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España España · Barcelona
Críticas de Juankiblog
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Críticas 61
Críticas ordenadas por utilidad
8
30 de septiembre de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llega a nuestras pantallas It, la nueva adaptación de la celebrada novela de Stephen King que hizo que los payasos nos dieran sólo ligeramente más grima de la que ya nos daban de por sí.

Quitemos la tirita rápido: It como película de terror es una puta chufla. Los sustos son baratos, previsibles a kilómetros y basados única y exclusivamente en subir el volumen. La única escena que llega a producir un poco de inquietud e impacto transcurre durante los primeros cinco minutos del film y luego jamás llega a replicar esa intensidad. Sí que se agradece cierta ausencia de miramientos a la hora de presentarnos casquería protagonizada por pequeñuelos, pero el director Andrés Muschietti parece más interesado en saturar al espectador con sustos de feria que en transmitir mal rollo de verdad.

Por si fuera poco, el abuso de efectos por ordenador tampoco ayuda demasiado a que el asunto nos dé canguelo. No sé si Muschietti se piensa que Pennywise es el monstruo de Mamá, pero a veces lo parece. Desconozco por completo quién fue el cretino que pensó que sería buena idea tirar de CGI en las cintas de este género, pero deberían colgarle de los cojones. Aún no me había recuperado de Alien: Covenant y me han tenido que joder aquí también.

Hablemos del nuevo Pennywise. El de Bill Skarsgård, por mucho que lo intente —y lo intenta—, no consigue acojonar ni la mitad que el interpretado por Tim Curry. Esto ya se veía venir, claro está. E insisto, no es una cuestión de empeño actoral, Bill Skarsgård hace un trabajo excelente y se nota que se lo ha pasado bien encarnando al PACHACHO, pero es que a Curry ni siquiera le hacía falta maquillaje para que el espectador se cagara encima.

Aunque It no funcione como peli de miedo al uso, sí que brilla en todo lo demás. Desde luego, no tiene precio como drama sobre lo jodida que puede llegar a ser la pubertad. El reparto está absolutamente perfecto, ese club de perdedores tiene un carisma y una química entre ellos que no se la aguanta. Para que os hagáis a la idea, es como una versión de Stranger Things bien hecha. Matizo, es como Stranger Things pero si no quisierais romperle un cenicero en la boca a todos y cada uno de los personajes. A destacar especialmente a una espectacular Sophia Lillis que ejerce de pegamento para este improbable grupo de inadaptados.

La gracia de It es descubrir cómo la chavalería lo pasa mil veces más chungo cuando no está el payaso acechándoles. Asumo que esto es un efecto buscado, pero no sé hasta qué punto los guionistas están disparándose en el pie haciendo esto. La vida cotidiana de los perdedores es tan horrenda (y mostrada con toda crudeza en pantalla) que cuando Pennywise entra en acción casi nos parece que por fin les están dando un respiro.

Y al final son las historias de cada uno las que te llegan, las que te conmueven, las que te duelen, con las que espero de todo corazón que no os sintáis tan identificados como me ha llegado a pasar a mí viéndola. Son ellos los que hacen que quiera ver la ya confirmada secuela para ver qué ha sido de sus vidas. Yo quería cagarme de miedo y no poder dormir por las noches, pero al final lo que me llevé son más lagrimones de los que me gustaría admitir en público y un tímpano reventado por culpa del volumen.

Nos veremos en el segundo capítulo.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/it-pachacho-achechino/
Juankiblog
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7
30 de septiembre de 2017
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Resultan innumerables las ocasiones en las que las altas expectativas han jugado en contra de una película. Ya sea por culpa de unos tráilers muy golosos o por unas primeras impresiones exageradamente positivas. No es el caso, desde luego, de Rey Arturo: La leyenda de Excálibur. La última película de Guy Ritchie ha sido vapuleada a muerte por los críticos de todos los países donde se ha estrenado hasta la fecha. Y la hostia en taquilla que se ha pegado ha sido, permitidme el chistecito, legendaria. Todavía me cuesta creer que Disney haya fichado a su director para encargarse de nada más y nada menos que del remake en acción real de Aladdin. Pero es que Guy Ritchie es una figura peculiar.

