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Costa Rica Costa Rica · San José
Críticas de wílliam venegas
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Críticas 38
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
4 de abril de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Dalarna, Suecia, Jack es encontrado y perseguido mientras cumple una misión como asesino a sueldo. Pese al frío y a la nieve, Jack logra salir bien librado de la trampa, mientras la película se sacude con la intensidad de un buen thriller. Estoy hablando de una buena película titulada El americano: El ocaso de un asesino (2010), dirigida con estilo propio por el fotógrafo holandés: Anton Corbijn.
Insisto en su condición de fotógrafo, para apreciar mejor la riqueza visual de la película: su relato es llevado con dominancia de los planos cortos y es notable el intercambio de primeros planos de los personajes con panorámicas del paisaje italiano, donde transcurre el resto de la historia.
En efecto, los jefes envían a Jack a un pueblo en las montañas de Italia para preparar una nueva misión. Sin embargo, el asesino a sueldo decide retirarse, lo que provocará un cambio de planes que obligará –al mismo Jack– a hacer uso de su experiencia en defensa propia, mientras se enamora de una prostituta del lugar.
Aquí, el filme no solo cambia de tono, también altera su ritmo: ahora más pausado y estudioso con ayuda de los planos de la cámara. Entonces, el cálculo de los tiempos tiene un compás más moroso y lo encendido de la acción cambia, oportunamente, hacia un meticuloso análisis de personajes.
De esa manera, El ocaso de un asesino deja de ser un thriller convencional y se acerca más a las características del viejo cine negro (film noir), pero las luces y sombras se afirman dentro de los personajes y la rigurosidad se da con el relato y con su cuidada puesta visual. Hay un definido acento crítico, porque se insiste en el determinismo para los sujetos que entran a los espacios de la criminalidad: para ellos, todo es un callejón sin salida.
El director Corbijn se muestra meticuloso y los enigmas se abren desde la mesura narrativa del filme. Hay buen gusto e inteligencia. Hay una atmósfera bien diseñada y subrayada con música oportuna. Y, sobre todo, lo mejor de la película, la gran actuación de George Clooney sacada desde adentro de él mismo y bien expresada con su rostro lleno de incógnitas.
Al margen, debo señalar lo bien que aprovecha el director Corbijn la gran belleza de la actriz italiana Violante Placido, incluso en los momentos eróticos del filme y con los desnudos de ella. Espero verla de nuevo en otras cintas. Igual, es importante el ambiente recogido por lo escenográfico (pueblo típicamente italiano). Pienso que este filme determina cada uno de sus elementos y respondiendo a esta cabal exigencia, el decorado (real, en este caso) se convierte en una suerte de glosa plástica del argumento y del estado de ánimo del personaje principal.
wílliam venegas
crítico de cine de periódico La Nación, Costa Rica.
wílliam venegas
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10
30 de marzo de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un cine del que uno solo debiera decir: es extraordinario, como lo es La cinta blanca (2009), escrita y dirigida por el austriaco Michael Haneke. La acción sucede en un pequeño pueblo, especie de microcosmos que logra explicarnos la parte emocional y religiosa en la que ha de fecundar la crueldad que lleva al nazismo. No se trata de un análisis de las condiciones económicas, tan importantes, sino de una valoración del sentimiento déspota, rígido e intolerante que va a fuego lento desde percepciones religiosas.
A lo largo de un opresivo blanco y negro con las imágenes, Michael Haneke se adentra en el temperamento fanático que lleva a la hipocresía desde una falsa vivencia del Evangelio cristiano, con un pastor luterano más cercano a la rigidez calvinista y con el duque del lugar, grosero personaje feudal. Ellos son quienes practican y conducen la vida cotidiana de los demás hacia la doble moral, el fanatismo, el abuso de poder, la explotación sexual de la mujer, el desprecio a los minusválidos, el patriarcado insensato y la violencia sistemática.
Haneke lo dice claramente: la religión es la incubadora de la maldad. Hay más. Son cosas de las que preferimos no hablar, pero que están ahí: las torturas, lo tiránico, las guerras y los niños que reciben el impacto de la pudrición de los adultos. Los niños y las niñas recibirán por igual el maltrato para ejecutarlo con más saña aún: cría cuervos y te sacarán los ojos. Los grises de la fotografía son negros dramáticos. El drama huele a tragedia. Es tragedia. Y colectiva. ¿Hay acaso un respiro?
Lo hay, como cuando la ternura del niño le permite regalarle a su padre el pajarito que tanto ama porque, cree él, que su padre está triste (el sádico pastor luterano). También con el amor de un alegre ¡maestro de música! con una joven empleada de la duquesa, romance lleno de respeto, de ternura y de expresiva esperanza por un vivir mejor: son bellos y significantes sus paseos en coches, dado su logro visual.
