Es toda una alegría reencontrarse con Dante (Brian O'Halloran) y Randal (Jeff Anderson), los desvergonzados cajeros que protagonizaron la ópera prima de Kevin Smith: Clerks (¿cuál si no?). En esta nueva entrega de sus desventuras vemos cómo tan singular dúo se ve abocado a trabajar en un local de comida rápida, lugar en el que darán rienda suelta a sus paranoias, didáctica verborrea y desgracias (aunque también habrá tiempo para el romance, estilo Smith, claro). Incluso Jay (Jason Mewes) y Bob el silencioso (Kevin Smith) se dejará caer por allí.

No es justo afirmar con rotundidad que segundas partes nunca fueron buenas, porque películas como la que nos ocupa vienen a romper dicha regla. Sí, es cierto que el factor sorpresa ha desaparecido (al igual que el austero acabado en blanco y negro), pero lo que no desaparece es el genial humor de Smith, sus diálogos soeces y sarcásticos o su excelente labor a la hora de mezclar gags humorísticos con guiños a la cultura pop. Incluso me atrevería a decir que su, normalmente mejorable (por decirlo suavemente), trabajo detrás de la cámara ha mejorado considerablemente. Creo que se nota demasiado que soy fan del director de Nueva Jersey.

Chica de ciudad, Emma (Shannen Doherty), hereda una granja situada en un pequeño pueblo. Una vez allí, y decidida a saldar las deudas contraídas, opta por participar en un concurso que consiste en cultivar la calabaza más grande. Para lograr su objetivo contará con la inestimable ayuda de Seth (Kavan Smith), con quien iniciará una relación muy especial.

Sí, estamos ante una típica comedia romántica familiar, uno de esos trabajos que ya se sabe (incluso ante de comenzar a ver) cómo va a terminar y que basa casi todo su éxito en la labor de sus intérpretes (la elección de una buena protagonista resulta esencial) y en las divertidas situaciones que genera el ver a alguien fuera de lugar (en este caso tenemos a una joven urbanita que no sabe nada sobre la vida rural).

Afortunadamente, Doherty cumple con creces con su cometido y lleva con arte el peso de la película, demostrando también una más que loable vis cómica (su química con Smith es igualmete destacable). Además nos ofrecen un buen puñado de secuencias tan predecibles como entrañables (la caída sobre la montaña de estiércol, la partida de cartas, la sesión fotográfica, el ataque de la mofeta…). A pesar de lo manido de su mensaje (por lo visto la vida en el campo es mejor porque el aire está menos contaminado, la gente es más simpática y los problemas parecen tener fácil solución) el resultado final es superior al de otros productos de similares características. ¿Qué más se puede pedir?

Magnífico drama deportivo que narra las vicisitudes de una joven, Maggie (Hilary Swank), de clase baja que, a través del boxeo, tratará de buscar un futuro mejor tanto para ella como para su familia. Aunque a regañadientes, Frankie (Clint Eastwood) acabará ayudándola en su propósito.

Dotada de una sensibilidad especial que contrasta con la dureza del deporte que practica nuestra protagonista, la película se beneficia del clasicismo de Eastwood tras la cámara y de una impresionante Swank delante de ella. La actriz realiza una interpretación magistral que le reportó un merecidísimo segundo Oscar (ya había obtenido anteriormente otro por su, igualmente genial, trabajo en Boys Don't Cry). El reparto principal se completa con las presencias de Eastwood y Morgan Freeman, quien también vio recompensada su labor (si bien, considero que dicho reconocimiento es fruto de una deuda contraída con el actor, aunque ello no quita para que su actuación sea francamente buena). Si tuviese que ponerle alguna pega a tan laureado largometraje debería recurrir a los personajes secundarios, por su poco peso en la trama y por lo estereotipados (no era necesario simplificar e idiotizar tanto a la familia de la protagonista para que el espectador simpatizase, todavía más, con ella) que acaban resultando.

Million Dollar Baby es una pequeña joya, una agradable sorpresa, una de esas películas que te reconcilian con el séptimo arte, con su magia y con su capacidad para emocionar por encima de todo.

Todd Haynes debutó en la dirección de largometrajes con este interesantísimo trabajo en el que mezclaba géneros sin pudor. Tres son las historias que se nos narran de forma paralela: un drama carcelario, un falso documental y, completando el trío, un curioso homenaje a la ciencia ficción con reminiscencias de serie B. Eso sí, todas las historias tienen como denominador común que uno de sus protagonistas es un ser que se encuentra socialmente marginado por distintas circunstancias.

El director conjuga con gracia los distintos géneros, aplicando todo un abanico de texturas para diferenciarlos todavía más (el aspecto documental, la fotografía en blanco y negro…). Tan sólo se podría acusar (aunque quiero aclarar que personalmente no encuentro nada negativo en ello) a su trabajo de pretencioso, experimental o trasgresor, es decir, no apto para todo tipo de público. Sin embargo, aquellos que busquen algo diferente, o los fans del director de Lejos del cielo (Far from Heaven) y Velvet Goldmine que quieran acercarse a sus inicios fílmicos, encontrarán aquí las suficientes virtudes como para no sentirse defraudados.

Si atendemos a la temática y crítica sociológica de la película (así como a su afán polemista), podríamos decir que Giorgos Lanthimos sigue los pasos de otro director especializado en propuestas radicales: Michael Haneke. Y es que a ambos les gusta tratar temas espinosos y retorcidos, estando sus trabajos especialmente valorados dentro del circuito de festivales (Canino, sin ir más lejos, fue premiada en el festival de Cannes).

Lanthimos nos narra las vivencias de una familia recluida (por voluntad de los progenitores) en una casa alejada de la civilización. Tan sólo el cabeza de familia (Christos Stergioglou) sale de la misma para acudir a su trabajo. Él y su mujer (Michele Valley) se encargan de la educación (por decirlo de algún modo) de sus tres descendientes: la hija mayor (Aggeliki Papoulia), la menor (Mary Tsoni) y un chico (Hristos Passalis), cuya visión de las cosas está siempre supeditada a la información que les transmiten sus padres, la cual, teniendo en cuenta los intereses de éstos, resulta terriblemente inexacta. Así, se les hace creer que no pueden salir del recinto si no es en coche (al cual, además, les está prohibido acceder), que un pobre gatito puede acabar con sus vidas o que los aviones que sobrevuelan su hogar son meros juguetes…

Enfermiza y, en muchas ocasiones, repulsiva, la película nos muestra lo peor del ser humano y cómo de un entorno opresivo sólo se obtienen violentas rebeliones. Esta comedia negra (he de indicar que siento especial devoción por este subgénero, si bien considero que estamos ante un atípico caso que deriva más en drama psicológico) funciona mejor por su carácter trasgresor que por sus cualidades cinematográficas, sin desmerecer la más que correcta labor de sus intérpretes y director. Canino es uno de esos trabajos que resultan tan atrayentes (por lo diferente y rompedor) como execrables (por lo abominable de su contenido).