado en su imaginario particular un retrato de Bevilacqua y Chamorro, que puede aproximarse más o menos a las creaciones que presentan los actores Quim Gutiérrez y Aura Garrido, pero lo cierto es que los actores (especialmente el primero) consiguen identificar y marcar la personalidad de los personajes, al menos iconográficamente; mostrar en pantalla el descreimiento y las reflexiones psicológicas (aunque sea un guardia tiene una licenciatura en Psicología) del protagonista es bastante más complejo y menos atractivo a nivel cinematográfico. En cualquier caso, lo único que falta es continuidad para que la serie se consolide en la pantalla.
Pepe Alfaro
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