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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Críticas de Normelvis Bates
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Críticas 185
Críticas ordenadas por utilidad
4
16 de enero de 2010
94 de 157 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué risa me da la admiración con la que suele recibirse a los (así llamados) transgresores y valientes. Suelen ser, como Darren Aronofsky, gente que llevan años frente a un espejo, admirando entre lágrimas de emoción la inacabable belleza de su ombligo y muriéndose de impaciencia por hacer partícipe al resto de la humanidad de lo inaudito de su talento, de lo inusitado de sus osadas propuestas. Para bien o para mal, me siento vacunado frente a este tipo de gente, que tanto parece gustar a las almas más cándidas e impresionables. Es posible que sea porque, con 8 o 9 años, en plena época del destape, en el cine de mi pueblo nadie le impedía a un niño de mi edad ver cosas como “Emmanuelle” u “Holocausto caníbal”, de modo que mi estómago se curtió, desde mi más tierna infancia, para soportar cualquier cosa.

El tipo de transgresión y valentía que predica Aronofsky es, en el fondo, el mismo que preconizaba el apolillado cura de barrio que me daba clases de religión hacia 1982 y que, no en vano, nos recomendó encarecidamente que nos pasáramos por el forro la clasificación moral y viéramos “Yo, Cristina F.”, cinta alemana igual de sensacionalista que “Requiem por un sueño” aunque menos barroca formalmente, que tocaba, en todo caso, el mismo tema de manera muy parecida, para que comprobáramos los horrendos efectos de la droga sobre la juventud: hay peras buenas y manzanas malas; si las peras buenas se mezclan con las manzanas malas, acaban siendo manzanas malas. Moraleja: no seas manzana mala, sé pera buena.

Como Aronofsky es muy moderno y no quiere que le confundan con Ana Botella, echa mano del manual de instrucciones de su cámara y empieza a experimentar con ella, no sea que le tomen por alguno de esos carcas de antaño que plantaban la cámara en un sitio y trataban de narrar sobriamente una historia con pies y cabeza: cámara lenta, cámara rápida, split screen, ojos de pez, steady cam, cámaras de ascensor y videoportero... Oh, la cosa es estupenda y de lo más novedosa. Es cierto que la realización es repetitiva, efectista y cansina, que los personajes son monigotes rellenos de serrín por los que (excepto Ellen Burstyn, la única que transmite algo de humanidad) es imposible sentir nada excepto ganas de que los atropelle un camión, que no hay nada parecido a un guión y que a los 20 minutos uno ya sabe el final, pero al acabar la peli conocemos al dedillo los pliegues y pelillos del genial ombligo de Darren, y eso, amigos, no tiene precio. Las gracias tendríamos que dar.

El último cuarto de hora es maravilloso, no veía nada tan ridículo y divertido desde hacía siglos: fluorescentes parpadeantes, psiquiátricos, felaciones, sexo circense en público, pústulas putrefactas, amputaciones, mamá, mamá,... Que los incrédulos recen y se santigüen: el Apocalipsis está aquí. La fantasía de una monja hecha realidad. No me extraña que esta peli tenga tantos fans. Es como la tele, es farlopa, es vuestra droga. Tomad, otra cucharada. Tragad. Sed felices.
Normelvis Bates
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3
1 de abril de 2010
39 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Holocausto caníbal” – Notas de producción (4 de junio de 1979):
- El tono documental siempre vende: cámaras cutres y mucho parkinson. Si alguien pregunta si la cosa es cierta, mirar al suelo y silbar. Si es una chica, mirarle antes las tetas: quién sabe, podría haber segunda parte.
- Un aviso al principio: las escenas más guarras se reproducen íntegramente sólo para preservar la autenticidad del documento, no porque seamos unos asquerosos oportunistas y busquemos el impacto fácil. Nadie es así de bestia, sólo esos putos indígenas mongolos de mierda a los que usaremos para demostrar lo incivilizados que somos en el resto del mundo. Pobrecitos. (nota: donar algo a las monjitas del Domund)
- Una lecciones por correspondencia de antropología que den lustre a la cosa. Que el científico fume en pipa.
- Algunas calaveras trufaditas de gusanos y cucarachas para ir haciendo boca.
- Ratas almizcleras degolladas, cerdos tiroteados, tortugas desmembradas a machetazos, monitos decapitados. Serpientes y arañas, al gusto. Si se acerca alguien de Greenpeace, disparar a matar. Y no dejar de filmar.
- Violaciones en el fango, a solas, en grupo y en grupo-grupo. Que cada cual lleve su piedra. Nada de condones. Es un rollo pasajero, no habrá segunda cita. Que a la tía le quede bien clarito.
- Tetas y potorrines y pililas al aire. Donde hay pelo hay alegría. Y además, venden.
- Llamar a mi cuñado, el que hizo el vídeo del bautizo del niño: la música la pone él.
- Vísceras sanguinolentas y crujientitas, a poder ser en primer plano.
- Algún polvo cerdo sobre las cenizas de un poblado de esos asquerosos y malolientes indígenas incendiado por el malvado y depravado hombre blanco. (Qué metáfora de la violencia que la perversa civilización occidental ejerce sobre este hatajo de chusma atrasada, soy un puto genio. Allá voy, Estocolmo.)
- Abortos, amputaciones, castraciones, empalamientos, evisceraciones, lapidaciones y descuartizamientos a discreción (nota: buscar en el diccionario, algo nuevo se nos ocurrirá).
- Vomitonas varias (sin bolsa de cartón, que estamos en la selva).
- Comprar algo de Almax Forte. Ya puestos, preguntar en la farmacia si la hipocresía tiene remedio. Y si el sensacionalismo barato se cura con supositorios... No, mejor nada de supositorios. Inyecciones o jarabe. Supositorios, no.

