A mucha gente le gustan las pelis de espadachines bárbaros, melenudos y cachas. Ésta los tiene.
A mucha gente le gustan las pelis con paisajes salvajes y bosques frondosos y amenazantes. Ésta los tiene.
A mucha gente le gustan los monstruitos sanguinarios, casi indestructibles. Esta peli los tiene.
A mucha gente le gustan las pelis en las que salen pasajeros espaciales venidos de otras galaxias que recalan en mundos ya perdidos. En ésta los hay.
A mucha gente le gusta James Caviezel, porque hizo de Cristo en la de Gibson. En esta peli sale.
A mucha gente le gusta John Hurt, porque es un gran actor, aunque de vez en cuando da un patinazo. En esta peli, lo da; para haberse matado.
A mucha gente le gustan las leyendas medievales, a lo san Jorge y el dragón, con damisela incluida. Todo eso está en “Outlander”.
Yo podría incluirme en casi todos los apartados anteriores. Entonces ¿podría explicarme alguien por qué me he aburrido como una ostra?

Argumento: unas tías empiezan a hacer mamadas, y la cosa se complica. Vaya si se complica, tanto, que no hay quien entienda nada. Hay rusos, coreanos, mexicanos; por haber, hay hasta un niño torero con ramalazos de escritor. Y túneles para regalar. Y música flamenquilla. A lo mejor es el niño el responsable del guión; eso lo explicaría todo. He tenido la tentación de pasarme al spoiler para intentar ejemplificar los innumerables sinsentidos de un guión demencial, pero rápidamente he caído en la cuenta de que esta página limita los comentarios a 3.000 caracteres. Necesitaría 300.000 y aún no serían suficientes.

Las protas salen desmejoradillas, para darle credibilidad a la cosa, supongo: ojeras, chándal de mercadillo, despeinado artístico… Las escenas de acción (¿?) se reducen a la Abril saltándole sobre la chepa a un gordo y, en general, es una burda continuación, sin la menor gracia, de “Nadie hablará de nosotras cuando estemos muertas”. No es para menos. Lo que más me ha llamado la atención es el giro que ha pegado Luis Figo a su carrera: ha dejado de correr la banda para dirigir una mafia latina de cojones. Cuídense, pinches cabrones.

Otra posible explicación que le encuentro a este despropósito es que el amigo Yanes logre poner en circulación sus películas a base de felaciones. Pues a seguir mamándola, Agus.

Si tenemos en cuenta que Antonio del Real es un supuesto experto en comedia ligera cuyas producciones han sido más bien chapuceras, no hay que hacer un gran esfuerzo intelectual para adivinar hacia qué puede derivar esta recreación de una apasionante intriga que sigue ocupando a muchos historiadores, protagonizada por un reparto internacional y rodada en inglés (el doblaje parece una colección de psicofonías). La cosa huele a naftalina desde los primeros planos, pero el apolillamiento se supera a sí mismo en cada momento. La falta de talento supera, con mucho, la no menos evidente falta de medios. Más o menos a la altura de la habilidad política del Prudente.

Los primeros quince minutos son imponentes, la presentación de las dos mujeres protagonistas hace que depositemos en sus personajes unas expectativas que, a medida que avanza el metraje, queden sin duda defraudadas. No es que sea una mala película, pero acaba cayendo en lo tópico e incluye alguna secuencia que, siendo generosos, me atrevo a catalogar de gratuita. Lo mejor, la interpretación de Verdú y Portillo y la cuidada fotografía. Que algunos hayan intentado ver en esta película una especie de obra maestra habla a las claras del mediocre nivel del cine español de los últimos tiempos, porque no pasa de la corrección. Gran salida y pájara progresiva.

Un planteamiento que podría haber dado mucho juego, queda reducido a una blandísima crítica contra el sistema político norteamericano, entremezclada con pinceladas de drama familiar, con niña repipi y padre guarrete incluidos. Costner se marca un country rock decentillo, así, como curiosidad. Incluso alguna parodia de la publicidad electoral tiene cierta gracia, pero la película acaba naufragando hasta convertirse en mero telefilme dominguero de sobremesa. Advertencia: los minutos finales pueden provocar sonrojo a personas con sentido común, aunque en el caso de profesar un acendrado antiamericanismo, pueden presentarse episodios espasmódicos o bien úlceras sangrantes.