Haz click aquí para copiar la URL
España España · Barcelona
Críticas de polvidal
<< 1 9 10 11 20 70 >>
Críticas 348
Críticas ordenadas por utilidad
8
23 de noviembre de 2007
72 de 109 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es cierto que la gran experiencia de esta inusual película de nuestro cine es poder disfrutarla en una sala repleta de gente. El terror se degusta mucho mejor cuando viene acompañado de risas nerviosas y gritos de pura histeria colectiva que por muy numerosa que sea nuestra familia no podremos encontrar en el salón de nuestra casa. Sin embargo, en el calor del hogar disponemos de un arma infalible, llamada mando a distancia, con una peculiar tecla denominada Stop que nos permite simple y llanamente parar en seco lo que estamos viendo, algo imposible en una platea de cine.

¿Por qué apretar el susodicho botón con REC? Pues porque hay momentos en que la angustia es tal que las escenas de respiro de la película no son suficientes para recuperar el aliento. Si con algo se podría definir el estado anímico de sus protagonistas, un grupo de vecinos encerrados en un edificio infectado por un virus, es con la palabra histeria. La experiencia que viven encerrados en un bloque convertido en ratonera de muertos vivientes es tan aterradora que no es de extrañar las diferentes reacciones de los personajes.

Pero más allá del pavor que provocan sus imágenes, REC aprovecha también para hincar el diente en la programación televisiva, poblada últimamente de espacios que bajo el disfraz de la actualidad informativa esconden el puro entretenimiento morboso. Manuela Velasco, conocida por dar voz e imagen a Los 40 Principales, encarna a la perfección a la periodista hipócrita y sonriente ante las cámaras pero en el fondo inhumanamente ávida de carnaza.

Personajes como el del policía superado por los acontecimientos son tan creíbles gracias a un reparto de actores desconocidos y quizá por ello mucho más eficaces. Su actuación es precisamente una de las dos grandes aportaciones de este filme llamado a ser la película de terror española por excelencia (con permiso de Amenábar y Bayona, cuyo indiscutible dominio se encuentra más en el terreno del miedo psicológico).

La otra gran aportación la encontramos en una puesta en escena y un montaje absolutamente eficaz. Los directores han sabido apostar por un lenguaje cinematográfico que, aunque no es novedoso (El proyecto de la bruja de Blair), sí se ha redefinido para lograr imágenes como la del rebobinado o la que nos proporciona un primer plano escalofriante de un cadáver viviente. La cámara del reportero, tan histérica como las escenas que va registrando, es la esencia y la novedad de una película que desde luego lo último que busca es dejar indiferente al personal.
polvidal
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
2
22 de diciembre de 2009
54 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existe un lugar en el que ciertos críticos se mueven como pez en el agua. Un inhóspito rincón en el que las películas incomprensibles para el gran público se convierten por arte de magia en exquisitas obras de arte, repletas de múltiples interpretaciones a las que sólo determinados privilegiados pueden acceder. En ese escondido paraje es donde reinan los directores como Spike Jonze, agazapados por señores de alto intelecto dispuestos a recibirlos siempre con los brazos abiertos.

Ellos, y no los niños, son el motivo por el que en esta ocasión el realizador de Maryland ha decidido obsequiarnos con una versión, francamente particular, de un libro infantil muy popular al otro lado del charco. Tiesas deben haberse quedado estas pobres criaturas en cuanto hayan comprobado, al poco de empezar la película, que detrás de esos maravillosos monstruos lo único que se escondía es otra excentricidad de Spike Jonze, desde luego, no apta para todos los públicos.

Algunas críticas tuvieron la cortesía de advertirlo. El parecido más que razonable de los monstruos con los personajes de Barrio Sésamo era pura coincidencia. El filme podía clasificarse de todo menos de infantil. Entonces, una vez aposentado en la butaca, las dudas se van apoderando del espectador adulto. ¿A quien narices se dirige entonces Donde viven los monstruos?

Podría destacarse la labor como actor de Max Records, el niño protagonista, si no fuera porque el personaje es casi tan insoportable como los mencionados monstruos. El sinsentido parece adueñarse de todas sus actuaciones, ya que tan pronto coronan reyes como destruyen casas. Algunos dirán que es el fiel reflejo de una mente infantil, caótica y con poco sentido. Bien mirado, sólo así se entendería, por ejemplo, el mal uso de la banda sonora, encargada de dramatizar momentos de pura risa.