Ruggero Deodato
Normelvis Bates
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9
24 de junio de 2010
35 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es el ejemplo perfecto de una clase de cine que ya no se hace. No sólo porque pertenece al género casi abandonado de las aventuras marinas, sino porque opta deliberadamente por la narración oblicua, por la ambigüedad y la indefinición, por la sana y casi olvidada costumbre de dirigirse a un espectador a quien no se toma por idiota. A diferencia de buena parte del cine contemporáneo, que, como muy bien dice Bloomsday a propósito de “Revolutionary Road”, es puro suero intravenoso para desdentados, pensado para ahorrarnos el enojoso trabajo de masticar, esta gran obra del maestro Mackendrick se sustenta en el sobreentendido y la elisión, en la ausencia absoluta de subrayados, en la ligereza, en los pequeños detalles repletos de sugerencias. Salvo otra joya británica de la época (“Suspense”, de Jack Clayton), tal vez no haya otra película que se haya acercado de un modo tan crudo y delicado a la vez a la crueldad y la belleza del universo infantil.

Y sin embargo, Mackendrick nunca quedó satisfecho con el resultado final. Tras más de quince años tratando de llevar a la gran pantalla la maravillosa novela de Richard Hughes “Huracán en Jamaica”, vio cómo Darryl F. Zanuck, el mandamás de la Fox, convertía la historia de esos niños secuestrados por piratas y que acaban adueñándose del destino de sus supuestos captores en un convencional e inocuo plato de papilla para todos los públicos, con parche y lorito incluidos. Gracias a la complicidad de Anthony Quinn, sin embargo, Mackendrick logró que Zanuck no impusiera completamente su guión, y aunque se eliminó parte del metraje y no se respetó el punto de vista narrativo, que Mackendrick quería en posesión de los niños, la película se acerca bastante tanto a la novela de Hughes como al proyecto original del perfeccionista y autoexigente director bostoniano.

Lo que queda es un agudo relato acerca de la inocencia y de su equívoco papel como separación entre niños y adultos. El choque entre un mundo infantil supuestamente desprovisto de malicia y la aparentemente feroz y despiadada vida pirata se va convirtiendo, de modo casi inadvertido, en un duelo entre el cruel código moral de unos niños curtidos en el juego de la muerte y el modo de vida en trance de desaparición y con frecuencia ridículo de unos hombres casi indignos del nombre de piratas, prisioneros en su propio barco y sometidos a los caprichos de sus supuestas víctimas. Sólo el cansado y crepuscular capitán Chávez parece intuir (e incluso desear) el desenlace del duelo entre niños y piratas, como si viera en él el final más deseable para su tediosa y patética vida. Las miradas que Anthony Quinn y la niña Deborah Baxter se cruzan a lo largo de la peli son de las más sugerentes y turbadoras que nunca se hayan filmado, e ilustran a la perfección la atmósfera malsana de una peli que hizo exclamar a cierto crítico británico que era “como ver a Shirley Temple cantar una canción alegre en un barco mientras descuartiza a un cachorro”.
Normelvis Bates
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5
11 de abril de 2010
35 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vale, dejémoslo claro desde el principio: si a alguien se le ocurriera apilar todas las copias existentes de las pelis de Enzo G. Castellari en un patio, las rociara con gasolina y les prendiera fuego, poca gente lloraría por ellas. No nos engañemos, por simpáticas que nos resulten y por muchos recuerdos que nos traigan a algunos de nuestra niñez, las pelis de Castellari son pura caspa chunga de la Italia de los setenta, esa a la que yo, personalmente, tengo que agradecer que inflamara mis primeros sueños húmedos (Edwige Fenech, Ornella Muti... ¿qué habría sido de mí sin vosotras?), pero que, definitivamente, no es bocado del gusto de los paladares más finolis y no les valdrá a sus responsables ni una estrella en Hollywood Boulevard ni muchas esquelas laudatorias el día en que se mueran. Suerte ha tenido Castellari de contar con un vocero como Quentin Tarantino, que no ha dejado de cantar las virtudes de esta peli y ha vampirizado el título con el que se estrenó en el mercado anglosajón, ese “Inglorious Bastards” que ha resucitado, aun fugazmente, el interés por su cine.