La estructuración del texto es superlativa: cómo sus distintos componentes, según los personajes, se expresan –poco a poco– en la articulación de una sola conducta colectiva con sujetos disidentes. La trama se arma como el más dramático rompecabezas, donde la música expresa dicha tensión y la fotografía es apabullante. Las actuaciones son sólidas, sensibles, excelentes y muestran una escuela dramática arriba de lo común: ¡ni qué decir de los niños!
El ritmo es solemne al principio, como indicio de la tragedia. Es clínico al detallar los personajes y es tenso cuando uno descubre las causas de los sucesos en el pueblo (que aquí no podemos contar). Él animo de uno se acelera. Es cuando entendemos que las cintas blancas que llevan los niños, símbolos de pureza para la confirmación de la fe cristiana, serán los pañuelos de las futuras esvásticas en los brazos de los jóvenes alemanes.
Wílliam Venegas Segura
Crítico del periódico La Nación
Costa Rica
wílliam venegas
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8
28 de marzo de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se trata de una película de boxeo, sin que sea –exactamente– una más de pugilato: no es una más. Tampoco es una obra maestra, pero sí es un muy buen largometraje. Su dinámica consiste en mostrarnos cómo las contradicciones sociales al interior de una familia de Massachusetts, en los años 80, confluyen, se desatan y hasta se resuelven en el tinglado del boxeo (dentro y fuera de un ring, porque las peleas se extienden más allá de las cuerdas).
Se basa en hechos verídicos y las imágenes, entre los créditos finales, pretenden ser prueba de ello, por lo que les recomiendo a los espectadores no salir tan pronto de la sala. Casi siempre, además de un cuadrilátero, los filmes de boxeo nos muestran familias disfuncionales, agresiones, drogas, cárceles, noviazgos conflictivos y demás condimentos. El peleador no es ninguna excepción en este caso.
El relato nos está contado con habilidad formal y con pericia narrativa, pero sobre todo con mucha vehemencia al adentrarse en los pliegues de los conflictos dados y al meterse de lleno dentro de lo laberíntico de cada conducta, con personajes muy bien diseñados y mejor mostrados gracias a actuaciones impecables e intensas.
Todos los actores lo hacen muy bien (pulida dirección actoral), pero será difícil olvidar los angustiantes y poseídos trabajos de una extraordinaria Melissa Leo (como la madre de dos hermanos boxeadores) y de un Christian Bale eximio, magistral, fructuoso, espléndido, soberbio y cuanto adjetivo superlativo quieran ustedes agregar, como el boxeador degradado y llevado al fondo mismo de la vida.
Solo el hecho de ver a Christian Bale en tal estado de gracia histriónica hace válida la razón para ir a ver este filme. Como dijo alguien: Christian Bale se instala en una brillantez interpretativa insólita. Con este actor y con Melissa Leo, el cuadro se completa con la buena labor de Mark Wahlberg y con una fascinante Amy Adams, quien demuestra su valía otra vez.
La narración ofrece un buen soporte con la fotografía de Hoyte van Hoytema y con la música de Michael Brook. Sin embargo, nos queda debiendo con el trabajo de montaje, por lo que algunas secuencias pierden tensión y se tornan arrítmicas, sobre todo las que suceden para mostrarnos el proceso de un personaje durante sus peleas de box. Es cine con dignidad artística, no dudo en afirmarlo.
Estoy convencido de que el boxeo no es deporte (¡eso de dos tipos golpeándose de manera salvaje entre el bullicio ajeno!). Peor, ahora, en Costa Rica, hay quienes se jactan de que una mujer “campeonice” en ese juego de agresiones. Pues bien, de alguna manera, el filme asume una posición crítica ante el sangriento y corrupto boxeo, al menos elípticamente, lo cual me resulta un plus de la película.
crítico de cine
periódico La Nación
[email protected]
wílliam venegas
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5
26 de marzo de 2011
2 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras en la vida real, el ejército de Estados Unidos anda peleando guerras ajenas en otros países, en el cine vemos cómo se enfrenta a una invasión alienígena en su propio territorio y la gran batalla se decide en Los Ángeles. El filme del que hablo tiene el largo título (para América Latina) de Invasión del mundo: Batalla Los Ángeles (2011) y viene dirigido por Jonathan Liebesman.
Esta película viene a ser una versión extendida y de menor calidad argumental, pero con buenos efectos especiales, de aquella clásica serie de televisión titulada Combate (1962-1967), transmitida por ABC. En esa serie todo giraba alrededor de un pelotón de marines dirigido por el sargento Chaup Saunders (inolvidable actuación del fallecido Vic Morrow).