Su trayectoria como director ya es más bien curiosa. Debutó con la brillante y divertidísima Lock & Stock, para luego coronarse y petarlo por completo con Snatch, cerdos y diamantes, que en el fondo no dejaba de ser un remake encubierto con más dinero y caras conocidas de su primera obra. Algunos se referían a él como el Tarantino británico. No exentos de razón. Y lo que ocurrió después, como dirían los sensacionalistas titulares de las pseudonoticias de Facebook, le sorprenderá.

Movidas chunguísimas con Madonna, jodiendas infumables con Jason Statham… Barridos por la Marea y Revolver por separado ya habrían sido suficientes para liquidar fulminantemente la carrera de cualquier director. Pero Guy Ritchie está hecho de otra pasta. Inexplicablemente resurgió, cual ave fénix, gracias a la entretenida RocknRolla y a sus dos entregas del Sherlock Holmes de Robert Downey Jr. Hasta ahí todo bien. Algo más fría fue la recepción de Operación U.N.C.L.E., pero eso no le impidió dirigir una nueva versión cinematográfica de la leyenda del Rey Arturo. ¿Que por qué? Bueno, ¿y por qué no?

Si os estáis preguntando si Rey Arturo: La leyenda de Excálibur es tan jodida como la venden, la respuesta por mi parte es un rotundo no. No empieza bien, todo hay que decirlo. La introducción resulta francamente soporífera, y eso que durará poco más de cinco minutos. Parte de la culpa la tiene un Eric Bana a quien, ahora sí, propongo seriamente la opción de ponerle una orden de alejamiento que le impida aproximarse a más de 600 metros de una cámara de cine. El mundo será un lugar mejor. De verdad que sí. A un nivel más superficial, los créditos iniciales tampoco ayudan. Son los más feos que me he echado a la cara en años y parecen recién salidos de una peli de superhéroes del 2003. La banda sonora sí que anima un poco el cotarro, sorprendentemente sandunguera y que recuerda a la utilizada en las dos entregas de Sherlock Holmes.

Me atrevería a decir que los críticos han odiado esta película por ser tan abiertamente millennial. Quien busque clasicismo puede irse por donde ha venido. Este Rey Arturo: La leyenda de Excálibur es palomitero a más no poder y está dirigido a la chavalería de ahora. Y sí, eso implica apabullar constantemente al espectador con escenas de acción y caramelos visuales de diversa índole (aunque mala idea ha sido por parte de la distribuidora estrenarla en España después del último capítulo de Juego de Tronos), pero eso no me parece algo necesariamente malo si se hace bien. Y aunque no llegue al nivel de las mejores de Marvel Studios, desde luego se caga y se mea encima de cualquier entrega de Transformers.

El reparto plagado de caras conocidas de la pequeña pantalla no desluce en ningún momento. Charlie Hunnam está sorprendentemente bien como un Arturo cani y chulesco. Su séquito de fieles seguidores macarras no le va muy a la zaga. Pero quien se adueña de la pantalla es Jude Law, que parece estar en su fiesta de cumpleaños. No me cabe ninguna duda de que se lo pasó como un enano rodando esta película, aunque su papel no deje de ser una extensión ligeramente más malévola del interpretado en The Young Pope.

A título personal, uno desearía que Guy Ritchie estuviera más desatado. Se le ve mucho más comedido de lo normal, quizá por presiones del estudio para no espantar a potenciales espectadores. Pero yo creo que esto pedía a gritos un tratamiento mucho más cani, mucho más petardo, sin concesiones. Tendrían que habérsela jugado directamente y apostar por un Snatch en la Edad Media. Vivir para soñar. Y sí, hay ramalazos y pinceladas de este concepto durante toda la película —es inevitable que los tics de Ritchie salgan a relucir tarde o temprano—, pero si se hubiera tomado un poco menos en serio a sí misma sería mucho más disfrutable. En su defensa, hay un cameo de David Beckham para compensar.