Lo cierto es que si algo hay que reconocerle a Castellari es que no da gato por liebre. Desde la descacharrante fanfarria inicial entre colorines pop, la peli es un correcalles a todo zoom de tiros, persecuciones y explosiones, en el que soldados de todos los bandos mueren a puñados y dando saltos casi se diría que de alegría. Es cierto que las interpretaciones, cuando las hay, son malas con ganas, que los personajes son puros estereotipos que como mejor están es calladitos, porque cuando hablan no dicen más que burradas, que el guión es una descerebrada combinación de retales de “Los doce del patíbulo”, “La gran evasión”, “El desafío de las águilas” o “Los violentos de Kelly”, en el que sólo faltan Bud Spencer y Terence Hill repartiendo bofetones estereofónicos o Alvaro Vitali espiando a unas nazis tetudas tras unos arbustos, pero Castellari no pretende otra cosa que entretener, y eso lo consigue con creces. Es honesto y leal, liquida el asunto en el tiempo justo y con el ritmo acertado, no se va inútilmente por las ramas y a base de poner continuamente a prueba la credulidad del espectador y de salir mediante el humor de los atolladeros en que le mete el guión, se gana, inevitablemente, su simpatía: después de ver conquistada una fortaleza nazi con un tirachinas, me siento incapaz de decir nada malo de Castellari.

Todo lo dicho hace aún más incomprensibles las dos horas y media de bostezos y cabezadas que, en teoría, ha inspirado, los diálogos estúpidos e interminables, el ritmo inexistente, la dirección torpe y comodona del chistoso de la clase que espera que todo el mundo aplauda a rabiar sus gracias. Sí, por si alguien se lo pregunta, la respuesta es sí: sigo resentido. Más todavía después de comprobar que en la peli de Castellari hay material de sobra para sacar mucho más que el insípido chicle remascado que otros han sacado. Y conste que no estoy mirando a nadie.
Normelvis Bates
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8
16 de enero de 2010
32 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra estupenda película cuya existencia desconocía y a la que he llegado por pura casualidad: el cine, nunca me cansaré de repetirlo, es algo maravilloso. Al descubrir que su oscarizado guión, firmado por Billy Wilder y Charles Brackett, estaba basado en una historia originalmente concebida por el gran escritor húngaro János Székely (oculto bajo el pseudónimo de John S. Toldy y en colaboración con Benjamin Glazer), guionista de Lubitsch y autor de “Tentación”, una de las novelas más divertidas y crueles que he podido leer en muchísimo tiempo, no tuve más remedio que lanzarme de cabeza en su búsqueda. Y la verdad es que la espera ha valido la pena.

No sé dónde empiezan y acaban los méritos de unos y de otros a la hora de escribir el guión, pero no cabe la menor duda de que es en él donde residen buena parte de los indudables méritos de esta película injustamente olvidada. Lo que sigue maravillándome es la capacidad de la comedia hollywoodiense de esta época de extraer comicidad de las situaciones y contextos más, en apariencia, inapropiadas para el humor. Esta peli, sin ir más lejos, empieza en verano de 1939, en una tétrica prisión franquista de Burgos, donde Ray Milland, en el rol de un idealista aviador americano enrolado en las filas republicanas, apura sus últimas horas antes de ser fusilado. Claudette Colbert le salva de la muerte, claro, pero la acción se traslada a un París insensatamente hedonista, a punto de caer en manos de los nazis. Por si fuera poco, asistimos, en primera fila, al trágico hundimiento, a manos de un submarino alémán, del SS Athenia, a la progresiva conquista nazi de Europa y a la firma del armisticio francoalemán, el 22 de junio de 1940, en un vagón de tren en el bosque de Campiegne. Y sin embargo, la peli logra que sonriamos casi todo el rato y que incluso nos riamos y carcajeemos ocasionalmente. Qué tiempos aquellos. Torpedos y champagne, risas y muerte.

A través de la historia, en apariencia frívola y ligera, de dos personajes atrapados entre sus ideales, que les abocan a una vida azarosa y comprometida, y un amor que exige huir del peligro en busca de paz y sosiego, nos vemos, imperceptiblemente, obligados a tomar partido. La película es pródiga en diálogos vivaces y chispeantes, situaciones equívocas con claro sentido sexual (la antológica sesión de fotos en la habitación de Milland) y chistes y ocurrencias ocasionales, que enmascaran, pero no ocultan, su condición de vehículo propagandístico que alerta contra el escapismo y la indiferencia ante el irresistible avance del nazismo y propugna la necesidad de no huir ante su amenaza y de plantarle cara. Es una lástima que un final, en mi opinión, excesivamente timorato y convencional impida hablar de una obra maestra. Si Leisen hubiera dado el paso adelante que el propio guión le ponía en bandeja y hubiera optado por un desenlace más duro y coherente con la historia narrada, tal vez estaríamos hablando de un clásico de aquellos días. Que ya es decir.
Normelvis Bates
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