Igual, en la película Invasión del mundo: Batalla Los Ángeles, el protagonismo único lo tiene otro pelotón de marines, encabezado por el sargento Michael Nantz, solo que en lugar de enfrentarse a los alemanes de la serie televisiva, ahora los soldados deben ser más valientes para tratar de vencer a unos extraterrestres fuertemente armados, de los cuales no se da mayor información, aunque sí se les ve bastante.
El papel del sargento Nantz lo encarna, aquí, el buen actor Aaron Eckhart, quien se esfuerza por darle credibilidad a su personaje, un tipo más bien áspero y con un pasado que otros le cuestionan, habido durante la guerra de Afganistán. Creo que este actor se merece mejores papeles, mejores directores y mejores películas, y no que lo pongan a imitar el carácter de Vic Morrow.
El resto del elenco es más bien comparsa del sargento, aunque a varios de los actores se les dan sus minutos de metraje cargado de acción, para representar las heroicidades de los soldados frente a los invasores venidos de algún lado del Universo.
En eso no afloja la película. Es pura acción de principio a fin, en clara elegía del ánimo y del estadio épico-mesiánico del ejército estadounidense frente a lo que sea. Hay momentos en que este elemento ideológico realmente satura. Lo malo no es que se diga, lo malo es que se repita de tal manera que afecta de manera negativa el aspecto narrativo del filme.
Hay tres elementos de la sintaxis cinematográfica que funcionan bien para darle intensidad a esta cinta, con sus coreadas escenas de combate, para que no aburra a fuerza de repetirse, para que las secuencias no sean siempre idénticas, aunque sí semejantes. Se trata del buen trabajo con la fotografía, con la música y, sobre todo, con el montaje, muy profesional este.
El carácter de superproducción se le sale a la película a cada rato por la pérdida de los dilemas más íntimos de los personajes, los que apenas se sugieren (la actriz Michelle Rodríguez destaca de nuevo con su tensión militar, como lo hizo en la película Avatar). Todo es parafernalia bélica en pantalla.
wílliam venegas
crítico de cine
periódico La Nación, Costa Rica
wílliam venegas
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3
21 de marzo de 2011
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al fin se estrena, en San José, la película costarricense Agua fría de mar (2009), dirigida por Paz Fábrega. Se ha exhibido en distintos festivales en otros países y nos dicen que con buenos resultados ante la crítica. Aquí se estrenó en la playa donde fue filmada, en el Parque Nacional Marino Ballena.
El guion es de la propia directora, en afán de darle a la película un apropiado concepto de cine de autor. En realidad, se trata de un guion sin ninguna historia propiamente dicha, por lo que es imposible aplicarle un doble principio analítico y estructural, que consiste en descomponer el relato en unidades abstractas y en definir las combinaciones posibles de esas unidades, en analizarlas o clasificarlas.
Ciertamente hay una situación inicial: una niña que se pierde de su casa durante una noche, que duerme a la vera de la playa, y la muchacha que la encuentra. Hay un breve diálogo entre ambas que, por alguna razón, las marca. Nosotros continuamos viendo –de manera alterna– el suceder de poses poco intensas en ambas, hasta un nuevo encuentro entre ellas.
Es importante el trabajo de María Secco con la fotografía, quien sabe plasmar la intención visual de la señorita Fábrega. Hasta ahí. Con abandono importante de la banda sonora, muy pobre, y con actuaciones más bien malas del elenco principal (se siente la novatada, la incapacidad de los actores para ir adentro de sus personajes), el guion sufre de una catálisis opresiva: el posible argumento comienza a disolverse en sí mismo, como una reacción química donde nada se altera.
El filme es solo una mirada superficial de algunas emociones poco intensas de sus personajes femeninos (la muchacha y la niña), por lo que Agua fría de mar nos pone en el punto exacto del aburrimiento. Las situaciones se caen como hojas secas de un árbol. A lo anterior, agréguese la pésima dicción de los histriones, capaces de hablar sin que se les entienda lo que dicen. El resultado es una película sin rostro, que pretende ser intimista, lo que no funciona por la superficialidad con que plantea sus descripciones. Es filme sin acontecimientos ni puntos de giro, ni siquiera con un clímax propiamente dicho. Parece una copia ingenua y sin fuerza alguna del cine de Bergman o de Tarkovski.
Este cine no se adentra en nada ni tampoco logra excitar la epidermis del espectador; su debilidad reside en la ausencia de una estructura lógica de sus ideas y resulta como atravesar un mar de agua fría con una barca sin remos ni timón. Su argumento está estirado más allá de lo razonable, es monocorde, lleno de tiempos muertos, donde las imágenes son el único esfuerzo por ofrecer un mínimo de dignidad artística. Aún así, es bueno que vayamos al cine a ver esta película, para confrontar criterios sobre el cine costarricense.
wílliam venegas
crítico de cine de periódico La Nación, Costa Rica
wílliam venegas
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