Rey Arturo: La leyenda de Excálibur no intenta engañar a nadie. Es un entretenimiento palomitero que nace con la única pretensión de divertir. Es entretenida, divertida, macarra, carismática, con personalidad y particularmente violenta para ser PG-13. Que sí, que como película es más bien justita, tirando a deficiente. Que sí, que en el clímax final se les va de las manos el CGI y parece que estemos viendo un gameplay de Playstation 3. Pero he visto peores zurullos que se han llevado menos hostias. Seamos coherentes, por el amor de Dior.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/rey-arturo-la-leyenda-de-excalibur/
Juankiblog
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4
21 de junio de 2017
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Los chistes de pollas y huevos no son ninguna broma. Son un arte milenario transmitido de generación en generación y que, tristemente, se ha desvirtuado con el paso del tiempo. A día de hoy, este tipo de humor se considera pueril y chabacano. Y la culpa no es de los chistes de pollas y huevos per se, la culpa es de los guionistas que no saben emplearlos adecuadamente ni con gracejo.

Damian Shannon y Mark Swift, responsables del libreto de Baywatch: Los vigilantes de la playa, creen que hacer estos chistes es algo fácil. Que no requiere ningún esfuerzo. Que salen solos. Pero es mentira. Dominar bien el arte del humor genital es algo que sólo se consigue mediante trabajo, dedicación y no viene mal un poco de ingenio y talento natural. Gente como Trey Parker, Matt Stone, Sacha Baron Cohen, Seth Rogen o Evan Goldberg lo entienden. Ellos saben sacarle partido a los testículos y a la escatología. Puede que no acierten en la diana en todos sus intentos, pero cuando lo consiguen siempre es a lo grande.

Películas como Baywatch: Los vigilantes de la playa, en cambio, son las que le dan mala fama a este tipo de humor. Las que no saben hacer bien su trabajo. Si consideramos que el 90% de gags de la cinta son de este tipo y que sólo funcionan una ínfima parte de estos, estamos hablando aquí de un absoluto fracaso. Dwayne Johnson y Zac Efron intentan levantar —carisma mediante— el flojo material con el que parten de base, pero los milagros no existen. Mención especial para el doblaje español, plagado de voces nuevas debido a una huelga en el sector, cuyo traductor claramente se lo habrá pasado en grande con tanta referencia fálica.

Al abandonar la sala, me crucé con una madre y sus dos hijas. Una de ellas, que rondaría los diez años, con una mezcla entre indignación y entusiasmo les recriminó a su madre y hermana: «Pues ha sido buenísima, ¡y decíais que iba a ser mala!». Me dio muchísima envidia. Ojalá volver a ser un tierno infante y rebajar mi exigencia con los chistes de pollas y huevos. Pero esa etapa pasó. Se fue para no volver. Y, a estas alturas de mi vida, encontrarme con algo así me parece inadmisible.

Y el caso es que Baywatch: Los vigilantes de la playa podría haberse enfocado de diversas maneras. Podría haber sido un blockbuster de acción palomitero, una improbable reivindicación nostálgica de la serie en la que se basa o una parodia autoconsciente y petarda de ésta al estilo de Infiltrados en clase o Starsky & Hutch (me la sopla lo que digáis, es un clásico os pongáis como os pongáis). El problema es que quiere ser las tres cosas a la vez, y no le sale bien ninguna.

Como blockbuster de acción Baywatch: Los vigilantes de la playa no da el pego, porque se queda cortísima de presupuesto: las explosiones son muy falsas y los cromas cantan la traviata. Como reivindicación nostálgica tampoco sirve, puesto que la serie original ya era bastante chunga para empezar. Y no puede ser una parodia autoconsciente cuando, contra todo pronóstigo, sus guionistas deciden tomarse completamente en serio la trama criminal en vez de centrarse en el petardeo puro y duro que el público demanda en una producción de estas características.

