El mensaje de esta película, decirlo no es spoiler puesto que es un anuncio, es que exijas siempre la garantía de que el diamante que vas a comprar no es un diamante de sangre. O sea, que su origen no ha sido a costa del trabajo esclavista de unos niños. Claro, nosotros, los peliculeros, como compramos diamantes todos los días, pues nos emocionamos tontamente ante el aviso, tomamos nota del mensaje tan profundo de concienciación social, y no nos olvidaremos de que mañana mismo, cuando vayamos a comprar el siguiente pedruscón a nuestra pareja: tía, tío, ambas cosas, pidamos que nos asegure el encargado que el pedrusco que queremos no es un diamante de sangre.

-No, por favor, amadísimo cliente, ¿ve? Ni gota de sangre. Es un brillante con un fondo ligerísimo rosado pero no es de sangre, es su color natural, que lo hace bellísimo. Es de una pureza absoluta con una antigüedad certificada de más de mil millones de años.

-Ah, bueno. Es que estoy en contra de esas cosas… Pobrecitos niños, me dan una pena...

-Je, je. No se preocupe. Son 800.000. Muchas gracias. Además, un diamante es para siempre.

-Es que son tantas cosas las que hay... Ya solo falta que las películas también se dediquen a concienciar a la gente como si fueran el telediario. A veces te meten en unos berenjenales que te dan que pensar.

-Es verdad, es verdad... Tome, el ticket.

Increíble pero cierto. Parecía un imposible pero al menos consiguieron un pleno entre tantos intentos, y de la mano de Mariano Ozores. Y sin Pajares. Fernando Esteso lo borda vestido de blanco como el heladero, enfrentándose al peligroso Bad Milk y demás pistoleros. Juanito Navarro convence haciendo sus tonterías de indio fiel al Gran Manitú (que por eso no consiguió ser presidente del Real Madrid), y Antonio Ozores encuentra perfectamente su sitio con su parsimonioso papel que hace siempre.

La música está más adrede imposible, con la canción adecuada rememorando las viejas glorias del Western, la fotografía es estupenda y los gags funcionan. El montaje de lo más efectivo, no hay más que ver a Esteso mostrando su dominio con las pistolas.

Al principio puede parecer una más de estos tres show man, compañeros de fatigas tantas veces vendiendo humor pero con más predominio de lo soso que otra cosa. Ahora, cuando sueltas la primera carcajada, espontánea, corta, contundente, que ni te lo esperas, y enseguida otra, ante los comentarios que hacen sin parar, de lo más absurdos por simplones (porque decir diálogos sabemos que aquí no los hay, tan solo realizan mensajes cortos acompañados con expresiones tontas), nada más que eso, entonces te das cuenta que la acción sigue en la misma tónica, y ves que estás ante el producto tantas veces perseguido por esta gente y por fin conseguido.

Tal vez haya otra más lograda de Esteso, pero yo no la he visto. De momento.

Mombasa, Kenia, vive su día a día con el protectorado inglés. No todos los nativos estaban contentos con esta presencia, ello ocasionaba la aparición de grupos rebeldes como los Mau Mau y los hombres leopardo, éstos con un método característico de cobrarse a sus víctimas.

Estas penosas circunstancias no traían más que enfrentamientos, ya que un pueblo no quiere más que lo dejen tranquilo, y vivir con sus vecinos de siempre sin más problemas, pero la gente es muy insistente y cansina. Ante ese panorama nos presentan al aventurero de turno que llega saltándose fronteras, controles, pegándose y disponiendo aquí y allá. Y es que han matado a su hermano.

Hubiera triunfado Cornel Wilde (a quien Donna Reed le queda de maravilla), si no es porque Más allá de Mombasa no es más que enseñar la sabana, las tribus y los peligros clásicos de la vida salvaje sin arriesgar mucho. Es mostrar lo típico de una película de África para crear el ambiente y, al menos, está suficientemente conseguido. Sumemos algo de misterio que flota en el ambiente, una especie de conspiración en la marcha de la expedición y tendremos una aventura pasable en un marco reconocible y con un protagonista que no es el típico que va sobrado de todo, a éste le asustan los rinocerontes, es borrachín, egoísta, sólo piensa en la mina que encontró su hermano y en el dinero. Se agradece que sea sincero y que se vea. El ambiente se complementa inevitablemente cuando le presentan a la sobrina del doctor; la quiere convencer poco a poco aunque a ella, él no le gusta un pelo. Seguro que la engancha de todas formas.

No podré olvidar nunca este concurso de los domingos al mediodía. Me partía literalmente de risa, casi al mismo nivel que cuando veía la serie de bromas canadiense Just for laughs. Mi mujer me miraba extrañada, pelín fastidiada por verme reír sin poder comprender que es lo que me hacía gracia, en tal alto grado, ante tanta tontería, pero es que era sublime esa avalancha de seres impetuosos corriendo hacia a la victoria o hacia... su castigo.

El comportamiento de estos japoneses eran los propios de sus fanáticos soldados en la guerra, afrontar el desafío con el mayor valor para luego caer sin medir las consecuencias del golpe que se iban a dar, la mayoría de las veces inmediatamente después de saludar; y si superaban la prueba me imagino que alcanzarían íntimamente la inmortalidad pensando que Takeshi, y su banda de jueces, desde su Olimpo donde vigilaban, estarían dando signos de aprobación.

Estaba el presentador, con chaqueta a lo Elton John y un sable samurai para dar la orden de partida, y entonces los valientes concursante partían a la carrera, carrera en la que pronto las bajas se sucedían.

Varias eran las pruebas y no voy a relatarlas todas pero grandiosa era la que diversas puertas sobre unas pistas escondían trampas para acabar con el concursante (redes, agujeros llenos de barro...) Una de ellas era una pared de ladrillo. El concursante tenía que ir a la carrera eligiendo la pista en la que creyera que podría pasar. Si se topaba con la pared, la hostia era memorable, hasta rebotaba varios metros.

Y no hablemos del puente, que al intentar atravesarlo les disparaban pelotazos desde un cañón escondido para enviarlos al vacío. O la pista elevada circular sobre agua que en una plataforma tenían que ir salvando obstáculos. Las caídas incluían piruetas involuntarias y volteretas impensables. Todas las pruebas demostraban una gran imaginación y una puesta en marcha realmente original, inolvidable concurso, con un humor grandioso, igual con algo de sadomasoquismo por el hecho de reírse a costa de ver golpes, pero así era porque los concursantes disfrutaban.

Se le intentó imitar pero nunca fue superado.

En este pinche mundo pocas cosas pueden sorprendernos ya, por lo que si quieres algo fuerte tienes que andar buscando a este tipo de gente. El que se haya caído de la alineación el reconocido actor dramático Vin Diesel, no sé si porque estaba mosqueado con los demás o porque quiere buscar otros registros en sus papeles, podía ser un hándicap, pero resulta que Idris Elba, lo borda y se sale con su papel de malvado y queda compensada la franquicia sin ningún tipo de problema o menoscabo.

Los diálogos no son para ganar el Pulitzer ni lo pretenden. Están basados en el pique continuo entre los dos protagonistas y, claro está, que van de cachondeo a ver quién resulta más gracioso para su querido público. La acción, tipo superhéroes; o las carreras tipo de dibujos animados, no busca sólo espectacularidad, si no también rebusca en el sentimiento. En el sentimiento barato. Creo que esto más ya no puede dar de sí.