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Críticas de Toribio Tarifa
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Críticas 95
Críticas ordenadas por utilidad
3
15 de marzo de 2011
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífico documental sobre un rincón del mundo de una belleza espectacular, Ushuaia. Consigue despertar ansias turísticas en el espectador menos viajero. Ahora bien, como película dramática no hay por donde cogerla. Pesada, inane, aburrida y, sobre todo, perfectamente previsible desde la primera imagen que reúne a los dos protagonistas.
Toribio Tarifa
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5
16 de julio de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿A santo de qué una película titulada en su lengua original "La casa de la bahía" se convierte por arte de birlibirloque en "El gángster y la bailarina" cuando se la lleva al español? "La casa de la bahía" tiene un sentido claro y hace referencia a la que alquila la protagonista, que quiere tener a la vista la cárcel de Alcatraz; el gángster y la bailarina, como título, me parece una chuminada infausta de alguien que llegó un lunes por la mañana a su despacho después de un fin de semana agitado y con la mente obtusa. Dejada ya constancia de mi protesta por este título tontorrón, vayamos a la película.
El gángster Steve Lawrit se enamora profundamente de Brenda Bentley, una de las bailarinas que actúan en su local y, contra lo que suele ser corriente en este tipo de cintas, se casa con ella. Un atentado contra su marido, atribuible a un competidor con quien ha entrado en conflicto, lleva a Brenda a tomar una decisión (que años más tarde tomará también, y por la misma razón, el amor, el "Noodles" de "Érase una vez en América"): denunciar a su marido a la justicia por una cuestión de evasión de impuestos, que a ella le parece peccata minuta, en la confianza de que de esta forma conseguirá tenerlo a buen recaudo en la cárcel durante unos meses y a salvo de las asechanzas de sus enemigos. Pero las cosas se le complican...
La película, la verdad, no da para mucho. Quizá, como moraleja, podría extraerse la de que no es conveniente en la vida dejar a su albur a una hermosa mujer como Joan Bennett. Porque Steve sí parece estar verdaderamente enamorado de Brenda, y bien que lo demuestra, pero ella, por los motivos que sea, tiene una innegable tendencia a dejarse mecer por las olas de la vida la lleven adonde la lleven. Es una moraleja muy poco a propósito para los tiempos que corren, pero es la que nos deja entrever la película de que tratamos.
Toribio Tarifa
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4
8 de enero de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
O dicho de otra manera, cómo pasa el tiempo y cómo va limando lo que otrora fuera esplendoroso. La película que en 1945 alcanzó un éxito avasallador, con un reparto cuajado de estrellas, va perdiendo brillo con los años y se va volviendo mate Los que en 1945 ya pisábamos tierra o, mejor, gateábamos por ella todavía podemos responder a preguntas sobre estos personajes, pero pocos serán los que, nacidos veinte o treinta años después, sepan darte razón. Y esta es la soledad de los muertos.
He de empezar confesando que le tengo una cierta tirria a Ginger Rogers, salvo cuando se busca un partenaire convincente para deslizarse por la pista de baile al son de la música de la época. Entonces está sublime. Pero no consigo que me guste físicamente; me parece un antecedente, un trasunto de Doris Day, pero con menos gracia. En cambio, me resulta simpático Walter Pidgeon, e ignoro la razón. Tal vez porque siempre me mueve hasta el llanto cuando en "La señora Miniver" vuelve en su lancha, agotado, tras haber participado en el rescate de sus compatriotas arrinconados y condenados a perecer en las playas de Dunkerke. Lana Turner, quien tan solo cuatro años antes, en "Quiero a este hombre" estaba preciosa, aquí, como estenógrafa del Waldorf Astoria dispuesta a venderse enterita al mejor postor de sus carnes, deja mucho que desear: mal peinada y no mucho mejor vestida, no acabas de entender el éxito que tiene entre Edward Arnold, quien se la quiere merendar quieras que no, y Van Heflin, el inocentón y honesto personaje del film. Y puestos a confesar filias y fobias, diré que me gusta siempre Edward Arnold - no puedo olvidarle como implacable empresario padre de James Stewart en "Vive como quieras" - y me distrae, me aparta de la historia que se me cuenta, la presencia de cualquiera de los "Van", ya sea Van Johnson, aquí, ya Van Heflin en otras muchas películas. Manías que tiene uno.