Parte positiva: Baywatch: Los vigilantes de la playa es mil veces más inocua e inofensiva de lo que cabría esperar. No es el festival machirulo que podría haber sido y hay casi más planos del torso aceitoso de Dwayne Johnson que de mujeres corriendo a cámara lenta. Sí que es verdad que no hay ni una sola hembra en todo el film que no sea digna de aparecer en portada de la Vogue, pero por lo menos no hay ningún Michael Bay detrás de las cámaras follándoselas con el plano constantemente. Se podría decir que las imágenes más atractivas que veréis en pantalla serán los ojos de Alexandra Daddario y las tetas de David Hasselhoff. No son moco de pavo, aunque no sé si justifican la entrada al cine. Al menos no aburre.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/baywatch-pollas-huevos/
Juankiblog
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7
16 de febrero de 2018
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más allá de lo que os pueda parecer Call Me by Your Name, la nueva película dirigida por Luca Guadanigno, sus créditos finales ya merecen por sí mismos el precio de la entrada, incluso si éste ronda los doce pavos que los multicines insisten en clavarnos cada fin de semana. Esto no admite discusión, su final es redondo. Su última media hora es redonda. La cinta está plagada de escenas redondas y que perdurarán eternamente en la retina del espectador. Esto es así.

Me gustaría decir que el resto de metraje también está a la misma altura, que me ha maravillado tanto como a los demás seres humanos del planeta y que no tengo nada malo que decir de ella. Sólo os puedo dar por válida la tercera afirmación. A veces me planteo si soy un monstruo, un ser sin corazón o si simplemente el pase de prensa me pilló con el pie cambiado. Después de todo, tuve los cojones de llorar con el tercio final de Señor, dame paciencia, así que algo podrido tiene que habitar en mí. Definitivamente.

Pero aunque piense que Call Me by Your Name dura tranquilamente una hora más de lo que debería, cierto es que por cada tramo que se me hacía algo pesado había alguna escena capaz de transmitirme sensaciones y emociones que ninguna otra película hasta la fecha había conseguido. Y son las escenas más tontas: bailes ochenteros, miradas que lo dicen todo, conversaciones en clave y albaricoques con aliño. Algo tiene. No sé lo que es. Pero ahí está. Evitando que aparte la mirada de la pantalla o que me quede dormido en pleno pase matinal.

Aunque me temo que ese algo tendrá mucho que ver con las excelentes actuaciones de Armie Hammer (injustamente ninguneado en los Oscar) y Timothée Chalamet, cuya química en pantalla arrasa sencillamente con todo y que, por desgracia, hace que el interés decaiga hasta límites insospechados en (casi) todas las escenas que no comparten juntos. Su dilatadísima tensión sexual es una de las más logradas, realistas y peculiares que he visto nunca en el cine. Lo curioso es que no resulta complicado verse reflejado en ella. Y sin necesidad de ser un jovencito confuso burgués que se pasa el verano tocándose la polla a dos manos, bañándose en la piscina de su casa y yendo a pasear en bicicleta con el maromo más follable de todo Hollywood.

Se agradece también una inusual humanidad en los personajes, el cero interés por parte del guionista de hacerlos más agradables o privarles de tomar decisiones irracionales o moralmente cuestionables cada dos por tres. Es imposible dejar de pensar en lo absurdamente patanes que llegan a ser, pero tampoco podemos evitar que en el fondo nos dé un poco igual. Bueno, a no ser que seamos James Woods. Que entonces sí, nos cabrearemos un montón.

Call Me by Your Name merece la pena. Las cosas como son. Y no puedo decir que sea la mejor película que he visto en mi vida, ni que me parezca absolutamente perfecta y maravillosa. Pero sí que sería un crimen decir que no la recomiendo encarecidamente: por esos momentos inolvidables, por esa química inigualable, por ese gusto estético, por haber mosqueado a James Woods, por esos créditos finales y por tener el mejor uso que he visto nunca del Radio Varsavia de Franco Battiato. Entre los planes de su director se encuentra el hacer cuatro secuelas. Y, pese a lo que pueda decir ahora, me juego el cuello a que si logra estrenarlas iré a ver todas y cada una de ellas.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/call-me-by-your-name/
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7
20 de abril de 2018
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo aquel que se disponga a rodar un film de terror saliéndose de los cánones preestablecidos y de los clichés más sobados lo tiene muy difícil: si se pasa de arriesgado seguramente encantará a la crítica pero aburrirá a la mayoría de su público potencial, pero si llena su película de sustos baratos lo único que conseguirá es un producto de usar y tirar que pasará sin pena ni gloria. Un lugar tranquilo no es ni una cosa ni la otra. No es un delirio gafapastil, pero por suerte tampoco es un tren de la bruja del todo a cien e intenta ofrecer algo original.

Cuando la humanidad se ve acechada por unos bichardos muy jodidos —que ni se acaba de saber de dónde salen ni falta que hace—, aparentemente indestructibles y que sólo parecen estar por la labor de montar una carnicería y acabar violentamente con la vida de cualquier ser al que puedan oír, la única solución viable consiste en procurar mantenerse en silencio a sabiendas de que el mínimo desliz puede provocar tu inevitable masacre en unos pocos segundos.

En Un lugar tranquilo seguiremos el día a día de una familia que, sobre todo, trata de sobrevivir sin hacer ruido bajo ningún concepto. Debido a esto, las líneas de diálogo serán más bien escasas y nos encontraremos ante una cinta prácticamente muda durante la mayor parte de su metraje. Y aquí había una oportunidad de oro. Los seguidores del terror sabemos que la mayoría de películas englobadas en este género se sustentan en sobresaltos previamente anunciados por un progresivo descenso del volumen o por acentuación musical. ¿Qué mejor forma de tener en tensión al público que eliminando esas pistas y convirtiendo toda la experiencia en una agonía donde no se pudiera intuir en ningún momento cuándo les van a asustar? Por desgracia, los responsables de este film decidieron incluir una banda sonora omnipresente que no sólo desaprovecha esta oportunidad sino que resta efectividad a muchas escenas que habrían ganado enteros sin ningún tipo de acompañamiento musical.

Y hablando de artificios innecesarios, hay que mencionar a los monstruos. Un lugar tranquilo se beneficia, sobre todo, de la tensión que provoca la situación en la que se encuentran sus protagonistas al evitar atraer la atención de estas horribles e implacables criaturas. Pero, a la hora de la verdad, cuando éstas terminan mostrándose en todo su esplendor, la cosa pierde bastante gracia. Y esto ocurre porque, una vez más, han tirado de CGI para crearlas. Y no es que sea un CGI malo del todo —el resultado final está a medio camino entre el jefe final de algún Resident Evil de mediados de los 2000 y los bichos de Cloverfield—, pero sí que evita que nos den tanto miedo o asco como cabría esperar.

John Krasinski, el eterno Jim de la versión americana de The Office, hace aquí un trabajo mucho más que digno: como director es capaz de marcarse unas set-pieces de lo más resultonas y como actor logra expresar una cantidad ingente de emociones sin mediar palabra. Lástima (o no) que en ese aspecto quien salga ganando sea Emily Blunt, que se adueña de la función al protagonizar la mejor escena de la cinta. Algo por debajo están Millicent Simmonds y Noah Jupe en el papel de los pequeñuelos de la casa. Por suerte, al no oírles hablar demasiado, nos caerán mejor que algunos de sus compañeros prepúberes de profesión.

Por lo demás, más allá de un acusado sentido de la urgencia y algunos tramos que pondrán a prueba nuestra capacidad para no mordernos las uñas, el guión de Un lugar tranquilo no es nada del otro mundo. Ni sus personajes resultan especialmente complejos ni la trama contiene giro alguno que no nos viésemos venir desde los primeros minutos. En base a esto, llegamos a la conclusión de que no se trata de ninguna obra maestra, pero sí de una evasión muy disfrutable dirigida con pulso y diseñada para arrasar con la taquilla de cualquier sala en la que se exhiba. En Estados Unidos ya ha sido un fenómeno, ¿lo conseguirá aquí también? Deseémosle buena suerte a Jim, el tipo se lo merece.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/un-lugar-tranquilo/
Juankiblog
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