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Críticas de Sergio Berbel
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Críticas 861
Críticas ordenadas por utilidad
7
3 de enero de 2021
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Entre un acercamiento rigurosamente histórico (con una minuciosidad propia de un documental) a la lucha de la justicia italiana contra la mafia y un relato con la textura clásica de “El Padrino” discurre la interesante (ma non troppo) última película de Marco Bellocchio, “El traidor”.

El octogenario maestro italiano bucea de forma superficial en el clasicismo esteticista de las clásicas obras maestras del cine de mafiosos (especialmente en su primera mitad) para relatar la compleja existencia de un capo siciliano que, en un momento dado y por las circunstancias que irá descubriendo el espectador, decide colaborar con el juez Falcone y pasa al estatus de “arrepentido”, haciendo posible procesar a toda la cúpula siciliana, a pesar de que celebrar vistas orales con todos esos personajes presentes en la misma sala es de una imposibilidad manifiesta que Bellocchio exhibe sin pudor ni el más mínimo cariño por semejantes personajes en la parte central de la cinta.

Ser el chivato le llevará a su protagonista a una vida de anonimato, intervenciones judiciales en todo tipo de procesos, vida oculta y errante y a recibir todo tipo de desprecios del que fue su mundo y al que, en el fondo, sigue perteneciendo.

Bellocchio no escatima verosimilitud en el extenso relato de esta interesante película, ofreciendo simultáneamente con sus imágenes, incluso datos reales en pantalla de nombres y cifras de asesinados por la “cosa nostra”. Una película minuciosa en el estudio del entramado organizativo mafioso y en la investigación judicial contra el mismo llevada a cabo por la justicia italiana, especialmente por el juez Falcone.

En ello, la película es pulcra y exhaustiva, pero le falta un poco de alma a cambio, los personajes no acaban de calarnos y no termina de superar un cierto tono documental que aleja a sus protagonistas del espectador y los deja impasibles ante su insondable drama vital, convirtiéndose paulatinamente más en un informativo que en una obra de arte con vocación de trascendencia.

Una película interesante a la que siempre parece que falta un paso más que la haga trascender para convertirse en otra referencia ineludible en un género que ha brindado las mejores películas de la historia del cine. Ésta está muy lejos de lograrlo, pero sin duda es un buen y certero acercamiento fidedigno a un fenómeno incrustado en la propia esencia de la sociedad italiana.

Toda la cinta, eso sí, gravita en un omnipresente Pierfrancesco Favino , actor de raza y categoría que da lo mejor de sí mismo en la confección de un “arrepentido” con todos los dobleces y signos reales posibles, una excelsa interpretación que es, sin la menor duda, lo mejor de la cinta.
Sergio Berbel
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10
24 de septiembre de 2020
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Sofía Coppola (mi única novia verdadera) derrocha a manos llenas lo que otros matarían por tener: un estilo propio y reconocible, una firma en cada uno de sus planos que los identifica como suyos al primer vistazo, un sentido estético de enorme personalidad, cuidado exquisito y encuadre académico, un sello indeleble en su cine que ha convertido a su nombre en una marca de exquisitez absoluta para el más exigente de los cinéfilos.

Eso en cuanto a la forma. Porque en lo que se refiere al fondo, igualmente tiene una forma de narrar aún más particular y aún más reconocible, lo cual tiene aún más mérito si cabe. Sofía Coppola no juzga, no saca conclusiones, no ofrece soluciones, no toma partido. Todo su cine pretende ser aséptico, equidistante, equilibrista respecto a sus personajes, para que sea el espectador el que dicte sentencia y condene o absuelva.

Su languidez y el manejo de un tempo narrativo pausado ha sido sublimado de su mano como muy pocos, más allá del dios del cine actual Paul Thomas Anderson, son capaces de sostener en un cine contemporáneo impaciente, atolondrado y nervioso.

En ambos aspectos, “La seducción” es una absoluta obra maestra dentro de su intocable filmografía: es tan ecléctica, tan equidistante, que incluso puede provocar discusión tras el visionado del film en cuanto a quién ejerce la seducción y quién es su víctima en la cinta, porque todo es maravillosamente abierto en su cine, sin juzgar ni prejuzgar a sus muy perfilados y extraordinarios personajes, dejando esa faceta al espectador siempre.

“La seducción”, dentro de una plástica pastel exquisita, barnizada por una técnica visual totalmente tenebrista con el uso exclusivo de la luz natural en todo el metraje de la cinta, tanto en sus escenas interiores como de exterior, lo cual crea un juego de sombras a la luz de las velas ciertamente aterrador y portentoso visualmente, es una historia muy oscura, sobre las fauces abiertas con dientes sanguinarios que hay dentro de cada ser humano, siempre dispuesto a manipular a los demás para conseguir sus objetivos más inconfesables.