Esto, que para la mayoría de mortales no sería más que una extravagancia pretenciosa, en el lugar donde habitan los críticos e intelectuales de alta esfera supone una auténtica revelación. Sinceramente, hay que ser redomadamente 'cool' para poder extraer tanto jugo donde no lo hay.
polvidal
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
7
8 de noviembre de 2017
42 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Marcó un antes y un después. El partido que enfrentó a Bobby Riggs y Billie Jean King en 1973 golpeó el orgullo de aquellos que manifestaban impunemente su machismo y cambió las reglas de juego en el mundo del tenis. Pero sólo sobre la pista. Más de 40 años después, la brecha entre hombres y mujeres sigue intacta y las manifestaciones contra las capacidades físicas e intelectuales de la mujer se amagan de forma sutil, tras el escudo de la corrección política. En plena denuncia global del acoso sexual en la industria de Hollywood, llega La batalla de los sexos, para recordarnos que la contienda sigue lejos de estar resuelta.

No es su principal cometido, la reivindicación, pero sí su primer efecto. Más allá de grandilocuentes discursos, el matrimonio formado por Jonathan Dayton y Valerie Faris opta por un tono amable, de costumbrismo cómico, muy parecido al que lograron once años atrás con Pequeña Miss Sunshine. Son expertos en recrear relaciones de grupo, en transmitir la atmósfera de compañerismo que sólo consigue un objetivo común. Y si en aquella ocasión era la obsesión de una aspirante a lolita por participar en un certamen de belleza, esta vez lo que está en juego es la dignidad de todas las mujeres. Objetivos diametralmente opuestos pero con semejante tratamiento.

De ahí que los que esperaban un carácter marcadamente de denuncia quizá se sientan un poco decepcionados por el retrato caricaturesco de algunos de sus personajes. Es el caso del propio Bobby Riggs, que en la piel de Steve Carell puede parecer esperpéntico pero que, vistas las imágenes reales del tenista, resulta de lo más acertado. Lo más parecido al binomio Alec Baldwin-Donald Trump, una conjunción de realidad y ficción difícil de diferenciar. En el lado opuesto, pero igualmente efectiva, encontramos la interpretación de Emma Stone, mucho más comedida, variopinta y rica en matices de lo que nos tiene acostumbrados. Con Billie Jean King, y tras Birdman y La, la, land, la actriz se sitúa en el punto más álgido de su carrera.

Sin una voluntad reivindicativa claramente marcada, La batalla de los sexos tampoco juega la baza que emplean las películas de deportes con un componente de superación. Que nadie espere una especie de Rush sobre hierba con apoteósico duelo final. La inevitable emoción del desenlace viene más marcada por su simbolismo. Una primera y sonora batalla conquistada que el personaje gay de Alan Cumming se encarga de matizar. Quedan muchas otras luchas por las que batallar.
polvidal
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
2
30 de abril de 2013
49 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayer no termina nunca. Tu película me golpea como puños de acero, Coixet. Qué dolor… Qué intenso dolor… Qué pretendido dolor se desprende de tus diálogos milimetrados. Forzado dramatismo que me hiela la sangre, como esas paredes de hormigón, como el viento gris de Berlín. Cambio a blanco y negro, sonido estridente, con la mirada perdida hacia el firmamento y vomito lo que pienso realmente, lo que no me atrevería a decirte a la cara, que tu filme es una puta mierda insoportable. Y grito. Guuuuaaaaarrrrrrgggghhhhh! 250 gramos de palomitas saladas removiéndome el estómago. Nada comparado a la aflicción que me producen todos estos años esperando a ver si cae otra Mi vida sin mí.

Es curioso la cantidad de veces que uno hace cosas que no quiere hacer. Como aguantar. Aguantar estoicamente los 108 minutos de Ayer no termina nunca. 108 minutos. O 220. Da lo mismo. Es el peso que uno siente cuando el metraje te golpea el cerebro como la metralla. ¿Por qué? ¿Por qué demonios no iría a ver Iron Man 3 como hicieron todos? ¿Qué tipo de autoflagelación me impidió seguir el rumbo hacia la salida que emprendieron otros? Dios… La vida es un sinsentido.

Sinsentido es… Sinsentido es arrancar un filme con un prólogo sugerente, con esos titulares de radio vaticinando el apocalipsis económico, para terminar convirtiendo la crisis en un adorno, en un anuncio de Bankia, lleno de frases vacías, que no dicen nada, que no llegan. Como tampoco llega el sufrimiento. El sufrimiento de una pareja que ha perdido un hijo y que luego se pierden el uno al otro. Bueno, que primero se perdieron a sí mismos y luego el uno al otro. Es importante el matiz.

