Aunque tarda en arrancar al espectador del letargo, lo logra a partir del paso de varios capítulos. La trama empieza simple y jugando con el impacto y la empatización de las víctimas, pero logra remontar y jugar con las idas y venidas de las causas y las consecuencias. Los giros del argumento van introduciendo nuevos personajes, pero no apabullan con imposibilidades argumentales. Las actuaciones correctas, no despuntan por sus posibilidades, que son muchas, pero se agradece la evolución, que no caigan en la planicie ni estética ni vital.

Con un tono desenfadado, la ironía inunda la pantalla... La idea es tratada de una forma irreal, pero que se sirve de ese halo de ficción para sumar un plus al centro de la narración. El falso documental ayuda a la recreación de la crítica, con acidez nos rompe los estándares para mostrárnoslo tal y como pueden llegar a ser. La rotura de lo preestablecido en todos los sentidos, visuales, ideológicos y estéticos.

La desdramatización de las circunstancias es lo primero que llama la atención, temática dura pero que pasa a un segundo plano. La resolución de nuestras necesidades e la aceptación de lo que buscamos nos atrae de forma centrípeta a estos personajes con carisma. Ironía y chascarrillo ayudan a relativizar, pero sin perder de fondo la intencionalidad de la idea. Una fotografía envidiable y un guión correcto nos ayudan a empatizar. Los diálogos cortos y lo visual como base de la narración hacen que la comunicación con el espectador nos llegue por los ojos, todo está contado en una imagen...

Una soberbia interpretación que cambia, modula y mezcla los registros con una brillantez pasmosa. Podemos ver a Blanchett en su faceta más desquiciante, enloquecida y asqueada, a la par que irónica, chulesca y altiva... Llena la pantalla, la película transcurre paralela a sus apariciones, los altibajos en la trama y sus giros son llenados por la actriz. El guión entrelaza de forma brillante los flashbacks, lo que ayuda a afianzar las idas y venidas del personaje. Un ritmo constante, sin huecos ni bajadas en la acción,ayuda a mostrarnos la destreza de Woody a la hora de crear. Los personajes secundarios complementan con sencillez e ironía al principal, ayudado por los diálogos, chisposos, con carnaza e irreverentes, al mejor estilo de Allen: sus rasgadas frivolidades, los ademanes argumentativos, la acidez de la historia y las pequeñas perlas snobs nos llenan hasta el punto de hacer soltar alguna carcajada.

Un guión que muestra con pequeñas pinceladas un lienzo de sueños, deseos, fantasías y ganas de ser uno mismo. A través de la mirada blanca de un niño, sin alarde de violencia explícita, podemos sentir los deseos de un niño, sus miedos, sus odios, ... con pequeños gestos, actitudes y palabras. Con un realismo estremecedor se diluyen las causas, consiguiendo que los diálogos duelan más que un arma. Lo que no se dice está presente. Con el uso de planos cortos y panorámicas en movimiento escenificamos las idas y venidas del día a día del niño. Todo rodeado de personajes bizarros, más realistas cuanto más barrocos, buscando la levedad de la niñez ausente. Nunca una relación materno-filial estremece tanto por su ausencia de malas intenciones, en el devenir de los minutos vemos como con miedo los personajes son comprensibles, entendibles y dolorosamente crueles, siempre lleno de comprensibilidad pero nunca de razón, desde una óptica externa. El hastío de llena la mirada de la madre se contrapone a la ilusión de la del hijo: dos personajes que cautivan con su interpretación.