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Críticas de Archilupo
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Críticas 439
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7
6 de abril de 2008
45 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Schlesinger convierte magistralmente los créditos iniciales en un editorial: mientras los nombres pasan superpuestos, vemos cómo un empleado subido a una escalera va cambiando por partes el cartel de una gran valla publicitaria. La imagen de unos niños africanos deformados por la desnutrición y un rótulo pidiendo ayuda para el Tercer Mundo van siendo sustituidos por el gigantesco rostro de Julie Christie, muy ligero, blanco y sonriente, anunciando la publicación, en una revista femenina, de las memorias de la modelo y pseudoactriz Diana Scott, un símbolo social.
En un par de minutos ha quedado indicado radicalmente el sentido de la obra: que las modelos fotográficas pasen a convertirse en modelos sociales para la mujer obedece a criticables intereses de mercadotecnia, y a no menos criticables ambiciones de escalada social.
Julie Christie encarna a la joven Diana Scott, casada con un marido a quien valora en poco. Su vida cambiará al ser entrevistada casualmente por un periodista de la BBC (Dick Bogarde) en un reportaje callejero. Al verse en pantalla, a Diana se le dispara la ambición de llegar lejos y alto; a toda costa, según se irá evidenciando en el relato de la accidentada ascensión.
La cámara aprovecha a fondo la fotogenia de la actriz, que llena la película: está en todas las escenas. Su interpretación fue premiada con un Oscar, como el guión y el vestuario. Son destacables también los intensos trabajos de Dick Bogarde y Laurence Harvey.
Perteneciente a la cosecha inglesa de Schlesinger, más experimental y comprometida que la estadounidense, "Darling" está en la inconformista línea del Free Cinema. Una cámara ágil da continuo dinamismo a las escenas. La fotografía, en trabajado blanco y negro, consigue un aire vanguardista para secuencias como la de la fiesta semiorgiástica en París, la exposición de cuadros, las encuestas callejeras, o la anciana cantando en Picadilly una canción napolitana.
A causa de su elegante calidad, la película parece menos crítica y corrosiva de lo que realmente es.
(Participa también Vilallonga, haciendo de aristócrata, sin despeinarse.)
Archilupo
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7
6 de abril de 2008
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película queda rápidamente planteada en los primeros minutos: un encumbrado ejecutivo, Kresten, celebra boda con la hija del jefe. Con ello consolidaría su vida si no tuviera una identidad oculta, que esa noche se actualiza: es Mifune. En un flash, se ve como samurai de Kurosawa, moviéndose marcialmente y lanzando gritos guerreros.
Su padre ha muerto, le dicen enseguida. Ha de regresar a la olvidada granja familiar a enterrarlo. El viaje será mucho más que un desplazamiento por el espacio a la Dinamarca profunda: será un viaje a las personales raíces rurales, escondidas.
En la destartalada granja donde se crió, a Kresten le aguarda su hermano Rut, un inocente y desvalido retrasado, con quien de niños jugaba a ser Mifune, según ellos el séptimo samurai, el salvador que en el sótano vociferaba como un campesino japonés.
Para que la historia se ponga en marcha falta la mujer que oculta su ocupación de prostituta.
Será una historia agridulce y dura, protagonizada por seres acostumbrados a sobrevivir sin afecto y repleta de fuertes sucesos e intensas oscilaciones emocionales. Gracias al despojamiento formal del método Dogma, se representan con eficacia directa, sin que la película se despeñe por estridencias o tremendismos.
Los actores trabajan bien y están dirigidos con acierto. Sobresale Jesper Asholt, quien resuelve con genialidad un rol extraordinariamente difícil, el de Rut, del que depende buena parte del sentido.
Rut cree en los platillos volantes de los tebeos que lee, en su inminente llegada entre luces.
Cree en Mifune, como desde niños él y su hermano llaman al samurai salvador que protege la casa familiar luchando en el sótano contra sus enemigos.
Archilupo
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7
7 de abril de 2008
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta emotiva y conseguida cinta para todos los públicos centra su relato en una familia hispana, procedente de México, que pelea por abrirse camino en California.
Las mujeres trabajan duro en un taller de costura donde confeccionan a destajo, y con aprietos, por 18 dólares, los vestidos que en Bloomingdale's se venderán por 600.
Doña Carmen, la madre, luchadora brava y chapada a la antigua, rige con mano de hierro la familia y la mantiene unida como una piña. Se ilustra con las telenovelas brasileñas, que refrendan su visión moral acerca del matrimonio, los romances, los hijos y el tradicional papel de la mujer.
El conflicto surge con la oportunidad para la hija pequeña, una estudiante talentosa, de pasar con una beca a la neoyorquina y lejana universidad de Columbia.
Con este motivo habrá una aguda confrontación de esquemas generacionales, culturales, y hasta de patrones de estética femenina. La familia debe replantearse su difícil integración en la sociedad estadounidense, y el proceso se trata con finura en la narración. Su densidad se ve aligerada por la inserción de corridos, rancheras, boleros y mambos en diversos pasajes.
Los actores logran interpretaciones muy naturales, con especial relieve la enérgica Lupe Ontiveros (Doña Carmen) y América Ferrara (Ana). En la VO se aprecia cómo todo el reparto usa indistintamente el inglés y el español, saltando con fluidez de uno a otro. Incluso, empiezan a menudo una frase en un idioma y la terminan en el otro, como ocurre en la realidad.
Los emigrantes de verdad tienen conflictos, y películas como ésta los reflejan de forma sensible e interesante.
Archilupo
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6
8 de abril de 2008
66 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el tren Budapest-París coinciden como vecinos de asiento un estudiante norteamericano, que al día siguiente vuela a su país desde Viena, y una estudiante francesa, que vuelve a casa. Congenian de inmediato. Deciden apearse ambos en Viena, con idea de pasar unas horas juntos.
Para desarrollar y llenar el esquema, la película apuesta fuertemente por el diálogo intimista, al estilo de la Nouvelle Vague francesa.
Se da una conversación acelerada e ininterrumpida, en la que cabe cualquier asunto. Sin que el guión se detenga a distinguir entre lo significativo y lo banal, se habla de la religión, la reencarnación, el amor verdadero, los traumas infantiles o la incertidumbre ante el futuro, entre otros temas de rango filosófico, que alternan sin progresión con pasajes muy triviales, creando frecuente efecto de palabrería.
Entre vistas de Viena, Jesse y Céline viven su aproximación como un tiempo de ensueño, sin ilusiones ni proyectos, ganado al calendario, suspendido al margen de la vida diaria.
Cada uno encarna un sueño del otro, simultáneamente.
Como en la pintura puntillista de Seurat (se detienen ante carteles de una exposición suya, los comentan), la atmósfera misteriosa de la ciudad es más fuerte que las personas. Disolviendo sus contornos, las convierte en 'figuras transitorias'.

LO PEOR: El diálogo excesivo y sin organizar. Se echa en falta una cámara con más iniciativa y protagonismo, para equilibrar con mayor viveza de la imagen el peso masivo de las palabras.

LO MEJOR: Cierta conversación telefónica...

UNA VIRTUD SINGULAR: La película propicia que multitud de espectadores proyecten sobre ella intensas ilusiones románticas. Es una rara y valiosa virtud.
Archilupo
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8
8 de abril de 2008
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
A los nueve años de su noche vienesa, Jesse y Céline se reencuentran en París, con motivo de la presentación de una novela romántica de Jesse, y reanudan su conversación, que se extenderá sin descanso.
Los años transcurridos han madurado a ambos. Se han vuelto más expresivos, irónicos y ocurrentes. También más expertos y sabios. Otro tanto se aprecia en los trabajos de director y guionista, cuyo relato puede ahora apoyarse en los hechos concretos del 'pasado vienés'.
Una nostálgica reflexión sobre las oportunidades perdidas, sobre la fiabilidad de los espejismos amorosos y sobre la exigencia de los compromisos de pareja llena intensamente el tiempo del reencuentro.
Ethan Hawke y Julie Delpy están totalmente metidos en los personajes, los viven; se nota que al cabo de los años les pertenecen, y los dominan y recrean a fondo.
Archilupo
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