De una forma suave y cinematográficamente expresionista pero certera, Sofía Coppola utiliza una historia de señoritas sureñas obligadas a convivir con un soldado del Norte por circunstancias concretas en plena Guerra Civil norteamericana, para fraguar toda una parábola del egoísmo y la no existencia de nada que pueda ser desinteresado en el ser humano, siempre ávido de manipular para sus más inconfesables objetivos.

Y todo es magistral en la metáfora, rodada prodigiosamente en sus escenas de interiores exclusivamente con la luz natural o de las velas, en un alarde técnico similar al de Stanley Kubrick en "Barry Lyndon".

Dicho sea de paso, en una cinta vocacionalmente coral y plagada de brillantes y talentosas actrices consagradas y recién llegadas a partes iguales, atención a la interpretación de Elle Fanning, siempre Elle Fanning, la gran seductora de la cámara de nuestro tiempo, un portento y prodigio de la naturaleza, una secundaria a la que le bastan un par de escenas ante la cámara para comerse a todo y todos sin tapujos. Sigue siendo para mí una de las promesas más inmensas que nos presagia en el futuro el mejor cine, y con la que ya se encariñó para siempre Sofía Coppola desde su lección magistral de interpretación en "Somewhere", cuando apenas era una niña.

Y si alguien piensa que exagero con esta directora prodigiosa de apellido Coppola (ni más ni menos), recuerdo que de su mano llegó aquella “Lost in traslation” que cambió el cine para siempre en 2004, así como “Las vírgenes suicidas”, “María Antonieta” o “Somewhere”, para entender la magnitud de la cineasta de la que estamos hablando. Puro cine eterno.
Sergio Berbel
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8
17 de septiembre de 2020
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Es un divertimento de cámara, un thriller de diseño endiabladamente emocionante llamado “La habitación del pánico”. Cine comercial con aroma a palomita pero sublimado por la capacidad magistral de Fincher hasta lograr obtener una pieza de cámara magistral.

Sin salir del espacio de una casa, sin duda su mayor logro y homenaje expreso a "La ventana indiscreta" de Hitchcock, Fincher logra rizar el rizo y doblar el pulso de lo ya visto para hacer que nos agarremos a los brazos del sillón durante todo su metraje con la historia (sobre el papel más convencional) de una madre y su hija que, en la primera noche que duermen en su nueva casa de ricos para ricos, tienen que hacer uso de la habitación del pánico ante la llegada de unos ladrones sin escrúpulos ni principios.

El juego del gato y del ratón, con las protagonistas encerradas en una caja de acero y hormigón y los ladrones necesitando entrar justo a ese espacio para poder lograr el objetivo que persiguen, para el que no queda otra que hacerlas salir. Tensión psicológica que va in crescendo a lo largo de todo el metraje y que nunca decae gracias al pulso visual de Fincher, elevando la tensión hasta la extenuación.

Y todo ello con el virtuosismo visual marca de la casa Fincher. Ojo al plano secuencia de la entrada de los ladrones a la casa que, si bien se le ven las costuras y los trucos de forma evidente (y pienso que indisimulada) es un portento plástico de primera magnitud que deja boquiabierto al cinéfilo más exigente, incluyendo paso de la cámara por los barrotes de la barandilla o por la propia cerradura de la puerta. Lo visual a la búsqueda del más difícil todavía. A no dejar caer en el olvido los créditos de la película, de los más elegantes vistos en las últimas décadas, que ya presagian la magnitud visual de lo que está por venir.

Ello sostenido por las portentosas interpretaciones de sus dos actrices protagonistas: la siempre deslumbrante Jodie Foster y, sobre todo, el personaje más interesante de la película, ambivalente en mil y una direcciones distintas y apasionante objeto de análisis, la hija adolescente, recital interpretativo de una jovencísima Kristen Stewart.
Sergio Berbel
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9
11 de septiembre de 2020
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“El curioso caso de Benjamin Button” es una película imprescindible porque responde a muchas de las preguntas que nos hacemos constantemente cuando tratamos de mirar nuestra vida con perspectiva. Pero además es una lección magistral de virtuosismo caligráfico cinematográfico de un nivel difícilmente superable por parte de David Fincher (incluso mezclando diferentes texturas utilizando hasta el sepia del mudo en ciertos flashbacks) que, junto con “Zodiac”, supone lo mejor de su filmografía y de lo más selecto del cine de nuestro tiempo.

¿Cuántas veces hemos deseado saber lo que sabemos ahora pero en un cuerpo adolescente? Junto con la invisibilidad, uno de los más clásicos deseos humanos imposibles. Benjamin pudo experimentarlo por sí mismo viviendo el tiempo, como el viejo reloj de la estación de su ciudad, en sentido contrario.

Nació como un monstruoso bebé anciano y fue rejuveneciendo en un mundo que envejecía delante de sus ojos. Vivir en sentido contrario, no es que no sea fácil, es que resulta imposible. Y la historia de Benjamin nos lo demuestra, actualizando soberbiamente una historia de Scott Fitzgerlad y acompasada por una exquisita música de Alexandre Desplat.

Tirando de los recursos técnicos más admirados y admirables que atesora David Fincher, capaz de crear planos que cortan la respiración por su belleza plástica, nos cuenta cómo una anciana a punto de morir, Daisy, pide a su hija que le lea el diario de un tal Benjamin Button mientras agoniza. Es la historia de una vida imposible vivida hacia atrás, desde la decrepitud al momento en el que se es bebé, lo que ello supone para la vida de un ser humano y lo complejo que es.

Pero se trata también de la historia de un gran amor, que como todos los grandes amores, acaba resultando imposible. El amor entre Daisy y Benjamin está condenado, desde que él es anciano y ella una niña (memorable aparición de mi predilecta Elle Fanning, que convierte en perfecto todo lo que toca) hasta que él es un recién nacido y ella una anciana. En esas líneas paralelas de sentido contrario, resulta imposible la intersección. Y esa también es la otra moraleja que nos quiere dejar esta obra maestra imperecedera.

Tirando de maravillosos y logradísimos efectos especiales (bastante mejores que los de “El irlandés” de Martin Scorsese, dicho sea de paso) y de unas interpretaciones estratosféricas de Brad Pitt y Cate Blanchett, David Fincher se sabe en el momento cumbre de su estilo y es consciente que está en la encrucijada de legar al cine comercial una obra maestra sin paliativos. Y resulta cum laude en ambas cuestiones, porque la película, no es que triunfe, sino que arrasa en ambos objetivos, a pesar de su extenso metraje que nunca cansa (pero que parece ser marca de la casa Fincher).

Una película que alienta el debate, que emociona, que hacer reír y llorar, que expande la mente hacia posibilidades infinitas… y todo ello desde el preciosismo estético y la más ortodoxa comercialidad. Hay que ser un genio para lograrlo. Hay que ser David Fincher que, junto con Alfred Hitchcock, Billy Wilder o Alejandro Aménabar, conocen los resortes para encandilar a crítica y público a la vez, quizás lo más difícil que exista en el cine.
Sergio Berbel
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Habitación 237
Documental
Estados Unidos2012
6,0
2.273
Documental, Intervenciones de: Bill Blakemore, Geoffrey Cocks, Juli Kearns, John Fell Ryan ...
7
27 de agosto de 2020
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Celebrando el XL aniversario del estreno de “El resplandor”, era el momento de acercarse a “Habitación 237”, el documental sobre diferentes lecturas de la película de Stanley Kubrick firmado por Rodney Ascher y que dejara perplejo a Sundance, porque se deja ver entre la fascinación, el estupor y el sonrojo por algunas de las teorías ciertamente enrevesadas (y alguna paranoica directamente) que ha despertado la película, una de las más analizadas que haya dado la historia del cine.

La película documental va analizando (utilizando para ello imágenes de la propia cinta y de otras películas de Kubrick) diferentes teorías para interpretar cada una de las escenas (y hasta de los planos) de la película. Algunas interesantes, como la que determina que se trata de una denuncia expresa del genocidio del pueblo nativo norteamericano indio a mano de los colonos, hasta las más peregrinas y paranoicas que encuentran significados en montajes paralelos de inicio a final y de final a principio o que incluso concluyen que se trató de una autoinculpación de Kubrick por haber creado las imágenes de la llegada del hombre a la Luna (sin comentarios).

Otras un tanto menos perturbadas mentalmente encuentran numerosos indicios sobre las referencias de Kubrick al holocausto judío (es público que el genio británico estuvo muchos años documentándose para hacer la película definitiva sobre el tema, pero que su perfeccionismo obsesivo dio lugar a que se estrenara “La lista de Schindler” y lo llevó a considerar que ya había pasado su momento).

La película, y ésta es la parte más apasionante y menos desquiciada para un cinéfilo, está plagada de “errores” que, conociendo la mente enfermizamente perfeccionista de Kubrick, no cabe duda que no lo eran, sino que escondían ciertas “maldades” y dobles lecturas del autor: desde una silla que desaparece entre plano y contraplano, hasta la alfombra del revés cuando Danny está jugando entre planos consecutivos, el cambio de color de ropa de algunos secundarios, la televisión sin cable y, sobre todo, la gama de colores que va luciendo la máquina de escribir de Jack a lo largo de la cinta.

Cuando detrás de todo ello tenemos a un cineasta con un coeficiente intelectual de 200 y un afán perfeccionista hasta el más mínimo detalle rozando seriamente con la locura, es obvio que, lejos de tratarse de fallos, son pistas que Kubrick va dejando para reforzar el despegue de la realidad y el acercamiento al abismo mental de los personajes.

Stephen King y Stanley Kubrick terminaron seriamente peleados a consecuencia de “El resplandor”. Es obvio que Kubrick robó un buen texto literario de King para hacerlo enorme y convertirlo en una película un millón de veces mejor, una de esas pocas ocasiones en las que la película es infinitamente mejor que el libro. Hablamos de Kubrick.
Sergio Berbel
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