El caso a resolver en este episodio es complicado pero su planteamiento posee audacia y su exposición derrocha imaginación, una notable capacidad de fabulación y desarrolla la rueda de las hipótesis como un juego con muchas incógnitas.
Todo muy propio de A. Christie.
El guión resulta excelente y de nuevo D. Suchet realiza una magnífica interpretación acompañado del inestimable. H. Fraser.
La pulcritud en los detalles es sobresaliente y la exhibición de fantasía lírica, en un contexto dramático, crean una sorprendente atmósfera armónica, coherente y seductora.
Consigue llevar al espectador al meollo de la historia como si él mismo fuera el protagonista.

Como un ejercicio de intensidad gradual, la película entra en materia paulatinamente para terminar apoderándose por completo del patio de butacas.
Consigue escenas muy logradas tanto desde el punto de vista cinematográfico como psicológico y ofrece numerosos lances brillantes que el espectador agradece porque le hace sumergirse en la historia con verdadera fruición.
El argumento propone ideas interesantes y la segunda parte de la película es un auténtico ejemplo de dinamismo narrativo y de fluidez, los personajes quedan perfectamente definidos y la interpretación el elenco favorece que la trama siempre discurra con credibilidad y sentido de la realidad.

De nuevo la magia de un guión impecable -A. Horowitz- llena el celuloide con una estupenda historia de H. Poirot.
La sutileza de la ambientación, la cadencia de una narrativa preciosista, la armonía de los espacios y la elegancia en los modos cinematográficos conforman el referente contextual de una película magnífica.
El concepto se lo debemos a A. Christie pero la dirección de la obra la asume A. Grieve y la responsabilidad de convertirla en un deleite para los sentidos hay que atribuirla a la sobresaliente interpretación de H. Frase y, como siempre, del inefable D. Suchet.
El desarrollo de la acción es sereno, discreto y comedido pero, sobre todo, certero.

Interesante película dirigida con enorme habilidad por V. Fleming gracias a un guión muy bien elaborado a partir de la obra de S. Lewis.
Su sentido narrativo eficaz y coherente representa un claro claro exponente de aquel nuevo cine (1926) que ya apuntaba hacia la aparición del sonoro.
Es admirable su capacidad de fabulación.
La historia es pródiga en lances divertidos y en situaciones cómicas resueltas con agilidad y con un humor convincente.

Entre el elenco hay que destacar a una pizpireta, revoltosa y muy seductora C. Bow que desempeña con maestría su pícaro papel frente a los excelentes E. Torrence y P. Marmont, quienes acreditan mérito suficiente para ocupar un lugar destacado dentro de los actores de su generación.

La película sumerge al espectador en plena Revolución Mexicana y M. Félix ejerce como singular maestra de ceremonias, proporciona carácter a la historia y le imprime un profundo perfil psicológico.
La trama es intensa, su sentido épico se colige de cada escena y el dramatismo implanta su raíz en los recovecos del celuloide.
El guión resulta magnífico y responde a las exigencias de un argumento poderoso que se concreta en un largometraje ambicioso, certero, brioso y de hermosa factura cinematográfica.
Excelente labor del director I. Rodríguez a cuyas ordenes brilla a gran nivel un elenco de lujo en el que también destacan E. Fernández y la inolvidable D. del Río.