Pero quizá no haga falta expresarlo todo con tanto cálculo. Intercalar las cigalas o el verbo follar de vez en cuando para que el texto no parezca tan trascendental, tan etéreo, tan poco terrenal. El efecto es el mismo. Todo es tan forzado como las gotas de lluvia cayendo por los orificios de esa especie de depósito pluvial. Qué preciosa metáfora. El profundo lugar donde guardamos nuestra esencia pero que tarde o temprano deberemos extraer. Pura poesía.

Poesía. Arte. Teatro. Auténtico teatro es lo que practican Javier Cámara y Candela Peña encima del escenario. Sentados frente a un telón, saldríamos pletóricos de la función. Pero esto no es una tragedia griega protagonizada por Núria Espert. No. Esto es cine. Y en pantalla, la teatralidad chirría, estremece. Como el frío de una tarde de verano o como Cámara recitando a gritos perdón. ¿En qué maldito momento, en qué jodido momento, que queda más cercano y desgarrador, alguien le vislumbró dotes para el drama?

Coixet. Hay cosas estúpidas que se quedan para siempre y cosas esenciales que se te olvidan. Sólo espero que de todas tus sentencias al menos te equivoques en esta. Deseo borrar de mi cabeza esas escenas de Candela pidiendo a gritos un doblaje de Muchachada Nui. O esta estúpida y pausada manera de escribir. Me agota tu drama, tus meditados silencios, la reiteración de tus diálogos. Ayer no termina nunca. El mañana nunca muere. Pero tu talento, desde luego, parece agotado.
polvidal
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
2
4 de noviembre de 2008
41 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Agustín Díaz Yanes ha decidido echar mano de su personaje más emblemático, la Gloria Duque de 'Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto', para vendernos un nuevo concepto de película que el director ha prohibido denominar como secuela. Y no es para menos. Aquello de segundas partes nunca fueron buenas se queda corto con 'Sólo quiero caminar'.

La primera escena es perfecta para describir las dos horas siguientes de largometraje. Un montaje acelerado en el que se superponen varias acciones a la vez con el sonido de una clase de flamenco de fondo puede resultar curioso una primera vez. Pero cuando el montaje se alarga varios minutos y cuando la fórmula se explota en demasiadas ocasiones, como ocurre en este filme, el espectador termina sumido en un estado de auténtico sopor.

Es evidente que Díaz Yanes ha querido emular con esta 'Kill Bill' a la española el estilo cinematográfico de Tarantino. Imágenes de vértigo, estética de videoclip, importancia de la banda sonora, diálogos casi surrealistas y, sobre todo, una violencia que no entiende de corrección política son algunas de las peculiaridades que mejor definen al director y que Yanes ha perseguido con esta cinta. Sin embargo, lo que en Tarantino funciona como reloj suizo y roza la excelencia por su poder de atracción, en el realizador español bordea el ridículo.

Victoria Abril, por ejemplo, resultaba mucho más convincente taladrando sin miramientos el suelo de un piso para robar en una peletería que intentando perforar una caja fuerte al estilo Ocean’s eleven. Las balas que va soltando a la ligera Diego Luna parecen menos serias que las que disparan John Travolta o Samuel L. Jackson en 'Pulp fiction'. Por no hablar del salto mortal que protagoniza de nuevo Gloria Duque contra un cristal hacia al final del metraje. Hay que asumir que los yanquis son expertos en plasmar la violencia en pantalla y que en nuestra cultura audiovisual no resultan nada creíbles las burdas imitaciones.

En 'Sólo quiero caminar' desconocemos absolutamente todo acerca de los personajes. Qué mueve a una funcionaria como la que encarna López de Ayala a meterse en tales fregados o por qué el malvado que interpreta Diego Luna parece arrepentirse en determinados momentos de lo que hace.

Díaz Yanes falla de nuevo en su intento de lograr una superproducción made in Spain. Ya desperdició una gran ocasión con ese despilfarro de presupuesto llamado 'Alatriste' en el que no faltaba ni uno sólo de los actores que dan nombre a nuestro cine. Esta vez no ha sabido aprovechar las virtudes de su ópera prima, que eran muchas, y se ha dedicado a explotar de forma un tanto presuntuosa las más fallidas. Resultado: dos horas de hipertensas imágenes de violencia a la española que no por veloces se convierten en menos tediosas.
polvidal
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
<< 1 9 10 11 20 70 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow