Es una cinta de gran intensidad, por todos lados. En las emociones, en las escenas de acción, en los diálogos, en las actuaciones. Incluso el mar siempre tiene algo de oleaje.

Es una historia sobre la traición, la lealtad, el rencor, el perdón, la venganza y el amor, que para mí no tiene un solo minuto aburrido, con un duelo interpretativo maravilloso entre Karl Malden y Marlon Brando.

En la estupenda y corta novela de Ken Follett "En el blanco" uno de los personajes comenta: "Nunca perdonamos a aquellos a quienes hemos fallado". En eso pensaba al ver la expresión satisfecha del sheriff mientras azota a su antiguo compañero de atracos, a quien abandonó al peligro.

Durante la 1ª guerra mundial, un soldado y una enfermera se enamoran. Así empieza una película corta pero de suficiente metraje, que es todo un alegato contra la guerra.

Realizada en los primeros años del cine sonoro, se apoya mucho más en las imágenes que en las palabras. Y también se apoya bastante en la interpretación de los protagonistas.

Como decía en el título, no sé si alguna vez se dirá adiós a las armas. Pero merece la pena ver cómo lo piden en esta película.

En una de mis novelas favoritas, "Doctores", de Erich Segal, una enfermera dice que errar es humano, y una doctora replica: "No, errar es fatal". Y en esta película para el protagonista el error ajeno es fatal, aunque también sea humano.

Me parecen espléndidos tanto Henry Fonda como el músico confundido con un delincuente como Vera Miles, su esposa que enloquece.

Me gusta cómo está llevada casi toda la historia, excepto lo del juicio, que me resulta muy esquemático y terminado de modo brusco y raro.

El señor de Winter se casa en segundas nupcias con una muchacha tímida, que parece recién salida del convento, y la lleva a su mansión, donde el ama de llaves "le da la bienvenida". Este es el comienzo de una estupenda película de Hitchcock.

Joan Fontaine está espléndida como la joven protagonista, que no lo tiene fácil para luchar contra la bruja de la señora Danvers y el fantasma de Rebeca. A veces parece que falta el aire en esas habitaciones inmensas. Y yo también siento alivio cuando la protagonista descubre que su marido no amaba a Rebeca.

Viéndola me acordaba de los eternos segundos del deporte, esos atletas, gimnastas, patinadores, etc., muy buenos que han coincidido con ciertos genios, y no han podido destacar por ello.
Esta película deja claro que la envidia, si la dejamos desbocarse, nos destruye. Salieri habría hecho más por sí mismo y por la música si las energías que malgastó odiando a su rival las hubiera empleado en su propio arte, que tampoco era moco de pavo.
“Amadeus” es larga, pero no le sobra ni un minuto. La ambientación, muy cuidada. Me parece estupenda la forma en que se intercalan los planos de Salieri ya anciano en el manicomio con las escenas retrospectivas. Creo que tanto F. Murray Abraham como Tom Hulce hacen dos papelones. Mis momentos favoritos son:
Mozart defendiendo “Las bodas de Fígaro” ante el emperador, sobre todo la frase “yo puedo ser vulgar, pero mi música no lo es”.
Mozart moribundo, diciendo a Salieri: “Creía que no os gustaba mi obra ni yo. Perdonadme, perdonadme”.
Salieri emocionado, leyendo las partituras que la esposa de Mozart le lleva a espaldas de su marido.
Salieri en la silla de ruedas, cuando lo llevan por el pasillo del manicomio, diciendo “mediocres del mundo, os absuelvo”.
Le doy un 9.