Soy plenamente consciente de que me he ido por los cerros de Úbeda y de que no he dicho palabra de la película en sí. Y la razón es que no hay mucho que decir. He estado dudando entre darle un 5, "pasable", o castigarla más duramente con un 4, "regular".
Empezaremos diciendo que lo más interesante de la película sucede cuando su director olvida que está en funciones dramáticas y se vuelve hacia el puro documentalismo: interesa cuando se muestran las interioridades de un hotel de tanta solera como el Waldorf, sobre todo en esa época. La recepción y distribución de la prensa, las secciones de lavado y planchado de la ropa, el examen a que se somete a diario al ejército de botones, las interminables filas de telefonistas atendiendo las llamadas, aunque esto ya está más visto, etc. etc. Supongo que algo tendría que ver la producción y el pastón que amollaría sin duda la propiedad del Waldorf. ¡Ahí es nada la publicidad que se le hace al hotel!
¿Lo demás?. Lo demás se desliza parsimoniosamente sin interesar a nadie en exceso. Inspirada en la clásica - entonces - novela de Vicky Baum, que ya había dado lugar a otra exitosa película "Gran Hotel", esta parece querer repetir la fórmula: un número considerable de personajes que comparten vivienda en un hotel de lujo y las eventuales tramas pasionales (no tienen porqué ser amorosas) a que esa convivencia da lugar. Lujo, riqueza, abundancia...y, sobre todo, resolución anticipada de cualquier problema que al huésped pudiera surgirle.
Toribio Tarifa
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8
17 de marzo de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de ponerme al teclado he estado ojeando las 17 críticas recogidas por "Los timadores". Uno ya tiene los años suficientes como para saber de la diversidad de opiniones que desencadena cualquier cosa que admita un juicio, pero es que aquí se reúne lo más extremo: desde el que la califica con un 3 hasta el que lo hace con un 10. Y hay quien habla de maravillosa interpretación de un actor/actriz que otro estima deleznable. Vaya por delante que yo la tengo calificada con un 8, o sea que me gusta mucho y la he visto varias veces. Pero me ha impresionado esta disparidad de juicio y pienso que es una verdadera lástima que no se pudieran reunir en una sala de proyección los que sustentan/sustentamos opiniones tan encontradas para seguir la proyección de la película con el mismo ojo crítico, pero aportando objetividad al juicio, y datos. Quien defendiera una actuación debería detener la proyección en aquellas escenas o secuencias en que basara su opinión para analizarlas detenidamente. Y lo mismo valdría para otras opiniones y a propósito de otros temas o ángulos. Estamos cayendo todos, la época fundamentalmente, en un excesivo respeto por la opinión, por lo que uno cree o piensa y debiéramos recoger velas para centrarnos mejor en aquello que pudiera haber de objetivo y, sobre todo, de racional en el juicio. Ya sabemos que la razón tiene un papel limitado en la vida, pero habría que llamarla a que lo desempeñara hasta aprovechar al máximo esos límites.
Toribio Tarifa
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9
2 de octubre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya por delante que "La señora Miniver" es una película de guerra, una clásica película de guerra. Como no podía ser de otra manera, el paso de los años, consiguió que el abundante caudal de películas que sostenían su trama en sucesos y hazañas de todo orden de la Segunda Guerra Mundial se viera notablemente reducido para ser reemplazado por otras que recogen sucesos puntuales de los enfrentamientos bélicos modernos.
Como decía, "La señora Miniver" es una película de guerra, pero una película de guerra doblada en película de propaganda; honrada, plenamente justificada, pero de propaganda al fin y al cabo. Lo que pasa es que es muy distinto darle la batuta para que la dirija a un maestro como William Wyler, como es el caso, a dársela a un patata, como ha sucedido en otras muchas ocasiones.
Ante todo y en primer lugar hemos de fijarnos en el año de su realización: 1942. ¿El escenario?. Desde el Londres del verano de 1939 hasta la Gran Bretaña que sufre los primeros bombardeos de la Luftwaffe.
En la primavera de 1942, la Gran Bretaña empezaba a respirar aliviada, pues la derrota y aniquilamiento de Francia, que la dejaba sola frente a la máquina de guerra alemana comandada por aquel animal que respondía por Hitler, iba a verse mitigada por la aportación de los USA. En diciembre del 41, los japoneses habían tenido la desdichada idea de atacar Pearl Harbour, arrastrando al gigante norteamericano, hasta entonces ensimismado, a entrar en guerra. Alemania, siguiendo aquella máxima griega que afirma que los dioses ciegan a quienes quieren perder, se precipitó a seguir los pasos de su aliado oriental.
Como digo, se trata de una película de propaganda, como ponen claramente de manifiesto los epígrafes petitorios de ayuda económica que se dirigen a los espectadores y que aparecen en pantalla tras la palabra fin. Pero, amigos míos, como decía antes, qué gusto ver películas de propaganda sobre el angustioso estado en que se hallaba la Madre Patria británica, se entiende que para los estadounidenses, cuando el fresco que diseñan los intérpretes tiene tamaña calidad. El tal fresco recoge el diario acontecer de una familia de clase media que vive en un pueblo a unos kilómetros de la capital. La historia que se nos cuenta está tan próxima en el tiempo a los sucesos que narra que no precisa inventar nada, basta con atenerse a un simple relato periodístico de lo sucedido en esos meses: Dunquerque, con el heroico rescate de los 400.000 soldados británicos atrapados entre los alemanes y el mar y que son repatriados en un alarde de coraje y responsabilidad por la población civil, a bordo de cualquier embarcación que tuviese más de ocho metros de eslora, los primeros bombardeos y sus terribles consecuencias, etc. sucesos que se entreveran a la perfección en la cotidianidad de la familia Miniver.
Como siempre que un maestro se halla a los mandos del timón cinematográfico, los personajes tienen carne y tienen hueso, no son meros muñecos gestores de la acción, sino que la justifican y enriquecen con su destino particular y su idiosincrasia. Una delicia, por ejemplo toda la historia de la exposición-concurso de flores de lady Beldon, en torno a la que gira, casi se podría decir, toda la película y que pone de manifiesto lo que la guerra significará con respecto al paso del tiempo y al cambio social que augura. La cocinera de los Miniver, por ejemplo, es un personaje secundario sin duda, pero no por ello deja de ser un personaje en toda la extensión de la palabra, a la que basta cuatro frases para diseñar su humanidad; como lo es también su compañera, la camarera y su incierto noviazgo, que se ve entorpecido en el mejor de los momentos por la llamada a filas del novio. ¿Y qué decir de Mister Ballard, campanero y jefe de estación, o de la propia lady Beldon, interpretada por la magnífica Dame May Whitty, una aristócrata muy posesionada de su papel en la historia que se nos cuenta.
La destrucción de la guerra y la muerte forman parte también, como no podría ser de otra manera, de la trama de la película. El sermón del párroco a la feligresía reunida en los restos de la Iglesia bombardeada, que cierra la película es, pese a todo, un sermón de aliento y esperanza, lo que, insisto en ello, teniendo en cuenta que cuando se firmó esta película la guerra no pintaba muy bien para las armas aliadas, tiene mucho mérito.
Y como perla, una chafardería: Richard Ney, el actor que da vida a Vincent Miniver, era en el momento de la filmación un pipiolo de 26 añitos; pues bien, no tardaría un año en contraer matrimonio con Greer Garson, su madre en la película, que le sacaba 12 años. No hace falta recordar que en “Con la muerte en los talones” Cary Grant tenía por madre a Jessie Royce Landis, quien tan solo tenía seis años más que él. Respecto al matrimonio de Greer Garson, hemos de lamentar que acabó pronto, a los cuatro años y que lo hizo, como suele ser bastante común, entre insultos y desatenciones mutuas.
Toribio Tarifa
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